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5LA REDENCIÓN EN EL NUEVO TESTAMENTO (PARTE DOS)
ОглавлениеHasta ahora hemos hablado acerca de lo que es la redención. Es la libertad mediante el pago de un precio. La redención cristiana es la libertad que Cristo compró para su pueblo a través de su muerte. Pero ahora es el momento de responder a la pregunta: ¿libertad de qué? Si Cristo nos ha liberado, ¿de qué nos ha liberado?
En el capítulo 1 enumeré una serie de fuerzas que mantienen al hombre en la esclavitud. Las cito de nuevo aquí:
1. El hombre es esclavo del pecado.
2. El hombre es esclavo de Satanás.
3. El hombre está sujeto al castigo del sistema de justicia de Dios.
La redención saca a los hombres del alcance de los poderes que lo sujetan.
Miremos primero la esclavitud del pecado. ¿Qué es? ¿Y qué tiene que ver la muerte de Cristo con esto?
En el Nuevo Testamento, el pecado es personificado como un rey o un amo que determina el curso de la vida del hombre que no está salvo. Los reyes de aquellos tiempos eran a menudo más poderosos que los reyes y reinas de hoy día. Hacían lo que querían, y en ese sentido eran como los que poseían esclavos.
El pecado produce este efecto en un hombre natural. Éste cree que hace lo que le parece, pero en realidad sólo hace lo que el pecado le dice que haga. No nota la diferencia entre sus propios deseos y los deseos del pecado que habita en él porque está tan entregado al pecado que lo que complace al pecado le complace también a él. En teoría, sus deseos y los del pecado deberían poder distinguirse, pero en la práctica son lo mismo.
¿Le parece que exagero? ¿Está el hombre sin Cristo realmente esclavizado de esa forma? Pablo dice en Romanos: “Porque cuando erais esclavos del pecado, erais libres acerca de la justicia” (6:20). Una persona sólo puede serle fiel a un rey a la vez. El pecado, y no la justicia, era el rey. Pero los romanos no eran un caso raro: el pecado reina en todo hombre natural.
Jesús enseñó lo mismo: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6:24). Cuando existe conflicto entre dos “señores”, mostramos dónde está nuestra verdadera lealtad en nuestra manera de actuar. Si nuestro amo no es Dios, lo será otra cosa. En el caso de aquellos que no tienen a Cristo, su amo es el pecado.
Puede que los hombres no admitan que existe esta esclavitud. Es más, puede que ni si quiera la reconozcan. Cuando el Señor le dijo a un grupo de sus oyentes que “la verdad os hará libres”, se ofendieron y respondieron: “Jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres?” ( Juan 8:32-33). Pero estaban equivocados. Eran esclavos del pecado, y Jesús decidió que necesitaban oírlo, así que eso es lo que les dijo, sin reparos.
La redención rompe con esta esclavitud al pecado. Pablo dijo que Jesucristo “se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:14). El nos compró. El precio fue él mismo. Esta libertad nos hace libres de la práctica del pecado. Cristo compró a su pueblo no para que volviera a ser esclavo del pecado, sino para que le sirviera a él, siendo posesión suya, un pueblo deseoso de hacer su voluntad.
¿Significa esto que el pueblo de Cristo nunca peca? No. Lo que significa es que el reinado del pecado ha cesado.
Piense en el pecado como un rey que ha sido expulsado de su trono y ahora lleva a cabo una guerra de guerrillas. Ya no controla el territorio, pero puede atacarlo. De igual manera el pecado ya no controla el corazón del creyente, pero sigue allí, haciéndolo tropezar.
En su lugar, la justicia es la que gobierna ahora su corazón y lo mantiene en pie. Su nuevo amo no le permite permanecer en sus pecados, revolcándose en la inmundicia. Peca, pero la justicia caracteriza su vida. Dios y Cristo controlan su corazón. Ha sido redimido de la esclavitud del pecado. La muerte de Cristo ha sido el precio de su libertad.
Miremos ahora la esclavitud de Satanás.
¿Es el hombre natural esclavo de la voluntad del diablo? Sí, así es. El Señor Jesús lo dejó claro en Juan 8:42-47. Esto es lo que dijo de todo aquel que no tiene a Dios como padre:
Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; (…) ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira. Y a mí, porque digo la verdad, no me creéis. (…) Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis? El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios.
Todos los hombres pertenecen o a Dios o al diablo. Son hijos y esclavos de uno o de otro.
¿Cómo, pues, llegamos a pertenecer a Dios? Mediante la compra que realizó Cristo. Escuche este himno de adoración al Señor Jesús:
Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación. (Apocalipsis 5:9)
Jesucristo compró a los hombres para Dios. Por eso no nos sorprende que Pablo escribiera: “¿O ignoráis (…) que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio” (1 Corintios 6:19-20; compare con 7:22-23). Ahora somos esclavos de Dios y de Cristo, no de Satanás.
Todavía existe un tipo de esclavitud más. Somos como hombres encarcelados, esperando el castigo por quebrantar las leyes de Dios. El sistema de justicia de Dios nos retiene cautivos.
Uno de los temas principales de las Escrituras es que Dios es nuestro juez y que vendrá al final de la historia para ver lo que hemos hecho con sus mandamientos. La cantidad de mandamientos varía según quienes seamos. Los judíos tenían un número sorprendente de mandamientos diseñados por Dios para guardar a su pueblo del Antiguo Testamento separado del resto de las naciones de la tierra, para que mantuvieran vivo el conocimiento de Dios hasta que Cristo viniera. El pacto mosaico formaba una barrera entre Israel y los pueblos de su alrededor.
A los gentiles Dios les dio menos leyes, pero también les dio la responsabilidad de hacer lo que él les había ordenado. Ni los judíos ni los gentiles fueron capaces de guardar las leyes de Dios. Pablo escribió acerca de ambos: “No hay justo, ni aun uno; (…) no hay quien haga lo bueno” (Romanos 3:10-12). Todos los hombres son culpables ante Dios, y la justicia de Dios demanda que haya castigo por el pecado.
La muerte de Cristo redime a su pueblo liberándolo del castigo por sus pecados, “en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Efesios 1:7). Una vez más vemos que la redención es libertad mediante el pago de un precio. Esta libertad es liberación de la necesidad de pagar por nuestros pecados. El precio es la sangre, la muerte expiatoria de nuestro Salvador, el Señor Jesucristo.
Así pues, podemos ver que aunque teníamos tres enemigos fuertes que nos tenían presos (el pecado, Satanás y el sistema de justicia de Dios), Cristo nos ha liberado de ellos. Tenemos nuestra liberación, pero no por nuestro propio poder o mérito. No, nuestra liberación es una redención, una compra realizada por Cristo, y el precio fue nada menos que su propia vida.