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CAPÍTULO II

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Todo ocurre como una película. Fortísima música de tambores indios de guerra, el paisaje que corría vertiginosamente entre la selva y el claro donde minutos antes había sido violada, porque ¿cómo para sus doce años podía haber complicidad de amor? Todo esto es lo que la niña oía y veía mientras tambaleándose, cayendo y levantándose, arrastrándose e irguiéndose corría vomitando la mitad de la masa encefálica ante el asco de la edad y el sexo sin ni siquiera tener idea que corría en su desesperación entre caídas y vómitos para poder olvidarse de un suceso que cómo podría asimilar. Que ¿A Ella?, ¿A Ella?, ¿cómo le pudo haber sucedido? …las señoritas! Las señoritas y su aventura.

La niña se pierde de su realidad y mientras se arrastra entre las ramas de las selvas ¿para dónde refugiarse? Ya no se ve a ella misma sino que, se ve como de 22 años, y al joven militar que tanto la amaba como para unirla en su bandera; lo veía como a un señor de 56 años.

De los sucesos posteriores, de nada puedo darle cuentas al lector porque de nada pude informarme muy a pesar de mis indagaciones sobre ello. Pero el caso es que prontamente encontraríamos a los dos protagonistas de mi relato paseándose en un tanque de guerra por caminos y caminos de todos los posibles, todos de los enmarañados cerros de la selva. La niña se reía y decía que no podía ser. El militar le hablaba sobre él y ella y la niña siempre reía y decía que no podía ser.

Al militar no se le podía escapar que para la niña, la había conocido en su viaje de egresados de primaria.

Así que recurría a su completa cultura para causarle la mejor de las mejores impresiones sobre él a su amada, intercalando enseñanzas didácticas sobre topografía, fitología, etnia y todos los temas posibles, que le regalasen a la escolar el mejor de los recuerdos sobre lo educativo de su viaje de estudios, intercalando con su conversación sobre él y ella, que a cada retorno, la niña repetía sus risas y un no puede ser.

Noviecito Osea y doce cuentos para leer despierto

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