Читать книгу Ángeles de la oscuridad - Stephany Hernández - Страница 10

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Un clan

Sentía el viento chocar contra mi rostro y mi cabello moverse entre la brisa. Sujetaba con fuerza a Ángeles quien manejaba a toda velocidad. No sabía hacia donde se dirigía, estaba cuidando el hecho de no caerme de la motocicleta. Me aterraban, no entendía porque había aceptado.

Me percaté de que comenzó a reducir la velocidad y subí la mirada para ver el camino. Estábamos llegando a un sendero boscoso.

Por la temporada, la cantidad de hojas naranjas en el suelo era inmensa y podía escuchar el chasquido que se producía cuando la motocicleta pasaba sobre ellas.

Se detuvo ante un camino rocoso y me bajé tan apresurada que tropecé y caí de espalda sobre las hojas. Ella no pudo evitar reír y se apresuró para ayudarme.

Tomé su mano mientras maldecía entre dientes y una vez de pie la miré a los ojos. Acercó su mano a mi cabello castaño para quitar los restos de hojas que habían quedado atrapados y por un segundo me perdí en su manera de mirarme.

Sus ojos color café, tan intensos, penetraban dentro de mí de una manera que no podría explicar y repentinamente sentí miedo. Quité su mano bruscamente de mi cabello y me alejé unos pasos. Esa mirada. Esos ojos. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y ella frunció el ceño.

—¿Sucede algo? –preguntó dando un par de pasos hacía mí.

—No, yo... debo irme –miré a mi alrededor y no tenía idea de dónde estaba. No entendía que sucedía. No entendía por qué ese temor se apoderó de mi sin más.

Mi cuerpo quedó repentinamente inmóvil y ella minimizó el espacio entre las dos. Posó su mano en mi brazo y lo acarició con delicadeza.

—Debes estar pasando por algo difícil, pero estás bien acá –aseguró.

Tragué fuerte y me estremecí ante el roce de su mano en mi brazo. Traté de tranquilizarme pensando en lo estúpido que podía verse temerle a ella.

Asentí y comenzó a caminar por el sendero rocoso frente a nosotras. Me tomó un par de segundos empezar a seguirla mientras miraba a mi alrededor. No había más ruido que el de algunas aves y el crujir de las hojas. Al fondo pude visualizar una pequeña cabaña y algunos chicos frente a ella. Tres para ser exactos.

El más alto y corpulento vestía únicamente una bermuda. Tenía el cabello rizado y rubio que le llegaba hasta sus mejillas. Sus ojos azules se sentían sumamente fríos y su cuerpo, sin dudas, llamaría la atención de más de una chica. Él iba descalzo y no apartó su vista de mí desde que me vio aparecer con Ángeles.

Su expresión era seria y la miró a ella como esperando una explicación. Me hizo sentir un tanto incómoda, pero luego una chica alta y delgada, sumamente hermosa y delicada, se acercó a mí con una cálida sonrisa mientras corría su pelirrojo cabello hacía atrás con sus dedos.

—Hola, soy Kate –saludó y me brindó un abrazo.

—Claire –contesté sonriendo igual.

—¿Claire? –preguntó una voz ronca desde la entrada de la cabaña. Era un chico de unos 14 años delgado, de tez oscura y cabello corto.

Asentí y entonces el chico alto e intimidante que miraba a Ángeles me miró a mí nuevamente, esta vez sonriendo.

—Lo siento, casi no recibimos visitas –se disculpó por su actitud–, soy Arcángel. Ellos son mis hermanos menores, Kate y Justin. Y ya conoces a Ángeles.

Sonreí por cordialidad. ¿Hermanos? Todos eran tan diferentes.

—No te traje a mi casa –aclaró Ángeles mientras dejaba su bolso en el frente de la cabaña– solo vine por algo –terminó y entró haciéndome señas para que la siguiera.

Fui detrás de ella. Era una cabaña discreta, había libros por todos lados, una pequeña cocina, un sofá largo y una pequeña mesa de comedor.

Ángeles caminó hasta la puerta del fondo entrando a una pequeña habitación. Me miró de arriba a abajo y sacó algunas cosas del armario.

—Colocate esto –ordenó dándome un jean negro y una franela sin mangas y holgada con unas alas blancas en la espalda.

Lo tomé en mis manos y miraba alrededor buscando algún lugar donde cambiarme sin que me viera, justo cuando me percaté de que ella se había comenzado a desvestir frente a mí.

Se quitó todo el uniforme quedando únicamente en ropa interior, como si yo no estuviera en la habitación y se tomó algunos segundos, que parecían eternos, buscando algo para ella en aquel mismo armario.

Yo evitaba mirarla, pero un impulso me hizo volverme en su dirección. Subí la vista desde sus piernas perfectas hasta su espalda, donde me detuve al contemplar lo que parecía un tatuaje de tinta blanca que abarcaba toda la superficie. Eran unas alas, sumamente hermosas.

Las detallé por el tiempo que ella estuvo mirando adentro del ropero, pero repentinamente se giró encontrándose con mis ojos postrados en su cuerpo y me sonrojé. Desvié la mirada y escuché una risa provenir de su boca.

—Tranquila, te dejaré cambiarte –me dijo mientras se colocaba un jean negro y una franela blanca. Tomó unas botas de abajo de su cama y salió de la habitación.

* * *

Ya habíamos caminado unos diez minutos entre los árboles sin mediar palabras. Yo la seguía tontamente como si la decisión de acompañarla no dependiera de mí. Ángeles me miraba de vez en cuando sin detenerse y yo solo le sonreía un poco tímida.

Nos detuvimos cerca de un abismo donde se encontraban otros chicos en pantalones cortos y chicas en traje de baño y ropa interior. Los miré algo confundida y en ese momento vi como uno de ellos corría al borde y se arrojaba de un salto.

Coloqué las manos en mi boca sorprendida y asustada y ella al darse cuenta no pudo contener la risa.

—Solo es un acantilado, abajo hay un lago –se acercó indicándome que la siguiera para mostrarme.

Lo hice y me sentí una tonta al ver al chico en el agua jugando con otros.

—Chicos, ella es Claire –me presentó y todos me saludaron.

—Hola –hice un gesto con mi mano y les regalé una sonrisa un tanto incómoda.

—Son algunos amigos –me dijo Ángeles– cuando te hablé de salir a conocer me refería a mostrarte esta parte de tu pueblo. Ya tendremos tiempo para que me presentes tu lado de la película.

—Con mi padre solemos acampar en el bosque un par de veces al año –le conté, pero pareció no interesarle.

—Lo sé –dijo con severidad– tu padre es dueño de más de la mitad de estos terrenos y ha destrozado absolutamente todo.

Abrí la boca para decir algo, pero no lo logré. Ella tenía razón así que preferí no decir nada.

Me tomó solo un minuto percatarme de que la mayoría de los chicos tenían el mismo tatuaje en la espalda así que decidí preguntarle de que trataba.

—Oye –dije para llamar su atención y ella enseguida me miró a los ojos–. Todos tienen esas alas tatuadas... digo, ¿son una especie de grupo?

—Como una secta –rio al ver mi expresión de espanto– solo bromeo, pero si somos una especie de clan. En su momento te hablaré de ello.

Me guiñó el ojo y no podría explicar lo que sentí en ese instante. Algo se revolvió en mi estómago y dejé escapar una sonrisa de mis labios.

Ángeles de la oscuridad

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