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¡HOLA, CEREBRO!

UNA OJEADA A TU MASA DE LOCURA DE 1400 GRAMOS

No confío en nadie que no sea un poco neurótico.

MOHADESA NAJUMI

Estamos a punto de embarcarnos en un viaje por el cerebro para entender por qué en lo relativo a ser un deportista, ese amasijo de 1400 gramos que tenemos sobre los hombros no es solo nuestro mejor amigo, sino también nuestro peor enemigo. Si tienes la capacidad de retención de una pulga, este es el resumen práctico: a lo largo de millones de años, el cerebro humano se ha configurado para protegerse del daño. Se pondrá a cien y llamará la atención para advertirte de que algo va a ocurrir, y se le han concedido antiguos poderes para estar seguro de que le prestas atención. Sin embargo, lo que las partes antiguas del cerebro no saben es que tú vives una vida mayormente rutinaria. Ya no te ves amenazado por tigres de dientes de sable, y no existe el riesgo de que te aplaste un enorme mamut mientras duermes. La realidad es que la vida moderna en los suburbios conlleva el riesgo diario equivalente a un pellizco en el pezón: molesto, sí, pero no como para hacérselo en los pantalones. El problema es que nadie se ha molestado en contarle esto al cerebro, y por eso reacciona en exceso. Bendito sea Dios. La evolución nos ha permitido caminar erguidos y abrir frascos de mantequilla de cacahuete, todo ello mientras charlamos sobre lo difícil que es clasificarse para el maratón de Boston. Pero al mismo tiempo también nos ha engañado silenciosamente. A menudo nos ponemos a encender velas de cumpleaños con un lanzallamas. Antes de que sepamos qué podemos hacer, expliquemos algo de biología evolutiva y neurociencia para saber antes por qué nos encontramos ante este lío.

Eres un pez fuera del agua

Todos nuestros antepasados fueron nadadores profesionales. De acuerdo, tendremos que utilizar terminología y biología evolutiva, pero los científicos están de acuerdo en que descendemos de los peces. Hablando en términos técnicos, antes de que hubiese agua sobre la Tierra, evolucionamos de una bacteria unicelular, pero esto se está poniendo difícil. Llegamos aquí gracias a los peces. (Si eres un triatleta con tendencia a las pájaras, entonces existe una cruel ironía.) Hace 350 millones de años, armados con aletas y algún tipo de híbrido entre las agallas y los pulmones, los primeros anfibios aletearon y saltaron por las riberas cenagosas. Tenían algún motivo. Nadie sabe exactamente por qué lo hicieron. Tal vez se aburrieron de nadar (puedo estar de acuerdo), o quisieron probar comida que no siempre estuviese mojada. Sea como fuere, debemos dar las gracias a que lo hicieran. Aún tenemos restos de nuestro pasado como peces, como, por ejemplo, el hipo y esa pequeña hendidura en el labio superior. Busca en Google para saber por qué.

Mientras nuestros familiares piscícolas movían el trasero por las orillas cenagosas, pronto se dieron cuenta de que estaban terriblemente mal equipados para moverse en tierra firme. Algo tenía que cambiar. Ahora, gracias al bueno de Darwin, sabemos por qué y cómo ocurrió eso. Eso sí, no fue una transición rápida. Se tardaron treinta millones de años en desarrollar una forma corporal que pudiera reptar de manera adecuada. Ahora los renacuajos lo hacen durante seis meses. Chorradas. Como los niños en nuestros días. Por aquel entonces no solo nos faltaban pulmones y movilidad: también necesitábamos más potencia cerebral para afrontar el nuevo mundo. El cerebro que teníamos era poco más que un tallo cerebral y unas pocas partes básicas, como un cerebelo, una especie de minicerebro que manejaba las cuerdas de nuestros resbalosos nervios y músculos. Aún tenemos un cerebelo, si bien de un nuevo modelo. El cerebelo nos ayuda a coordinar los movimientos físicos y nos permite aprender otros nuevos. Situado por debajo del cerebro moderno, aún se encuentra sobre el tallo cerebral, donde ha permanecido durante millones de años. Parece como si se hubiese enviado al desagradable paso del cerebro. (Para verlo, consulta la ilustración de la página 8.)

Avanzamos otros cientos de millones de años, hacia lo que ahora reconocemos como cerebro humano. Aún tenemos muchas otras partes antiguas del cerebro, como el sistema límbico, por ejemplo. Estas regiones cerebrales antiguas siguen con nosotros porque han demostrado ser muy valiosas para mantenernos vivos y disfrutar de la vida. Hablaremos sobre ello más adelante. Puesto que la evolución nunca se detiene, durante los últimos siete millones de años el cerebro humano se ha triplicado en tamaño. La mayor parte de este crecimiento ha ocurrido durante los últimos dos millones de años. Piensa en ello por un momento. Necesitamos cuatro mil millones de años para que evolucionara un cerebro humano (solo cogimos el buen camino cuando salimos del agua, tan solo hace 350 millones de años), pero la mayor parte del crecimiento y el desarrollo tuvieron lugar durante los últimos dos millones de años. Incluso hasta hace poco, la velocidad de este crecimiento había dejado sin palabras a los científicos.1 Una vez dicho esto, sabed que el cerebro humano se está encogiendo de nuevo. En los últimos 10 000-20 000 años, hemos perdido el tamaño de una pelota de tenis, probablemente porque los humanos se han domesticado y el cerebro se ha hecho más eficiente. Nuestro cerebro también tiene relación con el tamaño corporal, que también se está reduciendo. Esto es difícil de creer a menos que examinemos las tendencias del tamaño esquelético durante miles de años, y no la grasa corporal en los últimos cincuenta años. Si no te asombras por lo que está por venir en los dos millones de años siguientes, entonces necesitas conectar el empollón que llevas dentro.

La ciencia reciente nos ha ayudado a desvelar los secretos del cerebro

Nuestro trozo de carne de 1400 gramos es un conjunto muy impresionante. Durante años, el cerebro humano moderno ha desconcertado a los científicos debido a la complejidad de su estructura y su función, y porque es difícil de manipular sin consecuencias negativas para su dueño. En los últimos años, los nuevos métodos para observar cómo funciona el cerebro han ofrecido a los neurocientíficos una idea mucho más clara no solo de lo que hace este, sino también de cuándo, dónde y cómo lo hace. Por ejemplo, la imagen por resonancia magnética funcional nos ha permitido observar, en tiempo real, dónde fluye la sangre en el cerebro en respuesta a distintos pensamientos, tareas mentales o situaciones. Cuando seguimos el flujo cerebral, seguimos el oxígeno y la glucosa (alimento para el cerebro). El aporte de oxígeno y glucosa es un signo de demanda energética, lo cual a su vez es un signo de actividad neural, por lo que el flujo sanguíneo cerebral nos muestra las partes que trabajan de manera activa. Los estudios con resonancia magnética funcional nos han ayudado a echar por tierra diversos mitos muy difundidos, como la idea de que hay personas cerebralmente diestras y zurdas, por ejemplo, o que solo utilizamos el 10 por ciento de nuestro potencial cerebral. En la actualidad, la ciencia ha demostrado que se trata de tonterías.2

Necesitamos maquillar un poco la ciencia para decir algo importante

Lo que sigue es una enorme simplificación de cómo funciona el cerebro. Hemos simplificado la ciencia no porque queramos confundirte de manera voluntaria, o insultar a tu inteligencia, sino porque necesitamos una forma de pensar en el cerebro (y los trucos que nos hace) que nos facilite resolver los problemas que nos ofrece en la vida real. Una de las mayores simplificaciones es que hemos fusionado la anatomía con la función. La neurociencia moderna ha revelado que estudiar la anatomía del cerebro (las estructuras físicas y su localización) no refleja con precisión la complejidad de lo que en verdad hace el cerebro (su función). Las tareas del cerebro no residen exclusivamente en ciertas zonas. Sin embargo, necesitamos un «modelo funcional» que sea al menos coherente con la ciencia y, lo que es importante, que no niegue la realidad biológica. Nuestro objetivo es la utilidad práctica: queremos que tengas más pensamientos y sentimientos que sean útiles y productivos, y que tengas menos experiencias psicológicas y emocionales que te lleven a hacértelo en los pantalones, tirarte del pelo, huir, avergonzarte o autoflagelarte mentalmente de algún otro modo. Nuestro modelo funcional del cerebro se basa casi exclusivamente en metáforas y analogías, muchas de las cuales ni siquiera son nuestras. Por culpa de la excesiva simplificación, a algunas personas con formación científica llega a irritarlas el uso de estos recursos para comunicar hechos científicos. Nosotros nos mantenemos fieles a esta tendencia porque es una parte integral de la comunicación científica y hemos visto que funciona.3 También es más divertido.

Echemos una ojeada a tu segundo órgano favorito

Si recuerdas las clases de biología del instituto (bueno, no importa), el cerebro tiene tres regiones distintas:

El tallo cerebral conecta al cerebro y al cerebelo con la espina dorsal, y, entre otras cosas, es responsable de funciones involuntarias como la respiración, la frecuencia cardíaca, la digestión, el acto de tragar y los ciclos sueñovigilia. El tallo cerebral no se puede entrenar demasiado.

El cerebelo, o «pequeño cerebro», está situado sobre la parte traviesa del cerebro y es responsable de coordinar los movimientos físicos y determinados aspectos del lenguaje y la memoria. En cierto modo, el cerebelo es entrenable.

El cerebro es la parte más grande del cráneo y comprende los hemisferios izquierdo y derecho. En realidad, es tan grande que para poder caber en nuestro pequeño cráneo tiene que estar plegado y comprimido (la razón por la que parece tan arrugado). Además de todas las funciones «superiores» que nos hacen humanos, como el razonamiento, la emoción, la capacidad de pensamiento abstracto, el aprendizaje, etcétera, el cerebro es responsable de todos los movimientos voluntarios y de interpretar los datos sensoriales que nos llegan. También hace muchas otras cosas. Cada hemisferio del cerebro tiene cuatro regiones o lóbulos: el lóbulo frontal, el lóbulo temporal, el lóbulo parietal y el lóbulo occipital. Aunque cada lóbulo del cerebro tiene un trabajo que hacer, en realidad nunca trabajan aisladamente.

CEREBRO


El cerebro se puede entrenar en gran medida. De hecho, al cerebro le gusta tanto el entrenamiento que busca cosas que aprender, aunque no quieras molestarte en hacerlo.

Profundicemos un poco más. Nuestro cerebro está compuesto de una mezcla de partes antiguas y modernas. El cerebro antiguo se dedica a mantenernos vivos y a convencernos de crear miniyos (entre otras cosas), mientras que el cerebro moderno nos ayuda a pensar y a ser inteligentes. El cerebro nuevo nos permite pensar sobre nuestro pensamiento. A esto se le llama metacognición, y no muchas especies la tienen. Después veremos por qué esto es una estrategia clave para desbloquear tus desechos mentales. En la ilustración de la página 13 se muestran algunas de las regiones cerebrales antiguas y modernas.

No te molestes en aprender los impronunciables nombres médicos, pero echa una ojeada a lo que hacen las distintas partes. Esto es importante porque cuando estás en la piscina preocupado porque se te ve gordo en bañador o te mueres de miedo ante el simple pensamiento de correr tu primer maratón, esta ilustración empieza a explicar por qué. Aunque no sientas nada de eso, bloqueas el ocasional «No quiero parecer una herramienta perfecta», y este esquema da pistas sobre cómo obtener más de los pensamientos y sentimientos que quieres.

¿Por qué mi cerebro no se lleva bien consigo mismo?

El cerebro antiguo y el cerebro moderno discuten mucho. Imagina que tuvieras un guardaespaldas, las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. ¿Sobre qué discutiríais? ¿Sobre lugares a los que quieres ir, pero que tu guardaespaldas considera demasiado peligrosos para ti? ¿Tu guardaespaldas se pone ligeramente agresivo con otras personas? Es solo una de las muchas discusiones que de forma habitual el cerebro antiguo tiene con el cerebro moderno. Otro motivo de discusión sería cómo manejar mejor las molestias durante una carrera, o si deberías engullir de una sola sentada ese bote de mantequilla de anacardos (sí, tú, Lesley Paterson). Tal vez se trata de si deberías gastar 7000 euros en una bicicleta nueva o el sueldo de un mes en una sola competición. Tal vez no tenga nada que ver con el deporte. Podría ser que enamoraras de un chico o chica no adecuados, o que otra persona se aproveche de ti. Tu cerebro tiene mucho sobre lo que preguntarse.

Puesto que las discusiones cerebrales tienen lugar a la velocidad de la luz (gracias en parte al fascículo uncinado), la mayoría de las veces ni siquiera eres consciente de ellas. A menudo terminas viéndote «obligado» a aplicar la decisión que se te impone. Por ejemplo, te encuentras en una situación cómoda; evitas las situaciones que implican presión; compras algo que no te lo puedes permitir; abandonas cuando la cosa se pone difícil; te atracas de azúcar por la noche, o lo que sea. A veces eres muy consciente de la lucha, pero aun así te sientes impotente para controlar la situación. Examinemos una batalla cerebral que los triatletas conocen bien: lidiar con un inicio de carrera en aguas abiertas.

El interior de la cabeza de un triatleta durante un inicio de carreras en aguas abiertas

La primera prueba de un triatlón es la natación, y en el 99,9 por ciento de las competiciones tiene lugar en un lago, océano o río (de ahí lo de agua «abierta»). En un triatlón, todos los participantes empiezan juntos. Si la competición es en verdad grande, los deportistas comienzan junto a otros de su grupo de edad o sexo, pero esto puede significar cientos de personas que se tiran al agua a la vez. Los primeros minutos de cualquier triatlón se sienten como si te hubieran metido en una lavadora. Es difícil ver algo, los brazos y los codos vuelan, tragas más agua de la que seguramente sea saludable, y te olvidas de toda tu técnica y ritmo de respiración. Justo en ese momento, alguien te coge por el tobillo. Después del muslo. Después te golpean dos veces y te obligan a sumergirte. El diálogo entre las regiones del cerebro antiguo y el cerebro moderno es:4

Amígdala (el centro de las emociones) [gritando]: ¡Si vuelves a hacerme eso, acabaré contigo!

Corteza órbitofrontal (que nos ayuda a ver cómo evitar el castigo: la decisión recompensa-castigo): ¡Espera, espera! No le ahogues. ¡No podrás vivir con ello!

Fascículo uncinado (que está intentando decidir entre ser sensato y ser estúpido): Esperad, necesitamos encontrar una solución de compromiso. No puedes ahogar a alguien porque estás en una competición. No podrás vivir con el remordimiento. ¿Qué tal una simple patada en los dientes?

Corteza prefrontal dorsolateral (que solo trata con hechos y lógica): Dejad de ser emotivos. ¿Se trata de la misma persona? ¿Qué daño has recibido? ¿Hay sangre? ¿Corremos el riesgo de ahogarnos? Dadme pruebas. Permaneceré en calma y os haré saber qué vamos a hacer.

Corteza prefrontal ventromedial (que nos ayuda a pensar en los sentimientos de otras personas): Dejad de ser tan egoístas. ¿Dónde está vuestra comprensión? Ellos seguramente también lo están pasando mal, y eso los lleva a ser tan agresivos. ¡Simplemente también están tratando de sobrevivir!

Hipocampo y giro cingulado (que ayudan a regular la emoción, el dolor y la memoria): He consultado los bancos de memoria, esto te ha ocurrido antes y lo has superado. Además, puedes salir bien parado de cosas peores. Nuestros datos muestran que en unos seis minutos el jaleo tiene que cesar. Si persiste, puedes dejar de nadar durante unos segundos y gritarles. Esto suele servir.

Amígdala (el centro de las emociones): Yo no cedo en nada. Limitaos a hacerles daño para que paren.

Ahora tienes toda una serie de cerebros en lucha.

Uno de ellos debe tomar el control. Esperemos que no sea el que quiere ahogar o hacer daño al otro nadador. A veces, el socialmente aceptable, pero retorcido, cerebro se hace cargo de la situación diciendo: «¡Tres fuertes patadas en la cara son suficientes!». A veces, la racional corteza frontal toma el control y dice: «Limítate a apartarte medio metro a la izquierda y todo irá bien». Dependiendo de tu personalidad, es probable que el cerebro izquierdo, que toma las riendas, cambie de parecer. Sin importar el resultado, puedes ver la necesidad de permanecer en calma cuando el caos total irrumpe en tu cabeza. Para los deportistas, esta lucha interna de poder es una importante causa de confusión mental porque genera emociones negativas, distrae de la tarea en curso y casi siempre nos ralentiza. También es una situación muy complicada. Simplifiquemos las cosas. El sistema límbico es el principal culpable del cerebro antiguo. El actor principal del cerebro moderno, y defensor de la sensatez, es la corteza frontal.

En la villa del cerebro siempre hay dos bandos disputándose el control

Cuando se establece el campo de batalla, las distintas regiones del cerebro se ponen en guardia. En un lado tenemos el sistema límbico, y en el otro, la corteza frontal. Antes de que decidas a quién hacer caso, recuerda que se necesitan ambos bandos para mantenerte vivo y sano. Sin embargo, este modelo de cerebro dual es útil, porque pone las bases para entender gran parte de nuestro conflicto interno y toma de decisiones. Echemos un vistazo más detallado:

El sistema límbico incluye todas las regiones del cerebro antiguo: la amígdala, el giro cingulado, el hipocampo y el hipotálamo. El sistema límbico es una máquina emocional que solo reacciona ante impulsos e instintos que experimentas como sentimientos e impresiones. Si el sistema límbico tomara las riendas, no tendrías ningún problema. Serías estúpido como un palo, pero no tendrías que contestar a nadie. Tendrías un cerebro que reacciona. La amígdala y el hipotálamo se unirían para decir qué hacer basándose en los sentimientos y las impresiones. Mediante los recuerdos, el hipocampo se acordaría de que uno se siente bien siendo el rey. Robarías mucho. Eliminarías cualquier cosa. Dirías a la gente exactamente lo que piensas de ellos. Es probable que llegaras a matar. Terminarías en la cárcel. Algunas personas terminan en la cárcel porque sus sistemas límbicos controlan literalmente sus cerebros.

La corteza frontal incluye las partes del cerebro moderno: la corteza prefrontal dorsolateral, el fascículo uncinado, la corteza prefrontal ventromedial y la corteza órbitofrontal. Es mucho más considerada que el sistema límbico. La corteza frontal trata solo con hechos y con lógica, y guía la empatía, el juicio moral y la conciencia social. La corteza frontal es la única parte tuya que puede pensar. Al menos de la forma en que definimos pensar: utilizar la mente para considerar o razonar sobre algo. El resto del cerebro es simplemente una máquina. Cuando piensas sobre quién eres, tus valores, creencias, esperanzas y sueños, es la corteza frontal la que está haciendo el trabajo. En breve, la corteza frontal eres realmente tú. Nos gusta la corteza frontal porque es como nuestro padre: útil, asistente y capaz de tomar decisiones. Sin duda, no sería la primera persona a la que acudiríamos para conseguir tranquilidad emocional, pero es quien probablemente podría ayudarte con tus impuestos y quien sabría por qué tu motor traquetea por un arranque en frío.

Una buena metáfora facilitará seguir e incluso «ganar» la lucha cerebral. Puesto que muchos psicólogos adoptan el modelo del cerebro dual, hay muchas metáforas disponibles. Por ejemplo, algunas hacen referencia al sistema límbico como un «cerebro de lagarto» o «cerebro reptiliano» debido a sus intenciones primordiales. Jonathan Haidt, autor de The Happiness Hypothesis, llama a los sistemas de dos cerebros el «elefante» (sistema límbico) y el «conductor» (corteza frontal).5 Daniel Kahneman, economista que obtuvo el Premio Nobel y autor de Thinking, Fast and Slow, se refiere a ellos simplemente como «sistema 1» y «sistema 2».6 Con mucho, la mejor analogía que hemos encontrado es la del doctor Steve Peters, forense y psiquiatra deportivo británico, que llama «chimpancé» al sistema límbico. Se trata de una excelente metáfora para el sistema límbico, porque un chimpancé suele actuar, tiene rabietas y puede ser bastante perturbador. Pero un chimpancé también puede ser tranquilo, somnoliento, adorable y juguetón. Y, lo más importante, un chimpancé nunca quiere hacerte daño porque no conoce nada mejor. Es solo un chimpancé. Nos encanta y hemos adoptado la metáfora del chimpancé como modelo de trabajo. Gracias, Steve. En contraste con tu chimpancé, llamamos «cerebro profesor» a la corteza frontal porque siempre se muestra lógica y solo trata con hechos y verdades.

Si hay un libro que todo deportista debería tener en su biblioteca, ese es el del doctor Peters, The Chimp Paradox.7 No es un libro que trate sobre deporte, pero te ayudará a entender y manejar mejor a tu chimpancé en todos los aspectos de tu vida.


SISTEMA LÍMBICO [CEREBRO ANTIGUO]

La amígdala es el centro de las emociones. Recibe información directamente de los sentidos y después manda señales a otras regiones cerebrales para que podamos responder con rapidez. Es la fuente de las emociones y estados de ánimo, así como de los instintos de supervivencia, como por ejemplo el miedo. Si se eliminara quirúrgicamente, nunca volveríamos a ponernos nerviosos ni enfadados. Pero tampoco nos enamoraríamos ni practicaríamos sexo. No tendríamos nada de esto.

El giro cingulado ayuda a regular las emociones y el dolor. También está implicado en el filtrado de recuerdos. Una parte del giro cingulado, la corteza cingulada anterior, regula el autocontrol y el esfuerzo.

El hipotálamo ayuda a mantener el control de la amígdala asegurándose de que las funciones corporales, los instintos y los impulsos estén equilibrados. Funciona como un termostato para cuatro cosas —comida, diversión, fiebre y sexo— y maneja la función endocrina (secreción hormonal).

El hipocampo retiene los recuerdos en el cerebro, los buenos y los malos. Si dañamos el hipocampo, seremos protagonista de la secuela de 50 primeras citas.

CORTEZA FRONTAL [CEREBRO MODERNO]

La corteza prefrontal dorsolateral se ocupa del análisis, el pensamiento racional y la lógica. Es nuestra potencia mental. (Técnicamente no es una estructura anatómica, sino una función.) No madura del todo hasta los veintitantos años. Y no nos damos cuenta de ello.

El fascículo uncinado es un «tracto fibroso» de 4 o 5 centímetros, que funciona como línea directa entre lo sensato y lo estúpido (y, por extensión, entre los instintos de supervivencia y la lógica). Nadie parece saber con seguridad qué hace, pero es probable que transmita información a la velocidad de la luz entre los centros de la emoción y los centros racionales.

La corteza prefrontal ventromedial ayuda a mantener en funcionamiento los instintos de supervivencia y las emociones, ayuda a tomar decisiones moral y socialmente aceptables, nos permite empatizar con los sentimientos de otras personas y detecta la ironía y el sarcasmo.

La corteza órbitofrontal también ayuda a tomar decisiones responsables controlando los impulsos y las emociones, pero puede sopesar las consecuencias de las recompensas y los castigos. Nos ayuda a averiguar de qué nos podemos librar. Es una de las razones por las que en la actualidad no nos encontramos en prisión.

Chimpancé frente a profesor: Cuando se arma la gorda

En un mundo ideal, el cerebro chimpancé y el cerebro profesor serían buenos vecinos. Igual que cuando el vecino te habla por encima de la verja y te pide algo prestado. Educado y considerado. Este es el escenario ideal:

− Tu chimpancé experimenta un deseo de… [escribir algún instinto: comer, esconderse, correr, practicar sexo].

− Tu chimpancé pide al cerebro profesor permiso para satisfacer el deseo.

− Tu cerebro profesor considera cuidadosamente la petición, utilizando solo hechos y lógica.

− Tomas una decisión que beneficia tanto al chimpancé como al profesor.

− Todo el mundo está satisfecho y después vivimos felices.

¡Ojalá las cosas fueran tan sencillas! Pero no es así. En realidad, tenemos un problema importante: tu chimpancé es un pendenciero. Y este pendenciero tiene reflejos rápidos como la luz y poderes sobrehumanos de persuasión.

Conoce a tu primate interior, tu cerebro chimpancé

Hay estudios científicos de neurociencia y psicología cognitiva que han demostrado que nuestro cerebro chimpancé es un cabroncete. A tu chimpancé le han otorgado poderes bioquímicos (llamados neurotransmisores) que le permiten hacer que el cerebro profesor le obedezca. En lugar de ser un vecino educado y respetuoso, tu chimpancé establece su campamento en tu sótano y empieza a utilizar tus poderes a su voluntad. Más datos sobre tu chimpancé:

− Controla la respuesta de lucha, huida o bloqueo, una poderosa respuesta ante el peligro.

− Es el primero en responder a toda la información sensorial. Las investigaciones muestran que el cerebro chimpancé procesa y reacciona a los datos sensoriales cinco veces más rápido que el cerebro profesor.

− Mantiene impulsos muy fuertes hacia la comida, el poder, el sexo, el ego, la aceptación por parte de otros, la seguridad, la curiosidad, etcétera. Tu chimpancé se siente motivado para proteger estos impulsos en todo momento.

− Para atraer tu atención e impulsarte a actuar utiliza potentes neurotransmisores, como la dopamina, la serotonina, la oxitocina, la acetilcolina y la noradrenalina.

− Piensa en términos de blanco y negro, no hay grises. Las cosas solo pueden estar bien o mal.

− Como resultado de una arraigada necesidad de seguridad, es paranoide. Es hipervigilante en lo relativo a protegerte.

− Eleva las amenazas al nivel de lo catastrófico; son siempre cuestión de vida o muerte.

− Actúa de manera irracional: no importa que sea razonable o posible.

− Es infalible, definitivo y sin piedad.

Entonces, aunque nunca le pidas ayuda, te quedas atrapado con este compañero de habitación demasiado emotivo que tiene fijación con preservar los impulsos o instintos básicos utilizando sentimientos e impresiones. Tu chimpancé te grita para asegurarse de que escuchas, y por lo general el resultado final son la preocupación y la ansiedad. A continuación, solo algunos ejemplos del alboroto que genera tu chimpancé en torno a tu rendimiento deportivo: «¿Qué sucede si abandono? Tengo que competir bien por mi entrenador. Si no consigo entrar en el podio, esta competición no habrá servido para nada. Con este equipo de ciclismo parezco una salchicha hinchada. Si tengo una mala competición, mis patrocinadores se desentenderán de mí...», o los millones de otras cosas que nos hacen sentir desdichados.

Pero el cerebro chimpancé no es malo en todo. Si tu vida está de verdad en peligro, te ayudará a realizar asombrosos actos de valentía, te obligará a comer gusanos cuando estés próximo a la inanición y te ayudará a enamorarte y querer practicar sexo como un conejo. No pienses que si pudieras librarte de tu chimpancé resolverías todos tus problemas. Necesitas a tu chimpancé. Solo tenemos que asegurarnos de que está bien entrenado.

Conoce a tu voz de la razón, tu cerebro profesor

El cerebro profesor es la única parte de ti que puede pensar de verdad (en el sentido de que puede ser consciente de sí misma, de razonar, de tener pensamiento abstracto, etcétera). El cerebro profesor te ayuda a manejar el dinero, a comprar una casa, a elegir pareja, a hornear una tarta, a visitar al médico, a planificar tu programa de entrenamiento y a resolver los problemas éticos y morales. El cerebro profesor te dirigió mientras estabas en la escuela y la universidad. Movido por los hechos y la lógica, se ve motivado por la honradez, la comprensión y el autocontrol, y actúa con conciencia, busca un sentido a la vida y trabaja para conseguir una sensación de logro. Realiza las pesadas tareas intelectuales que requieren las buenas decisiones. Sin embargo, el punto más importante que debes recordar sobre el cerebro profesor es: trata solo con hechos, verdades y lógica. Si el cerebro profesor tomara el control, en todo momento tomarías decisiones sensatas y racionales. No obstante, dado que para sopesar los pros y los contras, considerar alternativas y analizar detalladamente las normas y reglas se necesita tiempo, el cerebro profesor es bastante lento. Cuando durante el proceso de toma de decisiones tu chimpancé libera potentes neurotransmisores, tu cerebro profesor se ve apartado o dejado de lado. De hecho, hay estudios de ciencia cognitiva y economía de la conducta que muestran que la mayor parte del tiempo tu cerebro profesor queda apartado, relegado y dejado de lado. ¿Por qué si no te comerías una bolsa entera de cuarto de kilo de golosinas después de las ocho de la tarde, tendrías pantalones vaqueros pitillo de color naranja en tu armario o comprarías otro equipo de entrenamiento que cuesta más de lo que algunas familias gastan en comida en un mes?


Conoce tu sistema operativo, tu cerebro computador

Ahora vamos a añadir al conjunto un tercer cerebro. Espera, ¿qué dices? Técnicamente no es un cerebro por derecho propio, sino más bien una función de muchas zonas distintas que te ayudan a ejecutar programas automáticos, como los hábitos y las rutinas. También utiliza tu base de datos para configurar las expectativas que tienes de personas y de situaciones. Es parecido al sistema operativo de un ordenador porque se ejecuta en segundo plano, es muy rápido y te ayuda a iniciar programas para tratar con diversas situaciones. Tomando prestada otra metáfora del doctor Steve Peters, es como un cerebro computador.8

La neuroanatomía del sistema operativo del cerebro es muy compleja, y sus funciones tienen lugar en muchas estructuras cerebrales distintas. Y lo más importante, el cerebro computador te ayuda a actuar de forma automática utilizando pensamientos y acciones preprogramados. Igual que un ordenador, almacena recuerdos. Igual que un libro de referencia, almacena información sobre tus creencias y valores. Necesitamos un cerebro computador porque gran parte de lo que pensamos y hacemos debe estar automatizado para manejar el enorme número de decisiones que deben tomarse cada día (¡se estima que 35 000, aproximadamente!). Cuando aprendemos bien ciertas habilidades, hacemos que las maneje el cerebro computador.

Cuando nacemos, el disco duro del cerebro computador está en blanco. A medida que crecemos, se llena con información procedente de nuestra educación y experiencia. Toda la información del ordenador procede de lo que el chimpancé y el profesor le han dado. Cuando el chimpancé almacena información en el ordenador, se basa en la lógica del chimpancé (paranoica, catastrófica, a partir de lágrimas). Cuando el profesor almacena información en el ordenador, se basa en la lógica del profesor (hechos y razonamientos). El cerebro computador tiene una capacidad ilimitada de almacenamiento, pero las cosas asociadas con emociones fuertes reciben un tratamiento especial. Cuando el cerebro chimpancé se pone en contra, esto es más evidente. Nuestro chimpancé mete muchas estupideces en nuestro ordenador porque promociona su propia agenda de permanecer vivo, recompensa nuestros instintos y se mueve por comida, sexo, ego, seguridad, territorio, etcétera. A menudo no nos basamos en hechos y lógica, sino que solo recordamos experiencias emocionalmente cargadas para ayudarnos a determinar cómo nos sentimos en relación con algo. En algunos casos, esto genera un patrón extremo de conducta que desafía a la lógica, pero que de todas formas persiste. Esto es lo que causa las fobias o los miedos irracionales.

Nuestros sistemas operativos están llenos de fallos

El cerebro computador es mucho más rápido que el cerebro chimpancé y el cerebro profesor. De hecho, es el cerebro más rápido de todos. Si tenemos recuerdos de dolor, miedo o vergüenza, llaman nuestra atención a una velocidad tan rápida que las reacciones emocionales consiguientes tienen lugar antes de que seamos ni siquiera conscientes de ellas. Cuando los sentimientos no son adecuados al momento actual de peligro, o si tendemos a reaccionar de cierto modo, a pesar de no quererlo, se trata del equivalente a un fallo en el sistema operativo. A esto lo llamamos virus informático. Por ejemplo, son virus informáticos cerebrales preocuparse todo el tiempo por tener un accidente de bicicleta, o por ahogarnos mientras nadamos. Si nunca entrenas en aguas abiertas porque tienes miedo de los tiburones, bien, se trata de un virus informático cerebral. Si disfrutas entrenando, pero te aterroriza el pensamiento de competir, estás infectado por un virus informático cerebral. Si quitas importancia a tus proezas en triatlón diciendo: «Soy solo un...», entonces tienes un virus informático cerebral. Que conste que nadie está libre de virus. Sí, tú incluido. Forma parte de la condición humana. Todos tenemos algún grado de bagaje emocional o reacciones extrañas a cosas estúpidas. La solución a muchos de los obstáculos psicológicos y emocionales presentados en este libro son intentos por limpiar tu sistema operativo e instalar algún programa que te proteja de los virus.

Ahora que hemos aprendido parte de la anatomía funcional del cerebro, ha llegado el momento de concentrarnos en cómo perjudica a tu pensamiento y rendimiento deportivo. Recuerda que se encuentra en un conflicto constante. A modo de ejemplo, examinemos cómo responden nuestros cerebros chimpancé, profesor y computador a la ansiedad de la competición causada por la presión de las altas expectativas (véase el recuadro «Es el día de la competición... ¡Hurra! O no»).

Es el día de la competición... ¡Hurra!

O NO

ES EL MEDIO MARATÓN DE TU CIUDAD. Llegas al lugar de la competición temprano por la mañana y, figuradamente, o a veces literalmente, te lo estás haciendo en los pantalones. Has tenido una serie de buenos resultados (un récord personal, un podio, has vencido a un antiguo rival, etc.), pero esta mañana no te sientes demasiado bien. Notas las piernas un poco pesadas, y por alguna razón desconocida no te sientes muy motivado. Después ves a dos deportistas de tu grupo de edad que son tus peores rivales. Parecen estar tremendamente en forma, fuertes y confiados. En primer lugar, tu tálamo (una estructura del cerebro chimpancé) capta esta información de tu sistema visual. Tu amígdala (otra estructura del cerebro chimpancé) llena tu cerebro de neurotransmisores que te producen ansiedad, nerviosismo y un poco de náuseas. Empiezas a preocuparte por perder tu «buena estrella», te preocupas por lo que otros pensarán de tu buen rendimiento reciente, y porque no deberías competir debido a tu dolor de garganta.

El cerebro computador determina con rapidez que nunca compites bien cuando te sientes un poco mal y poco motivado, y todos tus rivales están presentes. Sientes que en cierto modo eres un impostor. Tu chimpancé ha tomado firmemente el control. A modo de doble golpe, tu chimpancé te castiga con sustancias químicas. Te llena de neurotransmisores para asegurarse de que no interfieres con su propia reacción. Tu chimpancé está convencido de que tu vida peligra. Se encuentra en estado de alarma, preparándose para una lucha a vida o muerte. Tu cerebro profesor intenta tomar el mando diciendo: «Todo está bien, es solo una competición», pero nadie le hace caso.

Mientras te diriges a la línea de salida, sientes que necesitas ir al baño por cuarta vez. Cuando comienza la carrera, sales con demasiada fuerza y en dos minutos entras en déficit de oxígeno. Tienes que bajar el ritmo y te dejas caer del grupo con el que estabas corriendo. Eres consciente de lo que está ocurriendo, y tu cerebro profesor empieza a recriminarte por haber comenzado con tanta fuerza.

Pasas la marca de los ocho kilómetros muy por debajo de lo esperado, y empiezas a pensar que esta carrera ya ha terminado para ti. Tus rivales te aventajan en dos minutos, y aunque podrías mejorar un poco, sueles empeorar en el tramo final. Te pones furioso. No hace falta decir que confirmas tus expectativas. Terminas octavo en tu grupo de edad, cuatro minutos por detrás de personas a las que deberías haber vencido. Una vez finalizada la competición, ves a tu familia.

Ahora, tu cerebro profesor toma el control y empieza a disculparte ante tu familia por hacerles perder el tiempo y haberlos hecho levantarse tan temprano para verte en una carrera tan terrible. Tu cerebro computador envía más información para que el virus sea mayor: no compites bien cuando estás bajo presión. Y el ciclo continúa. ¿Te suena familiar?

Resumiendo

El cerebro profesor trata con hechos, verdades y lógica. Basándose en instintos e impulsos, el cerebro chimpancé trata con sentimientos, impresiones y emociones. El cerebro computador actúa como una máquina que recibe órdenes del chimpancé o del profesor, y para que no tengas que pensar demasiado, ejecuta programas almacenados basándose en tus experiencias y recuerdos. Todos estos sistemas cerebrales luchan por tener el control.

Aprender a tranquilizarte y estar a la altura de las circunstancias tiene que ver con reconocer qué cerebro lleva el control y después tener una DISPUTA CEREBRAL para que tome el control el cerebro adecuado.

¿Cómo sé qué cerebro tiene el control?

Aparte del método de imagen por resonancia magnética que describimos antes, hay una forma sencilla de averiguar qué cerebro tiene el control en un determinado momento. Como recomienda el doctor Steve Peters, puedes simplemente hacerte esta pregunta: «¿Quiero pensar o sentirme así?». Si la respuesta es no, tu chimpancé está al mando. Si la respuesta es sí, tu profesor está al mando. Es así de simple.

Las investigaciones han revelado que algunos de nosotros pasamos el 95 por ciento del día deseando pensar o sentir alguna otra cosa. Así, en esencia, muchos tenemos un problema con nuestro chimpancé. Nuestros cerebros están siempre secuestrados por el chimpancé, que despliega cosas que no queremos pensar ni sentir. Dado que tu chimpancé se ha alistado a la «operación salvarte», reaccionará a cualquier amenaza percibida. La información sensorial entrante va directa a una centralita del sistema límbico (el tálamo) que enciende la alarma. La amígdala escucha la alarma y pierde los papeles. El chimpancé grita: «¡Socorro, socorro! ¡Haz algo!». Pero no puedes enfadarte con él, ¡es solo un chimpancé! ¿Te enfadarías con un perro o un niño pequeño? Bueno, tal vez. Sucede que no puedes echar la culpa a tu chimpancé. Actúa con el deseo de salvarte. Está programado de esa forma y no hay nada que puedas hacer con ello, aunque no necesites que te salven.

El cerebro profesor sabe que tu reacción chimpancé es ridícula. Después de todo, es solo una sesión de entrenamiento o una competición. Nadie va a morir. Pero esta es la cuestión: tu chimpancé es difícil de contener. Recuerda que tus cerebros están programados para que toda la información entrante llegue antes al chimpancé. Piensa cinco veces más rápido que tu cerebro profesor y tiene una fuerza cinco veces mayor. En resumen, no detendrá su acción para volver a su jaula. En realidad, eso es bueno. Recuerda que tu chimpancé está ahí para protegerte. Pero de daños reales. Puesto que es un chimpancé, no tiene la inteligencia necesaria para saber qué es real y qué fantasía. Todo lo que sabe es que intentar marcar un récord personal en la carrera de 10 kilómetros del Día de Acción de Gracias es similar a tomar una trinchera en la Primera Guerra Mundial. Antes de pasar al más bien aburrido y no amenazante mundo del atletismo, el ciclismo o la natación, solo debemos asegurarnos de que nuestro chimpancé se sienta seguro.

Un plan de ataque para el problema de tu chimpancé

En primer lugar, debes llegar a conocer bien a tu chimpancé, y esto comienza con la comprensión de nuestro modelo mental (por ejemplo, leer este libro). Esto nos lleva a una regla dorada del entrenamiento del chimpancé: Nunca, pero nunca, intentes controlar a tu chimpancé con fuerza bruta. Perderás. Siempre. Tu chimpancé es mucho más fuerte que tú y puede actuar muchas veces más rápido.

Debes ser más astuto. Debes aprender a alimentar a tu chimpancé averiguando en primer lugar qué es lo que le puede hacer enfadar. Esto conlleva asegurarse de cubrir las necesidades fundamentales de tu chimpancé (instintos e impulsos). Si te han descrito como una persona muy competitiva (es decir, alguien a quien le encantan los retos, que odia perder y que convierte todo en una competición), a menudo se debe a que una necesidad fundamental de reconocimiento y aceptación de tu chimpancé ha quedado frustrada. Parte de la psicología del deporte consiste en identificar las necesidades que deben cubrirse del chimpancé, de forma que se pueda entrenar y competir con un chimpancé feliz. A partir de ahí, tendrás que manejar sus explosiones e instalar algún programa antivirus. Lo que debes tener en cuenta es que tu chimpancé no puede actuar solo. Debe tener tu permiso. De hecho, el chimpancé solo te ofrece un curso de acción. Sí, a menudo te ves obligado a someterte ante los mensajeros químicos (neurotransmisores), pero sigue siendo una elección. Hacer que el cerebro profesor tome el mando es similar a sacar a un ejecutivo borracho de debajo de la mesa, ponerle sobrio y hacer que vuelva a dirigir la empresa.

Y ahí es donde comienza nuestro viaje.

1 Alok Jha, «Human Brain Result of “Extraordinarily Fast” Evolution», The Guardian, 28 de diciembre de 2004, http://www.theguardian.com/science/2004/dec/29/evolution.science.

2 Christopher Wanjek, «Left Brain vs. Right: It’s a Myth, Research Finds», Live Science, 3 de septiembre de 2013, http://www.livescience.com/39373-left-brain-right-brain-myth.html.

3 Caleb A. Scharf, «In Defense of Metaphores in Science Writing», Scientific American, 9 de julio de 2013, https://blog.scientificamerican.com/life-unbounded/in-defense-of-metaphors-in-science-writing/.

4 Agradecemos al doctor Steve Peters habernos ofrecido la plantilla de esta discusión cerebral. «Optimising the Performance of the Human Mind: Steve Peters at TEDxYouth@Manchester 2012», https://www.youtube.com/watch?v=R-KI1d5NPJs.

5 Jonathan Haidt, The Happiness Hypothesis (Nueva York: Basic Books, 2006).

6 Daniel Kahneman, Thinking, Fast and Slow (Nueva York: Macmillan, 2011).

7 Steve Peters, The Chimp Paradox: The Mind Management Program to Help you Achieve Success, Confidence, and Happiness (Nueva York: TarcherPerigee, 2013).

8 Peters, The Chimp Paradox.

La mente del deportista

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