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2 de marzo - Vida

Tu verdadero valor

“Jesús soportó la cruz, sin hacer caso de lo vergonzoso de esa muerte, porque sabía que después del sufrimiento tendría gozo y alegría” (Heb. 12:2).

No me sorprendería descubrir que mis antiguos profesores me percibieron como arrogante o sabelotodo. Siempre he sido trabajadora, confiada y segura de mis objetivos. Sabía que la facultad de Medicina sería un desafío a nivel académico, social y espiritual, así que comencé a cuestionar mi responsabilidad como testigo de Cristo. Oré a Dios pidiendo humildad y una disciplina espiritual que sabía que me faltaba.

Me sentía abrumada y sin preparación. Estaba acostumbrada a clases pequeñas, pero ahora solo era un asiento más en un auditorio inmenso. Me senté entre graduados de prestigiosas instituciones y estudiantes mayores que ya habían pasado años investigando (e incluso habían publicado trabajos). Mis calificaciones ya no eran las mejores, y “sabía” más respuestas incorrectas que correctas. Mi seguridad se convirtió en silencio. Mi confianza se desvaneció. Me sentía tímida, incluso en pequeños grupos, y dudaba de mi capacidad. Me sentía humilde, pero ¿era aquello realmente humildad?

Un día, mientras cenaba con una amiga, me contó que había recibido la noticia de que su exnovio se había casado con una chica por la que le había jurado que no tenía interés. El asunto la tenía deprimida y se sentía estúpida. ¿Acaso todo el tiempo que habían estado juntos él había estado pensando en la otra? ¿Había sido mi amiga el segundo plato? No supe qué decirle. Ella era una buena chica a quien yo admiraba y que me había ayudado en momentos difíciles. Era inteligente, pero parecía que no podía ver su valor. Le dije: “Esto no significa que tú vales menos que ella. Tu valor no depende de esta noticia”.

Muchas veces tratamos de demostrar nuestra valía mostrando que somos los mejores. Definimos nuestro valor comparándonos con los demás. Cuando nos alejamos de nuestro Creador, de quien en verdad deriva nuestro valor, tendemos a buscarlo en los lugares equivocados.

No pienses que ser humilde es rebajarte. Cuando Jesús lavó los pies de sus discípulos, no se rebajó, porque aun en su forma humana seguía siendo Dios. Por el contrario, aumentó nuestro valor. Cuando Jesús lavó los pies de sus discípulos, demostró su amor. Él sabía su posición y no sentía que servir lo rebajaba. Ser humildes es conocer nuestro valor y saber que no necesitamos elogios que lo reafirmen.

Ser humilde te libera para servir, tratando a los demás como seres sumamente valiosos. Y es que lo son; así como lo eres tú.

LH

Sin miedo al fracaso

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