Читать книгу Noviecito Osea y doce cuentos para leer despierto - Silvia Pic - Страница 6

CAPÍTULO IV Año 1978 – Ciudad de Rafaela – Provincia de Santa Fe

Оглавление

Para la niña, como recuerdo de aquel viaje el ejecutivo quedó, como el ejército que los salvó de las pretensiones promiscuas de las señoritas.

Ahora ya estaba en la secundaria, y ya en forma avanzada, pero para ella sus años no habían cambiado mucho con respecto a aquellos años en Tucumán en lo referente al sexo. Todas las mañanas mucho antes de las 8 tomaba su mini-bicicleta roja de Vietnam, y por calle Brasil derecho pasando por la Sociedad Rural de Rafaela, se dirigía a sus horas de gimnasia.

Pero frente a la Sociedad Rural tenía que presentar todos los papeles en orden de su mini-bicicleta roja de Vietnam a un alto mando internacional, que también todas las mañanas le hacía control vehicular.

La niña no reconoció que este alto mando internacional no era sino aquel del incidente tucumano. Pero eso sí, lo seguía viendo como el cincuentón loable, lleno de respeto y no como el veinteañero que le hizo vomitar más de la mitad de la masa encefálica. Ahora bien, ella ya se veía tal a su realidad. Tal vez esto se haya debido a que ya se acercaba en su metamorfosis a parecerse a lo que sería a sus 22. Sí, seguramente por ello. Indudablemente he ahí lo cierto.

Sucedió que un día después de revisar uno por uno todos los papeles de la mini-bicicleta roja de Vietnam de la niña; el alto mando hace un agregado a uno de ellos.

Al llegar a su casa, dado que la niña vivía en la ciudad de Rafaela, ciudad llamada la perla del Oeste, revisando el orden y la prolijidad de sus papeles aprontando todo para evitar complicaciones al día siguiente; descubre que el agregado hecho en uno de los papeles por el alto mando decía “Agregar novio”. Tranquilamente la niña saca su lapicera Parker de su canopla y escribe “¿Agregar novio? ¿Con la edad que tengo? ¿Agregar novio qué? ¿O sea?”

A la mañana siguiente se observa una amplia sonrisa en el rostro del alto mando. Sosteniendo los papeles de la niña en su mano izquierda se agacha en doblez de espalda tomándole las dos manos a la niña junto con las suyas y diciéndole “Yo me llamo Osea, así que soy tu noviecito Osea”.

La niña se ahogó en angustia. Quiso pedirle perdón. Decirle que ella no sabía que ese respetuoso señor se llamaba Osea. Que ella no escribió ningún nombre y no menos importante que eso, encima con errores de ortografía para su prolijidad. Que lo que ella escribió por falta de espacio era en forma abreviada un significado. El significado a qué merecía que sobre novio se le dé una explicación. ¿Qué tenía que ver un novio en sus papeles?. Intentaba poder decírselo pero cuanto más se esforzaba a que ¡por favor! que las palabras salgan rápido, más se ahogaba y desmayaba en vergüenza de su impotencia en no poder explicarle.

Como si noviecito Osea no supiese qué fue lo que realmente escribió la niña.

¿Y ahora qué haría? ¿Cómo afrontaría cada mañana frente a un hombre tan honorable como él después de semejante descabellada confusión; cómo decirle que ella no sabía que ese digno señor se llamaba Osea como la pregunta. Era una pregunta, no que ella supiese su nombre, y ese ¿podía ser su novio?

Con la cabeza gacha en su vergüenza las mañanas se sucedían una tras otra sin incluir jamás el tema

Tal vez si él hablase ahora sí podría explicarle que era por cuestión de espacio que no se podía ir en una pregunta en extenso, por eso resumió en una sola pregunta de dos, dos, dos palabras ¿O sea?

Ojalá cuando fuese grande pudiese conseguir un novio como ese. Su admiración hacia él era toda y lamentaba no haber nacido en una fecha próxima a su edad para que un noviazgo fuera posible. Porque lo que ahora sí sabía era que había empezado a pensar en novio y que era a ese hombre y únicamente a él y jamás a ningún otro que hubiera querido conseguir de novio. ¡Tanta era su admiración!

Noviecito Osea y doce cuentos para leer despierto

Подняться наверх