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Capítulo 4

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KARI observó a Gage acercarse. Se movía con la gracia de un hombre que está cómodo en su piel. Era lo que la gente llamaba «todo un hombre», lo que hacía que su parte más femenina se estremeciera. Qué irónico. Había pasado casi ocho años rodeada por los modelos masculinos más guapos y atractivos de Nueva York, de los que un buen porcentaje no eran homosexuales, y nunca había sentido que se derretía sólo por verlos caminar. ¿Qué tenía Gage que le provocaba esas sensaciones? ¿Era que ella perdía los papeles ante un hombre con uniforme o era algo más?

—¿Qué tal fue tu cita? —preguntó Kari para distraerse del calor que sentía en el vientre—. Has vuelto pronto, así que imagino que la deliciosa Daisy está resultando un poco difícil.

Pensó en mencionar que la sorprendía que Daisy lo hubiera dejado escapar sin mostrarle sus atributos, pero le pareció que el comentario podía parecer grosero.

Gage se sentó a su lado en el escalón y apoyó los codos en sus rodillas.

—Siempre fuiste una entrometida, desde el instituto. Ya veo que eso no ha cambiado.

—Nunca —dijo ella, sonriendo.

Él la miró y le sonrió, haciendo que el corazón de Kari diera un triple salto mortal.

—He cenado con mi madre. Lo hago todas las semanas.

—Oh.

Kari trató de pensar en un comentario ingenioso, pero no se le ocurrió ninguno. La confesión de Gage no la sorprendió. Siempre se había portado bien con las mujeres de su vida… su madre, la abuela de ella. Recordó haber leído un artículo en algún sitio que afirmaba que la forma en que los hombres tratan a su madre será una buena indicación de cómo traten a su esposa. No era que estuviera planeando casarse con Gage Reynorlds. Aun así, era agradable saber que estaban dentro del grupo de hombres buenos.

—¿Qué tal está tu madre?

—Bien. Lo pasó mal después de la muerte de mi padre. Habían pasado tanto tiempo juntos que creo que pensó que no podría vivir sin él. Pero ha salido adelante. El año pasado comenzó a salir con un hombre. Un tipo llamado John. Están prometidos.

Kari se enderezó.

—Vaya. Eso es estupendo —señaló y recordó lo cercano que siempre había estado Gage a su padre—. ¿Y a ti no te importa?

—No. John es un buen hombre.

«Se reconocen entre sí», pensó Kari.

—¿Cuándo es la boda?

—Este otoño. Él es un contratista jubilado. Tiene mucha familia en Dallas. Esta semana está allí. Una de sus nietas celebra su cumpleaños y no quería perderse la fiesta.

—Dicen que la gente que tiene un matrimonio feliz puede repetir la experiencia.

Gage miró al vacío.

—Creo que es cierto. Mis padres se amaban. Hubo muchas peleas y tiempos difíciles pero, en general, estaban enamorados. Que yo sepa, el matrimonio de John también fue muy sólido antes de que su esposa muriera. Imagino que les irá bien.

—Me gustaría volver a ver a tu madre. Siempre me cayó bien.

—Trabaja en la ferretería, media jornada. Podrías acercarte a saludarla.

—Lo haré.

Cuando Kari y Gage habían estado saliendo, Edie la había recibido con los brazos abiertos. No sabía si lo hacía con todas las novias de su hijo, pero le gustaba pensar que su relación con ella había sido especial. Por supuesto, estaba segura de que a Edie no le había gustado que dejara a Gage sólo con una nota como explicación.

—¿Sigue enfadada conmigo por lo que hice?

Gage la observó, con mirada burlona.

—Parece que al fin se ha recobrado de ello.

—Bien. Entonces, me pasaré a verla y le felicitaré por su próxima boda. Creo que es genial que encontrara a alguien. Nadie debería estar solo.

Tan pronto como dijo aquellas palabras, Kari deseó no haberlo hecho. Era obvio que tanto Gage como ella estaban solos. Ella conocía sus circunstancias, pero ¿y las de él? era el tipo de hombre que siempre había atraído a las mujeres, así que debía de estar soltero por decisión propia. ¿Por qué?

Kari estuvo a punto de preguntar, pero él se adelantó.

—¿Y por qué no te has casado, Kari? —preguntó él y, antes de que ella respondiera, se encogió de hombros y añadió—: No importa. Se me olvidó. No te interesaba tener un hogar. Tenías cosas que hacer y sitios que ver.

—Eso no es cierto. Claro que quiero casarme y tener hijos. Siempre he querido hacerlo.

—¿Pero no conmigo?

—Pero no a tu ritmo —contestó ella y suspiró—. Hace ocho años tú ya tenías tu vida encaminada. Habías visto mundo y estabas preparado para sentar la cabeza. Yo acababa de salir del instituto y tenía muchos sueños por realizar. Era joven y estaba llena de esperanzas y, aunque me importabas mucho, me asustaba tu plan de vida. Me parecías mucho mayor, mucho más seguro. Todo lo que decías era razonable, pero no me pareció el momento. No quise ser como mi madre y mi abuela, que se casaron nada más salir del colegio y tuvieron hijos enseguida. Quería tener la oportunidad de ver mundo y realizar mis sueños.

—Pensé que yo era uno de tus sueños.

—Y así era. Pero no ese momento. Cuando me enteré de que ibas a pedirme que me casara contigo, entré en pánico, por eso huí. Pensé… Lo tenías todo tan claro. Pensé que me perdería entre tanta seguridad.

Gage estaba sentado tan cerca que Kari podía sentir el calor de su cuerpo y oler su aroma. Su corazón estaba dividido entre la opción de recostarse en él y de salir corriendo a las montañas. Las confesiones nocturnas solían ser peligrosas. ¿Cuál sería la consecuencia de aquélla?

—Tienes razón —dijo Gage.

—No esperaba que dijeras eso —comentó ella, sorprendida.

—Por aquel entonces, creía que lo sabía todo —admitió él, encogiéndose de hombros—. Eras lo que buscaba en una esposa, nos amábamos… ¿por qué no casarnos? Me hablaste sobre ir a Nueva York y convertirte en modelo, pero no creí que lo dijeras en serio. Fue muy arrogante por mi parte. Lo siento, Kari. Debí haberte escuchado. En vez de eso, me concentré en lo que yo quería y en imponer mis deseos.

Su confesión la tomó con la guardia baja.

—Gracias —murmuró ella—. Ojalá hubiéramos tenido esta conversación hace ocho años.

—Sí. Quizá hubiéramos encontrado una manera de que funcionara.

Kari asintió, pero no dijo nada. En el fondo, lo dudaba mucho. Incluso después de tanto tiempo, la verdad seguía lastimándola. Podía ser que Gage hubiera querido casarse, pero no la había amado lo suficiente como para ir tras ella y pedirle que volviera a casa con él. No la había amado lo suficiente como para seguir en contacto con ella y prometerle que la esperaría. Ella se fue y él se limitó a continuar con su vida sin más.

—Yo me fui al ejército cuando quise ver mundo y tú te fuiste a Nueva York. Supongo que tú lo pasaste mejor —comentó él, queriendo cambiar el tono de la conversación.

—Oh, no sé —replicó ella con voz triste—. Al menos tú podías comer.

—¿Tan justa andabas de dinero?

—Un poco. Al principio. Pero conseguí algunos trabajos a tiempo parcial y de vez en cuando un trabajo como modelo. El tema de la comida tenía más que ver con mantener la figura en el ideal de la modelo americana. No comía porque tenía que adelgazar. Era joven y decidida, pero no tuve en cuenta que no era una forma de vida muy saludable.

—Aparte del hambre que pasaste, ¿fue lo que esperabas?

—No lo sé. Creo que las chicas jóvenes quieren ser modelos porque tiene mucho glamour. ¿En qué otro trabajo podría una chica de dieciocho años hacer tanto dinero y viajar por todo el mundo? Recibes muchas invitaciones. Los hombres quieren salir con modelos. Ser modelo te da una identidad instantánea.

Kari acercó las rodillas a su pecho y se las abrazó.

—Pero lo cierto es que puede ser muy difícil. Miles de chicas van a Nueva York y sólo un pequeño porcentaje consiguen llegar a triunfar como modelos. Yo no llegué a tanto, sólo fui una modelo que ganaba lo suficiente para pagar mis deudas y mis estudios universitarios, también pude ahorrar un poco. La verdad es que nunca encajé en ese mundo. Descubrí que las fiestas pueden ser sitios peligrosos. No se me permitía comer y nunca fui bebedora. Y los hombres que suelen salir con modelos tenían expectativas con las que no me sentía cómoda —explicó Kari y sonrió—. Supongo que puedes sacar a una chica de Possum Landing pero no puedes sacar Possum Landing, de dentro de ella.

—Me alegro.

Mientras él la observaba, Kari se preguntó qué estaría pensando. ¿Le habría sorprendido lo que le había contado? Comparada con la mayoría de sus amigas, se había comportado casi como una monja, pero no iba a contarle eso a Gage. Sonaría como si quisiera poner excusas.

—Hablaste de encontrar un trabajo en Dallas —señaló él—. ¿Echarás de menos Nueva York?

—Algunas cosas. Pero estoy preparada para un cambio. Nací y crecí en Texas. Aquí están mis raíces.

—¿Qué planes tienes para la vieja casa?

Kari lo pensó un momento.

—Aún no lo he decidido. Oh —recordó—, revisé la casa e hice un inventario de todas las antigüedades.

Gage pareció interesado, pero no dijo nada.

Kari suspiró.

—Hay algunos muebles que quiero guardar para mí… la mayoría de ellos con valor sentimental. He preguntado a mis padres y ellos no quieren nada. Así que voy a vender el resto, menos lo que quieras quedarte tú.

—¿Qué quieres decir? —preguntó él con las cejas levantadas.

—No sabía si te interesaban las antigüedades. Si es así, me gustaría que fueras el primero en elegir algo entre las cosas de mi abuela.

—¿Por qué?

—Vamos, Gage, los dos sabemos lo mucho que la ayudaste. Siempre te ofreciste a ir a verla y a arreglar cualquier cosa que hiciera falta. Después de que yo me fuera, le hiciste compañía y la ayudaste, a pesar de que estabas muy enojado conmigo.

—No habría dejado que eso afectara mi relación con ella.

Kari se dio cuenta de que no había negado estar enojado con ella, lo que la hizo sentir incómoda. Era curioso cómo, después de tanto tiempo, la desaprobación de Gage aún la hacía sentir insegura.

—Es a lo que me refiero —continuó Kari—. Podías haber roto la relación con ella, pero no lo hiciste. Después de que ella muriera, contactabas con la agencia encargada de cuidar su propiedad cada vez que la casa tenía algún problema. Estoy en deuda contigo. Supuse que te sentirías muy ofendido si te ofreciera dinero, así que me pareció que regalarte muebles sería una buena solución.

Gage la observó. A pesar de que el sol se había puesto hacía horas, aún hacía mucho calor. Al sentir su mirada fija en ella, Kari sintió que su temperatura subía varios grados. A pesar del hecho de que llevaba sólo pantalones cortos y una blusa sin mangas, se sintió constreñida… y con demasiada ropa encima.

Kari no pudo evitar sonreír. Qué hombre. Si podía hacerla temblar sólo con mirarla, ¿qué pasaría si la besaba de nuevo?

Demasiado tarde, Kari se recordó que se había prometido no pensar en el beso de nuevo. Llevaba dos días enteros reviviéndolo en su mente. Casi había conseguido sacárselo de la cabeza…

—Bien —repuso él, despacio—. Consideraré la posibilidad de llevarme una de las antigüedades como pago. Si no lo has reservado para ti, me gustaría la mesita que hay en el comedor.

Kari tardó unos segundos en comprender lo que él decía. Había olvidado su conversación previa, perdida en sus ensoñaciones.

—No, no la he reservado. Considéralo tuya.

—Muchas gracias.

Gage sostuvo su mirada durante un par de latidos más y luego la desvió. Kari sintió como si hubiera sido liberada de un campo de fuerza. Si no hubiera estado sentada, se habría caído de espaldas.

Ella se esforzó en recuperar el hilo de la conversación. Ah, sí. Habían estado hablando sobre arreglar la casa.

—Voy a pintarla. Por dentro y por fuera. Haré lo de dentro yo misma y contrataré a alguien para lo de fuera.

—Buena idea. No me gustaría verte caer de una escalera.

—Ni a mí —dijo ella y extendió las piernas—. También hay un par de ventanas que necesitan ser sustituidas y la cocina entera hay que arreglarla. Yo misma lijaré y barnizaré los armarios. He pedido ya nuevos electrodomésticos y alfombras. Creo que eso será todo.

—Parece que vas a estar ocupada.

—Ése es el plan. Empezaré despacio con la pintura. Habitación por habitación. Necesitará un par de capas, hace años que no se pinta.

Gage miró el cielo estrellado y luego a ella.

—Tendré un par de días libres dentro de poco. Puedo echarte una mano para mover cosas pesadas y llegar a los sitios más altos.

Kari se estremeció un poco al pensar en esa «mano».

—Soy lo bastante alta, puedo llegar a los sitios altos sola. Pero no rechazaré la ayuda que me ofrezcas.

—Entonces, cuenta conmigo.

Kari se encontró mirándolo de cerca mientras hablaba, como si lo que él decía tuviera una importancia esencial y quisiera respirar cada palabra. Suspiró. Lo que estaba sintiendo era más serio de lo que había creído. Después de tanto tiempo, ¿cómo podía ser que estuviera loca por Gage? No era posible, después de que ambos habían hecho su camino en direcciones tan diferentes.

Gage se levantó de pronto.

—Se está haciendo tarde. Es hora de que me vaya.

Ella esperó, sin aliento, hasta que él se despidió con una inclinación de cabeza y se dirigió a su casa.

—Buenas noches, Gage —dijo ella, como si no estuviera pensando en saborear sus besos de nuevo.

Pero eso no iba a suceder, era obvio. Parecía ser que un único beso había sido bastante para él. También para ella había bastado. Más que suficiente. De hecho, estaba muy agradecida porque él no volviera a intentarlo. Ella tendría que decir que no y la situación sería embarazosa para ambos.

Kari odiaba que no la hubiera besado.

La tarde siguiente, aún seguía tratando de adivinar la razón. Por qué no la había besado y por qué la molestaba. ¿No la encontraba atractiva? ¿No le había gustado su beso anterior? Odiaba que el hecho de que no la besara la hubiera tenido despierta toda la noche, igual que antes le había sucedido con el hecho de que la hubiera besado.

Era cosa del pasado, se dijo y se detuvo frente a los cajones de la cómoda en el dormitorio de su abuela. Sin embargo, después de tanto tiempo, se sentía de nuevo atrapada por lo que un día había sido.

Kari sacudió la cabeza para espantar los fantasmas y se sentó en el suelo para examinar los contenidos del cajón de abajo. Había varios jerséis cuidadosamente doblados y envueltos en bolsas de algodón. Levantó uno azul, admirando su tejido a mano y su diseño antiguo. Ése en particular había sido uno de los favoritos de su abuela. Podía verla con tanta claridad en su imaginación como si la mujer estuviera delante de ella.

—Oh, abuela, te echo de menos —murmuró—. Sé que hace mucho que te fuiste, pero aún pienso en ti todos los días. Y te quiero.

Kari hizo una pausa y sonrió mientras imaginaba que su abuela le respondía que también la quería. Más que nunca. En los buenos y los malos tiempos, su abuela había sido una constante en su vida.

Despacio, Kari guardó el jersey. Pensó que iba a necesitar unas cajas para ordenar las cosas que se iba a llevar con ella y separarlas de las que no. Tocó el jersey antes de cerrar el cajón. Ése se lo quedaría. Sería como un talismán, su forma de conectar con sus recuerdos más felices.

En el cajón de en medio había pañuelos para el cuello y guantes, mientras que en el de arriba estaban guardadas las joyas de uso diario de su madre. Había muchas piezas preciosas, recordó Kari mientras tocaba la libélula de un broche. También había un joyero con un collar de perlas y pendientes a juego y varias cadenas de oro. Quizá su abuela las había llevado también, aunque ella no lo recordaba.

Entre la bisutería del cajón, encontró el collar de perlas falsas con el que Kari solía disfrazarse de pequeña, unos brazaletes que sonaban al chocar entre sí en la muñeca, unos pendientes de mariposas y un pequeño broche con una rosa que su abuela le había prestado para que lo llevara el día de su primera cita con Gage.

Kari se acercó a la vieja cama para recostarse en ella, sentada en el suelo. Tocó el viejo broche y acarició sus pétalos, recordando cómo su abuela se lo había puesto cinco minutos antes de que Gage fuera a buscarla.

—Te dará buena suerte —había dicho su abuela con una sonrisa.

Kari sonrió, al mismo tiempo que luchaba para contener las lágrimas. Por aquel entonces, había deseado tener toda la buena suerte posible. No había podido creer que alguien tan apuesto como Gage Reynolds le hubiera pedido salir. Cuando él lo había hecho, ella había tenido que contenerse para no preguntarle por qué.

Pero no lo había hecho. Y, cuando se había puesto nerviosa estando con él, había tocado el broche de la suerte. Lo había hecho tantas veces que Gage al fin comentó algo sobre aquel broche.

Habían estado dando una vuelta, recordó Kari mientras sus labios temblaban ligeramente, intentando no dejar salir las lágrimas. Tras una cena en la que ella apenas había conseguido probar bocado, él la había llevado a dar un paseo por el parque de los castaños.

Aún podía oler el aroma de la tierra y oír los crujidos de las castañas bajo sus pies. Entonces, Kari había pensado que iba a besarla, pero no lo había hecho. En vez de eso, le había tomado la mano. Ella había creído que iba a caerse de espaldas ante su contacto.

No era la primera vez que alguien le daba la mano. Otros chicos lo habían hecho. Pero ésa era la diferencia… eran chicos. Gage era un hombre. Aun así, a pesar de la diferencia de edad y de la torpeza de ella, él había querido entrelazar sus manos mientras caminaban. Ella había pasado días reviviendo el momento.

Habían salido cinco veces antes de que la besara. Kari tocó el broche y sonrió al recordar que aquella tarde de octubre también lo había llevado. Una vez más, Gage le había invitado a cenar y ella sólo había conseguido comer la tercera parte del primer plato. No era que estuviera a dieta, nunca lo había estado hasta que llegó a Nueva York. Era que había estado demasiado nerviosa como para comer. Demasiado preocupada por tropezarse o hacer algo que la hiciera parecer inmadura. Después de salir cinco veces con él, ya se había enamorado de Gage. Su destino había sido sellado aquella noche, cuando se había apoyado en un castaño, con el corazón latiendo tan rápido como si fuera a salir volando.

Kari cerró los ojos, aún capaz de sentir la presión del árbol sobre su espalda. Había estado asustada y esperanzada y aprensiva y excitada, todo al mismo tiempo. Gage había estado hablando y hablando y ella había estado deseando que la besara. ¿Pero y si el no quería besarla?, se había preguntado entonces.

Sin embargo, sí lo había hecho. Gage le había tocado el broche y había comentado que era muy bonito. Pero no tan bonito como ella. Entonces, mientras ella sonreía por el cumplido, inclinó la cabeza y posó sus labios en los de ella.

Kari suspiró. Se dijo que de todos los primeros besos que había experimentado, ése había sido uno de los mejores. Antes de eso, había salido con algunos chicos y los había besado, pero nunca a ninguno como él. De hecho, no podía recordar ninguno de los primeros besos con otros chicos. Sólo recordaba el de Gage. Todo, desde la forma en que él puso las manos en sus hombros hasta cómo le había acariciado las mejillas con sus cálidos dedos.

Sintió un escalofrío en la espalda. Entonces, regresó la sensación de intranquilidad y volvió a preguntarse por qué él no se había molestado en besarla de nuevo la noche anterior.

De forma impulsiva, se prendió el broche en la camiseta. Quizá aún no había encontrado su media naranja, pero al menos tenía unos recuerdos maravillosos. Sin importar la manera en que había terminado, Gage la había tratado como a una reina mientras habían estado juntos. No había muchos hombres como él.

De pronto, Kari pensó que sería un sueño conocerlo en ese momento por primera vez. Tenía la sensación de que, sin el peso del pasado sobre ellos, los dos podrían construir algo hermoso juntos.

Se quedó un par de segundos soñando despierta, hasta que se recordó que no importaba lo que pasara si Gage y ella no se hubieran conocido antes. Possum Landing era el mundo de él y ella no había vuelto para quedarse.

Amor perdido - La pasión del jeque

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