Читать книгу El propósito no era lo que yo creía - Sharoni Rosenberg - Страница 5
ОглавлениеPor qué escribí este libro
Antes de adentrarnos en el universo del propósito, con todas sus facetas y complejidades, quisiera contarles por qué escribí este libro, con el cual espero acompañar a todos aquellos que quieren avanzar en su camino de autoconocimiento y búsqueda de su lugar en el mundo, para así lograr vivir una vida un poco más consciente y feliz.
Crecí escuchando que ganar mucho dinero, destacar, ser reconocido y mejor que los demás era lo que nos hacía exitosos. Pero, para mí estas razones no han sido nunca las que me han motivado a levantarme por las mañanas. Aunque, no me malinterpreten. Esto no quiere decir que no me guste hacer bien mi trabajo, desarrollarme profesionalmente o tener un sueldo a fin de mes. Me agrada todo eso y no tengo intención de renunciar a ello.
Sin embargo, revisando mi historia personal, me he dado cuenta de que todas esas cosas han sido más bien un medio que un fin. Y que los momentos de mayor felicidad han tenido mucho más que ver con mi relación con los demás, que con los bienes materiales o con los logros estrictamente personales. Puedo decir que he experimentado mucho más el sentimiento de felicidad entregando que recibiendo, cuando, por ejemplo, he logrado mejorar en algo la vida de otros o hacerlos más felices, aunque sea algo muy menor o por tan solo un momento.
Pero descubrirlo me llevó un largo tiempo.
Cuando somos jóvenes pareciera importarnos más lo que sucede afuera que adentro de uno mismo. Nos atormenta el qué dirán, cumplir con las expectativas de nuestros padres, sentirnos parte de un grupo, reconocidos y aceptados por otros, etc. Pero a medida que vamos entrando en la adultez muchos comenzamos a experimentar vivencias que nos hacen querer mirar para atrás, preguntarnos cómo llegamos aquí y hacia dónde queremos ir. Esta evolución y mayor madurez, nos lleva a hacernos preguntas que nos sacan de la inercia o del piloto automático del que estábamos acostumbrados hasta ese momento. Este fue mi viaje antes de llegar aquí.
A mis treinta y un años, yo era lo que se suele llamar una persona “exitosa”. Tenía tres hijas preciosas, un marido que amo, un buen trabajo y en general un buen pasar. Sin embargo, sentía una disconformidad profunda que no me dejaba tranquila. Había algo que me hacía sentir incompleta, como un sujeto dividido. Sentía que no estaba haciendo todo lo que yo podía hacer en la vida y tampoco todo lo que quería hacer. ¿Qué tenía que cambiar? ¿Cómo tenía que vivir? ¿Por qué me sentía así?
Como dice León Tolstói en Confesión, estas preguntas existenciales muchas veces aparecen en personas que aparentemente tienen una vida resuelta. Otros, con el inicio de la temprana adultez o al enfrentarse a sus últimos años de vida.
Estaba a punto de resignarme a llevar esta vida “feliz” y entonces me encontré con el propósito.
Una llamada telefónica
Hace cinco años estaba organizando mi cumpleaños número treinta y dos, cuando sonó el teléfono. Era Pablo, un amigo con quien había trabajado una década atrás en proyectos sociales de la Fundación Techo, que se dedica a la erradicación de campamentos, entre otras cosas.
Hacía mucho tiempo que no conversábamos, así que nos pusimos al día durante un rato, hasta que fue al tema que le interesaba hablar conmigo. Me habló del concepto de propósito y cómo se estaba formando un nuevo movimiento a nivel mundial que estaba promoviendo a las compañías que junto con obtener ganancias además son buenas para el mundo, conocidas como Empresas B.
En ese preciso momento, un universo completo se abrió ante mí. Aún no comprendía bien lo que significaba la palabra propósito, pero sentía que era el principio para encontrar muchas de las respuestas que estaba buscando.
Después de la llamada de Pablo, se produjeron una serie de hechos similares y comenzaron las sincronías. Empezaron a llegar solicitudes de asesorías legales para este tipo de empresas e invitaciones para participar en el movimiento liderado por Sistema B1. También me pidieron formar parte del equipo que busca promover el proyecto de ley que reconoce a este tipo de sociedades —la ley de Sociedades de Beneficio e Interés Colectivo (BIC)— y asistí a encuentros regionales en Lima, Puerto Varas y Mendoza, entre otras cosas. En ese entones yo decía que sí a cualquier invitación en este ámbito. Quería explorar, conocer, compartir con gente distinta, con la que sentía que hablábamos el mismo idioma. Ahora pienso que quizá las oportunidades siempre estuvieron ahí, solo que a partir de ese momento me volví consciente de lo que quería, pude identificarlas y me atreví a tomarlas.
La transformación
A medida que fui avanzando en este camino, empecé a sentir que ya no me importaban las mismas cosas que antes o, al menos, no de la misma manera. Si bien estos cambios no eran evidentes para quienes me rodeaban, para mí eran muy profundos y me hacían pensar que algo inédito estaba emergiendo. No era que estuviera naciendo una nueva persona, por el contrario, era como si por primera vez estuviera apareciendo mi verdadero yo.
Los valores fundamentales que siempre tuve se reafirmaron y varias de mis prioridades comenzaron a cambiar. Por supuesto que soñaba con contribuir a una sociedad más justa, en la cual todos pensáramos tanto en el bien común como en el propio, pero recién entonces tuve la valentía de tomar decisiones que me permitieran efectivamente hacer algo al respecto. Ahora sí estaba dispuesta a abandonar mi carrera como abogada tributaria para aventurarme en un área menos rentable o glamorosa y que estuviera relacionada con promover esta nueva forma de hacer empresa. Siempre sentí la curiosidad de hacer otras cosas, y ahora tenía el coraje necesario para tomar las decisiones que me llevarían a eso.
Estas transformaciones también se produjeron en el plano de mi vida social. Las intenciones de las personas pasaron a ser más importantes que sus acciones, y eso me llevó a valorar mi entorno de manera distinta. Ya no miraba tanto lo que las personas hacían, sino que me preocupaba más saber por qué lo hacían. Al mismo tiempo, me era cada vez más difícil permanecer indiferente ante el cinismo o la falsedad de algunos. Abandoné entonces viejas amistades que sentía superficiales y poco auténticas. Comencé a evitar encuentros sociales por deber, y me centré en aquellos que sí me interesaban realmente. Me volví más empática y dejé de ser la mujer que siempre hablaba. Ahora prefería escuchar. Los chismes sobre la vida de los demás ya no me parecían entretenidos. Incluso se me empezó a hacer difícil juzgar a las personas, cosa que antes me salía fácilmente. También debo reconocer que me obsesioné un poco con el asunto del propósito. Algunos amigos me decían que me había vuelto aburrida, que si no hablábamos de eso, no tenía interés en participar.
Las cosas más simples de la vida pasaron a ser las que más disfrutaba: una buena conversación con mi abuela, despertar con una de mis hijas en la cama, o el calor de los primeros días de primavera. Me enamoré de la naturaleza, planté mi propio jardín, hice una huerta y un sistema de compostaje. Si estaba triste o desanimada, ya no necesitaba ir a comprarme algo, cuidar mis plantas era más que suficiente. Poco después, comencé a meditar. Esto era algo que siempre vi muy lejano y que nunca me había llamado la atención. Fue difícil al principio y, a pesar de que no entendía mucho cómo funcionaba, sentía que me hacía bien y me permitía conectarme conmigo misma.
Estar sola ya no me provocaba angustia como antes, de hecho, lo comencé a disfrutar y me atreví a viajar sin compañía por primera vez desde que me había casado. Descubrí la potencia de la lectura como una fuente de aprendizaje del mundo. De hecho, todo lo que les voy a compartir en este libro tiene que ver con ese descubrimiento. La lectura se transformó en mi método de educación permanente.
Al haber vivido fuera del país y pertenecer a la religión judía, el tema de la diversidad era importante para mí, pero ahora lo veía más claro que nunca. No se trataba de tolerar o respetar a los demás, sino de celebrar las diferencias como un aspecto central en la riqueza de las relaciones. Mientras más diverso era mi entorno, más lo aprovechaba, y encontré en la explicación espiritual de la vida (no religiosa) la respuesta a esa necesidad de unión con todos los seres humanos.
A medida que pasaba el tiempo, de alguna manera me empecé a beneficiar de esta forma consciente de ver la vida. Me volví más perceptiva, creativa, y mi motivación aumentaba cada día. Tenía una gran energía, no veía límites para mis sueños e ideales. Y así nacieron muchos proyectos nuevos que antes jamás hubiese imaginado hacer.
Desde entonces, se podría decir que la satisfacción de mis propios intereses dejó de ser la guía de las decisiones y acciones que emprendía. Comencé a verme como una intermediaria de algo más grande, difícil de describir, y no necesariamente aprehensible por la estricta razón. Era más bien como un acto de fe. Pero que no se malentienda, un acto de fe en el sentido de que existe una aceptación de que hay algo más grande que es causa de la vida y que nunca lo podremos realmente comprender. Algunos se refieren a esto como Dios, pero a lo largo de este libro me referiré a esto como un sentimiento oceánico, tal como lo definió Romain Rolland hace un siglo atrás.
Quizá el mejor regalo de todos fueron las nuevas y profundas amistades que surgieron. Creía que, a estas alturas de la vida, ya no se formaban relaciones muy verdaderas, pero estaba equivocada. En el mundo social o del propósito se usa mucho conectar a personas desconocidas que compartan intereses. Entonces empecé a tener “citas” con gente que, de otra manera, jamás hubiese conocido. Bastaba con un encuentro para que se generara un vínculo, el que luego daba lugar a proyectos o cualquier otro tipo de sinergia. Era como si nos conociéramos desde siempre, por el solo hecho de compartir un propósito.
Más tarde, leyendo a Abraham Maslow volví a sorprenderme al ver que en su teoría Z (de la cual hablaremos más adelante) describe esta secuencia de cambios o transformaciones. Son veinticuatro en total, pero la que más me impresionó fue aquella que se refiere a la amistad. Esta última dice que las personas que buscan trascender en la vida “parecen de alguna manera reconocerse mutuamente entre ellos y llegar a una intimidad casi instantánea y a un entendimiento mutuo, incluso desde el primer encuentro”. Me di cuenta de que Maslow describe cada una de las cosas que me habían pasado, lo que permitió corroborar que finalmente no era tan diferente y que también le ocurría un proceso similar a muchas otras personas en todo el mundo y desde hace largo tiempo.
El camino de propósito es un punto de partida para alcanzar una mayor claridad sobre aquellas elecciones que hacemos a lo largo de la vida, pero por sobre todo para aprender a elegir aquello que realmente nos importa a nosotros. Es una forma de organizar nuestra vida, de redirigir nuestras expectativas, nuestros valores o lo que consideramos un éxito o un fracaso y, lo más importante de todo, qué es lo que necesitamos para ser plenamente felices. |
Al finalizar este recorrido es probable que experimentes una transformación que te permitirá, entre otras cosas, cambiar tus valores y la forma en la que narras la historia de tu vida. Lo harás de manera consciente, aprendiendo que el camino de propósito es un proceso, no un resultado… y puede llevar meses, años o la vida entera.
¿Lograré ser el héroe de mi propia vida? o será otro quien ocupará este lugar”. Charles Dickens, David Copperfield.