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HACIA UNA PROBLEMATIZACIÓN DEL FENÓMENO FAMILIAR EN MÉXICO: ANTECEDENTES Y PROPUESTA TEÓRICO–METODOLÓGICA
ОглавлениеPara Giddens (2000), las trasformaciones más importantes se gestan en el mundo de vida íntimo de las relaciones familiares y de pareja. Es en este ámbito en donde el sujeto se interroga a sí mismo sobre sus vínculos, y es también el espacio social donde se están gestando las trasformaciones más importantes a nivel mundial y con tendencias diferenciadas de acuerdo a las distintas regiones, “Hay quizás más nostalgia de refugio perdido de la familia que de ninguna otra institución que hunda sus raíces en el pasado” (Giddens, 2000, p.67). Por su parte, Therborn (2007), experto en el estudio del fenómeno familiar, considera que las expresiones, tipos y tendencias de las familias actuales se decantan en: complejidad, contingencia y contradicción. La complejidad tiene que ver con la copresencia y entrecruzamiento de formas familiares; la contingencia se refiere a las relaciones, debido a las posibilidades actuales para ello, y la contradicción se lleva a cabo entre preferencias, recursos y situaciones. Giddens (2000) afirma:
[...] la posición de los niños en todo esto es interesante y algo paradójica. Nuestras actitudes hacia ellos y su protección han cambiado radicalmente en las últimas generaciones. En parte, apreciamos tanto a los niños porque se han vuelto mucho más escasos, y porque la decisión de tener un hijo es muy distinta de lo que era en generaciones anteriores. En la familia tradicional los niños eran un beneficio económico. Hoy, por el contrario, en los países occidentales un niño supone una gran carga económica para los padres. Tener un hijo es una decisión más concreta y específica que antes y está impulsada por necesidades psicológicas y emocionales (pp. 73–74).
Este sociólogo, intelectual contemporáneo, pone sobre la mesa de debate lo que significa tener descendencia en la sociedad contemporánea y también alude a un aspecto central, la democracia en la familia: “En una democracia de las emociones, los niños pueden y deben ser capaces de replicar” (Giddens, 2000, p.77).
Hablar de fomentar una democracia emocional no implica debilidad respecto a los deberes familiares, ni sobre las políticas públicas hacia la familia. Democracia significa aceptación de obligaciones, además de derechos protegidos en la ley. La protección de los niños tiene que ser el rasgo primario de la legislación y la acción pública (Giddens, 2000, p.77).
Dada la importancia de los niños y niñas, y en virtud de que están en el centro de la investigación macro que abriga este trabajo, es necesario problematizar el fenómeno familiar; esto implica distinguir entre el concepto de familia y el concepto de hogar. La familia es reconocida, por los estudiosos de este campo en las ciencias sociales y humanidades, como una categoría cultural, y el hogar, como una categoría analítica.
En la región latinoamericana y en particular en México, el predominio de los hogares es familiar, si bien, hay hogares no familiares, su porcentaje es menor (Selby, Murphy, Lorenzen, Cabrera, Castañeda et al., 1994). De acuerdo al Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) (2019), de cada 100 hogares familiares, hay 70 nucleares, 28 ampliados y un hogar compuesto. Con respecto a los hogares no familiares, de cada 100, 93 son hogares unipersonales y siete son hogares corresidentes.
Selby, Murphy, Lorenzen, Cabrera, Castañeda et al. (1994) describen las relaciones ideales al interior de los hogares mexicanos y concluyen en coincidencia con González de la Rocha (1994), García (1998), de Oliveira (1998), Salles (2001), García y de Oliveira (2006b), Jelin (2007); Giddens (2000), entre otros, sobre el entendimiento de los hogares como escenarios sociales saturados de contradicciones, donde se reproducen las ideologías dominantes sobre los papeles sexuales y, por ende, el sistema patriarcal. Al respecto, Díaz–Guerrero (1974) encontró, desde la década de los años sesenta, mujeres mexicanas con estudios de secundaria que mostraron pautas de comportamiento en transición en relación a los roles tradicionales de género, a su posible participación en el mercado de trabajo, así como la confrontación del rol del varón y de la sumisión total.
La complejidad de las familias exige establecer marcos de referencia y criterios de clasificación para su comprensión. En el contexto latinoamericano, tomando en cuenta la información de las encuestas de hogares y las lógicas de parentesco entre las personas con respecto a la jefatura de hogar declarada, se distingue entre los hogares unipersonales y los hogares sin núcleo, es decir, hogares en donde no hay un núcleo conyugal y con hijos, aunque es posible ubicar otras relaciones de parentesco.
Por otra parte, en cuanto a la tipología de familias, se reconocen las familias extendidas (padre o madre o ambos con o sin hijos y otros parientes), las familias compuestas (padre o madre o ambos, con o sin hijos, con o sin otros parientes y otras personas no parientes, sin incluir el servicio doméstico que vive con la familia ni sus familiares).
También, se encuentran las familias biparentales, la pareja con hijos o sin hijos y las familias monoparentales, solo uno de los padres, en general, la madre e hijos (Comisión Económica para América Latina y el Caribe [CEPAL], 2005). Estas diversas “configuraciones familiares” dan cuenta de la complejidad de cercar analíticamente el fenómeno familiar, así como de la necesidad de crear consensos para poder mantener las comparaciones entre casos nacionales y regionales.
También se analiza a los hogares tomando en cuenta la fase en la que se encuentran, así, se cruzan los datos referentes a la estructura de los hogares con la fase específica que atraviesan, la cual tiene que ver con el “ciclo doméstico”, categoría central que ha sido ampliamente analizada por González de la Rocha (1994).
Desde la clasificación de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) (CEPAL, 2005, p.11) las fases son:
1. Pareja joven sin hijos: pareja que no ha tenido hijos, donde la mujer tiene menos de 40 años. 2. Etapa de inicio de la familia: corresponde a la familia que solo tiene uno o más hijos de 5 años o menos. 3. Etapa de expansión: corresponde a aquella familia cuyos hijos mayores tienen entre 6 y 12 años (independiente de la edad del hijo menor). 4. Etapa de consolidación: se refiere a las familias cuyos hijos tienen entre 13 y 18 años de edad, o en los que la diferencia de edad entre los mayores y los menores es típicamente en torno a 12–15 años. Es probable que en esta etapa del ciclo vital familiar se concentre también la mayor proporción de familias reconstituidas, debido a que las grandes distancias de edad entre los hijos mayores y menores podrían deberse en algunos casos a la existencia de nuevas uniones con hijos pequeños. 5. Etapa de salida: familias cuyos hijos menores tienen 19 años o más. 6. Pareja mayor sin hijos: pareja sin hijos donde la mujer tiene más de 40 años.
Las etapas del ciclo doméstico relacionadas con la expansión y la consolidación están íntimamente ligadas a una mayor demanda sobre los recursos familiares y mayor número de miembros económicamente dependientes (CEPAL, 2005).
Así como desde las ciencias sociales se plantea el ciclo doméstico como un concepto central para dar cuenta de las etapas por las que atraviesan los hogares, sus dinámicas internas y sus economías domésticas, también, desde aproximaciones psicológicas y particularmente desde la terapia familiar sistémica, se plantea el concepto de “ciclo vital familiar” y se asume que la familia no es un sistema estático; vive en un proceso de continuo cambio y movimiento, al igual que otros sistemas sociales de los cuales forma parte (Carter & McGoldrick, 1989).
El planteamiento central de la noción de desarrollo familiar es que estos sistemas se trasforman en su conformación y funcionamiento a lo largo del ciclo vital, en una serie de etapas evolutivas (Falicov, 1991). El grupo familiar, oscila entre momentos de cambio y otros de conservación (Minuchin & Fishman, 2004). Para estos autores “[...] la familia [...] posee una capacidad asombrosa para adaptarse y cambiar, manteniendo sin embargo su continuidad” (p.35).
A continuación, se presenta una síntesis de las etapas que componen el ciclo vital de la familia, así como de los cambios y los desafíos que estas fases implican para el sistema familiar y sus integrantes (Minuchin & Fishman, 2004; Carter & McGoldrick, 1989; Rage Atala, 1997; Belart & Ferrer, 1998):
1. La unión de la pareja: en esta fase se construyen las pautas de interacción para conformar la estructura de subsistema conyugal. La tarea de desarrollo es generar el compromiso hacia el nuevo sistema marital y el reordenamiento de las relaciones con las familias extensas para incluir al cónyuge.
2. La familia con hijos pequeños: inicia con la llegada del primer hijo y se generan nuevos subsistemas de interacción en la familia. La principal tarea de desarrollo en esta etapa es la incorporación de nuevos miembros a la familia y reordenar las pautas de interacción del matrimonio para asumir las tareas de crianza y educación de los hijos.
3. La familia con hijos en edad escolar: en este periodo se da un cambio contundente en el sistema familiar cuando los hijos empiezan a asistir a la escuela. Este evento le implica a la familia relacionarse con un sistema nuevo que tiene sus propias reglas y estructura. Con esto, se generan nuevas pautas de interacción referentes al sistema escolar; entre estas, organizar quién y cómo ayuda a los hijos con las tareas escolares, determina las reglas en torno a los horarios y las horas de sueño, el tiempo que se ha de dedicar al estudio y al esparcimiento, así como la manera de resolver y enfrentar lo relacionado con las calificaciones escolares de los hijos (véase Mejía–Arauz, Dávalos Picazo & Zohn Muldoon, 2020).
4. La familia con hijos adolescentes: el proceso de transición clave requiere el incremento de la flexibilidad de las fronteras familiares para incluir la incipiente independencia de los hijos e integrar el cuidado de los abuelos.
5. La familia con jóvenes adultos: se caracteriza por la aceptación de múltiples entradas y salidas de los hijos en el sistema familiar. Los hijos empiezan a desprenderse de la familia de origen, generando sus propios compromisos de vida.
6. La familia en el “nido vacío”: el subsistema de los cónyuges vuelve a ser el centro de la vida de la familia de origen, así que implica la renegociación de este sistema marital como una diada, así como la forma en que se construye la relación padres e hijos.
Además del esquema de las etapas ya revisadas, se propone utilizar la propuesta de Combrinck–Graham (1985) de estilos y fases familiares centrípetos y centrífugos, como un referente para analizar los cambios estructurales que se generan en las familias. Esta autora explica la vida de la familia como un espiral en donde se concibe a las diferentes generaciones del sistema oscilando a través del tiempo entre periodos de cercanía y periodos de distancia. Estos periodos coinciden con fluctuaciones entre tareas de desarrollo que requieren vinculación intensa o altos niveles de cohesión familiar, como por ejemplo la crianza de hijos pequeños y, por otra parte, tareas que enfatizan la identidad personal y la autonomía, como en la adolescencia.
Durante un periodo centrípeto, tanto los miembros de la familia, como la estructura vital de la unidad familiar están volcados hacia la vida interna de la familia. Las fronteras externas que rodean a la familia tienden a cerrarse, mientras que las fronteras personales entre los miembros son algo difusas para crecentar el trabajo familiar “en equipo”. En la transición a un periodo centrífugo, la estructura de vida de la familia se mueve para enfocar las metas que enfatizan el intercambio de los miembros de la familia con el entorno extra familiar. Entonces las fronteras externas de la familia se abren al tiempo que aumenta la distancia entre algunos de sus miembros.
Además, habrá que considerar otras variables que impactan y modifican el curso de estas etapas del ciclo vital y que generan reestructuraciones en las pautas familiares de interacción. Este tipo de situaciones son, por ejemplo, las separaciones, los divorcios, la formación de familias reconstituidas, la muerte y otro tipo de pérdidas en la familia, la presencia de adicciones, enfermedades crónicas, entre otros, así como diversos factores del contexto sociocultural en que habitan las familias, los cuales también tienen una incidencia en su organización.
Estos sucesos que modifican el curso del ciclo vital de la familia implican cambios importantes en relación a la conformación de la familia, así como pérdidas en el estatus de pertenencia y afiliación de los miembros a la misma. A continuación se abordarán algunas de estas situaciones, sobre todo aquellas que tienen que ver con la realidad de las familias que participaron en esta investigación.
En el caso de separaciones y divorcios, además de los movimientos estructurales referidos, los miembros de la familia enfrentan tareas emocionales importantes, duelos que requieren resolver para seguir con su proceso de desarrollo (Carter & McGlodrick, 1989).
La formación de familias reconstituidas implica, en la mayoría de las ocasiones, un proceso previo de separación y divorcio. Es un reto para los integrantes de unidades familiares anteriores conformar un nuevo sistema en el que las fronteras sean lo suficientemente flexibles para incluir la interacción con otros familiares y, al mismo tiempo, proteger la integración y la cercanía de los que pertenecen a la familia recién creada (Carter & McGlodrick, 1989).
Otra situación que altera el desarrollo de una familia es la presencia de una enfermedad crónica. Rolland (1989) propone una tipología psicosocial para clasificar las enfermedades que entreteje cuatro aspectos de la enfermedad:
1. Inicio (agudo o gradual).
2. Curso (progresivo, constante o episódico).
3. Resultado (qué tanta amenaza de muerte representa).
4. Grado de incapacidad (cognitiva, sensorial, motriz, producción de ener- gía, desfiguramiento o estigma social).
De acuerdo con la interacción de estos aspectos, el autor clasifica las distintas enfermedades crónicas y, con ello, plantea los retos que han de enfrentar tanto la persona que sufre la enfermedad como el sistema familiar, así como lo que ello requiere en cuestión de ajustes en la interacción y en el funcionamiento del sistema.
Un último aporte, que sirve como marco de referencia para el análisis de las situaciones que tienen impacto en el curso evolutivo de las familias, es la tipología que proponen Minuchin y Fishman (2004). En esta propuesta —de la que se toman aquellos tipos de familias que tienen pertinencia para la presente investigación—, los autores entrelazan el ámbito de conformaciones diversas de la unidad familiar con los desafíos que las familias y sus integrantes enfrentan:
1. Familias de dos (por lo general familias monoparentales), en las que prevalece el apego entre sus integrantes, una fuerte vinculación y mutua dependencia.
2. Familias de tres generaciones, conformada por la cohabitación de varias generaciones (familia extendida). Este tipo de familia es común en contextos socioeconómicos limitados; una de sus características más significativas es el apoyo y soporte a sus integrantes; en la misma medida, puede haber confusión en cuanto a los límites y los roles de cada uno de sus integrantes.
3. Familias con soporte, en las que se delegan responsabilidades parentales a los hijos mayores para asumir la crianza de sus hermanos de menor edad. Este tipo de ordenamiento implica la exclusión de los hijos parentalizados del subsistema de los hermanos.
4. Familias acordeón, en donde uno de los progenitores permanece lejos de la familia por lapsos de tiempo prolongados. Así, las tareas parentales se concentran en uno de los padres, quien toma la carga de estas funciones durante el periodo en que el otro progenitor está ausente. En las fases en las que están ambos, pueden darse situaciones críticas debido al desbalance que representa el ajuste que se requiere para incluir al padre o madre ausente.
5. Familias cambiantes; son las que constantemente se mudan de domicilio. Este tipo de organización familiar enfrenta a sus integrantes con la necesidad de hacer ajustes continuos en sus interacciones con las personas significativas del contexto extrafamiliar, ya que no pueden echar raíces.
6. Familias con padrastro o madrastra, en las que se requiere gestionar el proceso de inclusión de una nueva figura parental a la unidad familiar que antes había sufrido una pérdida, ya sea por una separación o divorcio, o bien, por la muerte de uno de los padres.
7. Familias con un fantasma; son sistemas en los que se ha tenido una pérdida, ya sea por muerte o abandono de uno de sus miembros. Una tarea que estas familias enfrentan es resolver la manera en que se han de tomar las responsabilidades o funciones que ejercía el integrante ausente.
Otra categoría que ha dado lugar a fértiles debates y que contiene una enorme complejidad, es la “jefatura de hogar”. Se trata de conocer quién es la autoridad en la familia (Chant, 1997, 1999; Rodríguez, 1997; González de la Rocha, 1994, 1999; De Oliveira, Eternod & López, 2000; Vicente & Royo, 2006; Enríquez Rosas, 2008; entre otros). Esta categoría ha sido ampliamente discutida porque la asunción de la jefatura está asociada a los códigos culturales de los distintos contextos sociales.
Existe la “jefatura declarada / de jure” y “la jefatura de hecho / de facto”, los resultados pueden ser muy distintos cuando se registra la jefatura de acuerdo a lo que se declara con respecto a lo que de hecho puede observarse a través de acercamientos cualitativos / etnográficos en los hogares y sus miembros.
Hoy en día, cuando se despliega la ruta de indagación tomando en cuenta otros criterios como: la toma de decisiones, la administración de los recursos, el manejo de la autoridad, el apoyo emocional, entre otros, la jefatura que se declara, en muchos de los casos, es jefatura compartida, especialmente entre los miembros de la pareja, pero puede también estar conformada por la madre o el padre y algún otro miembro emparentado.
La jefatura compartida (Enríquez Rosas, 2008) es una dimensión que abre la posibilidad al registro de cambios y trasformaciones que se están gestando al interior de los grupos domésticos, los cuales tienen que ver con los avances en la forma de manejar la autoridad y con el mayor reconocimiento, por parte de las mismas mujeres y de los hombres, acerca de su corresponsabilidad para dirigir un hogar.
También es importante la categoría de “jefatura económica”, la cual se refiere a quién es el perceptor de ingresos principal o exclusivo de los miembros del hogar. Esta categoría ha permitido reconocer la participación económica de las mujeres, aun cuando la pareja está presente, para el sostenimiento de los hogares y su importante papel en muchos de los casos. Para García y de Oliveira (1994), se trata de una categoría central en términos analíticos para identificar las dinámicas propias de género e intergeneracionales en este tipo de organizaciones domésticas.
Cuando hablamos de familias, tendemos a pensar en un modelo tradicional y de estructura nuclear compuesto por padre proveedor, madre ama de casa e hijos. Este modelo es percibido como referente único, normativo y simbólico (Tuirán, 2001). La familia tradicional de padre proveedor y madre ama de casa, ha disminuido significativamente y se han incrementado los hogares de personas que viven solas (Giddens, 2000).
En las sociedades contemporáneas, las expresiones / configuraciones familiares son cada vez más diversas. Las familias experimentan cambios económicos, demográficos, sociales y culturales que, sin lugar a dudas, tienen que ver con nuevas formas de conformación familiar distintas al modelo tradicional (Esteinou, 1999; Gonzalbo & Rabell, 2004; CEPAL, 2005; Jelín, 2007; Golombok, 2012; Estrada & Molina, 2015; Estrada, 2018; entre otros).
La familia, advierte Therborn (2007), reproduce, hoy en día y en diversas regiones del mundo, una geografía del poder en la cual el patriarcado se impone ante la posibilidad de relaciones más equitativas entre los géneros. Se observa una economía de la desigualdad en la cual hay población femenina en América Latina que no recibe ningún tipo de ingreso. En las zonas urbanas, los perceptores de ingresos siguen siendo principalmente varones; el 43% de las mujeres no reciben ingresos y solo el 22% de los hombres se encuentran en esta condición.
Con respecto al matrimonio, Giddens (2000) señala que este no es más una institución económica, pero como compromiso ritual, estabiliza las relaciones y puede favorecer la consolidación de los vínculos contra la fragilidad de los mismos. Para Giddens (2000), lo que está en el centro de las relaciones de pareja en las sociedades contemporáneas es la comunicación emocional, la intimidad y la confianza.
Arriagada (2007) enfatiza que una demanda central que debe ser atendida con mayor planeación y diseño de programas y políticas públicas, tiene que ver con el fenómeno de la violencia intradoméstica. Además, en la región latinoamericana se advierte el debilitamiento de los mecanismos de protección social tradicional: “familismo latinoamericano”.
Hay trasformaciones en la estructura de los hogares que están asociados con el incremento de hogares con doble ingreso, así como los cambios en las configuraciones familiares, a consecuencia de las migraciones internas e internacionales. Se advierte también una asociación más estrecha entre tipos específicos de hogares y condiciones de pobreza extrema. Estos hogares son principalmente los que se encuentran en etapa de expansión y con miembros dependientes económicamente. Hay también una importante incorporación de las mujeres al mercado laboral en etapas de expansión y consolidación del ciclo doméstico, el cual demanda nuevas respuestas para el cuidado de los miembros que así lo requieren (Arriagada, 2007; CEPAL, 2005; entre otros).
Jelin (2007) advierte, desde su análisis sociológico de las familias latinoamericanas, sobre las tasas de nupcialidad en descenso, el incremento de uniones consensuales, así como el aumento en la edad para contraer el primer matrimonio. También señala el incremento de las tasas de divorcio, el descenso de la fecundidad, y la relación directa entre esta última y la posición social de las mujeres, es decir, a mayor educación formal, menor es la fecundidad. A su vez, indica que hay un decremento en el número de miembros de las familias y un paulatino cambio en los roles tradicionales de género al interior de los hogares.
Arriagada (2007) confirma, para la región latinoamericana, la reducción de las familias nucleares biparentales con hijos o sin hijos, así como el incremento de los hogares de jefatura femenina y el decremento de las familias extendidas junto con el aumento de los hogares no familiares, especialmente los unipersonales. Al igual que Jelin (2007) confirma el debilitamiento del patriarcado y el descenso en la fecundidad.
Estudios recientes como el de Roca (2015), muestran el incremento en la elección de parejas extranjeras debido al mercado (oferta) matrimonial actual. También muestran la presencia cada vez mayor de relaciones conyugales y parentales en las familias trasnacionales (González & Rivas, 2015).
A su vez, hay un proceso de borramiento del trabajo como eje estructurador de la vida de los sujetos. Este proceso socioeconómico está teniendo a su vez repercusiones en las dinámicas familiares internas (Hopenhayn, 2007). Las situaciones de estrés y tensión cotidiana de los padres en el contexto de las grandes ciudades, como el caso de Guadalajara, está cobrando factura en la calidad de los vínculos al interior de las familias y los tiempos de cuidados, convivencia y esparcimiento (Enríquez Rosas, 2009).
Actualmente en México, el 29% del total de los hogares es dirigido por una mujer. La jefatura femenina aumentó en cuatro puntos porcentuales entre los años 2010 y 2015 (Inegi, 2019). En el caso de Jalisco, el promedio de número de personas que residen en un hogar es de 3.8%. Con respecto a la jefatura de hogar, 28% son hogares de jefatura femenina y 72% son hogares de jefatura masculina. Con respecto al estado civil, por cada cien matrimonios, hay 22.3 divorcios (Inegi, 2019). Estos datos deben ser considerados con toda la seriedad que requieren. Los hogares comandados por mujeres no son una desviación del modelo hegemónico sino formas alternativas de conformación familiar que van en incremento en nuestra sociedad y que requieren el reconocimiento y el respaldo social de las instituciones para su bienestar e inclusión social.
López y Salles (2006) señalan con respecto al divorcio y la asunción de la jefatura femenina en México, lo siguiente: el divorcio está asentado entre el primero y el quinto año de matrimonio o bien después de los diez primeros años. Hay mayor tolerancia y menor estigmatización con respecto a las separaciones y las rupturas matrimoniales. Por su parte, García y De Oliveira (2006a) señalan el papel determinante que juega la participación laboral de las mujeres para concluir una relación cuando esta no es satisfactoria.
Asimismo, las jefas gozan de mayor poder de decisión al interior de sus grupos domésticos. En las familias extensas o ampliadas, la generación mayor y el género masculino juegan un papel preponderante en las relaciones de poder, también coexisten las relaciones de conflicto y solidaridad que se complejizan ante los distintos tipos de vínculos de parentesco que conforman estas organizaciones familiares.
Hay un incremento de hogares reconstituidos en México (Esteinou, 1999) así como un decremento en el número de miembros por hogar. Hay un periodo menor de crianza que, asociado con el alargamiento de la esperanza de vida, tiene como consecuencia una dispersión mayor del mapa biográfico y una diversificación de los itinerarios familiares (Tuirán, 2001). Los hogares reconstituidos llevan a la complejización de los vínculos y las dinámicas cotidianas y requieren ser estudiados a profundidad tanto en las formas en que se estructuran como en la dimensión subjetiva y socioemocional (Estrada, 2018; Arám, 2019).
La literatura para el caso mexicano pone también especial énfasis en los usos del tiempo y las diferencias de acuerdo al género y a la generación. Adquiere especial relevancia el tiempo que se utiliza para el cuidado de los miembros del grupo doméstico y la ausencia casi total de formas de corresponsabilidad con otros agentes del bienestar social (Rendón, 2004; Pedrero, 2005; Aldrete, Pando, Aranda & Franco, 2005; Fraga, 2018).
Sin embargo, para Rendón (2004), la flexibilización del mercado laboral ha propiciado algunos ajustes en la división intrafamiliar del trabajo doméstico en beneficio de las mujeres. Hoy en día, advierte la autora, se mantiene, para muchas mujeres en hogares de jefatura masculina, la condición económicamente dependiente y subordinada de la mujer. Aun así, autores como Esteinou (2006), quien confirma la persistencia de la familia patriarcal en México, señala que ante la permanencia de las mujeres en el mercado laboral y la motivación del desarrollo profesional, de acuerdo al estrato socioeconómico, se presentan tres desafíos:
a. Se mantienen las orientaciones de valor tradicionales en la relaciones de género.
b. Los hombres mantienen una concepción tradicional mientras que las mujeres luchan por una división del trabajo más equitativa y esto trae como consecuencia situaciones de tensión y de conflicto así como de posible violencia (señalado con anterioridad por autoras como García y De Oliveira, 1994).
c. Ambos miembros de la pareja modifican sus orientaciones de valor con respecto a la estructura de roles tradicionales.
De la misma manera es necesario continuar con los estudios sobre la cultura colectivista y comunitaria de las familias mexicanas asociadas a la comunicación, cohesión y flexibilidad (Esteinou, 2006), tomando en cuenta el incremento en los escenarios de inseguridad, desconfianza y deterioro del tejido social en el entorno urbana de ciudades como el Área Metropolitana de Guadalajara (AMG) (Siqueiros, 2009; Enríquez Rosas, 2009; entre otros).
En el caso de las familias mexicano–americanas, los estudios realizados por Falicov (2005) señalan la situación persistente de vulnerabilidad debido a la fragmentación de las redes de apoyo, la precariedad laboral y la discriminación. Este tipo de familias se ha caracterizado por su tamaño y configuración que favorece las relaciones de cuidado y la posibilidad de reproducción social en contextos de sobrevivencia.
Finalmente, la historia de la familia y la literatura sobre ella, muestran a la familia nuclear con ambos padres e hijos, como la familia ideal; las políticas públicas se han diseñado tomando en cuenta esta configuración. Sin embargo, la heterogeneidad en las configuraciones familiares está presente al interior mismo del paradigma familiar hegemónico y también en las otras conformaciones familiares (CEPAL, 2005).
La diversidad en las configuraciones familiares exige el diseño de políticas públicas incluyentes, que tomen en cuenta la conciliación del trabajo doméstico y extradoméstico y la corresponsabilidad entre los agentes del bienestar implicados (CEPAL, 2005).
Las importantes trasformaciones tanto de la familia como de las condiciones laborales demandan nuevos enfoques en las políticas que redistribuyan las tareas domésticas y de cuidado y atención de la población infantil y de los adultos mayores. Tres son los conflictos principales entre trabajo y familia que enfrenta la población, especialmente la femenina: el tiempo, puesto que la demanda de un tipo de trabajo impide el cumplimiento del otro; la tensión derivada de la obligación de cumplir bien ambos papeles; y las diferentes cualidades demandadas por uno y otro. Para enfrentar estos problemas son importantes las medidas relacionadas con la organización del tiempo de trabajo, con servicios de asistencia en labores domésticas y familiares, y con medidas de asesoramiento y soporte laboral (CEPAL, 2005, p.27).