Читать книгу Laberintario - Sebastián Rodríguez Cárdenas - Страница 13

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LABERINTO 2

Era increíble que existiera un mundo distinto al mundo que habitaba, que el tiempo y el espacio no se suspendieran cuando se entregaba al sueño y que no hubiese ningún puente entre sus pensamientos y su realidad, como no fuera la consciencia de su insignificancia y de su angustia.

Le sudaba la frente y la visión se le nublaba. Ataques de ansiedad: sempiternos pero momentáneos. Se preguntaba cómo sería tener los ojos claros. Eran más sensibles a la luz y él no podía evitar pensar que los colores serían más brillantes a través de unos ojos más dóciles.

Se reía a veces porque esos mismos ojos dóciles concentraban una mirada de espanto continuo. Imaginaba cómo olería una mujer de ojos oscuros. Sumergíase —como en los tiempos antiguos— en su propia consciencia e intentaba enseñarse el arte de la armonía de los aromas. La armonía musical era imposible, ya estaba cansado y viejo, pero los aromas le resultaban más vivos con los años, como si pudiese percibirlos con unos ojos claros.

Tenía una fijación por las manos magulladas. Le recordaban a su abuela, esclavizada a los hijos numerosos, y él sentía placer en los sufrimientos cotidianos y ajenos. Sin tomar consciencia de ello, se acercaba a las mujeres de manos frágiles y ojos claros —que aún en la niñez le resultaban inverosímiles— y se quedaba mirándolas, anhelando el olor y el contacto aunque fuera involuntario. Nunca sucedía. Se figuraba que se debía a la capacidad de aquellas mujeres de entrever la luz que se les escapaba a los seres de ojos oscuros, esa habilidad que les permitía mirar a través de las fachadas de los otros. Ellas, por tanto, sabían de inmediato sobre la naturaleza de su fijación, sobre su acercamiento, sobre sus intenciones y, para él, saberse conocido era saberse dominado.

¿Cómo puede un hombre romper las cadenas que no puede ver, a causa de la luz que no penetra en sus pupilas oscuras? Ninguna historia antigua era since-ra, ninguna narraba el método a través del cual los mortales se hacían merecedores de los mitos en sus nombres. Era únicamente literatura: sempiterna, pero momentánea.

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