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Capítulo 2

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GAGE estaba en el porche de Kari. Ella no se molestó en fingir sorpresa. Cuando lo había visto en el banco, había estado demasiado conmocionada y cargada emocionalmente como para reparar en su apariencia… y en lo que él había cambiado. Pero, allí, en una situación más normal, podía tomarse su tiempo para apreciar cómo había evolucionado en los años que llevaban sin verse.

Parecía más alto de lo que ella recordaba. O, quizá, sólo era más corpulento. En cualquier caso, era todo un hombre. Demasiado atractivo. Le resultaba muy guapo, siempre lo había hecho.

—Si has venido para invitarme a otro atraco, voy a tener que rechazar la oferta —afirmó ella, sonriendo.

Gage sonrió y levantó ambas manos.

—No más atracos… no si yo puedo evitarlo. La razón por la que he venido es para asegurarme de que estás bien después de toda la emoción de esta mañana. Además, supuse que querrías agradecerme que te salvé la vida invitándome a cenar.

—¿Y si mi marido se opone? —preguntó ella.

Gage ni siquiera se mostró un poco preocupado:

—No estás casada. Ida Mae está al tanto de esas cosas y me lo habría contado.

—Eso crees —repuso ella y se apartó para dejarlo entrar.

Gage se dirigió al salón mientras ella cerraba la puerta.

—¿Qué te hace pensar que he tenido tiempo de hacer la compra? —inquirió Kari.

—Si no la has hecho, tengo un par de filetes en el congelador. Podría sacarlos.

—Lo cierto es que sí fui a la compra esta mañana. Por eso me quedé sin dinero y tuve que ir al banco —comentó ella y frunció el ceño—: Ahora que lo pienso, no llegue a cobrar mi cheque.

—Puedes hacerlo mañana.

—Supongo que no me queda más remedio.

Kari se dirigió a la cocina. Era extraño estar con él allí, se dijo. Una rara mezcla de pasado y presente. ¿Cuántas veces había ido Gage a cenar a esa casa hacía ocho años? Su abuela siempre lo había recibido bien a su mesa. Y había estado tan enamorada que le emocionaba la idea de que quisiera compartir las comidas con ella. Claro que por aquel entonces había sido tan joven que se hubiera emocionado sólo con que Gage le pidiera que lo acompañara mientras lavaba su coche. Todo lo que había necesitado para ser feliz era pasar unas horas en presencia de Gage. La vida había sido mucho más simple en aquellos tiempos.

Gage se apoyó en la mesa e inspiró:

—Huele muy bien. Me resulta familiar.

—Es la receta de salsa de mi abuela. La puse a fuego lento esta mañana, justo después de volver de la tienda. También he sacado la vieja máquina de hacer pan, pero estaba llena de polvo y no te prometo que funcione.

—Sí funcionará —respondió él, observándola.

Sus palabras le pusieron la piel de gallina, lo que era una locura, pensó Kari. No era más que un viejo amigo de Possum Landing. Ella vivía en la ciudad de Nueva York. De ninguna manera se iba a dejar conquistar por Gage Reynolds. Claro que no.

—¿Ya has hecho todo el papeleo y esas cosas que se hacen después de un robo? —preguntó ella mientras echaba un vistazo a la salsa para pasta.

—Todo atado y bien atado —respondió él y se acercó para tomar la botella de vino que Kari había dejado sobre la mesa.

—Kari Asbury, ¿esto es alcohol? ¿Has comprado la bebida del diablo dentro de nuestro condado de la ley seca?

—Ya sabes. Recordé que no se permitía la venta de alcohol en las tiendas de Possum Landing, así que he traído el mío propio. Me detuve de camino para comprarlo.

—Estoy conmocionado. Por completo.

—Entonces, lo más seguro es que no quieras saber que tengo cerveza en la nevera.

—No —contestó él y abrió la nevera para sacar una botella. Se la ofreció a Kari.

—No. Esperaré a tomar vino en la cena.

Gage abrió el cajón que contenía el abridor a la primera. Se movía en la casa con aire de familiaridad. Lo cierto era que sí era familiar para él. Se había mudado a la casa de al lado en la primavera anterior a la graduación de Kari. Ella recordó haberlo visto llevar cajas y muebles. Su abuela le había contado quién era: el nuevo oficial de policía. Gage Reynolds. Había estado en el ejército y había recorrido el mundo. Ante los ojos de una jovencita de diecisiete, aquel hombre de veintitrés había parecido imposible de alcanzar. Cuando habían empezado a salir aquel otoño, él le había parecido ser un hombre de mundo y ella…

—¿Aún somos vecinos? —preguntó Kari, girándose para mirarlo.

—Yo aún vivo en la casa de al lado.

Kari recordó el comentario de Ida Mae sobre que Gage nunca había ido al altar. De alguna forma, había conseguido que no lo cazaran. Al mirarlo, con aquel uniforme caqui que ensalzaba el ancho de sus hombros y los músculos de sus piernas, se preguntó cómo era que las encantadoras damas de Possum Landing no habían conseguido atraparlo.

No era asunto suyo, se dijo. Revisó el tiempo que le quedaba al horno para pan y vio que aún faltaban quince minutos, más el tiempo necesario para que se enfriara.

—Vayamos al salón —invitó ella—. Estaremos más cómodos.

Mientras lo seguía, Kari se sorprendió mirándole el trasero. Casi se tropezó al darse cuenta. ¿Qué diablos andaba mal con ella? Nunca le miraba el trasero a los hombres. Nada le había parecido demasiado interesante en ellos. Hasta ese momento.

Suspiró. Era obvio que vivir tan cerca de Gage iba a ser más complicado de lo que había calculado.

Gage se sentó en una mecedora y ella en el sofá. Él tomó un poco de su cerveza, dejó la botella en la mesa y se recostó. Debía de haber parecido fuera de lugar y extraño en aquel rincón tan femenino, pero no fue así. Quizá porque él siempre sabía estar cómodo en cualquier parte.

—¿Qué piensas? —preguntó Gage.

—Que pareces estar en tu propia casa.

—Pasé aquí mucho tiempo —le recordó él—. Aún después de que tú te fueras, tu abuela y yo seguimos siendo amigos.

Kari no quería pensar en eso… en las confidencias que ambos podían haber compartido.

—Has cambiado —comentó Gage, tras observarla unos segundos.

—Ha pasado mucho tiempo —replicó ella, sin saber si el comentario de Gage había sido positivo o negativo.

—No pensé que volverías.

Era la tercera vez en menos de tres horas que alguien le decía que había vuelto.

—No he vuelto —le corrigió ella—. Al menos, no de forma permanente.

Gage no pareció sorprendido ni tomó en cuenta su tono defensivo.

—¿Entonces por qué has venido? Hace siete años que murió tu abuela.

—Quiero arreglar la casa para poder venderla. Sólo pasaré aquí el verano.

Gage asintió y no dijo nada. Kari tuvo la molesta sensación de estar siendo juzgada y acusada. Lo que no era justo. Gage no era el tipo de persona que juzgaba a las personas sin motivo. Ella se revolvió en su asiento, sintiéndose agitada.

En lugar de hablar de sus problemas personales, que era mejor no destapar en público, Kari cambió de tema:

—No puedo creer que hubiera un atraco aquí en Possum Landing. Será la comidilla de todo el pueblo durante semanas.

—Probablemente. Pero no fue ninguna sorpresa.

—No puedo creerte. No es posible que las cosas hayan cambiado tanto.

—Seguimos siendo un pequeño punto junto a la carretera. Con los problemas típicos de un pueblo pequeño, pero nada parecido al crimen de la ciudad. Estos tipos estaban recorriendo el estado, robando en los pueblos pequeños. Yo les he estado siguiendo la pista y me imaginé que antes o después llegarían aquí. Hace cuatro días nos avisaron los federales. Querían tenderles una trampa. A mí me pareció bien. Se lo contamos a todos en el banco, señalamos un cajón lleno de dinero y esperamos que llegaran.

Kari no pudo creerlo.

—Tanta emoción aquí. Y yo he estado en medio.

—Como viste, las cosas se complicaron un poco. No sé si es que los ladrones se precipitaron o qué pero, en esta ocasión, decidieron entrar cuando aún había clientes dentro. Las otras veces habían esperado a que las puertas estuvieran cerradas al público antes de entrar.

—¿Así que no esperabas tener que lidiar con esa situación?

—Nadie lo esperaba. Los federales querían esperarlos fuera. Pero alguien tenía que hacer algo dentro.

—¿Entonces tú entraste sólo para distraerlos?

—Me pareció lo más fácil. Además, quería estar allí para asegurarme de que nadie perdía los nervios y no había heridos. Al menos, nadie de los del pueblo. Los criminales me dan igual.

Claro. Según Gage, ellos se lo habían buscado. Para empezar, no era responsabilidad de él que hubieran ido a Possum Landing a atracar un banco.

—Yo estoy de acuerdo con el oficial de los federales —afirmó ella—. No sé si eres un valiente o un loco.

Gage sonrió:

—Podrías encontrar argumentos para apoyar ambos puntos de vista. Sabías que no estaba enojado contigo. Estaba sólo intentando distraer al tipo.

Kari tembló al recordar la pistola en su cara.

—Tardé unos minutos en entender lo que estabas haciendo.

Sin embargo, Kari se preguntó cuánto de lo que él había dicho en el banco era cierto. ¿De veras pensaba Gage que ella era quien se había escapado?

¿Era lo que ella pensaba también?

En un tiempo, habría contestado que sí. Antes de salir del pueblo, Gage había sido todo su mundo. Se habría lanzado bajo las ruedas de un tren sólo si él se lo hubiera pedido. Lo había amado con toda la devoción de que era capaz una adolescente. Ése había sido el problema. Lo había amado demasiado. Cuando había imaginado que había problemas, no había sabido cómo enfrentarse a ellos. Así que había huido. Cuando él no la había seguido, había confirmado su mayor temor… que no la había amado en absoluto.

Pasaron toda la cena hablando de amigos comunes. Gage le puso al día sobre varias bodas, divorcios y nacimientos.

—No puedo creer que Rally tenga gemelos —comentó Kari, mientras se trasladaban al porche.

—Dos niñas. Le dije a Bob que se iba a enterar de lo que es bueno cuando llegaran a la adolescencia.

—Por suerte, aún les queda mucho.

Kari dejó su copa de vino sobre la mesa y se recostó en el balancín para mirar al cielo. Ya había oscurecido, pero aún hacía mucho calor y humedad. Sintió cómo se le pegaba el vestido a la piel. Estaba un poco mareada. Sin duda, era por la combinación del miedo que había experimentado aquella mañana y del vino de la cena. No solía tomar más que medio vaso de vino en ocasiones especiales, pero aquella noche, Gage y ella casi habían terminado la botella.

Gage estiró sus largas piernas. No parecía haberle afectado el vino. Era mucho más corpulento que ella, sin mencionar que no había tenido que pasar los últimos años tratando de mantener una dieta demasiado estricta.

—Háblame de tu vida en Nueva York.

—No hay mucho que contar —admitió ella, dudando si sentirse preocupada o agradecida porque al fin le hubiera hecho una pregunta un poco personal—. Cuando llegué, averigüé que las chicas de pueblos pequeños a las que habían dicho que eran lo suficientemente guapas como para ser modelos abarrotaban todas las agencias del lugar. La competitividad era muy fuerte y las posibilidades de lograr el triunfo eran muy pocas.

—A ti te fue bien.

Kari lo miró, preguntándose si Gage lo estaba suponiendo o si de veras lo sabía.

—Tras el primer año, conseguí trabajo. Gané lo suficiente como para mantenerme y pagarme la universidad. El mes pasado conseguí mi título de maestra, que era lo que de verdad quería.

—Pero estás demasiado delgada como para ser maestra —comentó él.

Kari rió:

—Lo sé. Demasiados años de dieta. Me enorgullece poder contarte que he aumentado de talla. Pretendo engordar un poco más y seguir comiendo chocolate de vez en cuando.

Gage la miró de arriba abajo. Ella esperó escuchar algún comentario sobre su cuerpo, pero no fue así.

—¿Y qué tipo de maestra eres?

—De Matemáticas para secundaria.

—Muchos chicos van a caer rendidos a tus pies.

—Lo superarán.

—No lo sé. Yo aún estoy colgado de la señora Rosens. Era profesora de Sociales en secundaria. Creo que fue la primera vez que me fijé en una chica. Se casó con un entrenador de fútbol del instituto. Tardé un año en sobreponerme.

Kari rió.

Se sentaron juntos en el balancín durante unos minutos. La vida parecía algo normal allí, mientras disfrutaban de la tranquilidad de la noche, pensó Kari. En vez de sirenas y ruidos de coches, se oían sólo los grillos. En todo Possum Landing la gente estaría sentada en sus porches, disfrutando de las estrellas y charlando con los vecinos. Nadie se preocuparía de si medio vaso de vino podía causar flacidez facial. Nadie podía perder un trabajo por ganar tres kilos.

Eso era lo normal, se recordó. Llevaba fuera demasiado tiempo y casi lo había olvidado.

—¿Por qué la enseñanza? —preguntó Gage de pronto.

—Es lo que siempre he querido.

—Después de ser modelo.

—Eso es.

Kari no quería entrar en ese tema. No todavía. Quizá más tarde podían repasar su pasado y lanzarse acusaciones el uno al otro. Pero esa noche, no.

—¿Dónde vas a buscar trabajo de maestra?

—En las escuelas de alrededor de Texas. Hay un par de vacantes en la zona de Dallas y en Abilene. Tengo cita para unas entrevistas. Por eso, me pareció que era el momento adecuado para volver aquí a arreglar la casa. Luego, podré marcharme.

Kari se detuvo, esperando que él respondiera. Pero no lo hizo.

Lo que no importaba, se dijo Kari, que de pronto se había dado cuenta de que no era tan fácil estar allí sentada a su lado, en el mismo balancín donde la había besado por primera vez. Se estremeció.

Era cosa del vino, se dijo Kari. O los viejos recuerdos, revoloteando entre ellos como fantasmas. El pasado tiene una influencia poderosa. Sin duda, iba a necesitar un poco de tiempo para acostumbrarse a la idea de estar de nuevo en Possum Landing.

—¿No pediste trabajo aquí?

—No.

Ella esperó, pero Gage no preguntó por qué.

—No hablemos más de mí —dijo ella, mirándolo—. ¿Qué hay de tu vida? Lo último que supe de ti es que eras ayudante del sheriff. ¿Cuándo ascendiste?

—El año pasado. No estaba seguro de poder hacerlo, pero lo conseguí.

Kari no se mostró sorprendida. Gage siempre había sido bueno en su trabajo y aceptado por la comunidad.

—Así que has conseguido lo que siempre quisiste.

—Sí —respondió él, mirándola—. Siempre tuve muy claros mis objetivos. Crecí aquí. Soy la quinta generación de una familia nacida en Possum Landing. Sabía que quería ver mundo y luego regresar para vivir aquí. Y eso hice.

Kari admiraba su habilidad para saber lo que quería y perseguir sus sueños. Ella nunca había estado tan centrada. Había tenido algunas distracciones muy poderosas. Una de las cuales estaba sentada a su lado.

—Me alegro de que estés donde quieres estar —comentó ella y añadió—: Pero nunca te casaste.

—He tenido algunas novias —respondió Gage, sonriente.

—Siempre fuiste el favorito de las mujeres.

—Nunca te di motivos para preocuparte por eso cuando salíamos juntos. Nunca tonteé con otras mientras estaba contigo, Kari —afirmó él, serio.

—Nunca pensé que lo hubieras hecho. Pero había muchas mujeres ansiosas por captar tu atención. No parecía importarles que nosotros estuviéramos saliendo.

—A mí sí me importaba.

La voz de Gage recorrió la piel de ella como una caricia. Kari se estremeció.

—Sí, bueno, yo… —comenzó a decir Kari, pero su voz se apagó.

—Se está haciendo tarde.

Cuando Gage se levantó, Kari no estuvo segura de si se sentía aliviada o triste porque se fuera. Una parte de ella no quería que la noche acabara nunca, pero la otra parte se alegraba de no tener más oportunidades de decir tonterías. Era un hábito del que no había conseguido deshacerse.

Kari también se levantó y se percató de nuevo en lo alto que era él. Sobre todo, con sus gastadas botas de vaquero. Tuvo que levantar la cabeza ligeramente para mirarlo.

La mirada de Gage casi la dejó sin aliento. Mostraba una combinación de confianza y fuego que hizo que sus entrañas se derritieran y se quedara sin respiración.

¿Qué diablos le pasaba? No era posible que estuviera sintiendo aquello. Era una locura. Sería…

—Sigues siendo la niña más guapa de Possum Landing —afirmó él y dio un paso hacia ella.

Kari se sintió de pronto sobrepasada por el calor texano.

—Yo… ya no soy una niña.

—Recuerda que aquí yo soy quien manda —replicó Gage, con una sonrisa nada buena para el equilibrio de ella—. Lo sé —murmuró y puso una mano sobre su cuello, acercándola—. ¿Te he dicho que me gusta cómo te queda el pelo corto?

Kari abrió la boca para responder. Gran error. O no, según el punto de vista.

Porque justo en ese momento, él inclinó su cabeza y acercó su boca a la de ella. Kari no tuvo tiempo de prepararse… lo que seguramente no fue tan malo. Porque, en cuanto sus labios se tocaron, protestar perdió todo sentido teniendo en cuenta que Gage besaba de maravilla.

Kari no estaba segura de qué era lo que hacía sus besos tan especiales. Mostraban una presión suave y firme y mucha pasión. Como si la noche no fuera ya lo suficientemente calurosa, estaban generando tanto calor que podrían haber hecho hervir el agua. Pero había algo más, una química especial que la dejó desesperada y llena de deseo. Algo que la impulsó a rodearlo con sus brazos de forma que, cuando él la acercó aún más, sus cuerpos estuvieron pegados en las partes claves.

Gage movió su boca contra la de ella y, muy despacio, le lamió el labio de abajo. El placer la recorrió como un relámpago. Kari apretó los fuertes hombros de él, saboreando la firmeza de su cuerpo, el contacto del torso de él sobre sus pechos y de sus fuertes manos sobre las caderas de ella.

Ella ladeó la cabeza, igual que él, preparándose para profundizar el beso. Y no le cupo ninguna duda de que iban a pasar al siguiente nivel.

Así que, cuando Gage se acercó a sus labios de nuevo, ella abrió la boca para él, deseando unir ambas lenguas en aquella particular danza.

Gage sabía dulce y sensual. Era un hombre que disfrutaba de las mujeres y sabía lo suficiente como para hacer que ellas disfrutaran con él. Kari guardaba un recuerdo borroso de su primer beso con Gage, él se había mostrado muy seguro y ella se había sentido como una tonta. Le había tocado la lengua con la suya y ella se había derretido como mantequilla al fuego.

En ese momento, aquella misma sensación se apoderó de Kari. Su cuerpo estaba más que dispuesto para rememorar viejos tiempos. No estaba segura si su mente podía seguirle el paso tan deprisa… a pesar de que la pasión amenazaba con desbancarla.

Gage movió sus manos desde las caderas de ella hacia los lados, luego por la espalda, subiendo hasta que tomó su cabeza. Metió los dedos entre el cabello corto de ella y muy bajito susurró su nombre.

Kari siguió abrazándose a él porque la alternativa era caerse de espaldas allí mismo en el porche. Cuando Gage se separó de su boca y empezó a darle pequeños besos por la mandíbula, ella pensó que no le importaba caerse, siempre y cuando él la recogiera. Y, cuando él chupó el lóbulo de su oreja, se dijo que tener sexo con Gage Reynolds sería la mejor bienvenida.

Por suerte, la elección no era suya. Justo cuando ella empezó a pensar que llevaban demasiadas capas de ropa, Gage se apartó. Tenía los ojos brillantes, los labios húmedos por los besos. A Kari le gustó observar que jadeaba a toda velocidad y que había partes de él que no estaban tan… ocultas como habían estado hacía unos momentos.

Se miraron el uno al otro. Kari no supo qué decir. El descubrir que Gage besaba mejor de lo que ella recordaba significaba una de estas tres cosas: le fallaba la memoria, él había estado practicando en su ausencia o la química entre ellos era más poderosa entonces que hacía ocho años. No estaba segura de cuál opción prefería.

Gage no dijo nada tampoco. En lugar de eso, se acercó, le dio un último beso y bajó las escaleras del porche, alejándose en la noche.

Kari se quedó mirándolo. Se sintió inquieta, con deseos de seguirlo y… y…

Kari tomó aliento antes de darse la vuelta y, muy despacio, entrar en casa. Era obvio que su vuelta a Possum Landing iba a ser mucho más complicada de lo que había previsto.

Amor perdido - La pasión del jeque

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