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Nace Juan Tres Dedos

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En junio, la madre, ya recuperada de su neumonía, fue a dejar a su hijo a la escuela. Mal que mal, allí recibiría, según ella, «una buena ración de comida» y así podría volver a ganarse la vida lavando ropa ajena, en las grandes tinajas que tenía en el patio de su casa. Sintió nuevamente ese molesto dolor en su espalda, pero no le hizo caso.

Sus compañeros de curso le saludaron con gran alegría, preguntándole por qué no había ido a clases. Les mostró su mano derecha cubierta por un mitón tejido por su madre con lana chilota.

«Para que no se te enfríen los muñones», le había dicho. «Y para que no se rían de ti», pensó.

—Tuve un accidente —les contó—, pero ya me estoy mejorando.

Le preguntaron detalles, pero no se los dio.

Después de dos semanas en clases, sus muñones estaban lo suficientemente sanos y duros. Se decidió a no usar más el mitón y se fue a clases sin ellos. Durante ese tiempo se había limitado solo a mirar las pichangas de fútbol y la principal razón para despojarse de ese molesto guante de un solo dedo, era precisamente para volver a jugar al arco. No tenía dominio con los pies, así que siempre lo escogían para ese puesto.

Sus compañeros de clases observaron con curiosidad su mano mutilada y expresaron su asombro, pero ninguno se atrevió a burlarse. Era famoso ya a esa edad por ser un buen peleador, no era camorrero, pero cuando lo buscaban lo encontraban.

Al primer recreo, salieron a la infaltable pichanga contra los del 2°B, —ellos eran el A, porque ya sabían leer y escribir—.

En una de sus atajadas, un lauchero del 2°B se dio cuenta de la falta de los dedos del arquero contrario y corriendo se volvió donde sus compañeros gritando:

—¡Tiene solo tres dedos!

Todos los jugadores del 2°B corrieron hacia el arco, pidiéndole que les mostrara su mano mutilada. Avergonzado, no tuvo más remedio que acceder, lo que originó asombro al principio, para luego dar paso a grandes carcajadas y gritos de «¡Tres dedos!, ¡Tres dedos!», hasta que uno de ellos tuvo la mala idea de bautizarlo «¡Juan Tres Dedos! ¡Juan Tres Dedos!».

Inmediatamente todos los del 2°B gritaron a coro «¡Juan Tres Dedos!, ¡Juan Tres Dedos!».

Enceguecido de rabia y humillación, corrió velozmente hacia el inventor de su sobrenombre y lo encaró.

—¿Así que tú fuiste el chistosito?

—Sí, yo fui, ¿y qué? —respondió el otro, desafiante.

—¡Pelea!, ¡Pelea!, ¡Pelea! —gritaron todos y formaron un círculo, avivando unos a Abel y otros a su contendor. Ambos eran de la misma estatura y fornidos. Abel le propinó de entrada un feroz puñetazo en la nariz a su adversario, ocasionándole de inmediato una hemorragia, pero él también acusó el golpe, sintiendo un terrible dolor en los muñones recién cicatrizados.

Se percató de eso su rival y contraatacó con furia, trenzándose ambos en un ir y venir de puñetazos y un revoltijo de sangre, hasta que logró conectar el golpe decisivo que dio con su rival por el suelo, desde donde se levantó llorando y emprendió la retirada. Todo el 2°A corrió a abrazar a su compañero gritando: «¡Campeón!, ¡Campeón!». Abel contuvo las lágrimas y aguantó el dolor de sus muñones destrozados hasta llegar a su casa. Se escondió en su pieza, donde —en ausencia de su madre, quien había ido a entregar un lavado— lloró, más de rabia que de dolor. Logró calmarse con una mezcla de serenidad y resignación. Sabía que el maldito sobrenombre lo acompañaría en la escuela, pero estaba dispuesto a enfrentarse a cualquiera que se atreviera a usarlo.

Para que su madre no notara sus heridas sangrantes, vendó su mano y se calzó nuevamente el mitón.

—Es que me duele un poco con el frío —le dijo.

No fue necesario volver a trenzarce a golpes por esta razón. Nadie lo llamaba por el apodo en su cara. Sin embargo, en su ausencia se referían a él como Juan Tres Dedos y el lo sospechaba, pero no le importó. Se había hecho respetar.

Ignoraba entonces que este sobrenombre lo acompañaría toda su vida. Más de alguno, en sus correrías de adulto, daría con su humanidad en el suelo por atreverse a decirle así. Al igual que cuando niño, sabía que todos usaban ese mote a sus espaldas. Incluso, muchos creían que Juan era su verdadero nombre y así se dirigían a él. Sabía que era una confusión y no se molestaba.

Juan Tres Dedos

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