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CAPÍTULO I Planeta tierra. argentina – provincia de tucumán. año 1974

“Yo sé cómo sacar a estas señoras de acá”; se escuchó decir al alto mando Internacional Ejecutivo, en su mismísimo lugar de trabajo. Un distrito militar, perdido en la selva tucumana. Rápidamente tomó a la niña de doce años cargándola bajo sus brazos y emprendió la fuga como si él fuese quien debía huir.

Ninguno de los intrusos fue ultimado ante tal acometido. Época de revueltas. Época de enfrentamientos de poder.

2 horas antes

El colectivo transportando a escolares de primaria –séptimo grado –, desvía su curso de antemano adjudicado para alojar al grupo de niños en viaje de egresados, que, como ya se le dio a saber al lector, eran egresados de primaria.

Luego las maestras, informarle al grupo la inesperada noticia de que vivirían una aventura, obligan al chófer a desviar hacia los cerros tucumanos a ingresar con determinante decisión a todo al distrito militar perdido entre esos cerros, en los que se libraba una dura batalla contra grupos montoneros y otros diversos grupos de guerrilla.

La justificación de las señoritas ante lo atónito del Alto mando frente a la inesperada sorpresa, no fue ni más ni menos que el Gobierno a última hora decidía que los niños y niñas del grupo en vacaciones de estudio, debían compartir las barracas colectivas con militares y conscriptos para avivarlos un poco.

2 horas 20´ después

El alto mando Internacional, corrió desesperadamente con la niña bien aferrada bajo sus brazos hacia uno de los caminos ascendentes a los cerros, utilizado por su batallón para realizar maniobras.

Tal como predijo, las señoritas con su alumnado salieron cagándose de risa vencidos por la curiosidad a perseguirlo, iniciados por las señoritas en vaya viveza de aventurita.

15´ después

En su inocencia la niña forcejeó brutalmente hasta poder escapar, viéndose obligado el militar para recuperarla, jugar al atajo hasta por fin volver a dar con ella.

El joven uniformado con tal alto cargo, no era más que eso, un jovencísimo de 24 años, alto y rubio venido de Rusia; sin embargo también era un rey, del cual nunca llegó a saberse de qué reino.

El sabor a guerra, el olor a sangre, el momento crucial entre el valor o el miedo, hicieron que este joven militar reavivase ferozmente y ferozmente y no había otra manera, ante el valor de la chiquita, el amor por ella misma.

En un claro de la foresta y vaya a saber por qué, el joven militar tenía estacionada una F-100 celeste aluminio. Entrando a la caja de la camioneta, tirando a la pequeña sobre su ancho asiento violeta, comenzó a violarla, y dándole golpes para mantenerla despierta, le suplicaba “chiquita no te mueras, chiquita no te mueras”. No la violaba con intenciones de lastimarla. Su furia le agradaba como amor. Lastimarse él, y con la sangre de ambos construir dos banderas, la de ella, la de él; levantar dos banderas de guerra que serían una sola, él y ella unidos (¿en qué guerra?) para siempre. Era su intención.

Noviecito Osea y doce cuentos para leer despierto

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