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Capítulo II.

Un viaje en el tiempo y el espacio

«El telescopio espacial Spitzer de la NASA captó una insólita lluvia de cristales verdes brillantes sobre una estrella emergente en la constelación de Orión formados por un mineral llamado olivino. Es la primera vez que son observados diseminándose por las polvorientas nubes de gas que se forman alrededor de nuevas estrellas.

Los astrónomos aún debaten cómo aquellos cristales han podido llegar hasta allí. La investigación está a cargo de Tom Megeath, de la Universidad de Toledo en Ohio (Estados Unidos), y aparece publicada en ‘Astrophysical Journal Letters’».

ABC Ciencia, España 30-05-2011

La noche se iluminaba con los rayos y relámpagos, que hacían estremecer el cielo mientras el automóvil avanzaba en medio de una fuerte tormenta.

La doctora Esperanza Gracia había viajado hasta la costa este de los Estados Unidos a petición de los patrocinadores de sus investigaciones y exploraciones. Habían aportado ingentes sumas de dinero para financiar sus grandes descubrimientos en la Isla de Rapa Nui o Pascua en la Polinesia y en las selvas del Madre de Dios en el Perú, inversiones que rentabilizaron ampliamente de diferentes formas. Ahora estos acaudalados inversores deseaban financiar una nueva exploración arqueológica, pero esta vez a Egipto, para conectar con la «Puerta de Orión», un supuesto portal dimensional abierto hace milenios en alguna parte de ese fascinante país africano, pero cerrado violentamente por quienes como guardianes dejaron en este mundo a un grupo de disidentes extraterrestres.

El portal conectaría con planetas de las estrellas del Cinturón de Orión, de donde habría llegado a la Tierra en tiempos inmemoriales un grupo de interventores de otros mundos que viajaron a través del tiempo y el espacio con la intención de cuidar y supervisar el proceso de evolución de este planeta, seleccionado cósmicamente como terreno de experimentación sociológica, antropológica y metafísica de la Gran Hermandad Blanca del Universo, cuya versión terrestre sería la Orden Blanca u Orden de Melchisedek.

Uno de los inversores que habían apostado desde un principio por promover la carrera de la arqueóloga peruana y dotarla de todo el apoyo necesario, incluyendo un variado equipo de científicos seleccionados en diversas disciplinas, era Aaron Bauer, de la fundación Rothschild, y el otro era Adam Weishaupt VI.

La destacada profesora de largo cabello negro azabache se encontraba revisando sus apuntes y reflexionando sobre todo lo que había vivido en esos últimos años, en los que había conocido a esa gente, importante pero controladora, que para ella se hallaba dominada por anquilosadas ideas conspiranoicas.

Esperanza iba vestida con un elegante traje sastre de color azul marino, blusa blanca, pañuelo de seda de colores en el cuello, medias color carne y zapatos de tacón azules.

La soberbia limusina negra Rolls Royce Cullinan con motor V-12 doble turbo de 6,75 litros y 579 caballos conducía a la bella arqueóloga bajo una intensa tempestad. La copiosa lluvia acompañada de truenos y rayos que rasgaban violentamente el cielo daba la impresión de que aquella noche se acababa el mundo. Debían recorrer el condado de Fairfield, en el estado de Connecticut, para dirigirse a la población de Greenwich.

Aquel vehículo era especial, pues estaba blindado. Tenía casi una tonelada de peso y más de seis metros y medio de largo. Era como una nave espacial pero de lujo. En su interior, el espacio reservado era alucinante, ambientado de la mejor manera posible con un centro de medios IMAC, así como con un sistema de audio Bang & Olufsen, iluminación ambiental LED, y todo controlado desde un iPhone. Era conducida por un chófer impecablemente vestido de traje negro, lustrosos zapatos negros, camisa blanca y corbata negra. Al chófer, de unos cuarenta años, se le veía experimentado y seguro, sobre todo por el temple con el que enfrentaba semejante vendaval.

Durante el viaje, con la mirada a veces perdida en las ventanas que chorreaban, la arqueóloga peruana recordó que solo tres días antes de viajar había recibido una llamada telefónica inesperada de Victoria Garza, la directora del Museo de Antropología e Historia de la Ciudad de México, y la que le pidió su apoyo y asesoramiento en la aventura de localizar los lugares que se mencionaban en un antiguo códice mexica hallado casualmente durante unas labores de restauración de una casa antigua en Culiacán, Sinaloa. La notable arqueóloga mexicana había sido su compañera durante el recorrido por diversas cavernas para explorar impresionantes zonas arqueológicas que las llevó a ambas a hacer el más increíble descubrimiento de un antiguo y olvidado santuario indígena en lo más profundo de una cueva cerca del Tepozteco, en Tepoztlán Morelos (México), donde se hallaron insólitos vestigios y reveladores jeroglíficos. Entre los hallazgos se encontraba un grupo de grandes sarcófagos de piedra que contenían en su interior los cuerpos bien conservados de unos seres extraterrestres con aspecto de reptiles.

En la llamada, Victoria se expresó de forma lacónica y fría, limitándose a saludar a Esperanza y expresarle su deseo de hacerle llegar los recuerdos de su tío Ángel Ruiz, a quien la peruana tuvo oportunidad de conocer en México, al haberse alojado en su casa. Le comentó que como se le había presentado de repente un viaje a los Estados Unidos para unas conferencias, y sabiendo que en su viaje realizaría una conexión de vuelo por Chicago, donde residía Esperanza, aprovecharía para llevarle algo muy importante y que le había dejado en las taquillas del aeropuerto. Precisamente en la taquilla número 284. Lo único que ella necesitaba era marcar un número en los botones electrónicos del armario, un número o código que ella le daría por WhatsApp, y que con él podría abrirla y retirarlo. La despedida fue también rápida, terminando ella por decirle:

–¡Perdóname, Esperanza! ¡Perdóname! Tú sabes por qué te lo digo…

Esperanza recordó de inmediato la actitud de Victoria durante la aventura del Códice Mexica, que fue la de ocultar y negar la parte de los descubrimientos más trascendentales y controvertidos que desafiaban todo lo establecido, hallazgos que lograron juntas en México y que ella omitió o negó para evitar desacreditarse por las implicaciones de reconocimiento de vida extraterrestre.

Inquieta y curiosa, Esperanza en esa ocasión tomó su coche y se dirigió a la terminal aérea de Chicago. Buscó en las taquillas el número que ella le había proporcionado, accionó la clave con los botones que había recibido por WhatsApp y extrajo del interior un paquete algo grande y de peso regular. El paquete venía acompañado de una carta que empezaba con una cita del mismísimo Códice Mexica, que decía:

«Querida y recordada amiga Esperanza Gracia:

‘…Tepoztlán, desde sus profundidades, te conectará con los dioses, los cuales volverán a contactar con la humanidad a través de quien supo culminar liberando su alma sensible y bella de mujer’.

Tú pensaste que podía ser yo quien recibiera el encargo de los extraterrestres a la salida de la caverna de los sarcófagos. Hasta en eso me diste ejemplo de humildad, consciencia y desprendimiento. ¡Pero eras tú, no yo, Esperanza, a quien correspondía semejante honor y responsabilidad!

Esos seres dijeron que el cristal contenía las frecuencias para activar los anales de la historia planetaria que están grabados en el código genético de la humanidad. ¡Y quién mejor que tú, que eres una guerrera y a la vez un alma sensible, para representar al espíritu de la Tierra y a la humanidad para que reciba este legado!

Ellos dijeron que en nuestra sangre está todo lo que ha ocurrido, lo que se ha hecho, pensado y dicho en este mundo y sobre este mundo. Que ese cristal verde del espacio era, además de una joya, un detonante o activador. Y que debíamos conservarlo y cuidarlo, activando, despertando y administrando esa información para todos sin egoísmo y mezquindad. Que cuando nos sintiéramos preparados y lo diéramos a conocer, ellos aparecerían abiertamente para apoyar los cambios mundiales que se generarían con ese conocimiento.

Ellos dijeron que aquí están las respuestas de quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos, y qué relación tienen con nosotros.

Ellos estaban esperando ese momento en que la humanidad madurara lo suficiente como para venir al encuentro, para que recibiéramos la posta y retomáramos el camino de la evolución.

Tú consideraste que yo podía ser la depositaria, por ser mujer como tú, pero además por ser mexicana. Pero yo no estaba preparada para semejante responsabilidad, y no creo estarlo aún. Por ello te lo devuelvo y te la entrego a ti, como debió ser desde el principio, pues tú sí sabrás hacer uso de él y materializar de la mejor manera las expectativas de esta gente de las estrellas.

Perdóname una vez más por no haber estado a la altura de las expectativas.

Tu amiga por siempre.

Victoria».

Y terminaba la carta recitando aquella parte de la séptima carilla del antiguo códice azteca, que decía:

«Cuando salgan de la oscuridad a la luz, ellos estarán allí y se recibirá el séptimo tesoro, el cristal verde. Algo que estuvo en esta Tierra, luego fue llevado lejos y ahora regresa».


Al abrir el paquete en casa, Esperanza se encontró con el cristal verde, mostrándoselo de inmediato a su novio, Jürgen.

–¿Es lo que creo que es, Esperanza? ¡Es precioso!

–¡Sí, Jürgen! ¡Es la piedra verde de Orión, un olivino! He leído que es un mineral que pertenece a la familia de los nesosilicatos. Después de la experiencia en Tepoztlán me puse a investigar y por eso sé que es un cristal ortorrómbico, que tiende a la forma piramidal. El sistema cristalino ortorrómbico es uno de los siete sistemas cristalinos en cristalografía, la ciencia que estudia los cristales.

»Está entre la forsterita y la fayalita. Es una roca ígnea, rica en magnesio y que también suele contener hierro, manganeso o níquel.

»A la forsterita con calidad de gema se la denomina «peridoto» y suele poseer un brillo vítreo, siempre verde. Es una gema idiocromática, que quiere decir que su color procede de la composición química básica del mismo mineral.

»Los peridotos u olivinos son confundidos con las esmeraldas, a pesar de que su tono es más amarillento.

»¿Sabías que es el componente principal del manto superior de la Tierra? Y se puede encontrar en muchos sitios: desde las playas de arena verde de Hawái a las más remotas galaxias.

–¡Qué interesante! ¿Y qué tiene de especial este cristal que tienes entre las manos?

–Como te decía, las misiones de la NASA «Stardust» y «Deep Impact» los han detectado en sus aproximaciones a los cometas y alrededor de estrellas en formación. Este olivino llegó de otro mundo, del espacio exterior, y tiene cualidades distintas a los de la Tierra. Este llegó con una misión: ¡recuperar la vida en el planeta y asegurarla en el tiempo alternativo! Y en su interior se encuentra grabada nuestra historia y misión. Es capaz de regenerar la vida si lo colocamos en un centro de poder. Por eso es diferente a los de origen terrestre.

–¿Y hay más de estos de origen alienígena aquí en la Tierra con el mismo propósito, no, Esperanza?

–¡Claro que sí, querido Jürgen! ¿Recuerdas lo que te conté de que los vi en la cueva del Paititi en las selvas del Madre de Dios en Perú?

–¡Sí, lo recuerdo! Creo que eran cuatro más.

–¡Y debe haber más diseminados por el mundo, cariño!

»Antes de llegar a Egipto necesitaría que me enviaras ese cristal por Courier al Gran Hotel Pirámides de Gizeh, junto con el aparato sincronizador que encontré en la cueva de Tepoztlán.

–¿El aparatito que tenemos en la caja fuerte del apartamento?

–¡Ese mismo!

–¡Cuenta con ello!

–¡Gracias, cariño! Pero envíalo, bajo ninguna concepto vayas tú.

–¡Pero podría ayudarte más haciéndolo yo, como en el Paititi!

–¿Recuerdas que estando en el Paititi el aluvión nos separó y terminé yendo sola a las ruinas y a la gran caverna?

»¡Hazme caso, Jürgen! Es por tu propia seguridad. Siento que así debe ser.

–¡Si tú lo dices, linda, así será!


El coche avanzó durante varias horas por estrechos caminos asfaltados por áreas reservadas, donde no puede transitar el común de los mortales por ser zonas exclusivas, rodeadas de tupidos bosques y protegidas por una estricta y sofisticada seguridad provista de multitud de cámaras y sensores. A lo largo de la ruta la lluvia se mantenía como una cortina de agua diluvial. No era fácil distinguir los detalles de las impresionantes mansiones de estilo clásico que de cuando en cuando asomaban del bosque. La limusina se detuvo delante de unas grandes rejas de hierro forjado ya conocidas por Esperanza de una visita anterior. Una vez identificado el vehículo y sus ocupantes por las cámaras de seguridad, las rejas se abrieron lentamente, dando paso al camino que iba ascendiendo hacia lo alto de una colina, encima de la cual se encontraba la imponente casa señorial, en parte de piedra y en parte de ladrillo rojo, tipo palacio de estilo británico, rodeada a su vez de verdes prados, fuentes y bosques.

La limusina se posicionó frente a la puerta principal después de haber rodeado una impresionante fuente de agua coronada por una escultura del Ángel Caído, similar a la que se encuentra en el Parque del Retiro de Madrid. La estatua original en España está hecha en yeso y es obra del escultor madrileño Ricardo Bellver. En 1878 ganó la Medalla de Primera Clase en la Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid. En el catálogo de la exposición, la imagen venía acompañada de unos versos de El Paraíso Perdido, de John Milton, que sirvieron de inspiración para la obra. Estos versos fueron extraídos de la tercera y cuarta estrofas del Canto I.

«Por su orgullo cae arrojado del Cielo con toda su hueste de ángeles rebeldes para no volver a él jamás. Agita en derredor sus miradas y blasfemo las fija en el empíreo, reflejándose en ellas el dolor más hondo, la consternación más grande, la soberbia más funesta y el odio más obstinado».

La puerta del vehículo fue abierta por un diligente mayordomo de mediana edad que cargaba con un inmenso paraguas desplegado, quien tras saludar gentilmente a la doctora la cobijó para que no se mojara, acompañándola a continuación al interior de la mansión. La recepción, que Esperanza recordaba claramente, consistía en un gran salón con escaleras a ambos lados que subían describiendo un semicírculo espiral ascendente con pasamanos de bronce. El piso era de un finísimo mármol blanco en cuyo centro había un gran mosaico de estilo romano con la imagen del «mochuelo», o búho, símbolo de Minerva en la mitología romana, diosa de la sabiduría, la estrategia militar y las artes, y que correspondía a Atenea en la antigua Atenas. A ambos lados del salón se multiplicaban las esculturas clásicas de mármol, así como gigantescos espejos con marcos de bronce, y también grandes ventanales con impresionantes y gigantescas cortinas que llegaban hasta el suelo. Nada había cambiado desde la vez anterior. Todo estaba en su lugar, como si no hubiese transcurrido el tiempo.

Otro mayordomo la condujo a la biblioteca. Era un hombre mayor de expresión preocupada y cansada, alto y delgado, con poco pelo y canoso. Al ingresar en la biblioteca, el ambiente del lugar la envolvió; era como estar entrando en la sala de lectura de un antiguo monasterio o de una centenaria universidad europea; dos pisos de libros y documentos, desde muy antiguos hasta muy recientes.

Detrás de un inmenso escritorio de madera oscura se encontraba Aaron Bauer, hombre bajo y delgado de unos ochenta años, bastante calvo, mientras que al frente estaba Adam Weishaupt VI, individuo de unos sesenta años, sentado en un estado de tensión tal que parecía que estuviera esperando la salida de una carrera de caballos. Estaba en un pequeño sofá de cuero color café, que era parte de un juego de tres muebles similares. Weishaupt tenía abundante cabello gris y era más bien grueso, de altura media. Ambos iban vestidos con buenos trajes oscuros, camisas blancas y finísimas corbatas rojas de seda.

Al entrar Esperanza se pusieron de pie, dándole una bienvenida protocolaria y poco efusiva. Ni siquiera se acercaron a darle la mano y menos aún un beso en la mejilla.

Tomó primero la palabra Aaron Bauer dirigiéndose a la recién llegada con el rostro rígido, como queriendo controlar cada palabra.

–¡Doctora Esperanza Gracia!... ¡Sea usted bienvenida nuevamente! Qué pena que el clima no sea lo óptimo que hubiésemos querido. Esperamos que haya tenido un buen vuelo y un recorrido tranquilo en el coche que le hemos enviado a recogerla al aeropuerto.

–¡Sí, gracias; todo estuvo bien, aunque en el vuelo hubo muchas turbulencias por la tormenta!

–¡Asiento, por favor!...

Todos se sentaron y de pronto se hizo un largo silencio que imprimía en el ambiente una fuerte tensión, nada disimulada en los rostros de aquellos hombres, que parecía que iban a estallar en cualquier momento.

Ambos anfitriones empezaron a intercambiar miradas cuando el hielo se cortó al hacer Esperanza un comentario.

–¡Es un placer volver a verlos, caballeros! ¡Y muchas gracias de nuevo por todo el apoyo que me han brindado hasta ahora y por la confianza que tienen en mí!

El de mayor edad habló a continuación en un tono que no disimulaba la molestia y la frustración que sentía.

–¡El placer es nuestro, recordada doctora! La última vez que nos vimos fue al pie del monumento a Abraham Lincoln en Washington, ¿recuerda?

»Como bien sabe ya, somos inversores y a la vez representantes de una sociedad oculta que tiene claros y definidos intereses de supremacía sobre la humanidad.

»Pero no todos los Illuminati son los mal llamados ‘ángeles caídos’, doctora; solo lo somos la jerarquía, los que podríamos ser considerados el ‘nuevo orden’. Los demás constituyen el segundo nivel, que son aquellos que han nacido de nuestra descendencia en este mundo pero que no son como nosotros, que somos reencarnación directa; y el tercer nivel son aquellos que, por sus ambiciones y falta de escrúpulos, han sido reclutados para formar parte de nuestros cuadros más superficiales, y que vienen siendo los ejecutores de nuestros deseos y órdenes.

»El ‘nuevo orden’ es poco conocido, porque solemos mantener un perfil bajo, aunque manejemos las más grandes fortunas, que ni siquiera aparecen en la revista Forbes. Somos los que controlamos el sistema, los que dirigimos y cambiamos gobernantes, aunque tenemos que lidiar con la resistencia de la Hermandad Blanca terrestre.

»Quienes sospechan de nuestra existencia nos han venido en llamar ‘Los Arcontes’, aunque es una denominación que viene de los antiguos gobernantes griegos, y que luego dio paso al gnosticismo cristiano, que hacía referencia a los servidores del Demiurgo, el Dios Creador, que para nosotros es nuestro señor Lucifer.

»Nuestro gran lord reptiliano Satanás, Satán o Satanel de Orión, durante las Guerras Cósmicas en una poderosa transmigración incorporó a nuestra gran divinidad Lucifer o Luzbel, pero no contó con la presencia de una trasmigración anterior en un terrestre de…

»Pero estoy hablando demasiado. Dejemos el tema aquí.

»Volviendo a usted, desde un inicio nos pareció una interesante y prometedora inversión. El tiempo demostró su capacidad y potencial en el terreno, que fue superior a todo lo previsto, confirmándonos el acierto de nuestra elección. Logró cosas que muchos de nosotros no hubiéramos soñado ni hubiéramos sido capaces de realizar.

»Usted tiene más agallas que muchos hombres, una inteligencia superior en cuanto a capacidad deductiva y una intuición femenina que raya en lo paranormal.

–Sin duda, como dice Aaron –le interrumpió Weishaupt–, usted Esperanza rebasó nuestras expectativas. El problema es que piensa demasiado y por su cuenta, por lo que sus demostraciones de lealtad a nuestra causa han sido relativas y contradictorias.

–¡Así es!... –intervino nuevamente Bauer, quien volvió a levantarse de su asiento colocándose delante de su escritorio.

–Usted, querida doctora, ha resultado ser un pozo riquísimo de petróleo, pero con tanto gas en su interior que podría estallar en cualquier momento o provocar un terrible e incontenible incendio, y como tal, tenemos que andarnos con cuidado con su persona. No podemos permitir que nos perjudique y termine haciendo las cosas por su cuenta.

Esperanza, que permanecía callada y observando, se hallaba sentada en un sofá de tres cuerpos con las piernas elegantemente cruzadas. De inmediato entró en la biblioteca el mayordomo con una fuente de plata con copas de cristal, pero Aaron Bauer reaccionó violentamente dando un manotazo en su escritorio y alzando la voz, casi vociferando.

–¡Ahora no, Charles! ¡No nos interrumpas! ¡Retírate!

»A ver, ¿en qué estábamos?... ¡Sí! Esto ya lo habíamos hablado la vez anterior, pero es bueno reiterarlo.

»Al final de la expedición de Rapa Nui usted conservó, sin informarnos ni consultarnos, algunas piezas y materiales extraterrestres que guardó para sí y que finalmente terminó entregando a un militar chileno de su confianza. No lo niegue, doctora.

–¡No lo niego, señor Bauer!

–¡¿Y entonces por qué lo ocultó?!

–¡Porque consideré que era importante investigarlo por mi cuenta!

–¡Ves, Aaron, por qué no podemos confiar en ella! Piensa por su cuenta y toma decisiones sin consultar! Eso es peligrosísimo porque nos puede perjudicar sobremanera –intervino Adam.

–A ver, doctora, ¿qué parte no entendió cuando nosotros le pedimos discreción y absoluta lealtad al emprender nuestros encargos? –exclamó, recriminándola, Bauer.

–¡Yo les dije que en lo relativo a trabajar para ustedes iba a pensarlo, pero no que aceptaba todos sus términos! ¡Soy científica y la ciencia y el conocimiento no se venden, y aunque si bien es cierto que los mismos requieren prudencia para cualquier pronunciamiento, a la vez necesitan libertad de acción para poder profundizar y compartir los descubrimientos! Así otros científicos también pueden complementarlos con sus aportes. Y ustedes se ve que no están nada deseosos de hacer ciencia, ni de compartir nada.

»Hasta ahora he trabajado con ustedes, pero no para ustedes. Si no les parece, o consideran que no soy la persona adecuada para continuar, busquen a alguien mejor que yo que sea compatible con sus intereses.

»En Rapa Nui ustedes me financiaron para que confirmase y profundizase en mis teorías sobre el poblamiento de la isla. La conexión extraterrestre la descubrí yo sola y por mí misma; ustedes nunca me advirtieron al respecto. Así que no me pueden reclamar nada, pues les di más de lo que me pidieron.

–¡Sí, eso se puede entender! Pero cuando usted, Esperanza, regresó de la selva amazónica no nos reportó, y le recuerdo que nosotros habíamos financiado su expedición, no solo para tener la gloria de su descubrimiento sino para llegar a conectar con algo de allí que nos interesaba. Es más, difundió abiertamente los resultados de la expedición sin consultarnos y aceptó la invitación del jesuita Dante Antonioni para ir a Roma, y hasta reunirse con el General de la Orden jesuita y con el mismísimo papa para contarles a ellos antes que a nosotros los alcances del periplo. ¿Sabía usted que los jesuitas son el Servicio secreto del Vaticano? Ellos se hacen llamar «La Santa Alianza» y no tienen escrúpulos.

–¿Eso no es acaso deslealtad y traición? –dijo en voz alta Weishaupt.

–¡Todo esto ya lo habíamos hablado y creí que había podido aclarar y satisfacer sus inquietudes y quejas! Pero ustedes me subestiman, señor Weishaupt. Acepté la invitación del padre Antonioni porque él facilitó el autobús con el que llegamos a la selva, ya que, si recuerda bien, nuestro bus fue saboteado, y ustedes no estuvieron allí para ayudarme. Además, quería saber al detalle lo que él iba a decirles a sus superiores acerca de la experiencia vivida y conocer de primera mano el informe que daría a su Superior general para poder entender mejor mi propia vivencia. Yo también sé sacar información a los demás. Además, no dije nada que fuese diferente de lo que di a conocer en las conferencias de la Universidad del Cusco y a la prensa. Soy científica; no soy una terrorista ni una fanática religiosa como para ponerme a destruir reliquias históricas, y tengo el suficiente criterio como para no exponerme innecesariamente contando cosas que sean difíciles de entender o resulten a todas luces increíbles o comprometedoras. Tampoco voy a desprestigiarme.

»Ustedes enviaron a John Robertson como parte de la expedición para que hiciera el trabajo sucio. Que él resultara herido y no llegara a realizar su tarea no fue culpa mía; yo hice todo lo posible por proteger su vida y la mía llegando hasta el final. También tengan en cuenta que me tuve que cuidar, no solo de los peligros del lugar, sino también de ese grupo de mercenarios robatesoros que casi nos asesinan.

»Al final de la ruta prohibida vi y toqué el gran disco de oro del Paititi, que es ese espejo dimensional que alguna vez estuvo en el templo del Coricancha en el Cusco y que, como ustedes saben, conecta con el portal de origen de los interventores y guardianes de las Pléyades, que ha quedado activado. Y delante de él había cuatro cristales verdes como gigantescas esmeraldas.

–¡Ves, Adam, ella ya lo había dicho antes! ¡Vio los cristales y eran cuatro! ¡Ósea que faltan otros cuatro!

»¿Y vio, doctora, a través del disco-espejo, la conexión con el otro portal, el que llevaría a Orión? ¿Pudo percibir algo de eso? Me refiero a la ubicación del portal de entrada –comentó con marcado interés Bauer.

–¡Así es! Como les adelanté en Washington, vi y toqué el disco, traspasándolo y siendo conducida a otra realidad. Y ciertamente confirmé que el disco de oro del Paititi se encuentra conectado con doce discos menores repartidos por todo el mundo, y que es como un radiofaro que alerta a los vigilantes cuando alguien se está acercando al portal. Vi que, además de conectar con Pléyades, me mostraba otro portal que conectaba con Egipto, y Egipto con la puerta de salida en Orión, por lo que no me extrañó cuando me dijeron que ahora querían que fuera a Egipto.

»Y no faltan por localizar otros cuatro cristales sino solo tres, porque uno nos fue entregado por extraterrestres con rasgos felinos a la salida de la cueva de Tepoztlán en México.

–¡Son los «urmah» o «sekhmet», seres de Alfa Leonis y Can Mayor, guerreros de la Confederación de Mundos! ¿Usted tiene el cristal, Esperanza? –comentó, y a la vez preguntó, Bauer en un tono conciliador.

–¡Así es! ¿Ustedes conocían la existencia de esos seres de aspecto felino?

–¡Claro que sí, doctora! ¿Quién cree usted que nos encerró aquí?

»¡Su revelación, caramba, cambia mucho las cosas! ¿Y qué parte de Egipto vio, Esperanza? –volvió a comentar y a consultar, cada vez más calmado, Aaron Bauer.

–¡Fueron varias imágenes! Entre ellas las pirámides; luego lo que parecían ser las ruinas de una ciudad muy destruida, quizás Akhetatón o Tell el-Amarna, la ciudad del faraón hereje Akhenatón, porque después he estado mirando fotografías tratando de relacionar lo que visualicé con los lugares. También me vino la imagen de una isla en medio del Nilo, que podría ser Elefantina en Asuán, y finalmente la zona cercana al aeropuerto del Cairo donde estuvo la antigua Heliópolis.

–¿Y eso también lo vio o percibió el jesuita Antonioni, doctora? –preguntó Weishaupt.

–¡Así es!

–¡Entonces debemos darnos prisa, doctora!... Necesitábamos que llegara antes que nadie al Paititi y después destruyera el disco, no que lo acariciara y admirara. Porque con cada hora que pasa, la humanidad se acerca más a la posibilidad de consolidarse en la cuarta dimensión –dijo Weishaupt poniéndose de pie y caminando contrariado de un lado a otro de la biblioteca.

–Nosotros… –intervino Bauer– sabemos que hay doce portales distribuidos por el mundo que se abrieron en el proceso del Plan Cósmico, pero solo uno es el correcto para nosotros. El otro, el del Paititi, lo controla la Orden Blanca y conecta, como bien dijo usted, con Pléyades.

»Debemos localizar cuanto antes el portal exacto de regreso a Orión, antes de que nadie lo cierre o bloquee, pero sobre todo adelantarnos a la Santa Alianza. Pero es un buen dato el que viera los cristales verdes y que nos confíe que posee uno de los otros cuatro, ya que los ocho conforman los ‘Cristales de la Creación’, aquellos que aseguraron que la Tierra existiera en el tiempo alternativo y se revistiera de un nuevo espíritu, pues contienen códigos e información y, además son los que mantienen retenidas en este planeta a las almas y espíritus de los interventores disidentes del Plan o de los que lo violentaron, como los pleyadianos al embarazar a mujeres de la Tierra, o las mujeres extraterrestres al haberse acostado con varones terrestres creando híbridos.

–¿Pero no me dijeron ustedes con anterioridad que sabían dónde se encontraba el portal?

–¡Sí y no, doctora Gracia! Sabemos que está en Egipto, pero no estamos del todo seguros del lugar correcto, por lo que necesitamos que usted lo averigüe y lo compruebe. Además, de paso hay que localizar los cristales que pueden abrirlo, porque solo tendremos una oportunidad para que nuestros ancestros retenidos, y nosotros mismos, lo atravesemos pronto –intervino Adam Weishaupt.

–¡Ahora comprendo mejor por qué la última vez, en el monumento a Lincoln en Washington, ustedes me dijeron que querían que fuera a Egipto! No solo quieren que localice la Puerta de Orión en Egipto; quieren que les cubra la retirada.

»Y respecto a sus recriminaciones de por qué no comuniqué a ustedes antes que a nadie el resultado de los descubrimientos, les pregunto: ¿Por qué no fueron en helicóptero a Pusharo en la selva para rescatarme? Habrían tenido la información de primera mano y solo para ustedes. Yo me jugué la vida contra todos los peligros que se me presentaron, y que no fueron pocos, y ustedes me dejaron sola. Muy cómodamente ustedes esperaron aquí mi informe.

En ese momento, Aaron Bauer, en un tono más solemne y pacificador dijo:

–¡Esperanza, tiene razón en eso y le pido mis disculpas! Pero nosotros no podemos acercarnos a los territorios de la Orden Blanca. Sería exponernos innecesariamente. Por eso la necesitamos a usted.

»Bueno… sus planteamientos y argumentos tienen mucho sentido y ha valido la pena escucharlos una vez más. Usted parece un torero español, porque no solo sabe sortear dificultades sino también nuestras recriminaciones. Lo que sí es cierto es que usted no conocía de nuestras limitaciones, así que por esta vez la perdonaremos.

»Pero, doctora, ya se lo dijimos antes y se lo reitero una vez más: únase a nosotros y sea parte nuestra. Casándose con uno de los miembros de nuestra orden adquirirá nuestro linaje de serpiente, de aquel que siendo como Dios osó enfrentarse a él. Con ello sería de inmediato del «segundo nivel». Además, usted ha confiado a varias personas que tuvo una vida anterior en Perú en la época de los incas y que por aquel entonces formaba parte de la Panaca, o Casa Real de los Amaru, que son los hombres-serpiente.

»Así que está más cerca nuestro de lo que piensa.

»Fue admirable lo que consiguió en México a nuestras espaldas con el Códice Mexica. Incluso llegó a encontrar los restos de varios de nuestros hermanos y ancestros sin habérselo pedido. Pero después se reunió con un grupo de masones y les dio a conocer los descubrimientos de su viaje…

»¡Sí, doctora! Sabemos lo de esa reunión; lo tenemos grabado y sabemos los objetos que están en su poder. Usted es muy valiosa e inigualable, y tiene muchas virtudes, pero necesitamos confirmar de forma definitiva si de ahora en adelante contamos o no con su lealtad.

»Le conviene estar de nuestro lado, doctora Gracia, como bien dijo el expresidente George Bush Jr. cuando convocó el apoyo para la segunda guerra del Golfo pérsico: ¡o está con nosotros o está contra nosotros! En esto no hay medias tintas.

»Recuerde que detrás de todo siempre estamos nosotros. Somos como una telaraña trasparente e invisible que todo lo sujeta y prepara para ser consumido. Podemos crear caos económico, guerras y conflictos, y hasta pandemias de todo tipo de la noche a la mañana, y con solo una llamada telefónica. Lamentablemente, con el desarrollo de las comunicaciones, así como logramos deprimir y angustiar más rápido controlando los medios de comunicación y manipulando las noticias, también la gente se une más rápido para superar las contingencias o compartir sus sospechas sobre las conspiraciones. Y eso es lo que nos molesta de la humanidad: su capacidad de recuperarse. Con las grandes guerras quisimos acabar con la gran mayoría, no solo físicamente, sino también mental y espiritualmente, pero se recuperaron y todo volvió a la normalidad, hasta que inventamos nuevas guerras.

»Ahora estamos con las pandemias. El ébola resultó un fiasco cuando unos científicos naturistas viralizaron el que una planta del monte, una hierba llamada artemisa, podía revertirlo. El virus del H1 fue otro gran ensayo nuestro. En laboratorio se combinó el virus de la gripe aviar de los pollos de Asia con el de la gripe porcina de Europa y la gripe humana de América. Lo colocamos en México para destruir su economía y a los mexicanos, pero no contamos con la resistencia inmunológica de la gente, y aunque quisimos combatir todos los remedios caseros económicos, prohibiéndolos y promocionando nuestros carísimos antivirus químicos que mataban igual y encima nos hacían ganar ingentes cantidades de dinero, México se salvó y nos rebotó el virus aquí a los Estados Unidos.

»Para que vea el poder que tenemos, y que nos da una capacidad de acción con la que vamos corrigiendo errores sobre la marcha, hace un tiempo hicimos tambalear a China sembrando un virus que antes afectaba a los animales y que fue modificado en laboratorio, combinándolo con el del VIH con la intención de destruir su economía y la del mundo, sumiendo a la humanidad en el miedo, la desesperanza y el desconcierto, y ocasionando muchísimos muertos. Estaba orquestado para que al final todos terminaran recriminándose mutuamente, pensando que había sido sembrado por las diferencias y la competencia comercial en el campo de la tecnología. Pocos han sospechado que fuimos nosotros los que siempre estuvimos detrás incrementando el caos y la psicosis, manipulando a la prensa para dominar y controlar con el miedo. Quisimos convencerlos de vacunarse para terminar de manipularlos a todos introduciendo nanotecnología autodestructiva en su ADN y hasta microchips, pero la gente se ha rebelado y no todo el mundo aceptó las vacunas a pesar de las imposiciones.

–Sí, algunos nos dimos cuenta de que el 18 de octubre del 2019 se reunieron en Nueva York para la realización de un simulacro de pandemia llamado el «Evento 201», organizado por el Centro John Hopkins, el Foro Económico Mundial y la Fundación Bill Gates, en donde un virus manipulado en laboratorio, llamado Chico Covid 19 Corona Virus, se extendía por el mundo a través de los vuelos aéreos internacionales. Todo esto seis semanas antes del primer informe oficial del coronavirus. Y en el simulacro se hablaba de dieciocho meses para lograr la vacuna, y, si no recuerdo mal, precisamente la BBC de Londres, el 16 de marzo del 2020, anunció que se tardarían dieciocho meses en desarrollar la vacuna. Evidentemente, ese simulacro no fue otra cosa que el ensayo de lo que ustedes lanzarían después y que aumentaron usando, como bien han dicho, a los medios de comunicación para convencer e intimidar a toda la población.

–¡Sí, doctora, siempre es poca gente la que se da cuenta de que todo es fabricado y que detrás hay una gran manipulación!

–Pero entonces también se les escapó de las manos y causaron muchas muertes en Italia, España, Sudamérica, y aquí mismo, en los Estados Unidos.

–Bueno, esos son los riesgos colaterales, y también forma parte del show mediático para no despertar sospechas, Esperanza. Hoy la gente viaja mucho y el virus, tal cual se había previsto, fue transportado por la propia gente, generando rapidísimas reacciones en cadena.

»Pero en tiempo récord los chinos y los rusos patentaron su vacuna, lo que nos obligó a acelerar la promoción de la nuestra en Inglaterra antes que en Estados Unidos y que Inglaterra la pudiera sacar al mercado, todo por esperar demasiado. Así que perdimos la oportunidad del gran negocio y, para variar, China en poco tiempo volvió a hacerse con las riendas.

–Volviendo al punto, señor Bauer, si me dan este nuevo encargo y llego a aceptar esta empresa, tendrán mi total dedicación, porque para mí supondría satisfacer la curiosidad y el interés de saber más y comprender mejor Egipto y esa parte de la historia planetaria. Pero necesito que confíen en mí y acepten mi forma de trabajo, aunque me vean coqueteando con el peor de sus enemigos. Debo actuar como espía doble para poder tener a mano toda la información que manejan ambos bandos.

»Sé que no estaré libre de su control y de una súper-vigilancia, pero denme los recursos y déjenme trabajar a mi estilo. No negarán que hasta ahora he sido eficiente.

»¡Ah!, y cuando los necesite o se ponga en riesgo mi vida, ayúdenme.

–¡Muy bien! ¡Cuente con nuestro apoyo, protección y recursos sin restricciones, doctora! –intervino Bauer.

–Ahora le diremos que sospechamos que la puerta, por su importancia y trascendencia, está en la Gran Pirámide de Keops, pero sabemos que la línea recta no es necesariamente la distancia más corta entre dos puntos, por lo que no consideramos que se tenga que ir directamente a Gizeh y ya; seguro que debe haber otros pasos previos y conectados entre sí. Además, necesitamos reunir los cuatro cristales verdes para abrir la puerta en Egipto y un disco de oro traslúcido como el que encontró en Paititi.

»¿Usted qué piensa? ¿Cómo propone realizar el viaje? ¿Irá directamente a Egipto o no? ¿Consultará con otros investigadores? ¿Irá a otros lugares previamente? ¿Dónde podría encontrar los otros tres cristales verdes y el disco?

–¡Caballeros, calma! Considero que debo empezar el viaje en Roma; allí iré a ver la Piedra de Palermo, donde se menciona a los reyes predinásticos de Egipto. En ella puedo encontrar claves para la localización del disco. Luego iría a Torino o Turín, la importantísima ciudad del norte de Italia, capital de la región de Piamonte, donde se encuentra uno de los mejores museos egipcios del mundo y en cuyas instalaciones se halla el Canon de Turín, una genealogía de los reyes egipcios que incluye también épocas legendarias en las que gobernaron los dioses y semidioses, que no serían otros que los mismos extraterrestres afincados en este planeta. Creo que tengo que empezar por ahí buscando pistas de los cristales y el disco.

»Y pienso, siento e intuyo que una cosa me llevará a la otra…

–¿Qué es esa Piedra de Palermo, doctora? –preguntó con inquietud Weishaupt.

–Es el mayor fragmento de una losa de piedra de basalto como de unos cuarenta y tres centímetros de altura por unos treinta centímetros de ancho, que tiene grabados en lengua jeroglífica sucesos desde la época predinástica hasta la dinastía V. Pero lo más importante es que incluye listas de reyes y faraones. Cuantas más pistas haya de los antepasados más remotos, más nos encaminaremos en localizar el portal y sus herramientas.

»Y lo más seguro es que de Italia vaya a Rusia y a Irlanda a por los cristales verdes.

–¡Estupendo, doctora Gracia; veo que ahora sí vamos a entendernos a las mil maravillas! No nos deje de avisar de cada logro y paso que vaya a dar.

»¡Charles! Ya puedes pasar; brindaremos con la doctora y luego disfrutaremos de una muy agradable cena –dijo, bastante satisfecho, Aaron Bauer.

Mientras cenaban Esperanza aprovechó para dar rienda suelta a los temas que había investigado previamente.

–¿Sabían, caballeros, que los antiguos egipcios extraían el peridoto u olivino, esto es, los cristales verdes, de una isla del Mar Rojo llamada Zabargad? Ellos llamaban la «Joya del Sol». Su relajante color verde amarillento hace que sea una gema muy apreciada. Cleopatra tenía especial predilección por estos cristales como joyas.

»El peridoto u olivino también es mencionado en la Biblia con el nombre hebreo ‘Pitdah’, y estas gemas eran usadas en los petos de los sacerdotes levitas. Los templarios las trajeron a Europa y hasta Napoleón le regaló una grande a Josefina. En Rusia también se encuentran entre las joyas de los palacios. Algunos de estos peridotos u olivinos son de origen meteórico. Los de Rusia por ejemplo son de un meteorito que cayó en 1749 en Siberia. Por eso me interesaría ir a Rusia antes que a Egipto.

»Volviendo al tema de Egipto, en la cosmogonía de Heliópolis se habla de la Montaña primordial que surgió de Nun, en la que el dios creador Atum se generó a sí mismo y a la divina pareja.

»En los textos de las pirámides, línea 1587, se hace referencia al dios creador ‘Atum’ como ‘colina’, y se dice que se transformó en una pequeña pirámide, situada en el Annu, lugar donde residía.

»A esa pirámide primordial la llamaron ‘Piedra Benben’, que podría significar ‘radiante’. Era una piedra sagrada venerada en el Templo Solar de Heliópolis, sobre la ‘colina de arena’, que era el templo donde el dios primordial se manifestaba, y adonde llegaban los primeros rayos de sol al amanecer. El mismo culto se celebraba en Napata y en el oasis de Siwa, donde la piedra era cónica y se la comparaba con el ombligo.

»La ‘Piedra Benben’ fue modelo de referencia de muchas estructuras arquitectónicas como los obeliscos, los piramidiones y las pirámides. La forma original cónica se fue transformando más tarde por requerimientos funcionales y arquitectónicos en una pequeña pirámide de base cuadrangular, cuya cúspide estaba recubierta por una lámina de oro y plata.

»Existe otro mito vinculado que es el del Ave Bennu, que vendría a ser la mítica y fabulosa Ave Fénix. Se decía que esta ave se posaba en el Templo de Heliópolis sobre la Piedra Benben.

»En un texto tebano del dios Jonsu se hacía referencia a la ‘Piedra Benben’ como la primera colina, que se formó de las gotas del semen de Atum, que cayeron en el océano primordial y se solidificaron formando el primer túmulo de tierra que contenía dentro de sí el espíritu del dios.

»Hay investigadores que han relacionado la Piedra Benben con un meteorito de composición ferrosa (siderita) que cayó en tiempos prehistóricos y que simboliza la Creación, que se renueva y recicla.

»La Piedra Benben también era llamada la ‘Piedra del Destino’, y tenía la capacidad de iluminar a la persona que llegaba hasta ella con mente y corazón abiertos, despertando potenciales místicos.

»¡Señores! Considero que la Piedra Benben y el cristal verde peridoto u olivino son una misma cosa vinculada a la regeneración de la vida en este planeta. Y después de que las retiraran de las cúspides de las pirámides se las veneró en diversos puntos.

–¡Muy interesante, doctora! –dijo Weishaupt, ya más relajado.

–¡Muy ilustrativo, diría yo! Nunca deja de sorprendernos con su sapiencia –comentó Bauer.

»Aprovecho la oportunidad para decirle que necesitamos que lleve el cristal verde con usted en su viaje. Puede mandarlo a Egipto al hotel donde se va a alojar. Y que localice los tres restantes para que estén todos cuando nos juntemos con usted ante el portal, una vez que lo haya localizado.

–¿Nos ha entendido, doctora Esperanza Gracia?

–¡Claramente, señores!

–¡Ahora pongamos fecha para su viaje y manos a la obra!

»Viajará a Roma desde Nueva York dentro de dos días. Alójese en el Marriot de Nueva York y mañana mismo por la tarde recibirá en el hotel un maletín con dinero en efectivo y tarjetas de crédito con disponibilidad ilimitada. Y anote este teléfono de una agencia de viajes para que le facilite los pasajes en primera clase que necesite, adonde los necesite, en las fechas que requiera. Sé que los puede gestionar usted misma, pero encárgueselo a esta gente. Y manténganos al tanto –dijo Bauer.

–¡Así será! Muy bien, está todo claro. Muchas gracias por todo y les mantendré informados.

Esperanza se retiró de la mansión y Bauer y Weishaupt se quedaron conversando.

–¡Aaron, no le dijiste nada del aparato proyector de hologramas que encontró en Tepoztlán y que es capaz de llamar a los extraterrestres felinoides Urmah! Solo le comentaste que sabías que guardaba algunas cosas que ella había recuperado. ¿Por qué?

–Sin duda, estimado Adam, porque sé que ella por propia iniciativa lo llevará, y hasta es probable que lo trate de usar, poniendo en peligro nuestros planes.

–¿Entonces? Porque ello nos perjudicaría gravemente.

–¡No, si estamos avisados y lo usamos en contra suya! Quiero que John Robertson, que conoce muy bien a Esperanza por haberla acompañado a Pascua y al Paititi, se ponga a seguirla, pero sin que ella se dé cuenta, y también que haga seguir a su novio. Él nos será muy útil para que la doctorcita no nos traicione. Que John informe de cada paso que ella dé, de cada llamada telefónica que haga, de cada lugar que visite, y de todo aquel con quien se junte o relacione. Pero que sea invisible porque ella le conoce.

–Hay que darse prisa porque el avance del ser humano a pesar de todo es incontrolable, y los acontecimientos pueden variar a su favor de un momento a otro.

De regreso en la limusina, Esperanza pensaba sobre la trascendencia de la información que había intercambiado con aquellos hombres. De ninguna manera estaba dispuesta a conducir a la humanidad a su destrucción solo para beneficiar a sus patrocinadores, pero también era muy consciente del peligro al que se exponía y que podría alcanzar a los que más amaba. Pero seguir con la misión encomendada la colocaba estratégicamente un paso por delante de los Illuminati, dándole la posibilidad de frustrar sus planes y, sobre todo, de salvaguardar el planeta.


Egipto, la Puerta de Orión

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