Читать книгу Ángeles de la oscuridad - Stephany Hernández - Страница 8

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Regresa

No tardamos en llegar a la casa de Rose, vivía cerca del instituto. Yo aparqué en frente, igual que el resto de los chicos, a excepción de ella que estacionó en su garaje. Me tomé un segundo para respirar cuando Mike abrió mi puerta haciéndome volver a la realidad.

—¿Vamos, hermosa? – preguntó con una dulce voz mientras me extendía su mano.

La tomé sin pensarlo y justo al salir del auto él me rodeó con sus brazos dándome un profundo y largo beso. Mis dedos se entrelazaron en su corto cabello, despeinándolo aún más y por un segundo olvidé que teníamos público.

—Chicos, ¿pueden esperar hasta después? –preguntó Dave gritando desde la puerta de la casa mientras limpiaba los cristales de sus lentes.

Yo lo miré aún entre los brazos de Mike, con mi cabeza recostada en su pecho y sonreí.

—¿Crees que puedes? –preguntó él sin soltarme y con una sonrisa cargada de picardía.

—Solo un poco –le di otro beso corto y tomé su mano para caminar hasta adentro de la casa.

Una vez dentro me percaté de que no éramos los únicos tres invitados. Había unos veinte chicos alrededor de toda la casa, la mayoría amigos de mi novio quién, sin dudarlo, me soltó para ir a saludarlos.

Caminé directo al bar, si necesitaba algo en aquel momento era un trago fuerte, así que me serví un vaso de vodka. Tomé un pequeño sorbo cuando Rose me interrumpió.

—¿Qué hiciste en vacaciones? –preguntó animada mientras se sentaba en el banco frente a mí.

—Fui a la casa de playa, pasé todo el tiempo allá –contesté mirando el vaso para luego tomar otro sorbo– papá tuvo que trabajar, además de que conoció a Rebecca y su atención se centró únicamente en ella.

Rebecca era la nueva pareja de mi padre. Comenzaron a salir a dos semanas de empezadas las vacaciones. Se conocieron en reuniones de trabajo hace mucho tiempo y de allí surgió el interés... sí, interés.

—Yo fui a un retiro espiritual junto a mi madre en la India –dijo en tono de aburrimiento– sí, retiro espiritual. Sí, la India –se apresuró a añadir frente a mi ceño fruncido.

—¿De qué va todo esto? –pregunté sin poder contener la risa.

—Su nuevo gurú –suspiró mostrando una cara de suma frustración –sí, gurú, le hizo creer... sentir, que era una buena idea.

La manera en que abrió sus brazos con exageración al exclamar la palabra sentir me hizo explotar en una carcajada. Ella colocó los ojos en blanco y su teléfono comenzó a repicar. Se disculpó a la vez que se alejaba para contestar.

En ese momento sentí unas manos cálidas que me tomaban del brazo y me llevaban consigo. Era mi novio, me sonreía con complicidad mientras me arrastraba escaleras arriba.

Llegamos a la habitación de huéspedes y al entrar colocó el cerrojo sin titubear. Enseguida me abalancé en sus brazos regalándole un profundo e intenso beso, de aquellos que me hacían olvidarme del resto y centrarme únicamente en sus labios.

Sus manos sujetaron mi cadera con firmeza y las mías sostenían su cuello, tratando de mantenerlo cerca de mí.

—Te eché de menos –susurró contra mis labios mientras me llevaba a la cama.

Solo sonreí y lo sujeté, presionándolo contra mí. Me acostó con algo de apuro y torpeza, lo que me pareció realmente lindo y, dejándome llevar por el momento, comencé a desabotonar su camisa.

* * *

Ya llevábamos un rato en la habitación y nos encontrábamos parcialmente desnudos, cuando alguien tocó la puerta. No pude evitar maldecir por lo bajo y él se limitó a seguir besándome, ignorando el ruido.

Giré, colocándome sobre su cuerpo mientras besaba su cuello, estaba sumergida en aquel momento, pero el sonido de la puerta nos volvió a interrumpir, esta vez insistentemente.

Me incorporé colocándome nuevamente la camisa sin abrocharla y abrí. Era Rose, que me miraba un poco preocupada.

—¿Qué sucede? –pregunté un tanto asustada ante la expresión de su rostro.

—Es tu hermano, Claire –estaba pálida y sostenía su teléfono enseñándome una noticia.

Lo tomé de inmediato, no podía creer lo que leía Aparece Ben Weber justo a un año del trágico accidente. Por un momento sentí que mi corazón dejó de latir y yo parecía no poder respirar. Repentinamente el pulso se me aceleró y salí a toda velocidad de la casa hacia mi auto mientras intentaba llamar a mi padre.

Me costó recordar el número de teléfono y, sumado a ello, mis manos temblorosas no me permitían marcar una sola tecla. En ese momento agradecí la llamada entrante de mi padre.

—Está aquí –dijo con voz temblorosa–. Está aquí.

Las lágrimas comenzaron a bajar por mis mejillas y un aire de alivio recorrió todo mi cuerpo. Luego de un año, él había regresado.

Ángeles de la oscuridad

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