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III- Vivienne Westwood

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El día que Marina volvió a ver a Gonzalo comenzó muy temprano. Se levantó a las siete de la mañana porque tenía que estar a las nueve en el estudio fotográfico de Vicky Levín y le gustaba alimentar su fama de modelo puntual. Hacía una semana que no veía a Max (había viajado a Chicago para comprar el nuevo software de su empresa), pero no tenía tiempo de extrañarlo con todo el trabajo pendiente: el lunes, shooting para la cover de Para Ti; el martes, desfile de Laurencio Adot en el Hall Buenos Aires; el miércoles, producción para Elle; y hoy, el fitting y la primera sesión de fotos para la publicidad de Moschino. Para colmo, esa noche se reunían en la Age para festejar Halloween. Va a estar lleno de brujas, se dijo pensando en sus amigas.

El propio Moschino la había elegido para ser una de las imágenes de la nueva campaña que se iba a difundir no solo en Argentina sino también en Europa y Estados Unidos. El diseñador había visto sus fotos en el composit de la agencia Ford y la pidió inmediatamente. Que el resto del equipo (fotógrafa y demás modelos) también fuera argentino era una muestra de extravagancia de Moschino o un intento de reducir los costos de producción.

Pero a Marina no le interesaba demasiado la razón. Sabía que este podía ser su trabajo más importante hasta el momento y lo iba a saber aprovechar. Ese día había amanecido fresco y resolvió no llevar el vestido floreado Azzedine Alaïa que había pensado ponerse. Dudó un instante y finalmente se decidió por un tailleur Chanel de pantalón y saco gris elefante que el propio Lagerfeld le había regalado cuando modeló para Chanel en el Palace Montfleure de París.

Desayunó un café, dos tostadas con queso untable, un jugo de naranjas y dos aspirinas. Se miró al espejo: estaba demasiado formal. Se sacó el tailleur y se puso un vestido estilo Morticia largo hasta los pies pero colorado, bastante escotado y de mangas largas, con una pequeña cruz bordada a la altura del abdomen. Era un vestido Vivienne Westwood que a ella le gustaba especialmente. Pero cuando se acordó de que pensaba ir caminando desde su departamento al estudio (apenas cinco cuadras por la avenida Libertador) pensó que iba a ser más cómodo y menos llamativo el tailleur Chanel. Volvió a cambiarse y dejó el Vivienne Westwood para la Noche de Brujas.

Salió de su casa a las ocho y media pasadas sin una gota de maquillaje y con unos zapatos Maud Frizon que tenían una hebilla en forma de rosa. Caminó por la avenida con la fuerza de quien va con viento a favor. Era un breve trayecto: el estudio de Vicky Levín quedaba en Callao, a pocos metros de Libertador. Al llegar a esa esquina no pudo evitar recordar su primera visita a Buenos Aires, cuando tenía cinco años y la abuela la había llevado al ahora inexistente Italpark. Se habían pasado todo el día en el tren fantasma y en el laberinto de los espejos con su hermana Eva y su abuela Teresa. Fue su último (y casi único) recuerdo de Buenos Aires. Esa misma noche viajaron hacia la ciudad de México.

A Marina no le gustaba recordar su infancia. No creía en la nostalgia de esos tiempos. Agradeció tener veintidós años y poder vivir todo lo que estaba viviendo. Relacionaba la infancia con el no comprender lo que ocurre, con el tener que depender de los demás, con todos los terrores que la habían acosado. La adultez era para ella lo más parecido al paraíso que se podía concebir: todos y cada uno de los placeres comenzaron una vez que fue desarrollando su cuerpo tan admirado y envidiado.

En el estudio solo estaban Vicky, sus asistentes y el equipo de producción de Moschino en Buenos Aires. Todavía no habían llegado ni el peinador ni los otros modelos. Junto con la productora y la vestuarista revisaron la ropa y en menos de quince minutos ya tenían decidido qué iba a usar en la primera tanda de fotos. No era mucho realmente: unas bermudas y una remera ajustada Moschino, unas medias bucaneras Dim, unos zapatitos J. M. Weston, y un juego de ropa interior Scandal. Cuando ya estaba vestida para la foto aparecieron los otros tres modelos: dos adolescentes de no más de quince años (un chico y una chica que entraron riéndose a carcajadas) y Gonzalo.

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