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Cómo evitar el síndrome del éxito

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“¡El pastor Villegas construyó esa iglesia, la cual pasó de ser nada a tener dos mil miembros en seis años!” “¡Deberías ver el edificio de su iglesia! Ellos oraron la oración de Jabes y ¡mira lo que pasó!” “Conozco a la familia misionera Martínez, y ellos terminaron la traducción del Nuevo Testamento en cinco años” (mientras que tú ya vas por 25). “¿No tienen escuela en tu iglesia? ¿Acaso no conoces el tremendo alcance de una escuela para la comunidad?” Estos son algunos de los comentarios que pueden traerte desaliento como esposa de un hombre en el ministerio. Ves otras iglesias u otros ministerios florecer mientras tú te encuentras estancada. Comienzas a preguntarte qué estás haciendo mal y qué puedes cambiar. Comienzas a ser consumida por el deseo de ver más resultados en tus labores. En poco tiempo, has caído presa del “síndrome del éxito”.

El síndrome del éxito es una espiral descendente de deseos pecaminosos y acciones que surgen de una definición mundana del éxito y culmina en depresión o agotamiento. Se vence reemplazando la pasión por alcanzar logros, fama, prosperidad y éxito, con una pasión por complacer a Cristo, exaltar Su nombre, sacrificar el ego y llevar verdadero fruto, a través de un servicio fiel.

Síntomas del síndrome del éxito:

• Hacer las cosas espirituales de una manera mecánica.

• Descontento con el ministerio de tu esposo

• Deseo de cambiar de iglesia o ministerio o abandonar el ministerio

• Poner presión sobre ti misma o tu esposo para tener mayor visión, añadir programas o expandir el territorio.

• Desaliento

• Depresión

• Falta de entusiasmo por tu ministerio

• Sentimientos de fracaso

• Envidias y Celos

• Orgullo

• Agotamiento

Si estos síntomas no son tratados, tu ministerio, e incluso tu vida, serán destruidos. Debemos encontrar el origen del devastador síndrome del éxito.

¿Cómo pueden estos buenos deseos, deseos de ver nuestros ministerios tener éxito y que nuestras vidas sean útiles, convertirse en una espiral descendente tan dañina? El proceso ocurre lenta y sutilmente, a medida dejamos que el mundo se introduzca y nuestros corazones comiencen a buscar su versión engañosa del éxito.

Cuando contemplamos la manera en que la gente de nuestra sociedad consumista busca una iglesia, parece ser que se aproximan a ellas de la misma manera en que lo hacen cuando compran mercancía. Cuanto más grande la tienda, más cosas tiene que ofrecerte—entonces hay que comprar ahí. Las iglesias responden empleando buenas técnicas de mercadotecnia, mayores presupuestos y edificios más grandes y elegantes. La predicación debe ser corta y no debe confrontar para no ahuyentar a nadie. El éxito consiste en que reconozcan el nombre, tener a un pastor con un programa de radio, que escriba libros e imparta conferencias internacionalmente. Es el tener un lugar de alabanza moderno y todo tipo de programas para satisfacer las necesidades de la gente. El American Heritage Dictionary (Diccionario del Patrimonio Americano) define el éxito como lograr algo que se intenta; alcanzar fama o prosperidad.

Si te encuentras esforzándote para que tu iglesia alcance la aprobación de la mayoría de los cristianos del siglo veintiuno y los buscadores de iglesia, probablemente estás cayendo en la definición mundana del éxito. ¿Acaso los números, el crecimiento, los aplausos, la fama o la prosperidad definen el éxito de acuerdo a la perspectiva de Dios?

¿Qué hay de ti en lo personal? ¿Qué define el éxito desde tu perspectiva— ser una anfitriona perfecta, destacar como una persona “real” con un oficio “real”, tener una hermosa casa? ¿Estás permitiendo que la definición mundana del éxito se introduzca? Puedes estarlo haciendo si buscas logros rápidos y cuantificables, algún tipo de fama o prosperidad. Si de te fijas en lo que te motiva verdaderamente, ¿encontrarías un ansia de auto-promoción y progreso?

Si este es el caso, cuando no obtienes los resultados que deseas, te volverás depresiva, crítica y aún más determinada a encontrar la aprobación de alguien. Es entonces cuando sabes que estás en las garras del síndrome del éxito (Santiago 4).

¿Cuál es la cura para el síndrome del éxito?

¿Existe algún medicamento que podamos tomar para calmar nuestras ambiciones y depresiones? ¿Hay alguna clase de anteojos que nos hagan ver nuestra situación como ideal? Tal vez solo necesitamos hablar más positivamente de nuestros ministerios y tener más fe en que Dios cumplirá aquellas metas que anhelamos.

No, el síndrome del éxito debe ser atacado desde la raíz. Es impulsado por una codicia hacia un éxito mundano, logros, fama y prosperidad. Puede solamente ser conquistado por una transformación de nuestras pasiones. El síndrome del éxito no es una enfermedad sino un ciclo de pecado que puede ser destruido a través del arrepentimiento. La sanidad viene a través de la humildad, a medida cambiamos la pasión por la exaltación personal con una renovada pasión por la exaltación de Dios.

Despójate de la pasión por logros personales y aprobación.Vístete de la pasión por agradar a Cristo

El síndrome del éxito establece que debes alcanzar tus propias metas; debes obtener la aprobación de los hombres. Dios dice que debemos buscar agradarle a Él. En lugar de agradar a los hombres, necesito ser como Pablo, quien no buscaba el favor de los hombres, sino el de Dios. Él dijo, “Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gálatas 1:10).

Es natural el desear los aplausos de la gente, pero solo necesitamos los del cielo. ¿Quién es el que juzga el éxito? La preocupación de Pablo era solo lo que Dios pensaba. “Porque aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy justificado; pero el que me juzga es el Señor” (1 Corintios 4:4). Esto nos da un estándar más alto con el cual debemos medirnos.

El objetivo de Pablo era ser agradable para Dios sabiendo que, “Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables. Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (1 Corintios 5:9-10). Solo necesitamos agradar a Dios.

A todos nos complace el ser amados y apreciados por todos todo el tiempo. He luchado con el deseo de que toda mujer en nuestra iglesia me considere su mejor amiga. Amo a cada uno de ellas y deseo estar cercana a ellas. Sin embargo, eso no es posible. ¿Me imposibilita esto de acercarme a ellas? No.

El saber que soy completamente amada y segura—segura en mi relación con Dios— debería ayudarme a lidiar con los desaires, las críticas, el rechazo y los malos entendidos que puedan surgir.

En lugar de buscar el agrado de los hombres, Dios dirige a sus hijos a trabajar de corazón para el Señor, ya que sus recompensas son las que realmente importan. Algunas parejas de ministros trabajan hasta el agotamiento buscando convertirse en una mega-iglesia, pensando que eso es el éxito. Debemos encontrar el equilibrio entre trabajar duro, descansar y tomar tiempo para nuestra familia. Jesús dijo que su yugo es fácil y ligera su carga (Mateo 11:30). Debemos prepararnos para la carrera que tenemos por delante. Nosotras, como esposas, podemos ayudar a nuestros maridos a mantener un equilibrio entre el trabajo y el descanso.

Para poder derrotar al síndrome del éxito debemos tomar nuestra dosis de humildad mientras reconocemos que Dios es el juez y su estándar es la perfección. No hay nada que podamos hacer para merecer su aprobación. Pero por la gracia de Dios hemos sido justificados y podemos servirle con una conciencia limpia (2 corintios 1:12).

Él (Jesús) debe crecer y yo menguar. Dios se glorifica más cuando usa a un cualquiera, en vez de alguien especial. Pablo escribió que Dios le dio un aguijón en la carne, para evitar que se exaltara a sí mismo. A través de esta situación, él aprendió otra lección del “reino al revés”—el poder de Dios se perfecciona en la debilidad (2 Corintios 12:9). Entre más reconozcamos nuestra propia debilidad, más brillará a través de nosotros el poder de Dios.

Este es el éxito en el que debemos regocijarnos: Su poder trabajando en nosotros. ¿Amamos a Cristo tanto como para servirle cuando nadie nos ve o aprecia o incluso cuando hacemos enemigos por causa del evangelio? Ese es el éxito en sus ojos.

Despójate de la pasión por la buena famaVístete de la pasión por el nombre de Cristo

El síndrome del éxito establece que debes buscar fama—el ser conocido, apreciado o aclamado. Debes ser mejor que alguien más para promoverte. La Escritura nos enseña que no es provechoso el compararnos con otros. “Porque no nos atrevemos a contarnos ni a compararnos con algunos que se alaban a sí mismos; pero ellos, midiéndose a sí mismos por sí mismos, y comparándose consigo mismos, no son juiciosos” (2 Corintios 10:12).

A pesar de lo inútil que es, somos propensos a hacerlo. ¿Ves a tu ministerio como menos exitoso a comparación de aquellos que tienen ministerios más grandes? Parece ser que quienes tienen ministerios más grandes son más apreciados y por lo tanto deben ser más exitosos. Yo he pensado de esa manera. Mi amiga Pat Palau, quien era mi compañera de cuarto en la universidad, tiene un esposo con un ministerio exitoso. Luis ha ministrado a millones de personas a través de sus cruzadas evangelísticas. Él ha escrito libros y su enseñanza es trasmitida a través de la radio en toda América Latina y el mundo. Yo recuerdo que pensaba cuán insignificante era nuestro pequeño ministerio en la iglesia a comparación del ministerio de Luis, en donde predicaba a millones y miles se entregaban a Cristo. Confesé esto a mi amiga Pat hace unos años, mientras estábamos en una conferencia en donde Luis era el orador. Recuerdo sus palabras, “No debes sentirte de esa manera. Tu esposo tiene un llamado diferente—el de pastor y maestro para equipar a los santos para el ministerio. Luis tiene otro llamado—el de evangelista. Si tu alcance no es a miles, no significa que sea menos exitoso. El ministerio de Luis es solo el primer paso. Los creyentes deben ser nutridos en las iglesias. El trabajo del pastor es vital. Su fidelidad en la iglesia local es invaluable para el reino de Dios”. Pat cree en esto tanto que ha escrito libros sobre la importancia de la iglesia local. Sus palabras me han animado a través de los años.

Es importante recordar que cuanto mayor sea la iglesia o la esfera del ministerio, mayor es la responsabilidad. Significa que tendrás que dar cuentas por una mayor cantidad de personas. La Biblia enseña que aquellos que ejerce autoridad sobre la iglesia, darán cuenta a Dios por aquellos que están bajo su cuidado (Hebreos 13:17). Tenemos que tener en mente el hecho de que Jesús es el Señor de Su iglesia. Él guía a las personas a las diferentes iglesias. Él ha llevado a nuestra iglesia a aquellos que Él desea que nuestros pastores tengan bajo su cuidado.

El Señor le ha dado a nuestra iglesia un crecimiento lento pero constante desde su comienzo. Tenemos cuatro puntos de énfasis—una predicación sólida de la Palabra de Dios, grupos pequeños para discipulado, misiones mundiales y demostrar de una manera contundente el amor de Cristo. Tenemos ahora cinco pastores que llevan la carga de las personas que Dios ha traído para ser parte del ministerio. También tenemos un ministerio de consejería bíblica en donde se da entrenamiento para después ministrar a toda la comunidad. ¿Qué de aquellos años en donde Bob era el único pastor? ¿Éramos menos exitosos en aquel entonces? ¡No!

Quizá sientas que tu esposo es menos exitoso porque tiene un ministerio detrás de bambalinas y recibe poco reconocimiento y agradecimiento. Parece que estos van hacia el pastor principal o al pastor de alabanza quienes están en el escenario cada semana.

Cuando comiences a compararte con otros, detente y pregúntate, “¿Estoy buscando fama para mi nombre o para el nombre de Cristo?” El apóstol Pablo se regocijaba incluso cuando el nombre de Cristo era proclamado a causa de ambición personal y buscando causarle aflicciones. Él dijo, “¿Qué, pues? Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aún” (Filipenses 1:18).

A pesar de que pensemos que nuestro pastor es el mejor expositor de la Palabra en nuestra comunidad o el mejor misionero o mejor pastor de alabanza, debemos ser humildes delante de Dios. “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6). Por más que pensemos que nuestra iglesia es fiel a la guía de Dios, debemos tener en mente que otras iglesias están trabajando de igual manera o mejor y debemos confesar el orgullo como pecado.

Debemos de estar orando regularmente por otros pastores y sus esposas, así como por los misioneros y sus esposas, para que Dios bendiga sus ministerios. No estamos en competencia, sino trabajando juntos. En ocasiones nos ofendemos cuando nuestra gente cambia de iglesia y esas iglesias comienzan a crecer a través de aquellos que hemos entrenado para el ministerio. Corremos el peligro de dar lugar a la amargura.

Esto lo sé por experiencia. Cuando tuvimos el caso de un éxodo a otra iglesia en nuestra comunidad, me sentí herida, fracasada y humillada. Pero “humillarme a mí misma” no es lo mismo. Quería mudarme a otro lugar, huir de este sitio de humillación.

Afortunadamente, aprendí de mi esposo que una de las cosas que Dios estaba tratando de enseñarnos era humildad. Caímos de rodillas ante Él y buscamos aprender las lecciones que Él tenía para nosotros. Leí Una Oportunidad para Morir, la historia de Amy Carmichael. Su vida muestra el “reino invertido” de Dios. A través de la muerte viene la vida. Él nos llama a morir a nosotros mismos y a nuestras ideas de éxito. Jesús dijo, “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará” (Lucas 9:24). Amy Carmichael se gozaba en las pruebas y desilusiones, sabiendo que era la oportunidad para morir a sí misma. Al hacer esto, ella vivía más plenamente para Cristo. Esta fue la oración de Amy cuando una de sus más queridas colegas murió:

Líbrame de oraciones que pidan ser

Protegida de los vientos que soplan hacia Ti,

Líbrame de temer cuando debo anhelar,

De caer cuando debo escalar;

De mi propio ser, Oh Capitán, libera

A tu soldado que te seguirá.

Del sutil amor por cosas vanas,

De decisiones cómodas y debilidades,

(Lo cual al espíritu no fortalece,

Ese camino no siguió el Crucificado,)

De todo lo que atenúe tu Calvario,

Oh Cordero, líbrame.

Dame el amor que guía el camino,

La fe que nada puede desalentar

La esperanza que ninguna desilusión puede fatigar

La pasión que arde como fuego,

No me dejes caer como un necio:

Hazme tú combustible, Flama de Dios.6

Cuando te encuentres tentado a buscar fama para ti mismo— ¡detente! Recuerda que tu meta es promover a Cristo y Su nombre. Confía en Su soberanía en darte el rol que es mejor para ti. Humíllate a ti misma y encuentra la manera de considerar a otros más importantes que tú (Filipenses 2:3-4). Regocíjate cuando Cristo es predicado. ¡Se celoso del nombre de Cristo!

Despójate de la pasión por la prosperidadVístete de la pasión del contentamiento con Cristo

El síndrome del éxito establece que debemos buscar prosperidad. Podemos sobreponernos al impulso del éxito mundano al estar contentos en Cristo y en el lugar que Él tiene para nosotras. El ministerio de Pablo de estar viajando y estableciendo iglesias fue afectado por sus prisiones. ¿Eso lo llevó al descontento? ¡Ciertamente pudo haberlo hecho! Él había estado evangelizando al mundo conocido en aquél entonces. Pero dijo,

No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece (Filipenses 4:11-13).

¡Qué gran ejemplo de contentamiento! Él estaba completamente satisfecho con lo que tenía en Jesús y sabía que su situación ayudaría a la propagación del evangelio. Aún en prisión él estaba contento—tenía todo lo que podía desear.

Debo confesar, para mi vergüenza, que no ejercí este tipo de contentamiento durante los 15 años que nuestra iglesia estaba en un edificio rentado—una escuela cristiana. Nuestras clases dominicales se impartían en los salones de la escuela. Ellos guardaban sus cosas los fines de semana y nosotros tratábamos de dejarlas tal cual las encontrábamos. Eso era difícil. Teníamos una guardería portátil ya que utilizábamos un enorme armario con ruedas. Nuestro auditorio era un salón multipropósitos de la escuela que para nada parecía una iglesia. Estaba escondido en las afueras de la ciudad. Poníamos y quitábamos nuestro anuncio cada semana.

Cuando asistíamos a conferencias en “iglesias reales”, generalmente pensaba lo siguiente, “si tan solo tuviéramos una iglesia como esta. Si tan solo estuviera en el centro de la ciudad. Si tan solo no tuviéramos que hacer todo este trabajo de instalarnos cada semana. Si tan solo pudiéramos crecer más rápido, entonces tendríamos nuestro propio lugar más pronto”. Estos “si tan solo” no glorificaban a Dios, ya que no mostraban contentamiento.

El contentamiento es una virtud muy importante. Demuestra confianza en la soberanía de Dios. Yo estaba envidiando al pastor y su esposa que tenían edificio propio para su iglesia. Eso era pecado. Cuando reconocí el pecado y lo confesé, pude disfrutar el estar en esas iglesias. Ahora me percato, que aun cuando ya tenemos una hermosa gran iglesia ubicada en la avenida principal de la ciudad, puedo encontrar motivos para envidiar a otros pastores y sus esposas. Es una batalla constante.

Debo descansar en la soberanía amorosa de Dios, teniendo en cuanta que Él está construyendo Su iglesia. Ha puesto a algunos pastores en grandes iglesias y a la mayoría de pastores y misioneros en trabajos más pequeños. El setenta y cinco por ciento de todas las iglesias en Estados Unidos tienen una asistencia de 150 o menos.7

No es nuestra obligación tener la iglesia más popular o progresista de la ciudad. No tenemos que tener todo posible ministerio que una iglesia podría tener. No tenemos que tener un edificio propio para ser exitosos. Puedo tener contentamiento en Cristo.

No debo considerarme una esposa de pastor de segunda clase debido a que mi esposo no está ministrando a miles o cientos. Tengo contentamiento en Cristo.

No necesito que todos en la iglesia me consideren su mejor amiga. Tengo contentamiento en Cristo.

No necesito un “trabajo de verdad” para alcanzar el reconocimiento de otro y estar contento.

Mi relación con Jesucristo me satisface. Encuentro contentamiento en Él y puedo ser el estímulo para mi esposo que Dios quiere que sea. El éxito se define como Jesús y nada más, Él es todo lo que necesito.

Cuando estamos completamente satisfechos con Cristo estamos dispuestos a sacrificar todo con el propósito de que otros tengan la misma prosperidad (2 Corintios 5:18-6:10). En lugar de buscar nuestra comodidad, podemos sacrificarnos y negarnos a nosotros mismos por el bien del evangelio. Pablo escribió a una iglesia a la cual él había ministrado, “Y yo con el mayor placer gastaré lo mío, y aun yo mismo me gastaré del todo por amor de vuestras almas, aunque amándoos más, sea amado menos” (2 Corintios 12:15). Él había invertido al máximo en las vidas de los creyentes de Corinto, pero ellos creían rumores ridículos acerca de él. Era difícil para él. Sin embargo, su entusiasmo por el evangelio no disminuyó. Pablo consideraba un privilegio el sufrir por Cristo y Su iglesia (Filipenses 3:7-14; Efesios 3:8-13). “Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia…a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre” (Colosenses 1:24, 28).

Cuando te veas tentada a buscar prosperidad y fama— ¡detente! Recuerda que en Cristo están escondidos los tesoros de sabiduría y conocimiento. Puedes estar contento en él.

Despójate de la pasión por el éxito mundanoVístete de la pasión por llevar fruto a través de la fidelidad

El mundo define el éxito como alcanzar logros, fama, riqueza y comodidad. Dios define la prosperidad de una manera diferente. Una vida próspera en los ojos de Dios es una vida de fidelidad que lleva fruto y una vida que se da por los demás. ¿Cómo es esto? Es buscar que la Palabra de Dios se extienda rápidamente y sea glorificada (2 Tesalonicenses 3:1-2), que las almas eternas sean salvas (2 Timoteo 2:10), que cada hombre sea encontrado perfecto en Cristo (Colosenses 1:28) y buscar la corona de justicia (2 Timoteo 4:8). El brillo de las recompensas que buscamos como cristianos, perdura mucho más allá del brillo temporal del oro.

Tenemos la recompensa de ser parte de formar discípulos fieles de Cristo. “Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que me gloríe? ¿No lo sois vosotros, delante de nuestro Señor Jesucristo, en su venida? Vosotros sois nuestra gloria y gozo…porque ahora vivimos, si vosotros estáis firmes en el Señor” (1 Tesalonicenses 2:19-20; 3:8).

¿Valoras la fidelidad de tu esposo y la gente de tu iglesia? Yo le agradezco a mi esposo constantemente por serme fiel. Creo que no expreso gratitud suficiente hacia la gente de nuestra iglesia. Tenemos algunos miembros que aún están activos en nuestra iglesia y que formaban parte del grupo original hace 25 años. Cuando me desanimo por gente que deja nuestra iglesia, tengo la costumbre de pensar en aquellos miembros fieles para darme ánimo.

En nuestra primera iglesia, contábamos con gente que había sido fiel a esa congregación por más de 50 años. Louise Nilse escribió y se hizo cargo del boletín por más de 30 años, utilizando un viejo mimeógrafo. Uno de los ancianos, Lewis Larsen, sirvió por el mismo periodo de tiempo.

Mi padre era un modelo de fidelidad. Él dirigió el coro en una pequeña iglesia bautista por 30 años y enseñó historia por 56 años. ¡Qué gran legado para la siguiente generación—fidelidad! Si esto trae gran gozo a los líderes de su iglesia, imagina cuánto gozo trae al corazón de Dios. Creo que estos siervos humildes segarán mayores recompensas que muchas personas quienes aparentan ser más exitosas a los ojos del mundo.

Jesús habló sobre este punto cuando relató la parábola de los talentos. Aquellos quienes invierten sus bienes de manera sabia y responsable reciben el elogio, “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:21). A los esclavos se les otorgaban diferentes recursos y se esperaba que produjeran conforme a ellos. Algunos tenían ganancias mayores que otros, pero todos aquellos que eran fieles al utilizar lo que se les dio, eran alabados.

Dios tiene a la fidelidad en alta estima. Debemos, por Su poder, permanecer fieles a Él, a nuestras familias y a la iglesia. Debemos correr esta carrera para ganar la corona incorruptible. Debemos disciplinarnos para no ser al final eliminados (1 Corintios 9:23-27).

Mientras permanezcamos fieles a nuestros llamados (como hemos visto en el capítulo 1) y permanezcamos en Él, veremos fruto. ¿En qué se diferencia esto del síndrome del éxito? En lugar de buscar alcanzar logros, fama y prosperidad, buscamos agradar a Dios, fama para el nombre de Cristo, contentamiento y sacrificio personal.

Al entregar fielmente nuestras vidas, sabemos que seremos recompensados con el tesoro incorruptible de haber sido parte de la construcción del reino de Dios. La diferencia radica en los motivos y los medios. Al inicio de su ministerio, Pablo dijo, “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20:24). El verdadero éxito es alcanzado para la gloria de Dios y no para exaltación personal. El verdadero éxito se alcanza a través de la humildad y fidelidad. Al final de su vida, Pablo pudo decir,

He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida (2 Timoteo 4:7-8).

Esto, mi amiga, es lo principal. Alineemos nuestras pasiones y prácticas a las de Pablo, y el síndrome del éxito no tendrá poder sobre nosotros. Seremos capaces de correr la carrera para verdaderamente ganar el premio.

En unión sagrada con un pastor

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