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23 de febrero - Vida

El crecimiento espiritual – parte 1

“Hijos míos, otra vez sufro dolores de parto, hasta que Cristo se forme en ustedes. ¡Ojalá estuviera yo ahí ahora mismo para hablarles de otra manera, pues no sé qué pensar de ustedes!” (Gál. 4:19, 20).

Uno de los mejores cristianos que conozco es alguien a quien rara vez veo cara a cara. Lo llamaré señor Juan.

El señor Juan es dedicado y motivado, y le encanta trabajar para Dios y servir a otros. Sin embargo, aunque se ha vuelto más tolerante y humilde con el paso de los años, su personalidad tiene un lado oscuro. Ve el cristianismo como una lista de lo que se debe y no se debe hacer. Algunos dicen que se apresura en juzgar a los demás por la apariencia o por otras debilidades que pueda percibir. Sin embargo, lo curioso del señor Juan es que antes era un pecador público. Se emborrachaba e insultaba a los demás. Era todo aquello que condena hoy, pero ahora que es cristiano, ha tomado una actitud intolerante y legalista.

Un amigo al que llamaré Beto me llamó la otra noche para preguntarme:

–¿Tú crees que en la iglesia le lavan el cerebro a la gente?

–Bueno –le respondí–, lo que científicamente se conoce como lavado de cerebro, lo cual es muy discutible, es generalmente algo muy intenso en una situación muy controlada y aislada, lo cual es bastante difícil de llevar a cabo a gran escala. ¿Por qué lo preguntas?

–Es que –respondió–, cuando somos niños, nos enseñan canciones simplistas como: “Cristo me ama”. Canciones como esa, y la enseñanza constante de que debemos confiar en Jesús como nuestro salvador, ¿no te parece un lavado de cerebro?

–Me parece que enseñan una visión del mundo de una manera apropiada para la edad –le dije–. Y creo que la mayoría de la gente no tiene problemas en escoger su propio camino cuando crece.

–Tal vez –dijo Beto–. Pero no sé, todo me parece muy calculado.

–Bueno, cuando se cree firmemente en algo, se tiende a querer transmitirlo a los hijos, ya sea la religión, el valor del dinero o el trabajo duro. Lo que no quiere decir que la gente no pueda usar eso como manipulación. La mamá de una amiga se sentaba junto a su cama en la noche y la manipulaba diciéndole que el resto de la familia iría al cielo y que ella esperaba que su hija también fuera con ellos. Actitudes como esa sí me parece que pueden hacer daño psicológico.

Continuará.

Sin miedo al fracaso

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