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Capítulo 5

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TRAS subir las escaleras y decidir los colores que iba a utilizar para pintar, Kari hizo una lista de cosas para comprar en la ferretería. Habían abierto una tienda nueva en la autopista, unos grandes almacenes de ferretería a unos quince kilómetros. Era grande y pensó que tendrían mayor oferta y precios más bajos, además era menos probable que allí se encontrara con nadie conocido. Pero si llegaran a enterarse en el pueblo de que iba a empezar un proyecto de reforma sin pasarse primero por la ferretería de Greene, lo más seguro era que alguien pusiera una queja por escrito en el ayuntamiento. Su abuela siempre le había enseñado la importancia de apoyar a la comunidad. Y el viejo Ed Greene había tenido la tienda local desde antes de que Kari naciera.

Nueva York era una ciudad grande formada por barrios pequeños. Con el tiempo, Kari había llegado a entablar cierta amistad con los chinos que trabajaban en el sitio de comida rápida donde comía una vez a la semana, así como con la mujer que llevaba la tintorería. Pero aquellas relaciones no tenían a sus espaldas la misma historia que las que se mantenían en Possum Landing.

Así que se dirigió a la tienda de Greene y aparcó en el aparcamiento, que no había sido pavimentado desde los años ochenta. Aún estaba allí el cartel de metal con el nombre de la tienda y un viejo anuncio de pintura para exteriores. Varios anuncios pasados de moda cubrían las ventanas de la entrada.

Kari sonrió, sabiendo que habría mucha mercancía esperándola dentro. Si no tenía cuidado, saldría con mucho más de lo que había ido a buscar. Recordó el día que su abuela había vuelto a casa con una vieja veleta en forma de gallo. Nunca había conseguido comprender cómo el viejo Ed había conseguido vendérsela a su abuela.

Kari sacó la lista de su bolso, decidida a no dejarse engatusar. Subió las viejas escaleras de madera y llegó a la entrada.

Había una fila de viejas vitrinas junto a la entrada. Contenían de todo, desde pinceles, libros de instrucciones para el mantenimiento del césped y paquetes de semillas exóticas. A la derecha, había un largo mostrador de madera. Detrás de él, colgaban docenas de herramientas de una manera en apariencia desordenada. El lugar olía a barniz, polvo y madera cortada. Por un momento, Kari se sintió como si tuviera ocho años de nuevo. Casi podía oír a su abuela llamándola para que no tocara nada.

—¿Kari?

La voz femenina le resultó familiar. Kari se giró y vio a Edie Reynolds saliendo de la habitación trasera. La madre de Gage era una mujer alta de pelo oscuro, aún atractiva y llena de energía. Sonrió y se acercó a ella para abrazarla.

—Oí que habías vuelto al pueblo —comentó Edie tras soltarla—. ¿Cómo estás? Tienes muy buen aspecto.

—Tú también —consiguió decir Kari, tan sorprendida por aquel recibimiento tan amistoso que fue incapaz de remarcar que no había vuelto de forma definitiva. Sabía que la madre de Gage había conocido los planes que su hijo había tenido de proponerle matrimonio y ella había roto la relación de una manera nada honorable. Parecía ser que Edie había decidido olvidar y perdonar.

Edie sacó una de las banquetas delante del mostrador y se sentó, invitando a Kari a imitarla.

—Cuéntame. ¿Te estás quedando en casa de tu abuela, verdad? Lo cierto es que es tu casa ahora.

—Yo aún la considero suya —admitió Kari—. Quiero arreglarla y venderla. Por eso he venido. Necesito comprar algunas cosas.

—Tenemos de todo —repuso Edie y rió—. Así que has estado en Nueva York. ¿Te gustó? Gage me mostró algunas de tus fotos. Saliste en revistas bastante importantes.

—Conseguí ganarme la vida. Pero no era la profesión de mi vida. Fui a la universidad y me saqué el título de maestra.

—Me alegro por ti —afirmó Edie y miró a su alrededor—. Como puedes ver, nada ha cambiado.

Kari no sabía si estaba o no de acuerdo. Algunas cosas parecían diferentes, mientras que otras, como su reacción ante Gage, parecían no haber evolucionado en absoluto.

—Es diferente que trabajes aquí, por ejemplo —comentó Kari—. Antes solamente estaba aquí el viejo Ed.

—Empecé a trabajar a media jornada un año después de que Ralph muriera. No necesitaba el dinero, pero necesitaba con desesperación salir. Se me estaba cayendo la casa encima.

—Siento lo de Ralph.

Edie suspiró.

—Era un buen hombre. Uno de los mejores. Aún lo echo de menos, claro. Siempre lo echaré de menos —aseguró Edie con una sonrisa—. Lo que puede parecer contradictorio con la noticia de mi boda.

—En absoluto. Creo que es maravilloso que encontraras a alguien.

—Nos conocimos aquí mismo —explicó Edie, con los ojos brillantes—. Está jubilado ahora, pero entonces seguía trabajando. Se quedó sin clavos y se pasó por aquí para comprar. Fue una de esas cosas… especiales. Con John, todo parecía bien. De alguna manera, supe que era el indicado.

Kari envidió la certeza de la otra mujer. Ella había salido con varios hombres y ninguno de había parecido adecuado. Bueno, menos Gage, pero eso había sido hacía años.

—¿Cuándo será la boda?

—Este otoño. Aún estamos planeando la luna de miel. No puedo esperar.

—Suena maravilloso.

—Eso espero. Pero ya está bien de hablar de mí, cuéntame sobre ti. Apuesto lo que sea a que no esperabas encontrarte con un atraco a un banco para darte la bienvenida.

—Conseguí evitar la delincuencia en todo el tiempo que estuve en Nueva York y, menos de veinte horas después de llegar a Possum Landing, tenía a un hombre apuntándome a la cabeza con una pistola. Gage fue muy valiente.

—Lo sé. No me gusta que se pusiera en peligro pero, como él mismo me dijo, es su trabajo. Al menos, la buena noticia es que no tiene que ponerse a prueba muy a menudo. Possum Landing no tiene apenas delincuencia.

Charlaron unos minutos más y Edie ayudó a Kari a elegir la pintura, brochas, cubos y todo el equipo necesario para su proyecto de pintar la casa.

Kari salió de la ferretería con el coche lleno y el ánimo alto. Era muy agradable estar en un lugar donde todo el mundo conocía su nombre.

—Espero que estés despejada ya —advirtió Gage, entrando por la puerta de atrás sin llamar.

Kari no se molestó en mirarlo. En lugar de eso, llenó otra taza de café.

—Buenos días a ti también —saludó ella, girándose para mirarlo y tenderle la taza de café.

Entonces, se quedó sin palabras, al posar la mirada en los vaqueros gastados y la camiseta vieja que llevaba. Estaba tan sexy…

Después de desayunar, se prepararon para pintar, moviendo todos los muebles de la habitación hacia el centro.

—Tu abuela me contó que hiciste algunos trabajos extra antes de conseguir ganarte la vida como modelo. ¿Hiciste de pintora de casas? —preguntó Gage.

—No. Para eso, hay que pertenecer al gremio. Hice otras cosas, como pasear perros, llevar paquetes…

—¿Trabajaste de camarera?

—No. Estaba a dieta y ver comida cerca era una tortura. Lo que más me gustaba era cuidar casas. Vi sitios preciosos, con vistas maravillosas y sin cucarachas.

—¿Tuviste miedo alguna vez?

—A veces. Nunca había estado sola. Fue una prueba de fuego.

Gage disfrutó conociendo los detalles de su vida en Nueva York, pero no hizo la pregunta que realmente quería. ¿Lo había echado de menos?

—Las cosas estuvieron tranquilas cuando te fuiste —dijo él.

—Lo siento si… —comenzó a decir ella—. Siento si te resultó difícil cuando me fui. Nunca me atreví a preguntártelo.

Gage recordó aquellos días. Las cosas se saben rápido en un pueblo pequeño y todo el mundo sabía que había llevado el anillo de compromiso a la fiesta de fin de curso para dárselo a Kari. Después, estuvieron mucho tiempo preguntándole si de veras estaba bien.

—No fue tan malo —afirmó él.

Y era cierto. El golpe que había recibido en su orgullo no había sido nada comparado con cómo se le había roto el corazón. Nunca había estado enamorado antes. Que Kari se fuera tan fácilmente le había enseñado una difícil lección: amar a alguien no garantiza ser amado.

Hasta que Kari lo dejó, había dado por sentado que iban a pasar el resto de su vida juntos. Había planeado un futuro con una sola mujer. Al descubrir que ella no compartía su sueño… o no quería casarse con él… le había destrozado sus esperanzas y le había roto el corazón.

—Solía buscar tus fotos en las revistas de mujeres —admitió Gage.

—No puedo creer que las compraras —comentó ella, riendo.

—A veces. Pero iba al pueblo de al lado a comprarlas.

—Eso espero. La gente hablaría si supieran que alguien tan importante como tú en Possum Landing compra esas revistas —señaló Kari y dejó de reír—: Supongo que te cansaste antes de encontrarme.

—No. Te dije que había visto ese anuncio de cosmética para el pelo.

Y la había visto en más sitios. Había necesitado casi cinco años para dejar de pensar en ella.

—Fue mi primer gran trabajo.

—Me gustó el anuncio de lencería —comentó él—. Te quedaba bien el conjunto negro, pero me gustaba más el azul.

A Kari se le cayó la brocha de la mano. Miró a Gage, sonrojada.

—¿Lo viste?

—Sí.

Kari se aclaró la garganta y recogió la brocha.

—Sí, bueno, no sé cómo las modelos de lencería pueden soportarlo. Lo pasé mal llevando tan poca ropa, con todo el mundo mirándome. Además, estaba muerta de hambre, llevaba tres días sin comer para no estar hinchada. Comenzaba a estar un poco mareada por eso y temí poner una cara rara que no le gustara al cliente —aseguró y tembló un poco—. Nunca quise ver esas fotos cuando se publicaron. Eran parte de mi porfolio, pero las evitaba.

—Estabas muy guapa —afirmó él—. No sabía lo que guardabas bajo toda la ropa que solías llevar.

—Las partes del cuerpo normales.

—Ya, pero son los detalles lo que importa, querida.

Kari se rió.

Trabajaron en silencio durante unos minutos. A Gage no le importaba que no hablaran. Necesitaba acostumbrarse a estar cerca de Kari. En un momento de su vida, lo había significado todo, luego se había ido y él había tenido que imaginar la vida sin ella. El tenerla de vuelta lo hacía sentir confuso. Su cuerpo tenía muy claro lo que deseaba de ella, pero el resto de él no estaba tan seguro.

Pero no importaba, se dijo. Al fin y al cabo, Kari estaría allí poco tiempo. Lo que sólo significaba que si hacía el amor con ella volvería a enamorarse como un tonto. Y no iba a dejar que eso sucediera de ninguna manera.

—Siempre quise darte las gracias —dijo Kari.

Gage se fijó en que ella estaba teniendo cuidado en no mirarlo.

—Por lo que hiciste… o no hiciste, cuando salíamos —terminó ella.

Gage no tenía ni idea de qué hablaba:

—¿Qué hice?

—Ya sabes —contestó ella, encogiéndose de hombros.

—Lo cierto es que no.

—Nunca me presionaste. Ahora la diferencia de edad entre nosotros es insignificante, pero entonces lo era todo. Habías estado en el ejército y habías viajado por el mundo. Habías visto y hecho cosas y nunca … —explicó ella hasta que su voz languideció.

—¿Hablas de sexo?

Por segunda vez en una hora, Kari se sonrojó.

—Sí. Nunca me presionaste. Entonces no le di importancia, pero ahora sé que la tiene. Querías conseguir cosas de mí, pero nunca me diste la sensación de que estaba obligada a hacerlo para conservarte.

—No era así, Kari. Quería casarme contigo. No iba a dejarte tirada porque fueras joven e inocente.

—Lo sé. Sólo quería darte las gracias.

Gage se preguntó qué tipo de hombres había conocido ella para pensar que su comportamiento había sido algo fuera de lo normal.

—La primera noche que te vi, pensé que eras mi caballero andante —confesó ella.

—Estaba haciendo mi trabajo nada más, y tú fuiste muy afortunada de que pasara por allí.

—Lo sé —admitió Kari y sonrió con tristeza—. Estaba tan emocionada por haber sido invitada a esa fiesta con chicos universitarios… nunca antes había ido a una. Había estado en la fiesta de los diecisiete años de Sally, pero allí había habido sólo chicas y nada de alcohol.

—A menos de que hayas cambiado mucho, no te gusta beber —señaló él.

Kari rió.

—Oh, no quería beber, sólo quería estar allí con aquellos chicos tan mayores y populares. Yo nunca fui tan popular.

Aquello sorprendió a Gage. Recordaba que Kari había tenido muchos amigos en el instituto. Pero sabía que nunca había pertenecido a ninguna pandilla. En parte porque no había encajado bajo ninguna etiqueta y en parte porque había sido demasiado guapa. Solía intimidar a los chicos y alienar a las chicas.

—Tenían tanto miedo —continuó ella con un suspiro—. Andando sola por esa callejuela…

—Es natural que tuvieras miedo.

Gage recordó su primer encuentro. Él se había mudado a Possum Landing después de salir del ejército y había aceptado el puesto de ayudante del sheriff. Un año después, se había comprado una casa justo al lado de la de la abuela de Kari. Durante la mudanza, se había fijado en la hermosa joven vecina. No había pensado nada más sobre ella. No hasta que lo habían llamado para ir a ver una fiesta con la música demasiado alta, al otro lado del pueblo.

Gage había ido a dar un aviso, sabiendo que los vecinos iban a llamarlo de nuevo dentro de media hora. La segunda vez que tuviera que ir, iba a ponerse más duro, pero siempre había pensado que todo el mundo merecía una segunda oportunidad. De camino a la comisaría, se había encontrado con un viejo Cadillac conducido a muy poca velocidad por cuatro universitarios muy borrachos. Gage había encendido las luces largas de su coche. Algo se había movido en un lado de la calle, llamando su atención. Entonces, había caído en la cuenta de que allí había una joven con aspecto asustado y de estar fuera de lugar.

Había imaginado la situación en menos de un minuto. La joven habría ido a la fiesta salvaje, habría querido escapar y, al no tener quién la llevara a casa, había tenido que ir andando. Los jóvenes borrachos la habían seguido, buscando problemas. Él había dicho a la chica que entrara en el coche patrulla antes de advertir a los chicos que volvieran a la fiesta, si no querían ser arrestados por conducir borrachos. Ellos habían protestado pero al final se habían mostrado de acuerdo. Se había llevado las llaves de su coche y les había dicho que se las devolvería al día siguiente en comisaría, si iban a acompañados de uno de sus padres. Entonces, había vuelto a su coche para encontrarse con una adolescente luchando por no llorar.

Gage había rezado porque ella no se viniera abajo antes de llegar a su casa. Ella le había dado su dirección y, sólo entonces, se había dado cuenta de que era su vecina.

Recordó lo preocupado que se había sentido. Kari era sólo una niña. Pero había estado bebiendo.

—Casi vomitas en mi coche —se quejó Gage, dando voz a sus pensamientos.

—No lo hice. Salí de tu coche antes de vomitar.

—Tenías un aspecto horrible.

—Vaya, gracias. Me sentía fatal. Pero tú fuiste muy amable. Me prestaste tu pañuelo y todo.

—Sí, pero recordarás que no te pedí que me lo devolvieras.

Kari rió:

—Sí, me di cuenta. Hacía mucho tiempo que no pensaba en esa noche. Todos en la fiesta estaban borrachos. Yo bebí un poco, pero no lo suficiente como para perder el control. Algunos chicos querían tener sexo conmigo, pero yo no quería.

—Así que te pusiste a andar hacia tu casa.

—Y tú me salvaste.

—Te llevé a casa.

—Sí y me diste una buena charla sobre lo estúpida que había sido.

Gage recordó aquello. No la había dejado salir del coche hasta que no terminó de darle un buen sermón. Ella lo había escuchado con ojos muy abiertos hablar sobre los peligros de fiestas que se salían de control.

Ya había hecho eso antes con otros jóvenes, pero era la primera vez que lo habían asaltado pensamiento que no tenían nada que ver con su trabajo.

—Entonces me preguntaste cuántos años tenía —continuó Kari—. No me imaginé por qué. Pensé que igual ibas a arrestarme.

—No exactamente.

—Ahora lo sé.

—Habías cumplido dieciocho años dos días antes. Yo tenía veintitrés, casi veinticuatro. Seis años parecía mucha diferencia.

—Pero me pediste salir de todos modos.

—No pude evitarlo.

Gage decía la verdad. Había intentado convencerse para olvidarla durante casi un mes. Al final, había ido a ver a la abuela de Kari y le había pedido su opinión.

—Mi abuela decía que estaba bien —afirmó Kari con voz suave—. Creo que esperaba que me casara contigo y viviera en la puerta de al lado.

Kari se giró con brusquedad y Gage creyó ver lágrimas en sus ojos.

—A ella le habría gustado —comentó él—. Pero más que nada, deseaba tu felicidad.

—Lo sé. Es sólo que… Estar aquí me hace echarla de menos. Qué tontería, ¿verdad?

—No. La amabas. Eso no es una tontería.

Kari lo miró agradecida y Gage sintió un nudo en la garganta. Al estar de vuelta, ella echaba de menos a su abuela, pero él echaba de menos otras cosas. Era raro, pero echaba de menos cosas que nunca habían pasado. No tenía recuerdos de haber hecho el amor con ella, porque no había sido así, pero sabía con exactitud cómo sería la experiencia. Conocía su sabor y cómo se sentiría ella. Conocía los sonidos que ella haría y la magia que los envolvería. A pesar de los años y la distancia, aún la deseaba.

—Siempre fuiste muy comprensivo —comentó Kari.

—No creas.

—Me entendías entonces y aún me entiendes.

—Quizá es que eres fácil de entender.

—Debe de ser eso —dijo ella, riendo.

Gage no quería que fuera otra cosa. No quería tener ninguna conexión con Kari Asbury. El sexo era fácil, pero cualquier otra cosa sería una complicación… y un peligro.

—Lo más probable es que seas bueno con las mujeres —prosiguió ella—. Yo caí rendida a tus pies en veinte segundos y ahora tienes a Daisy loca por ti.

—No quiero hablar de ninguna de las dos.

—Quieres hablar de mí, ¿no? —preguntó ella con tono provocativo—. ¿No te apetece recordar viejos tiempos?

—¿No es lo que hemos estado haciendo?

—Supongo —dijo Kari—. ¿Te has acostado con ella?

—No.

—Tampoco te acostaste conmigo. A veces te acuestas con las mujeres, ¿no, Gage?

Gage mantuvo la expresión seria y siguió pintando.

—Claro. Pero soy de los amantes que están encendidos toda la noche y eso afecta a mi descanso. No puedo tomar a ninguna mujer más hasta que recupere el sueño.

—Oh, por favor.

—¿Ahora? ¿Quieres hacerlo en el suelo?

Kari rió y, pronto, su risa se extinguió.

—Siento que tú no fueras el primero —afirmó y se encogió de hombros—. Lo siento. Es probable que no te guste saber eso.

Gage se sintió sorprendido por la confesión, seguramente porque él lamentaba la misma cosa.

—Yo también lo quería —admitió—. Lo pensé mucho pero preferí esperar…

—Y yo me fui —dijo ella, terminando la frase—. Lo siento. Por muchas razones.

—Yo también.

No hablaron durante un rato, pero Gage no se sintió incómodo por eso. Siempre se había sentido a gusto cerca de Kari. No había creído que fuera necesario hacer las paces con el pasado, pero hablar las cosas no hacía mal a nadie.

Al final dejó la brocha y se estiró:

—Eh, llevo más de dos horas trabajando. Es hora de hacer un descanso. Y de que me prepares un emparedado.

—Disculpa, pero creo que te avisé de que no iba a preparar comida.

—Nada de eso. Quieres cuidar de mí, es algo típicamente femenino.

—Soy alta y fuerte, Gage. Y te puedo.

—Ni lo sueñes, pequeña.

Amor perdido - La pasión del jeque

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