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CAPÍTULO CINCO

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Agotada por su larga y desastrosa mañana, Emily se encontró cada vez más sumida en la tristeza. Allí donde mirase veía problemas y errores; una pared mal pintada, una lámpara mal fijada, un mueble que no encajaba. Antes todo le había parecido una peculiaridad, pero ahora aquellos detalles la molestaban.

Sabía que necesitaba ayuda y consejos profesionales. No había sido nada realista al pensar que podía llevar ella sola un hostal.

Decidió llamar a Cynthia, la dueña de la librería y una persona que había gestionado un hostal en su juventud, y pedirle consejo.

―Emily ―la saludó Cynthia al descolgar―. ¿Cómo estás, querida?

―Fatal ―fue su respuesta―. Estoy teniendo un día horrible.

―¡Pero si sólo son las siete y media! ―exclamó Cynthia―. ¿Cómo puede ser tan malo?

―Es completamente horrible ―repuso―. Mi primer huésped acaba de irse. El primer día no llegué a tiempo de prepararle el desayuno, y el segundo no tenía suficientes ingredientes y ha dicho que la comida estaba fría. No le han gustado ni la almohada ni las toallas. No sé qué hacer. ¿Puedes ayudarme?

―Voy ahora mismo ―dijo Cynthia, sonando encantada ante la perspectiva de repartir algo de sabiduría.

Emily salió para esperarla y se sentó en el porche, esperando que la luz del sol, o al menos la vitamina D, la animase un poco. La cabeza le pesaba tanto; la dejó caer entre las manos.

Alzó la vista al oír el crujido de la grava y vio a Cynthia acercándose en su bicicleta.

Aquella bicicleta oxidada era tanto una imagen de lo más común y bastante inolvidable en Sunset Harbor, principalmente porque la mujer que iba sentada al sillín tenía el cabello encrespado y teñido de naranja y vestía conjuntos llamativos y nada coordinados. Y, para volverlo todo todavía más raro, Cynthia había fijado hacía poco una cesta de mimbre a la parte frontal de la bicicleta y en ella llevaba a Tormenta, el cachorro de Mogsy que había adoptado. Cynthia Jones era, en muchos sentidos, una atracción turística por sí misma.

Emily se alegró de verla, aunque el gran sombrero de verano de puntos rojos que llevaba la mujer hacía que le doliesen un poco los ojos. Saludó a su amiga con la mano y esperó a que llegase hasta ella.

Entraron dentro y Cynthia no perdió ni un segundo; empezó a acribillar a Emily a preguntas mientras subían las escaleras, buscando información desde la presión del agua hasta saber si estaba sirviendo comida orgánica y a quién se la estaba comprando. Para cuando llegaron a la habitación libre, a Emily ya le daba vueltas la cabeza.

Hizo pasar a Cynthia. La habitación, en su opinión, era preciosa. Había un pequeño entrepiso en un extremo en el que había puesto un cómodo sofá de cuero para que los huéspedes pudieran sentarse y admirar la imagen del océano y la habitación estaba decorada principalmente en blanco con acentos azules, incluyendo una alfombra de piel de oveja y muebles de madera de pino desgastada.

―La cama es demasiado pequeña ―dijo Cynthia al instante―. ¿Una doble estándar? ¿Estás loca? Necesitas algo enorme y opulento. Algo de lujo, algo que no puedan permitirse habitualmente. Has hecho que la habitación parezca un dormitorio de exposición.

―Creía que ése era el objetivo ―se defendió Emily débilmente.

―¡Para nada! ―exclamó Cynthia―. ¡Necesitas que parezca un palacio! ―Se paseó por el dormitorio, tanteando las sábanas―. Demasiado ásperas ―continuó―. Tus huéspedes se merecen dormir en una cama que parezca de seda. ―Se acercó a la ventana―. Las cortinas son demasiado oscuras.

―Oh ―dijo Emily―. ¿Algo más?

―¿Cuántas habitaciones tienes?

―Bueno, ésta es la que más lista está. Hay otras dos que sólo necesitan algunos muebles más, y muchísimas que todavía no he conseguido ni limpiar. Todo el tercer piso podría convertirse.

Cynthia asintió y se dio unos golpecitos en la barbilla con el dedo. Parecía estar planificando algunas ideas, pensó Emily, puede que incluso algún gran plan para el hostal que a ella le resultaría imposible llevar a cabo.

―Enséñame el comedor ―ordenó Cynthia.

―Um… vale…

Volvieron al primer piso y, a cada paso que daba, el pavor de Emily crecía. Empezaba a lamentar su decisión de pedirle ayuda a Cynthia. Si el señor Kapowski había hecho mella en su frágil ego, Cynthia lo estaba haciendo añicos con una maza.

―No, no, no, no, no ―dijo Cynthia mientras analizaba el comedor.

―Creía que te encantaba la sala ―argumentó Emily, perturbada. La última vez que había estado allí desde luego había disfrutado de la comida de cinco platos y de los cócteles que Emily misma había preparado, ni más ni menos.

―Y me encanta. ¡Para celebrar cenas! ―exclamó ésta―. Pero ahora tienes que convertirlo en el comedor de un hostal, con mesas pequeñas para que los invitados puedan comer solos. ¡No puedes sentarlos a todos en una gran mesa como ésta!

―Había pensado en crear una sensación de comunidad ―tartamudeó Emily a la defensiva―. Intentaba hacer algo distinto.

―Cariño ―dijo Cynthia―, ni lo intentes. Ahora no. Quizás cuando el negocio lleve diez años abierto y te hayas establecido y tengas buenos ingresos, podrás empezar a experimentar. Pero ahora no te queda más elección que hacerlo tal y como esperan tus huéspedes. ¿Lo comprendes?

Emily asintió de mala gana. No sabía si llegaría a cumplir esos diez años. Sólo había considerado el hostal a corto plazo, y ahora parecía que Cynthia quería que invirtiera de verdad en él, que lo convirtiese en algo a largo plazo y sostenible. Empezaba a sonar caro, y Emily no podía permitirse nada caro. Aun así la escuchó con paciencia mientras Cynthia continuaba con las críticas.

―No pongas lirios; hacen pensar a la gente en funerales. Y oh, por Dios, eso tendrá que ir en otro sitio. ―Estaba mirando el gallinero por la ventana―. A todo el mundo le gustan los huevos de granja, ¡pero no ver a esos sucios bichos que los ponen!

Para cuando se fue, Emily se sentía peor que antes. Volví a sentarse en el porche, examinando la lista de cosas que Cynthia le había dejado para que hiciese. En aquel momento Daniel llegó a casa, subiendo por el camino de grava hacia ella.

―No tienes ni idea de lo mucho que me alegro de verte ―dijo Emily alzando la vista―. Mi día ha empezado a ser un asco nada más salir de la cama.

Daniel se sentó junto a ella en el porche.

―¿Y eso?

Emily le relató la historia con el señor Kapowski, cómo Lola y Lolly habían fracasado en lo único que se suponía que debían hacer, le habló de los bonitos zapatos que había echado a perder corriendo entre los excrementos de gallina y del beicon quemado, y terminó con la marcha del señor Kapowski y con las críticas de Cynthia.

―Y ahora respira ―le dijo Daniel con una sonrisita cuando hubo acabado.

―No te rías de mí. ―Emily hizo un mohín―. Ha sido un día muy difícil y me vendría bien tu apoyo.

Daniel se rió entre dientes.

―Algún día recordarás todo esto y verás el lado divertido. Me refiero a en cuanto todo esto haya pasado y manejes el hostal con más éxito de todo Maine.

―Dudo que eso llegue a pasar ―dijo Emily, abandonándose todavía más a su humor sombrío. Ni siquiera lograba imaginar que su hostal se convirtiera en un éxito, y no estaba ni segura de ir a poder mantenerlo abierto a corto plazo―. Lo peor es que sé que los dos tienen razón ―añadió―. Esto no se me da lo bastante bien. Y tengo que hacer todos los cambios que ha sugerido Cynthia. El hostal que manejó de joven era el mejor de Maine; sería una idiota de no acepto sus consejos.

―¿Cuánto habría que hacer? ―preguntó Daniel.

―Mucho. Cynthia dice que debo tener listas otras dos habitaciones cuanto antes mejor y que tienen que estar decoradas en otros colores y tener precios distintos para que los huéspedes sientan que pueden elegir, sentir que tienen el control. Dice que lo más seguro es que la gente se decida por la habitación que tenga el precio medio; no querrán parecer tacaños frente a sus parejas, pero siempre habrá alguien que elegirá siempre lo más barato y otros que elegirán siempre lo más caro.

―Guau ―dijo Daniel―. No me había dado cuenta de que hubiese que planificarlo todo tanto.

―Yo tampoco ―repuso Emily―. Me he metido en todo esto a ciegas. Pero quiero hacer que funcione.

―¿Y qué tienes que cambiar? ¿Cuánto tiempo llevará?

―Pues casi todo ―contestó de mal humor―. Y tengo que hacerlo tan pronto como sea posible. Esto me costará el resto de mis ahorros. He hecho cálculos y sólo me quedará suficiente para mantener el hostal abierto hasta el cuatro de julio. Así que un mes.

Notó al instante el cambio en el lenguaje corporal de Daniel, el modo en que se apartaba casi de manera imperceptible de ella. Era muy consciente de que acababa de poner un límite temporal a su romance además de a su negocio, y parecía que Daniel ya empezaba a poner espacio entre ellos, aunque no fueran más que unos centímetros.

―¿Y qué vas a hacer? ―le preguntó.

―Voy a ir a por todas ―contestó ella con decisión.

Daniel sonrió y asintió.

―¿Por qué hacerlo sólo a medias?

La rodeó con el brazo y Emily se apoyó contra él, aliviada de que hubiese vuelto a hacer desaparecer una vez más la distancia entre ellos. Pero no iba a olvidar fácilmente cómo se había apartado.

Había puesto en marcha la cuenta atrás en su relación, y el tiempo corría.

Por y Para Siempre

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