Читать книгу El propósito no era lo que yo creía - Sharoni Rosenberg - Страница 10
ОглавлениеCapítulo II
La felicidad
El propósito de los seres humanos es la eudemonía” Aristóteles.
Existen cientos de miles de libros y autores que hablan sobre la felicidad. Desde siempre es un tema que ha obsesionado a filósofos, ensayistas, dramaturgos, y poetas. Existen miles de textos que hacen alusión a ella como tema principal y lo interesante es que, en mayor o menor medida, gran parte de ellos vuelve al origen del concepto, remontándose a la Antigua Grecia. En esa época se hablaba de dos tipos de felicidad2: el hedonismo, y la eudemonía.
La palabra hedonismo es de origen griego, y se compone por el prefijo hedone (placer) y el sufijo ismoque (doctrina). Como bien lo dice su nombre, consiste en una doctrina filosófica que coloca al placer como el bien supremo de la vida humana. El hedonista siempre busca acercarse al placer y alejarse del dolor.
Si bien fueron los griegos quienes mayormente desarrollaron el concepto, esta doctrina se origina incluso antes. Los antecedentes se remontan a la escuela filosófica Chárvaka, en India del siglo XI a. C., tiempos en los cuales postulaban que la felicidad existía en la medida en la que se pudiese pasar la mayor cantidad de tiempo disfrutando de los placeres sensoriales. Como ejemplo, hablaban del goce que les generaba una deliciosa comida, la compañía de jóvenes mujeres, el uso de finas ropas o de exquisitos perfumes. Para ellos, nada que implicase deprivación o penitencia contribuía a este tipo de vida3. Por lo mismo, Aristóteles consideraba que una vida hedónica, meramente basada en el placer personal, era primitiva y vulgar.
o, la felicidad es sinónimo de placer.
Este estilo de vida suele parecer atractivo para muchos, al menos a primera vista. Pero como dice Aristóteles, más que una vida feliz, es una vida fácil. Además, si bien puede ser un fin en sí mismo, no es estable en el tiempo, tampoco es algo propio del hombre (cualquier animal puede sentir placer) y muchas veces no depende de uno –características que para él son fundamentales acerca del propósito humano--. Por eso Aristóteles la desechó como opción filosofía de la felicidad, eligiendo la eudemonía en su lugar.
Eudemonía
Bienestar, florecimiento, plenitud o felicidad plena
Esta palabra —difícil de deletrear, pronunciar y entender— etimológicamente se compone de las palabras eu (bueno) y daimon (espíritu), y hace referencia al bienestar, que incluye tanto la felicidad, vista como placer sensorial, como la plenitud, entendida en su dimensión espiritual.
Este término atraviesa toda la Antigüedad Clásica y queda rezagado durante la Edad Media (época en la que impera casi sin contrapartida el dogma católico), pero aparece de nuevo cuando el sistema de pensamiento del catolicismo medieval se fisura —entre los siglos XII y XIII— y surgen los primeros filósofos humanistas del Renacimiento, situando al ser humano al centro de la vida. Esto último no supone negar la existencia de Dios, sino que es una relación no dogmática con la fe. A partir de ahí, la idea de felicidad es incorporada al repertorio filosófico del pensamiento ilustrado: Jean-Jacques Rousseau, Diderot, Kant, Condorcet, todos sostienen la idea de la perfectibilidad de la persona, esto es, que la humanidad puede, progresivamente y a través del uso de la razón, dirigirse hacia su propia perfección: la eudemonía.
Consiste en una vida bien vivida, tanto para uno como para quienes nos rodean. Es aquella felicidad propiamente humana, que no solamente nos invita a vivir una vida placentera desde lo sensorial, sino que también incluye el bienestar en su dimensión más espiritual. Se trata de una felicidad que da sentido a nuestras vidas4, en la cual no basta con procurar mi propio bienestar, sino que va más allá.
Si la felicidad hedónica se reduce a un sentirse bien, la eudemonía se define como ser y hacer el bien.
La eudemonía transcurre en el hacer, en la experiencia humana en relación a nosotros y a los demás. Radica en nuestras acciones virtuosas y no en el mundo de las ideas, como afirmaba Platón. Somos felices cuando somos justos, solidarios, generosos, tolerantes, promovemos la igualdad, la belleza y, sobre todo, el amor y la bondad.
No basta, por lo tanto, saber cuál es el fin último de los seres humanos, sino que lo importante son las acciones que emprendemos para llegar a él. Pero no cualquier tipo de acción, sino que debe tratarse de aquellas virtuosas que nos conducen a obrar correctamente.
Aristóteles piensa que una vida virtuosa no es algo reservado solo a aquellos personajes importantes que ostentan cargos de poder o que han logrado grandes hazañas. En su concepto, cualquier forma de servicio a los demás tiene la potencialidad de ser una actividad acorde con la virtud.
Para el filósofo griego la eudemonía es un fin en sí mismo: es el bien supremo de la vida. Es aquello que las personas escogen antes que cualquier otra cosa, a diferencia, por ejemplo, de la riqueza, el éxito profesional o el poder, que son deseados como medios para alcanzar ese fin, pero no como fines en sí mismo. Este tipo de felicidad, cuando está presente, nos hace sentir completos, es decir, que en cierta medida estamos viviendo de la manera que hemos de vivir. Como si sintiéramos una certeza profunda de estar haciendo lo correcto y estar transitando por el camino que es propiamente nuestro.
A diferencia del mero placer, la felicidad que proviene de la eudemonía tiene un efecto duradero, pues es un estado que se mantiene en el tiempo. Alcanzarla requiere de un proceso de reflexión por el cual integramos acontecimientos que ocurren en distintos momentos, pero que dotan de sentido a nuestra vida, aunque haya esfuerzo o dolor de por medio5. Por ejemplo, una persona que está haciendo un doctorado muy exigente, en un país extranjero, sin dominar bien el idioma y que por eso tiene que esforzarse dos o tres veces más para estar a un nivel aceptable, decide tomar este camino que es mucho más difícil que estudiar en su propio país por la satisfacción que le genera el alto nivel de exigencia académica pues lo considera mucho más formativo, además del hecho de vivir en otro país.
Quizá lo que más distingue a la eudemonía de otras formas de concebir la felicidad, es que trasciende al individuo mismo. Supone esa necesidad de amar o entregarse más allá de uno mismo, de lo físico o lo que puede ser comprensible a través de la razón.
Por eso mismo, Aristóteles consideraba que la eudemonía era la auténtica forma de felicidad, la más noble y honorable de todas.
Lamentablemente, a partir del siglo XX este concepto desaparece como tal, y la felicidad queda más bien reservada a la esfera de lo individual, en el sentido de una relación armónica del sujeto con el mundo, basada en la satisfacción de necesidades y en el placer.
En la sociedad de consumo en la que vivimos, existe una mayoría que tiene como prioridad satisfacer sus necesidades y deseos personales, y sin que el bienestar de los demás sea relevante para alcanzar su cometido.
El gran problema con este estilo de vida, es su extremismo conceptual, pues relaciona equivocadamente las nociones de placer y dolor: asimila al esfuerzo con el dolor, y al ocio con el placer6, como si fuese imposible encontrar satisfacción en el esfuerzo o hastío en el ocio.
Esto hace del consumista un esclavo del mundo con un ideal de felicidad que finalmente se ve truncada, pues este tipo de vida no conduce a la verdadera felicidad. Un estilo de vida con estas características representa un problema, o al menos un desafío para la sociedad actual, pues un tipo de vida así no conduce a un mayor bienestar individual, ni contribuye a construir una sociedad mejor.
¿Qué dice la ciencia?
Si bien la idea de eudemonía me parecía bastante coherente con el tipo de felicidad que buscaba, era importante entender qué decía la ciencia más reciente para lograr obtener una visión completa de lo que estaba aprendiendo y así poder confirmar todo aquello que señalaban los griegos. Veamos, a continuación, lo que señalan distintas ciencias al respecto.
Psicología humanista
El psicólogo humanista Abraham Maslow (1908, Brooklyn) desarrolló el concepto de la felicidad a la luz de las necesidades humanas. La jerarquía, representada en la forma de una pirámide, sitúa las necesidades humanas desde las más básicas a las más elevadas. Para construirla, parte de la premisa de que todo sujeto que puede desarrollarse libre y armoniosamente en su vida (considerando el contexto político y social del entorno), busca naturalmente satisfacer sus necesidades.
Cada necesidad es representada por un nivel en la pirámide, y el ascenso se puede ir logrando a medida que nos vamos desarrollando física, psicológica y espiritualmente7. Las necesidades fisiológicas —también denominadas necesidades básicas— predominan en la infancia y la primera niñez. Las necesidades de seguridad, pertenencia y autoestima, llamadas intermedias, prevalecen en la última etapa de la infancia y en la primera etapa de la edad adulta. Y las de autorrealización y trascendencia —llamadas más elevadas o espirituales— aparecen en la edad adulta8.
Maslow tenía claro que los seres vivos buscamos preservar nuestra vida, y por eso sitúo la necesidad de sobrevivencia como la más básica de todas9. Pero también sabía que los seres humanos buscamos un crecimiento constante, físico, emocional y espiritual. Ahí radica la importancia de desarrollarnos en todos los ámbitos de la vida para alcanzar lo que, para él, es la verdadera felicidad.
Durante gran parte de su carrera profesional, Maslow postuló que la necesidad más elevada del ser humano era la autorrealización, entendida como la necesidad de las personas de perfeccionar al máximo sus capacidades, incrementando el uso de sus habilidades, fortalezas y potencial en general. No obstante, en la última etapa de su carrera, agregó un nivel más elevado que la autorrealización: la trascendencia.
Agrega que después de satisfacer las necesidades fisiológicas, de seguridad, pertenencia y autoestima, pronto se desarrolla un nuevo descontento o inquietud, que solo se puede superar si logramos hacer aquello que estamos potencialmente capacitados para hacer y ponerlo al servicio de los demás. Como él mismo lo describe, un músico debe hacer música, un artista debe pintar y un poeta debe escribir si quieren estar en paz consigo mismos. Un ser humano debe ser aquello que puede ser10, y luego debe ponerlo a disposición de los demás.
Los trabajos de Maslow se encuentran dispersos en diferentes fuentes. Por esa razón, la gran mayoría de su material no llega a mostrar sus hallazgos sobre la trascendencia, y las imágenes disponibles sobre la pirámide, en general, no llegan a mostrar ese nivel, sino que se detienen en la autorrealización.
Psicología positiva11
La psicología positiva es una ciencia reconocida formalmente hace dos décadas. Tiene por objeto comprender y describir cómo podría cultivarse la felicidad y el bienestar en general en las personas, lo cual la diferencia de la psicología cognitiva, que se centra únicamente en las enfermedades de las personas. Ha sido el área de la ciencia que más ha desarrollado la temática de la felicidad en el último tiempo. Si bien no utilizan exactamente la palabra eudemonía, sí recogen sus principios. Para referirse a ella usan las nociones de bienestar, florecimiento, plenitud, auténtica felicidad o felicidad plena.
Importantes referentes como Martin Seligman, Carol Ryff, Mihaly Csikszentmihalyi y Tal Ben-Shahar, entre otros, han investigado y desarrollado contenidos muy valiosos en relación al bienestar de tipo subjetivo, entendido como la evaluación que la persona hace de su propia vida. Es decir, tendente a determinar cuán feliz uno cree que es12.
El psicólogo y cofundador de la psicología positiva Martin Seligman —quien desarrolló la teoría Perma o del Bienestar13— plantea que la auténtica felicidad es aquello que la gran mayoría de las personas, libres y sin sufrimiento, anhelan para su vida. Para Seligman la felicidad es un fenómeno complejo que se compone de maximizar las emociones positivas (la dimensión hedonista de la felicidad), pero también de otros elementos que se asimilan al concepto de eudemonía, como el compromiso con lo que hacemos, las buenas relaciones, la autorrealización y el sentirnos parte de algo más grande que nosotros mismos.
En esta misma línea, el profesor universitario Tal Ben-Shahar —reconocido como uno de los expertos mundiales en felicidad, y quien dicta uno de los cursos más populares de la Universidad de Harvard— tiene la más profunda convicción de que una vida de florecimiento se alcanza teniendo una vida que contribuya a nuestro bienestar personal y al de los demás14. Para Ben-Shahar, las necesidades básicas, intermedias y espirituales son igualmente importantes. Tanto una persona que no tiene un sustento de vida, como quien vive en absoluta soledad o de manera egoísta, no tienen posibilidad alguna de ser feliz.
Ben-Shahar basa su teoría de la felicidad en dos fuentes: la teoría de Sigmund Freud y su principio del placer, y de Viktor Frankl y su principio del sentido de la vida como principal causa de bienestar y motivación humana, siendo la suma de ambas la verdadera eudemonía. Por otro lado, reafirma que una vida en la cual buscamos trascender, intensifica nuestra sensación de placer en todo lo que hacemos.
Las neurociencias
El concepto de eudemonía encuentra su explicación más racional en el funcionamiento de nuestro propio cerebro. Distintos estudios del área de las neurociencias han logrado demostrar que el cuerpo humano tiene la capacidad de liberar, básicamente, cuatro tipos de hormonas que contribuyen a que nos sintamos felices: las que promueven nuestro bienestar individual, dentro de las cuales se encuentran las endorfinas y la dopamina, y las que promueven el bienestar colectivo, entre las cuales se encuentran la serotonina y la oxitocina.
Estas hormonas son tan poderosas, que cada vez que nos invade una emoción de alegría, es muy probable que se deba a que una o más de ellas circulan por nuestras venas. En cuanto a la duración de su efecto, difieren entre ellas: mientras las individuales son descargas muy intensas y cortas, las colectivas son duraderas y nos permiten alcanzar esa sensación de bienestar más estable y permanente en el tiempo, algo propio de la eudemonía.
Ahora que hemos profundizado en lo que significa la felicidad y sus dos grandes dimensiones, la pregunta que tenemos que hacernos es: ¿hemos estado buscando el placer o la eudemonía?