Читать книгу Guía práctica para tener bebés tranquilos y felices - Tracy Hogg - Страница 49
POR QUÉ ALGUNOS PADRES NO «VEN» CÓMO SON REALMENTE SUS HIJOS
ОглавлениеEstá claro que criar a niños como Katha supone un reto mucho mayor que criar a otro tipo de pequeños. Pero, en cualquier caso, todos ellos evolucionan mejor con padres pacientes y conscientes (P. C.), como Lillian, que entienden y aceptan el temperamento particular de sus hijos y que, por tanto, son capaces de estructurarles la jornada adecuadamente y de disciplinarlos cuando es necesario. Ésta es la situación ideal, por supuesto. Sin embargo, muchos padres no siempre llegan a ver y, en algunos casos no quieren, lo que tienen justo delante de los ojos.
Cuando, por primera vez, llevan a su retoño a casa, la propia percepción que tienen del bebé está a menudo ensombrecida por las expectativas que se habían creado. Prácticamente todas las parejas que esperan un hijo, ya sea el primero, el segundo o el tercero, tienen ideas preconcebidas sobre cómo será esa criatura y de lo que él o ella será capaz de hacer. Normalmente nuestras fantasías reflejan quiénes somos. De modo que la que es deportista se imagina en pleno campo de fútbol o golpeando pelotas de tenis con su hijo. En cambio, el abogado de éxito piensa en lo inteligente que va a ser su niño, la escuela donde estudiará y en las importantes cuestiones que ambos van a discutir.
Con frecuencia, no obstante, los hijos de verdad no se parecen en absoluto a los que los padres habían soñado. Puede que hubiesen fantaseado con una criatura angelical, pero luego la realidad los golpea con un pequeño demonio, revoltoso y chillón, que les interrumpe las cenas y los despierta a media noche. En tales casos, yo suelo recordarles: «Bien, tenéis un bebé. Los bebés lloran. Es su única manera de comunicarse». Incluso un bebé angelito o uno de libro necesita periodos de adaptación y eso no ocurre en unos pocos días.
A medida que tu bebé vaya creciendo y algunos rasgos emocionales de su carácter se vuelvan más evidentes —sensibilidad, mal humor, belicosidad—, seguro que te hará pensar en tu vieja tía María o en un abuelo muy cascarrabias de tu pareja. Así pues, digamos que tu hijo es un bebé movido. Si eres una persona luchadora y te gusta la gente con mucha energía, puede que te jactes de ello: «Mi Charlie es tan decidido y enérgico como yo». En cambio, si las características típicas de los niños movidos más bien te agobian o te intimidan, probablemente tu reacción será justamente la opuesta: «Vaya, espero que Charlie no desarrolle un talante tan agresivo como su padre. Aunque me temo que va a convertirse en un matón». No hay duda de que nuestros hijos heredarán algunos rasgos de personalidad presentes en nuestras familias; sin embargo, tampoco disponemos de una bola de cristal. Incluso aunque tu hijo te recuerde una parte de ti mismo, de tu pareja o de algún pariente que aborreces y que preferirías que no se repitiera, de hecho, no tienes ni la menor idea de cómo va a ser finalmente tu hijo. Él o ella es una persona diferente, con influencias diferentes y un camino totalmente propio por recorrer. Y lo que es más importante, si enseñas a tu hijo movido a controlar sus emociones y a canalizar su energía, no tiene por qué convertirse en un matón.
El problema con los miedos y las fantasías es que cuando no nos dejan ver lo que realmente tenemos delante, nuestro hijo en la vida real sufre. Por tanto, uno de mis primeros mandamientos para tener un bebé feliz es el que se puede leer a la izquierda. Grace, una mujer muy tímida, me llamó porque estaba preocupada por la ansiedad que a Mack le producían los extraños. Por teléfono me contó que su bebé, Mack, de siete meses, se estaba volviendo «exactamente como ella» a esa edad. Sin embargo, cuando conocí al pequeño, descubrí a un bebé de libro que simplemente se ponía un poco nervioso en presencia de gente desconocida. Pero, transcurridos unos minutos de adaptación, yo ya tenía a Mack felizmente sentado en mi regazo. «No puedo creer que esté sentado en tu falda», me dijo Grace boquiabierta. «Nunca quiere ir con nadie más que conmigo.»
Tras pedirle a Grace que analizara honestamente su propio comportamiento, surgió la verdad: ella nunca permitía que Mack se acercara a otras personas. Estaba continuamente encima de él y alejaba a todo el mundo de su hijo porque creía ser la única que entendía lo doloroso que era ser tan sensible. En su mente, ella era la única persona que podía protegerlo y que sabía cómo tratarlo. Incluso el papá de Mack estaba siendo apartado de su bebé. Y para agravar aún más la situación, Grace hacía lo que acostumbran a hacer muchos padres angustiados: expresar sus preocupaciones delante del niño.
Concéntrate en el hijo que tienes delante, y no en la fantasía del que te hubiera gustado tener
Bueno, pensaréis, pero si Mack es sólo un bebé. Es imposible que comprenda lo que Grace quiere decir con: «Nunca quiere ir con nadie más». ¡Pamplinas! Los bebés aprenden escuchando y observando su entorno. Ni siquiera los investigadores pueden determinar con exactitud a qué edad los niños empiezan realmente a entender las cosas. No obstante, lo que sí sabemos es que captan los sentimientos de las personas que los cuidan y que comprenden cosas mucho antes de poder hablar. Siendo así, ¿quiénes somos nosotros para dar por sentado que esas pequeñas orejitas no lo están percibiendo todo? Cuando Mack oye: «Nunca quiere ir con nadie más», interpreta que no estará seguro, salvo con su madre.
Otra trampa en la que suelen caer los padres que no respetan la auténtica forma de ser de sus hijos es que a veces intentan forzarlos a comportarse como ellos quieren. Esto sucede a menudo cuando los bebés se vuelven más independientes. El siguiente mensaje, extraído de mi página web, representa un buen ejemplo:
Mi Chloe no soporta que la cojan en brazos. En cuanto la aúpo, empieza a retorcerse para que la baje al suelo, donde le encanta hacer exploraciones. Ahora ha perfeccionado su técnica de gateo, así que siempre quiere estar probándola. A veces me gustaría que me abrazara, o al menos que se me sentara en la falda y pudiéramos escuchar juntas una canción o mirar algún libro; pero lo cierto es que no tiene ningún interés. Definitivamente no es una niña «pegajosa», más bien todo lo contrario. Es muy independiente y prefiere ir a la suya. ¿Alguien más tiene un bebé independiente que odia que lo cojan?
Diría que Chloe tiene entre nueve y once meses. Es obvio que se trata de un bebé movido. El problema es que, mientras que a los bebés movidos no les importa que les hagan cuatro arrumacos cuando son más pequeños, en cuanto son capaces de moverse por su cuenta, los abrazos los asfixian. Esta madre debe aceptar que a su hija no le bastará con quedarse quieta en su falda y observar el mundo sentada desde ahí, como sí hacen algunos de los bebés de sus amigas. Puede que ansíe esa clase de proximidad y quizás consiga acercarse a ella unos minutos, cuando su bebé movido se muestre más receptivo: antes de acostarla, por ejemplo, cuando Chloe se relaje y esté más predispuesta a escuchar un cuento. Mientras tanto, sin embargo, lo mejor es que su madre reconozca y admire lo que su hijita es capaz de hacer, sobre todo cuando está en plena actividad, enfrascada en explorar el mundo.
Una mamá de Tennessee tenía un problema similar con su bebé susceptible, que tenía sólo cinco semanas cuando ella me escribió: «Mi esposo y yo somos muy sociables y nos gusta ir a casa de amigos. Sin embargo, Keith no se adaptó nada bien cuando lo hicimos. Incluso lo tuvimos un buen rato en el cuarto de los niños de nuestros amigos, intentando calmarlo, pero él no paró de llorar. ¿Alguna sugerencia?». Bueno, querida, tal vez tu hijo sea demasiado pequeño para sobrellevar tanto ajetreo. Desde su punto de vista, ir de visita a casa de otras personas supone un «gran» trajín: un viaje en coche y luego pasar la tarde-noche en una casa extraña, con todos esos adultos haciéndole mimos y achuchones todo el tiempo. A veces es inoportuno y en cierta manera os limita, pero tenéis que aceptar que él es así, al menos de momento. ¡Por el amor de Dios, tiene sólo cinco semanas! Dadle un poco de tiempo para situarse. Y luego, gradualmente, trabajad con él; fomentad y ayudadlo a desarrollar sus puntos fuertes y centraros en aquellos aspectos positivos que deseéis reforzar. No obstante, hay niños que simplemente son más sociables que otros y siempre lo serán.
Determinados tipos de padres, además, se toman personalmente la naturaleza de sus hijos, y entonces sus emociones también se añaden al problema. Todavía recuerdo a Dora, una madre que me llamó porque cada vez que intentaba coger en brazos a Evan, un bebé gruñón, su hijo le soltaba una bofetada. Dora lo interpretaba como un signo de rechazo y se sentía herida. Algunos días, cuando eso ocurría, Dora, que era bastante sensible, aún deseaba con más fuerza abrazar a su niño; otros, en cambio, le entraban ganas de devolverle el bofetón a ese pequeño ingrato (que, de hecho, tenía solamente siete meses).
«¿Cómo puedo corregir ese comportamiento?», me preguntó. La verdad es que, a los siete meses, el cerebro de los bebés todavía no está lo suficientemente desarrollado para entender la relación causa y efecto. La bofetada de Evan era su forma de decir: «Déjame bajar». Pero tampoco estoy diciendo que Dora deba ignorar el bofetón. Lo que tiene que hacer es frenarle la mano y decirle: «No pegues a mamá», aunque él no va a «entender» lo que eso significa realmente hasta que pasen otros seis meses (más información acerca de este tema en el capítulo 8).