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LA CONFIANZA: FACTOR CLAVE PARA LA SALUD EMOCIONAL

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Inicialmente, la vida emocional de tu bebé se expresa mediante emociones puras, mayoritariamente a través de su repertorio de llantos y de su forma de interactuar contigo; éstas son sus primeras experiencias de comunicación y contacto, su creciente vinculación afectiva contigo. Al emitir gorgoritos y ruiditos, tu bebé intenta relacionarse y entablar una conversación para atraer tu atención y conectar (los científicos llaman a esta estrategia «protoconversación»). Sin embargo, hacen falta dos para que se produzca este baile social y emocional, por eso tu respuesta es crucial. Cuando tu bebé te sonríe o balbucea y tú le devuelves esas sonrisas o consuelas sus llantos, él sabe que estás ahí para ayudarle y ése es el comienzo de la confianza. Visto de esta forma, seguro que entiendes por qué llorar es algo positivo: significa que tu hijo espera que respondas a sus llantos. En cambio, un buen número de estudios han demostrado que los bebés a quienes se ignora acaban finalmente por dejar de llorar. Es inútil llorar si nadie acude a consolarte o a satisfacer tus necesidades.

La confianza establece las bases para la salud emocional de tu hijo en los siguientes años; es fundamental para que aprenda a comprender sus emociones, a controlarlas y a respetar los sentimientos de otras personas. Y dado que las emociones pueden estimular o inhibir las capacidades intelectuales y las aptitudes especiales de tu bebé, la confianza es también la base del aprendizaje y de las habilidades sociales. Varios estudios, realizados a largo plazo, han puesto de manifiesto que los niños que mantienen relaciones formativas no sólo tienen muy pocos problemas luego en la escuela, sino que además muestran confianza en sí mismos, desarrollan un sentido de la curiosidad acerca del mundo y están motivados a explorarlo (ya que se sienten seguros al saber que tú estarás ahí para socorrerlos si se caen). A diferencia de los niños a quienes les han faltado unos vínculos afectivos fuertes desde el principio, éstos también disponen de una mayor capacidad para interactuar con sus iguales o con personas adultas, puesto que sus primeras relaciones les han demostrado que pueden fiarse de los demás.

El desarrollo de la confianza empieza con la comprensión y aceptación del temperamento de tu bebé. El umbral de las reacciones emocionales de cada criatura seguramente será diferente. Por ejemplo, ante una nueva situación, un bebé angelito, uno de libro o uno movido es probable que se adapten rápidamente, mientras que un bebé susceptible o uno gruñón podrían disgustarse. Los bebés movidos, los gruñones y los susceptibles tienen las emociones a flor de piel y te hacen saber de forma clara y contundente lo que sienten. Los bebés angelito y los de libro necesitan relativamente poco para calmarse; sin embargo, los susceptibles, movidos y gruñones a veces parecen inconsolables. Como quiera que sea la manera en que tu hijo manifiesta sus emociones, no trates nunca de empujarlo a sentir de otra forma («Oh, vamos, no hay nada de qué asustarse»), ni de persuadirlo para que no las exprese. Lo que ocurre en realidad es que a los padres les incomodan las intensas emociones de sus hijos y, por eso, intentan convencerlos de que las repriman.

En lugar de negarle a un niño sus sentimientos —o a un bebé— descríbeselos («Vaya, cariño, debes de estar cansado, por eso lloras»). No te preocupes si tu bebé te entiende o no; con el tiempo, comprenderá lo que le dices. Luego, y esto es igual de importante, adapta tu respuesta a lo que él necesita en ese momento; si tu hijo es un bebé susceptible, tendrás que envolverlo y ponerlo en la cunita, pero no debes hacer eso si se trata de uno movido o gruñón, porque este tipo de bebés odian la sensación de reclusión. Con cada momento emocional y cada respuesta adecuada, irás construyendo una reserva de confianza.

Todos los bebés necesitan que respondamos a sus llantos y atendamos a sus necesidades; sin embargo, los bebés susceptibles, los movidos y los gruñones, en especial, son más complicados que el resto. A continuación expongo lo que tienes que recordar de cada uno de estos tres tipos:

SUSCEPTIBLE. Protege su espacio. Observa su entorno e intenta imaginar el mundo a través de sus sensibles ojos, oídos y piel. Cualquier clase de estimulación sensorial —una etiqueta en la ropa que le pique, el volumen del televisor demasiado alto, una luz deslumbrante en el techo…— puede ponerle los nervios de punta. Proporciónale muchísimo apoyo ante las situaciones nuevas, pero no lo sobreprotejas porque eso podría reforzar sus temores. Explícale todo lo que te dispongas a hacer —desde cambiarle los pañales hasta prepararlo para un viaje en coche—, incluso aunque pienses que aún no te entiende. En toda nueva situación, tranquilízalo asegurándole que estarás ahí para ayudarle. No obstante, deja que sea él quien tome la iniciativa; a veces tu hijo susceptible te sorprenderá. Al principio, socializa sólo con uno o dos niños (de carácter apacible).

MOVIDO. No esperes que permanezca quieto durante mucho tiempo. Incluso de muy pequeños, estos niños necesitan cambiar de postura y escenario con más frecuencia que otros bebés. Ofrécele numerosas oportunidades para que juegue activamente y realice exploraciones seguras, pero procura que no se sobreexcite. Recuerda que cuando está demasiado cansado, es más probable que sus propias emociones lo abrumen. Observa cualquier signo de agotamiento e intenta evitar las rabietas, ya que en el caso de los bebés movidos son casi imposibles de frenar. Si distraerlo con algo no funciona cuando está a punto de explotar, mejor que te lo lleves a otro sitio hasta que se calme. Asegúrate de que tus parientes y otras personas que lo cuidan entienden y aceptan la intensidad de sus emociones.

GRUÑÓN. Acepta el hecho de que probablemente no sonreirá ni reirá tanto como otros bebés. Ofrécele ocasiones de usar la vista y el oído, no únicamente el cuerpo. Mantente al margen cuando se ponga a jugar y déjalo escoger los juguetes con que quiere entretenerse. Puede que se frustre o se enfade ante situaciones o juguetes que no le resultan familiares. Ten cuidado durante las transiciones. Si está jugando y es hora de hacer la siesta, avísale («Ya casi es hora de guardar los juguetes») y luego dale unos minutos para que se haga a la idea. Al principio, socializa sólo con uno o dos niños.

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