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Capítulo 3

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GAGE caminó hacia las oficinas de la Gaceta de Possum Landing a la mañana siguiente. En circunstancias normales, hubiera retrasado aquella reunión todo lo posible pero, desde la noche anterior, no había sido capaz de concentrarse en su trabajo así que pensó que eran mejor emplear su tiempo en algo útil en vez de quedarse mirando por la ventana, recordando.

Siempre había sabido que Kari regresaría algún día a Possum Landing. Lo había sentido en sus huesos. De vez en cuando, se había preguntado cómo reaccionaría a ello, asumiendo que sólo estaría un poco interesado en lo que ella había cambiado y en sus planes para el futuro. No había contado con que aún hubiera química entre ellos. No estaba seguro de si aquello lo convertía en un tonto o en un optimista.

Había química de sobra. Así como muchos viejos sentimientos que no había querido reconocer. Estar cerca de Kari le hacía recordar lo mucho que la había deseado… y no sólo para irse a la cama. En un tiempo, había querido pasar el resto de su vida con ella, tener hijos y crear una vida de la que los dos pudieran sentirse orgullosos. En lugar de eso, ella se había marchado y él había encontrado consuelo en su vida actual. Aunque algunas partes de sí mismo le confirmaban que seguía muy interesado en la mujer en que se había convertido, el resto le recordaba que no podía permitírselo.

Kari era una mujer muy bella. Desear tener sexo con ella era normal. Esperar algo más lo llevaría a sufrir. Ya había pasado por eso una vez y sabía que no le gustaban las consecuencias.

Así que, durante el tiempo que Kari se quedara en Possum Landing, se limitaría a ser un buen vecino y a disfrutar de su compañía. Si aquello llevaba a tener algo bajo las sábanas, por él estaba bien. Llevaba meses sin sentirse interesado por el sexo opuesto. En lugar de eso, se había visto poseído por una extraña sensación de búsqueda, deseando algo difícil de definir. En el peor de los casos, Kari podría ser un agradable entretenimiento.

Gage entró en la oficina del periódico y saludó a la recepcionista.

—Ya conozco el camino —dijo él, caminando hacia el pasillo—. Te agradecería mucho si le puedes decir a Daisy que he venido.

La mujer descolgó el teléfono para llamar a la periodista. Gage se quitó el sombrero de vaquero y lo sacudió contra su muslo.

No tenía muchas ganas de estar allí, pero la experiencia le había demostrado que era más seguro dejarse ver para que lo entrevistaran que dejar que Daisy lo buscara. De esa forma, él tenía la sartén por el mango y podía irse cuando necesitara escapar. Había pensando que, si se apoyaba de cierta forma en la silla, podía presionar el botón de su busca y hacerlo sonar. Así podría fingir que lo necesitaban y que tenía que irse para atender una urgencia. También había planeado mostrarse muy contrariado por tener que irse de forma imprevista. También estaba seguro de poder eludir las no tan sutiles indirectas de Daisy para que salieran juntos.

Daisy era una mujer bonita. Pequeña, pelirroja, con ojos verdes y una boca que prometía el paraíso a un hombre. Habían estado juntos en la misma clase del instituto, pero nunca habían salido. Divorciada hacía poco, Daisy parecía tener muchas ganas de rehacer su vida con Gage. Él agradecía el cumplido y no podía comprender su propia falta de interés. Porque no estaba nada interesado. Aún tenía que pensar en una forma fácil de rechazar su invitación y, mientras tanto, lo mejor que podía hacer era eludir en lo posible cualquier contacto personal con ella.

Gage caminó pasando junto a la media docena de escritorios de la sala principal del periódico. Daisy estaba al final, junto a la ventana. Levantó la vista y sonrió cuando lo vio acercarse. Su largo cabello rojizo estaba recogido en un moño que dejaba caer un montón de rizos de forma sensual. Su blusa dejaba claro que estaba bien dotada por la naturaleza y no le hacía falta ningún relleno. Su sonrisa, más que dar la bienvenida, era una oferta abierta…

Gage sonrió a su vez, observándola. A lo largo de los años, se había dado cuenta de que la respuesta de su cuerpo era una buena señal de lo que una mujer le interesaba o no. Con Daisy no había ni un ápice de revuelo en sus hormonas. No importaba lo mucho que ella deseara lo contrario, no tenían ningún futuro juntos.

—Gage —murmuró ella—. Tienes buen aspecto esta mañana. Te sienta bien ser un héroe.

—Daisy —dijo él con una sonrisa—. Si vas a poner en tu artículo que soy un héroe, no pienso cooperar. Estaba haciendo mi trabajo, nada más.

—Valiente y modesto —comentó ella y suspiró—. Dos de mis cualidades favoritas en un hombre. Tengo que hacer una llamada. Espérame en la sala de reuniones, enseguida voy.

—Claro que sí.

Gage respondió con naturalidad, aunque lo último que quería era quedarse a solas con Daisy en la habitación del fondo, sin ventanas y sólo una puerta. El día anterior, la visión de cuatro hombres armados no le había provocado más reacciones que un incremento de la velocidad cardiaca. Pero el pensamiento de quedarse atrapado con Daisy en un sitio pequeño le revolvía las entrañas.

A pesar de ello, no había forma de escapar a lo inevitable. Y siempre le quedaba el truco de apretar el botón de su busca de forma disimulada.

Caminó por el pasillo hasta la sala de reuniones y entró. Pero, en lugar de encontrarla vacía, vio que había alguien más esperando. Una mujer alta y esbelta con cabello corto rubio y los ojos azules más hermosos a aquel lado del Mississippi.

—Buenos días, Kari —saludó él.

Ella levantó la vista de la lista que había estado haciendo, frunció el ceño sorprendida y sonrió.

—Gage, ¿qué estás haciendo aquí?

—Esperando a Daisy. Va a hacerme una entrevista sobre el asalto al banco —contestó él y, tras dudar un momento, tomó asiento.

Algunas decisiones eran más difíciles que otras, como aquélla. ¿Quería sentarse cerca de ella, para poder captar su suave perfume, o sentarse frente a ella, para poder admirar sus bellos ojos?, se preguntó Gage. Decidió disfrutar de la vista y eligió la silla del otro lado de la mesa.

—¿Y qué te trae a ti por el periódico?

—Daisy me llamó y me pidió entrevistarme sobre el atraco. Me pregunto por qué quería que viniéramos al mismo tiempo.

Gage observó a Kari, que parecía intentar no mirarlo. ¿Sería a causa de lo que había sucedido la noche anterior? ¿Por su beso? La pasión que se había encendido entre ellos le había impedido dormir por la noche. Estando cerca de Kari, la reacción de su cuerpo era muy diferente a la que mostraba ante Daisy.

Aquella mañana, Kari, llevaba un vestido veraniego que ensalzaba su esbelta figura. Gage observó su corto cabello, que le llegaba por las orejas.

—¿Qué? —preguntó ella y se tocó el pelo—. Ya lo sé, está corto.

—Te dije que me gustaba.

—No estaba segura de si mentías —admitió Kari con una sonrisa—. Siempre creí que eras de los que prefieren el pelo largo.

—Lo cierto es que trato de ser flexible. Te queda bien, me gusta.

Gage siguió observando su rostro, fijándose en los pequeños cambios y en las cosas que no habían cambiado.

—¿Qué estás pensando? —quiso saber ella.

Gage sonrió. Estaba pensando que le encantaría llevársela a la cama. Después de que hubieran saboreado durante varias horas uno de los placeres más agradables de la vida, le gustaría conocer mejor a la mujer en que se había convertido mientras había estado fuera. Pero no podía confesarle aquello. En algunas ocasiones, las circunstancias podían forzar a un hombre a decir pequeñas mentiras piadosas.

—Me preguntaba cuánto trabajo planeas hacer en casa de tu abuela.

Kari parpadeó. Había esperado que él respondiera cualquier cosa, menos eso. La había estado mirando como si fuera el gran lobo malo y ella fuera su postre. De esa manera tan especial que hacía que el cuerpo de ella se calentara y su pulso se acelerara.

Así que ella había estado pensando en el beso de la noche anterior y él sólo había pensando en pintura de pared y en reformas, se dijo Kari. Era obvio que su habilidad de leerle la mente a Gage y de comportarse con estilo no había mejorado ni una pizca en todos aquellos años.

—Aún estoy tratando de decidirlo. El servicio de limpieza quincenal que tenía contratado ha conservado la casa en condiciones aceptables, pero está vieja y anticuada. Reformaría el lugar entero, pero eso no tiene sentido. Mi tiempo y mi dinero tienen un límite, así que voy a tener que establecer prioridades.

Gage asintió con la cabeza.

Oh, cielos, estaba tan guapo, pensó Kari. Se preguntó si alguna vez se cansaría de mirarlo. Si, para finales del verano, no sería para ella más que un tipo atractivo que vivía en la casa de al lado. ¿Tendría esa suerte?

Antes de que Kari pudiera responder su propia pregunta para sus adentros, Daisy irrumpió en la sala de reuniones. Era una mujer exuberante de la cabeza a los pies, con su blusa escotadísima, sus labios pintados de rojo y aquellos andares. Kari se sintió flaca y huesuda a su lado.

—Muchas gracias por venir —dijo Daisy y se sentó junto a Gage—. Estoy escribiendo un artículo sobre los hechos y pensé que sería divertido entrevistaros al mismo tiempo. Espero que no os importe.

Kari negó con la cabeza y trató de no darle importancia a lo cerca que Daisy se había sentado de Gage. La otra mujer rozó el brazo de él y le sonrió de una forma que hizo que ella pensara que eran algo más que amigos.

Pero eso no tenía sentido, pensó Kari. Gage no era el tipo de hombre que salía con una mujer y besaba a otra. Lo que significaba que Gage y Daisy habían estado saliendo o que estaban aún en la fase inicial. No le gustó ninguna de las dos posibilidades.

Daisy puso su cuaderno de notas sobre la mesa, pero no lo abrió. Miró a Kari.

—¿No fue emocionante? Un asalto al banco aquí, en PL.

—¿PL? —preguntó Kari.

—Possum Landing. Aquí no pasa nunca nada emocionante —señaló Daisy y miró a Gage—. Al menos, no en público. Fue increíble. Y Gage, tú, poniéndote en medio de las balas. Eso también fue increíble. Y muy valiente.

Él gruñó.

Con una velocidad pasmosa, Daisy cambió de tema y se giró hacia Kari:

—Así que has vuelto. Después de todos esos años en Nueva York. ¿Cómo son las cosas por allí?

—Interesantes —respondió Kari con precaución, sin estar segura de qué tenía eso que ver con lo que había pasado el día anterior—. Diferentes.

—Cualquier sitio es diferente de esto —dijo Daisy con una carcajada—. He pasado tiempo en la ciudad, pero tengo que confesar que soy una chica de provincias de corazón. PL es un sitio increíble y tiene todo lo que siempre he querido.

Daisy habló con emoción, mirando a Gage.

—¿Qué te parece volver a ver a Gage después de tanto tiempo? —volvió a preguntar Daisy, dirigiéndose a Kari.

—Uh… no estoy segura de qué tiene que ver eso con el asalto al banco —replicó Kari.

—Pensé que era obvio. Tu antiguo novio arriesga la vida por ti. Te protege de las balas. No puedes decirme que no te pareció romántico. ¿No crees que fue la bienvenida perfecta? Quiero decir, ahora que estás de vuelta.

Kari echó un vistazo a Gage, que parecía tan confundido como ella. ¿Adónde diablos quería ir a parar Daisy? Como no quería decir nada que pudiera ser sacado fuera de contexto e impreso para que todo el pueblo lo leyera, pensó un poco antes de responder.

—Lo primero —comenzó a decir con lentitud—. Gage y yo nunca fuimos novios. Salíamos. Lo segundo, no estoy de vuelta. No de forma permanente.

—Ya —dijo Daisy y apuntó algunas líneas en su cuaderno—. Gage, ¿qué pensabas cuando entraste en el banco?

—Que debí haber seguido el consejo de mi madre y haber estudiado para ingeniero.

Kari sonrió un poco y se relajó. Confió en Gage para que disipara la tensión que había en la sala. Sin embargo, antes de que pudiera saborear unos instantes de paz, Daisy estalló en carcajadas, lanzó su bolígrafo a la mesa y agarró el brazo de Gage.

—¿No eres fantástico? —dijo, mirándolo con ojos brillantes—. Siempre me ha encantado tu sentido del humor.

Por la expresión de la cara de Daisy, Kari pensó que la periodista había disfrutado de otras cosas también, pero prefirió no pensar mucho en eso. Intentó ignorar a la pareja que tenía frente a ella.

Daisy volvió a centrar su atención en Kari y la miró con comprensión.

—Me alegra saber que no has venido para quedarte. Gage y tú compartisteis algo especial hace tiempo, pero las segundas partes nunca fueron buenas. Las viejas llamas se apagan pronto.

Kari sonrió con los dientes apretados.

—Bueno, gracias por preocuparte —dijo Kari.

Daisy esbozó otra forzada sonrisa como respuesta.

La entrevista terminó enseguida, ya que Daisy había obtenido la respuesta que buscaba. Era obvio que había llamado a Kari y a Gage al mismo tiempo para verlos juntos y advertir a Kari de que ella estaba antes. Como si fuera a estar interesada en empezar algo de nuevo con su antiguo novio.

Así era la vida en un pueblo pequeño, pensó Kari con tristeza. ¿Cómo podía haber olvidado que allí todos se metían en la vida de todos?

Daisy siguió lanzando indirectas a Gage y él continuó ignorándola. A pesar de sentirse muy incómoda, Kari no podía dejar de preguntarse cuál sería su relación y se prometió interrogar a Gage cuando se sintiera valiente. Mientras tanto, lo mejor que podía hacer era evitar a Daisy.

La gente de la ciudad pensaba que en los pueblos pequeños no pasaba nada, se dijo mientras salía de allí. Se equivocaban.

—Me has malcriado, mamá —dijo Gage unas noches más tarde mientras recogía la mesa en casa de su madre.

Edie Reynolds, una mujer atractiva de cabello oscuro, cerca de los sesenta años, sonrió.

—No creo que cocinar para ti una vez a la semana sea malcriarte, Gage. Además, tengo que asegurarme de que comes una dieta equilibrada al menos de vez en cuando.

Gage comenzó a vaciar platos y a meterlos en el lavaplatos.

—Soy un poco mayor para estar comienzo pizza cada noche —bromeó él—. Precisamente, la otra noche acompañé mi filete con unas verduritas.

—Mejor para ti.

Gage le guiñó un ojo. Su madre sacudió la cabeza y tomó su vaso de vino.

—Aún estoy muy enojada contigo. ¿En qué estabas pensando cuando te pusiste frente a esos atracadores? No te molestes en decírmelo: no estabas pensando. Ya me lo imagino.

—Estaba haciendo mi trabajo. Había ciudadanos en peligro y mi deber era protegerlos.

Edie dejó su vaso de vino y torció la boca:

—Supongo que tu padre y yo hicimos demasiado bien nuestro trabajo al enseñarte a ser responsable.

—Sin duda a vosotros os lo debo.

—Supongo que sí.

El teléfono sonó y su madre suspiró.

—Betty Sue, del hospital, ha estado llamándome cada veinte minutos para preguntarme por la colecta de fondos. Me sorprende que hayamos podido cenar sin que nos interrumpiera. Será sólo un momento.

Entonces, descolgó el auricular y habló en tono alegre.

—¿Hola? Vaya, Betty Sue, qué sorpresa. No, no, acabamos de terminar de cenar. Claro, sí.

Edie se dirigió al salón.

—Si quieres cambiar el orden de los sitios tendrás que hablarlo con el comité. Ya sé que te encargaron ocuparte de ello, pero…

Gage sonrió y dejó de escuchar la conversación. El trabajo de voluntaria en obras de caridad era algo tan típico de su madre como su perfume Diamantes Blancos.

Terminó de colocar los platos y aclaró el paño antes de pasarlo por la mesa. Su madre siempre protestaba y le decía que no era necesario que la ayudara en la cocina, pero él no la escuchaba. Pensaba que ella ya había hecho más que suficiente mientras los había estado criando a su hermano Quinn y a él. Poner el lavaplatos escasamente podía compensar eso.

Después, Gage se apoyó en la mesa, esperando que su madre terminara de hablar con Betty Sue. La cocina había sido remodelada hacía siete años, pero la estructura básica era la misma. La vieja casa estaba llena de recuerdos. Él había vivido allí desde que había nacido hasta que se había enrolado en el ejército.

Por supuesto, cada rincón de Possum Landing guardaba recuerdos. Era una de las cosas que le gustaba del pueblo, sentir que pertenecía a ese lugar. Allí habían vivido cinco generaciones por la rama paterna. Había docenas de fotos antiguas en el pasillo, fotos de los Reynolds del siglo pasado, cuando el pueblo no era más que un puñado de ranchos.

Su madre regresó a la cocina y colgó el teléfono inalámbrico.

—Esa mujer está haciendo todo lo que puede para volverme loca. No sabes lo mucho que me arrepiento de haber votado por ella para que organizara la recogida de fondos.

Gage sonrió.

—Sobrevivirás. ¿Qué tal funciona el lavabo del baño?

—Ya está reparada la gotera. No insistas, Gage. No tengo ninguna tarea para ti esta semana.

Edie se volvió hacia el salón de nuevo, donde ambos se sentaron en el sofá. Había reemplazado el viejo tapizado de flores por otro más bonito, de rayas.

—No te invito a casa para que me hagas trabajos gratis.

—Lo sé, mamá, pero me gusta ayudar.

—¿No te importará que John se encargue de eso?

Su madre no era de las que eludían los problemas. Si alguna vez tenía uno, se enfrentaba a él directamente.

Gage se acercó y le tocó la mano.

—Ya te lo he dicho antes. Me gusta John. Hace cinco años que papá no está. Estás viviendo una segunda oportunidad de ser feliz.

Edie no se mostró muy convencida.

—Te lo digo en serio, mamá.

Y así era. La pérdida de su padre había sido un duro golpe para los dos. Edie había pasado el primer año muy conmocionada. Al final, se había recuperado y había intentado rehacer su vida. Había encontrado un trabajo a tiempo parcial, para hacer algo más que porque necesitara el dinero. Y tenía amigas. Hacía casi un año, había conocido a John, un contratista jubilado.

Gage no tenía reparos en admitir que al principio se había sentido un poco incómodo por el hecho de que su madre saliera con alguien. Sin embargo, no había tardado en aceptarlo. John era un hombre estable que trataba a su madre como a una princesa. Él no podía haber elegido una pareja mejor para ella.

—Seguirás viniendo a cenar una vez por semana, ¿verdad? Cuando nos casemos.

—Lo prometo.

Gage había estado yendo a cenar con su madre una vez a la semana desde que había vuelto a Possum Landing después de haber estado en el ejército. Como otras muchas cosas en su vida, era una tradición.

Su madre lo escudriñó con la mirada, lista para atacarlo con un tema más interesante.

—He oído que Kari Asbury ha vuelto al pueblo.

—No del todo, mamá —dijo él y sonrió—. Según Kari, no ha vuelto. Ha venido sólo durante un tiempo, para arreglar la casa de su abuela para venderla.

Edie frunció el ceño:

—¿Y luego qué? ¿Va a volver a Nueva York? Es una chica encantadora, pero ¿no es un poco mayor para ser modelo?

—Va a ser maestra. Tiene su título y está buscando trabajo en la zona de Texas.

—¿No en Possum Landing?

—No que yo sepa.

—¿Y no te importa?

—Claro que no.

—Si me mientes, tendré que recurrir al viejo método de las cosquillas.

—Tendrás que agarrarme primero. Aún corro muy rápido, mamá.

—Ten cuidado, Gage —aconsejó su madre, con el gesto suavizado—. Hubo un tiempo en que te rompió el corazón. No me gustaría que eso sucediera de nuevo.

—No sucederá —repuso él con confianza. Un hombre podía comportarse como un bobo con la misma mujer una vez en la vida, pero no más—. Siempre seremos amigos. Tenemos demasiados recuerdos. Somos vecinos así que seguiré viéndola, pero no nos llevará a algo más significativo.

Era sólo una mentira piadosa, se dijo Gage. Porque tenía claro su objetivo de llevar a Kari a la cama. Y, si las cosas entre ellos eran tan apasionadas como esperaba, el evento se definiría sin duda como «significativo». Sin embargo, no quiso compartir aquel pensamiento con su madre.

—¿Has sabido algo de Quinn? —preguntó él.

—No desde la última carta, hace un mes —respondió Edie y suspiró—. Estoy preocupada por ese chico.

Gage pensó que no era necesario recordarle a su madre que Quinn tenía ya treinta años y que era un militar con mucha experiencia. No era precisamente lo que se considera un «chico».

—Espero que tenga tiempo para venir a la boda, aunque no estoy segura de que vaya a hacerlo.

Gage tampoco estaba seguro. Hacía tiempo, Quinn y él habían estado muy unidos, pero las circunstancias habían cambiado las cosas. Los dos hicieron la carrera militar después del instituto pero, a diferencia de él, Quinn había continuado allí. Había entrado a formar parte de las Fuerzas Especiales, con un grupo de acción secreto que intervenía en conflictos en todo el mundo.

A pesar de pertenecer a la misma familia que Gage, Quinn nunca había encajado. Sobre todo, porque su padre le había hecho la vida imposible.

Como siempre, aquel pensamiento hizo que Gage se sintiera incómodo. Nunca había entendido por qué él había sido considerado el chico de oro de la familia y Quinn la oveja negra. Tampoco sabía por qué le daba tanto por pensar en el pasado en los últimos días.

Quizá era por el regreso de Kari, que lo había removido todo. Quizá era buen momento para hacer una pregunta que debió haber puesto sobre la mesa hacía mucho tiempo.

—¿Por qué a papá no le gustaba Quinn?

—¿Qué dices, Gage? —repuso su madre, poniéndose un poco tensa—. Tu padre os quería a los dos por igual. Fue un buen padre.

Gage la miró, preguntándose por qué mentía. ¿Por qué negar lo que era obvio?

—El mercado de granjeros se abrió la semana pasada. Voy a ir hasta allí esta semana para comprar fresas. Quizá prepare una tarta para la semana que viene.

Su cambio de tema fue un poco extraño. Gage dudó un momento antes de rendirse y decirle que siempre le habían gustado sus tartas.

Sin embargo, mientras siguieron hablando sobre lo caluroso que era el verano y sobre quién iba de vacaciones y adónde, no pudo desprenderse del sentimiento de que había secretos familiares que no conocía. ¿Siempre habían estado allí y él no se había percatado?

Veinte minutos después, dio un abrazo a su madre para despedirse, tomó la bolsa de basura de la cocina y se la llevó como hacía siempre. La dejó en el contenedor junto al garaje y se despidió con la mano antes de subirse a su furgoneta.

Su madre se despidió también y entró en la casa.

Gage se quedó mirando la puerta cerrada durante un rato antes de poner el motor en marcha y dirigirse a su casa. ¿Qué había pasado aquella noche? ¿Había algo diferente o es que estaba haciendo una montaña de un grano de arena?

Condujo despacio por las calles de Possum Landing. Se sintió molesto y tuvo deseos de dar media vuelta y obligar a su madre a responder a sus preguntas. El problema era que no estaba seguro de cuáles debían ser las preguntas.

Quizá, en lugar de respuestas, lo que necesitaba era una mujer. Hacía mucho tiempo desde que había estado con una. Había varias mujeres a las que podía llamar, se dijo. Lo invitarían sin duda a cenar… y a desayunar. Se detuvo ante una señal de Stop. No había duda de que Daisy estaría encantada si él le prestara un poco de atención. Por supuesto, ella querría mucho más que desayunar juntos. Daisy era una mujer en busca de un final feliz. Lo que era muy posible de conseguir, pero no con él.

Tamborileó los dedos en el volante, maldijo y se dirigió a su casa. Ninguna de aquellas camas le apetecía demasiado esa noche. Hacía tiempo que era así. Había llegado a ese momento de su vida en que pensar en muchas mujeres sólo lo hacía sentir cansado. Quería sentar la cabeza, casarse y tener una docena de hijos. ¿Por qué no ir por ello? ¿Por qué no se había enamorado aún y no había pedido la mano de nadie? ¿Por qué no…?

Llegó a su casa y los faros de su coche alumbraron la casa de al lado. Había alguien sentado en las escaleras, tapándose los ojos para protegerse de la luz. Alguien familiar que hacía que algo se despertara dentro de él.

«Ya no soy un niño», se dijo, mientras apagaba el motor y salía. Pero aquel pensamiento no lo detuvo cuando comenzó a acercarse a ella, cruzando su jardín.

La excitación se apoderó de él y se preguntó qué le gustaría a ella para desayunar.

Amor perdido - La pasión del jeque

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