Читать книгу La sombra de nosotros - Susana Quirós Lagares - Страница 15

VERANO 2016

Оглавление

La Posada del Errante. De todos los bares a los que podía haber acudido su mentor, tenía que ser precisamente al que más criminales asistían. Paul era un policía excelente y Juliette no pudo escoger a alguien mejor para su formación policial, pero el último caso le había dejado hecho polvo, y cuando se marchó de la comisaría no pudo evitar preocuparse por él. Cuando al día siguiente no acudió al trabajo, todo el mundo insistió en que no ocurría nada, que se había tomado un descaso. Quizás Juliette solo estaba exagerando. Sin embargo, sabía reconocer el vacío interior que se abre paso a través de una mirada sin brillo, sin chispa. Y nadie toma las mejores decisiones cuando está atrapado en ese bache del camino.

Había visitado ya su bar favorito y tres más que se encontraban en la zona, pero no había rastro alguno. Y entonces recibió la llamada de Albert, avisándola de que había creído ver a Paul en su bar.

Albert Rockwood no atraía a la policía a su local, aunque le tenía cariño a Juliette desde que trabajó un verano como camarera. Así que se dirigió hasta allí… para no encontrar señal de Paul. Hacía horas que nadie lo veía, y frustrada le rogó a Albert que la llamase en cuanto supiera algo de él.

El hombre, vestido con un traje de color gris y con una barba en la que ya había más canas que oscuridad, aceptó e insistió en acompañarla a la salida. Fue en ese preciso instante cuando oyó su nombre.

—¿Juliette?

La joven se giró decidida, pero nada la habría preparado para encontrar el rostro de Alec Trailaway. No lo veía desde que aquel hombre la atacó, y por cómo huyó del lugar le extrañó que quisiera hablar con ella.

—¿Trailaway?

La joven se puso en guardia y aumentó la distancia entre ellos. Ya le había pasado que algún delincuente al que había interrogado se obsesionara con ella. Nunca había llegado más allá de palabras y gestos obscenos, aunque sin pensarlo echó mano al espray de pimienta de su bolso y apuntó con él al chico.

—Alto ahí, agente. Le recuerdo que esto es un refugio. —Levantó las manos para mostrar que estaba desarmado, pero Juliette seguía sin confiar—. Solo quiero vivir mi vida, sin hacer daño a nadie.

Albert le echó una mirada divertida ante el título de agente y quiso corregir al muchacho. Él no se metía en los secretos ajenos y era más conveniente que el chico creyera que era policía.

—Él tiene razón, querida. Conoces el acuerdo.

Aquello hizo suspirar a Juliette, que tiró con nerviosismo de uno de sus mechones rojos, teñidos desde la adolescencia.

—Está bien. Seré fiel al pacto. Solo me gustaría que respondieses una pregunta —expuso ella con pose más relajada—. ¿Has visto por aquí a este agente? —Le enseñó la foto de Paul—. Ha desaparecido.

El chico se acercó para mirar de cerca, y Juliette contuvo el impulso de dar un paso atrás. Aún no se sentía cómoda cerca de delincuentes. No al menos desde que trabajaba para la policía. Durante su paso por La Posada del Errante como camarera solo veía clientes, nunca los imaginó como criminales. Las normas del local eran claras y de obligado cumplimiento para todos: respeto y silencio. Los asuntos pendientes quedaban fuera y a nadie le interesaba que Albert Rockwood se cabreara.

—No, pero puedo echarte una mano —respondió—. Conozco un par de sitios donde podrían tener información.

—¿Lo dices en serio? —la sorpresa en su voz era casi ofensiva—. ¿Por qué?

—Porque cuando me aburro me meto en algún lío. Además, será interesante, Juliette —dijo Alec con una sonrisa mediante.

El joven desapareció tras la cortina de las salas de juego. Fue entonces cuando ella pensó en lo más evidente que había ocurrido.

—Espera… —se dirigió a Albert—. ¿Cómo conoce mi nombre?

—Supongo que te veré mucho por aquí hasta que lo descubras, jovencita. —Albert soltó una carcajada que le recordó al ladrido de un perro viejo—. Es un buen chico. No seas demasiado dura con él.

—Pero… —El hombre se encogió de hombros y volvió a su oficina.

Aquel día todos parecían querer dejarla con la palabra en la boca. Suspirando, salió de La Posada del Errante. Volvería por la noche, cuando estuviera más frecuentada.

El sonido de un claxon terminó de espabilarla y por la ventana vio que estaba al lado del hospital. Respiró antes de entrar en el edificio. Debía prepararse para una última ración de la insoportable personalidad de Eric Harris. Si no fuese porque Eriol le había rogado por el caso, habría dado media vuelta y regresado a casa. Arrastrando los pies, se dirigió a los ascensores y sintió como si la observara de cerca un reflejo en el pasillo. Al mirar en aquella dirección la sombra había desaparecido.

«Tengo que descansar», pensó.

En la planta solo encontró a un par de enfermeras y al agente a cargo de la vigilancia en la puerta de la habitación. Saludó con un gesto de cabeza, pues no recordaba el nombre del policía, y entró en la habitación, donde un señor Harris trajeado la recibió de pie con una mirada de incredulidad.

—Señorita Libston, pensé que no vendría.

Parecía sincero, lo que sorprendió más a ella que a él.

—Usted dijo que quería verme —se limitó a responder.

—Sí, pero, dada nuestra relación, confieso que no tenía esperanzas de que acudiese. Yo no lo habría hecho —murmuró lo último, aunque Juliette lo oyó—. Me alegro de que seamos tan diferentes.

—Vaya al grano, señor Harris. Es tarde y tengo cosas que hacer.

No iba a soportar otra vez los jueguecitos del anciano.

—Directa incluso en el último instante. Nunca decepciona. —Soltó una carcajada e indicó con un gesto de la mano que tomara asiento mientras él lo hacía enfrente—. Tiene razón, en breve yo comenzaré una nueva vida y ni siquiera me han permitido recoger mis pertenencias de casa. Es un precio justo, no me malinterprete, pero no deja de ser incómodo.

Por un momento la chica sintió cierta lástima por él. Si ella estuviese en su situación, probablemente estaría aterrada: una vida desde cero, sin nada ni nadie que recuerde quién eras, tan solo recuerdos confusos que pronto quedarían en el olvido.

—Lo siento mucho, de verdad —ante la mirada interrogante del anciano, se apresuró a explicarse—: Si hubiésemos podido atrapar a Robert Eden, ahora no estaría pasando por esto.

—Bueno, si yo no hubiese entrado en Casiopea nunca lo habría conocido. O si no le hubiéramos traicionado. El mundo está lleno de «¿y si…?», pero preocuparnos por ellos no va a hacer que cambien las cosas.

—Un problema deja de serlo si no tiene solución —citó ella. Era una de las frases favoritas de Alec.

—Vaya, no solo es una cara bonita y una mente despierta, también es culta. Cualquiera de aquí no cita a alguien como Eduardo Mendoza —la felicitó—. Me habría gustado tener una nieta como usted: inteligente, astuta y preciosa. Pero mi hijo solo me dio unos varones salvajes.

—Gracias.

A ella jamás le habría gustado tener un abuelo como él, pero se abstuvo de decirlo. En su lugar, desvió la vista hacia la ventana que había detrás del anciano.

—En fin, solo quería decirle que tengo pruebas que podrían usar en el juicio contra Bob.

—Señor Harris —dejó escapar el aire que sin darse cuenta estaba conteniendo—, el caso va a archivarse.

—Lo sé, pero estoy seguro de que acabarán encontrándolo. Tengo fe en usted —confesó con orgullo.

—Haré todo lo que esté en mis manos —declaró ella—. Ese hombre no se merece disfrutar de la libertad.

—Tampoco yo, aunque eso no es lo que nos preocupa ahora. —Extrajo un papel del bolsillo y se lo tendió para que Juliette lo cogiera—. El material que le digo se encuentra en una caja de seguridad en el Elveside General Bank, ahí tiene la contraseña. Espero que le sirva.

—¿Qué es? —preguntó Juliette, suspicaz. No entendía por qué le facilitaba entonces tal información cuando no se la había entregado a los agentes.

—Ni yo mismo lo sé. Quizás los desvaríos de un hombre a punto de ser atrapado. Ni siquiera sé si la mitad de lo que revela es verdad. Cuando la policía se llevó a Bob yo era un crío y aún seguía idealizándole. Quise hablar con él una vez más antes de que lo arrestaran, pero no fui capaz. Lo vi esconder una caja en su jardín y no pude evitar hacerme con ella en cuanto se lo llevaron. No se esperaba la traición de los suyos. Siempre nos creyó sus amigos, su familia. —El anciano suspiró con cansancio—. No queda ya nada de ese hombre y creo que, en honor a su recuerdo, debo ayudarles a ponerle fin a sus crímenes. Siempre fue el mejor de nosotros.

Juliette le apretó la mano con fuerza para mostrarle su apoyo. Cuando iba a darle las gracias, la puerta se abrió y Eriol entró por ella junto a un par de agentes. La comitiva que lo acompañaría a su nuevo destino había llegado.

—Señor Harris, es la hora —declaró—. Julie, ¿habéis acabado ya?

—Sí, creo que sí. —Ambos se levantaron—. Señor Harris, ha sido un placer.

—Lo mismo digo, muchacha. —Volvieron a darse la mano y compartieron una sonrisa—. Creo que después de esto puede llamarme Eric. Al menos una vez, antes de que pase a llamarme quién sabe cómo. ¿Se imagina que me ponen alguna atrocidad como Duncan? ¿O Eriol?

Ante el ceño fruncido del capitán, la joven no pudo evitar soltar una carcajada. Además, por cómo uno de los agentes miraba al hombre mayor, sospechaba que también se había dado por aludido.

—No te preocupes, Eric. Seguro que tienes suerte —lo consoló aún riendo—. Os acompaño abajo.

Mientras salían de la habitación, Eric le ofreció cogerse de su brazo y, cuando ella aceptó, se inclinó para susurrarle en el oído:

—Si me llegan a decir hace unos años que a mi edad iba a comenzar una nueva vida con una jovencita al brazo, habría dejado que me atacasen mucho antes —el comentario recibió una mueca cordial de la chica—. Sonríe, Juliette, alguien como tú se merece…

¡Bang!

La detonación la pilló por sorpresa. Con la mano del anciano todavía agarrando su brazo, cayó al suelo a la vez que él. Incrédula, permaneció inmóvil cuando un charco de sangre se extendió hacia ella a través del blanco suelo. Emanaba del pecho de Eric Harris, quien aún mantenía una sonrisa en el rostro sin vida.

La sombra de nosotros

Подняться наверх