Читать книгу Ángeles de la oscuridad - Stephany Hernández - Страница 6

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Prefacio

Regresaba de una obra de teatro del instituto y la abundante lluvia a duras penas me permitía ver el camino. Tardé mucho más tiempo de lo que acostumbraba en regresar a casa y, cuando finalmente lo logré, estacioné el auto lo más cerca posible de la puerta principal. Tomé con prisa mis llaves y una chaqueta de cuero que posaba en el espaldar del asiento del copiloto antes de adentrarme apresurada en aquel diluvio.

Mis zapatos se empaparon al pisar un enorme charco justo bajo los escalones de la entrada y mi intento por cubrirme con aquella prenda fue un chiste de mal gusto. Maldecía entre dientes mientras pensaba en la razón por la que no seleccioné, aún estando dentro del auto, la llave correcta, pero al acercarme hasta la puerta me percaté de que se encontraba abierta.

Giré la mirada intentando localizar el carro de alguno de mis padres, nada, o el carro de mi hermano, tampoco. De igual manera, era imposible ver mas allá de unos cuantos metros aquella noche y por la hora estaba segura de que ninguno de ellos había llegado.

Entré a paso apresurado y tiré todas las cosas al suelo junto a la puerta a sabiendas de que mi madre me lo reprocharía al rato. Comencé a quitarme los zapatos justo cuando me percaté de un tenso silencio en el aire. Una sensación desagradable recorrió mi espina y mi piel se erizó ante el temor de encontrarme completamente sola.

—¿Hola? –pregunté con la esperanza de que alguien respondiera desde algún lugar de la casa. Pero nadie lo hizo.

Observé con cautela aquel largo y oscuro corredor ubicado frente a la puerta principal, todas las luces se encontraban apagadas, incluso la de la cocina ubicada al fondo y a la izquierda, la cual solía permanecer encendida durante la noche. Atravesé el pasillo con pasos prevenidos, evitando emitir cualquier ruido, pero me encontré con nada.

Me tomé algunos segundos para girar y percatarme de una tenue luz que escapaba por debajo de la puerta del sótano. Di por sentado que mi hermano se encontraba abajo, pues era su sala de juegos.

Abrí la puerta con cuidado y lo llamé repetidamente, pero sin respuestas, por lo que decidí bajar. Fue cuando la vi. En el suelo. La garganta de mi madre se abría de lado a lado y la sangre escarlata había formado un gran charco, era un rojo tan intenso.

Ella aún tenía sus ojos abiertos, respiraba con dificultad e intentó extender su mano en mi dirección, pero justo cuando arranqué a correr a su lado sentí unos brazos rodeandome con fuerza. Luché, pero era imposible.

—No temas –susurró una tenebrosa voz justo en mi oído y un escalofrío recorrió toda mi médula–, vine por ti.

Ángeles de la oscuridad

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