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VI. ¿Obligaciones? El molesto sonido de una alarma ubicada a unos metros de su cama había hecho abrir los ojos a la nueva princesa de ciudad Crystal.

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—¡Cosa horrible, cállate!

—Ya levántate.

—No quiero... tengo sueño.

—Eso te pasa por llevar una doble vida, deberías dejar de salir de día y, bueno, ser un vampiro… uno normal al menos.

—Qué graciosa, ¿no? No es que me moleste la vida que llevo, es solo que no tengo ganas hoy.

Habían pasado algunas semanas desde que Eizenach se había convertido en príncipe de la ciudad y Alexia había asumido la misión de eliminar a las posibles amenazas. Pero eso no era todo, también se había transformado en su consorte, pues desde antes de convertirse en su creadora, sentía cierta atracción por la muchacha, lo que el vínculo había fortalecido y ahora solo podía traducirse en una atracción romántica.

Eizenach, por su parte, experimentaba algo muy similar, pero nunca lo admitiría. Es más, seguía teniendo un carácter complicado y tras su transformación se había vuelto más caprichosa que antes. Por otro lado, su hermosura había aumentado notoriamente, lo que la convertía en objeto de deseo para Alexia, quien por su naturaleza de adoración hacia lo hermoso no podía evitar desearla.

Como Alexia era quien más la conocía, comenzó a compartir el cuarto con ella, en un principio como una medida de precaución en caso de emergencia; sin embargo, con el paso de los días ninguna mostraba interés de recuperar su intimidad, es más, sentían la necesidad de estar una junto a la otra y lo atribuían al vínculo, o al menos, esa era la excusa.

—Entonces no vayas... —intentó convencerla Alexia.

—Tengo que ir.

La joven abrazó a su compañera, quien medio dormida le devolvió el abrazo.

—No quiero que vayas.

—Ya lo sé... tampoco quiero ir, en serio…

El teléfono empezó a sonar repetitivamente, Eizenach perdió la paciencia y lo tomó para arrojarlo lejos.

—Esa actitud es tan… impulsiva y estúpida…

—Aun así, me amas, y lo sabes.

—Quién te entiende...

—Se supone que tú.

La voz de Eizenach sonaba como un suave ronroneo en los oídos de la pelirroja, que se dio vuelta para enredarse entre las sábanas y seguir durmiendo.

—A diferencia de ti, yo sí tengo que dormir durante el día, al menos unas horas… ¿Podrías no hacer tanto ruido?

—Sí, sí… lo que tú digas.

A regañadientes, se levantó, tomó el celular y atendió la llamada.

—¿Diga…?

—Señorita, la productora está aquí.

—Está bien, diles que ya voy.

—Muy bien, señorita.

Dejó el celular en la habitación y se metió al baño. Abrió la llave de la enorme piscina que tenía frente a ella hasta llenarla, se sumergió y recordó que no tenía mucho tiempo, sin embargo, no la despedirían por llegar un poco tarde; después de todo, no encontrarían a alguien que pudiera reemplazarla. Era la estrella del estreno de una nueva película y la actriz más hermosa que podrían encontrar. “Y si me despiden, ¿qué importa? Tampoco es que sea una gran película”, pensó. Un par de minutos después, el teléfono comenzó a sonar de nuevo, no pensaba salir del agua para atender y se quedó allí disfrutando de su baño, no obstante, la puerta se abrió de golpe.

—¡Ya, contesta! —ordenó Alexia, con el ceño fruncido y el celular en la mano. Por su expresión cualquiera hubiera pensado que mataría a quien fuera que volviera a despertarla.

—Sí, sí, ya sé…

Eizenach se acercó al borde de la piscina, cerca de la puerta, para tomar el aparato y se levantó dejando a la vista gran parte de su cuerpo. Alexia sintió cómo se le secaba la garganta y su instinto le pedía, a gritos, beber un poco de la sangre de Eizenach.

—Y ahora ¿qué te pasa? —dijo levantando una ceja, sabía que estaba siendo devorada por la mirada de su creadora.

—Nada —respondió Alexia sin dejar de mirarla.

—¿Estás segura? No parece un “nada”.

—No es nada, en serio.

El teléfono continuaba sonando y ese “nada” obviamente era un “algo”, pero no iba a preguntar demasiado. Alexia era de las que no pedía las cosas, por lo que podría estar ahí intentando adivinar por horas. Pero tampoco era necesario adivinar, ella sabía exactamente lo que Alexia quería.

—¿No me lo darás? —preguntó Eizenach.

—¿Qué?

—El teléfono... ¿que no es obvio?

—Cierto, lo siento, ten.

La chica tomó el aparato y contestó. Habló por largos minutos, sin embargo, Alexia no puso atención a lo que dijo. Cortó la llamada y dirigió su mirada a la pelirroja.

—Ya me voy.

—Ok.

—Saldré de la tina…

—Ok.

—Me iré a vestir...

—Ok.

—¡Que no sabes decir otra cosa! —exclamó, perdiendo la paciencia.

—Sí...

—¡Ya, para, detesto cuando te pones así! ¡Sabes que lo detesto!

Si había algo que Eizenach no tenía, era paciencia. Alexia estaba embobada mirándola y aunque eso no le molestaba, sí lo hacía el estado de enajenación en el que se encontraba, respondiendo monosílabos y con la mente puesta únicamente en su deseo. Odiaba aquella debilidad, la misma que tenía, de quedar bajo hipnosis ante su belleza. Para Alexia era un gran desafío no quedar idiotizada ante la hermosura de la joven, además sabía lo mucho que a Eizenach le molestaba.

La muchacha salió del agua, tomó una bata y se cubrió. Alexia continuaba mirándola como si de un plato de comida se tratara, intentó dejar de hacerlo, pero su deseo fue más fuerte y en un veloz movimiento la tomó entre sus brazos, la estrechó contra su cuerpo y la besó. Sin dejar de sostenerla, dejó sus labios para bajar por su cuello, respiró sobre esa piel blanca y delicada hasta que clavó sus dientes en ella. Cada día que pasaba el vínculo de ambas se fortalecía, aunque para cada una era diferente: Eizenach no disfrutaba tanto como Alexia de beber sangre y por ello no lo hacía a menudo, Alexia en cambio debía beber de ella más de una vez al día. La situación era claramente desfavorable para Alexia, sin embargo, no iba a preocuparse por ello, no tenía sentido comenzar a desconfiar de Eizenach en aquel punto de su existencia. Sabía que la muchacha no usaría esa debilidad para beneficiarse.

—¿Estás satisfecha?

—Espera un poco... solo un poco más.

—Tengo que irme.

—Por favor, solo unas gotas más.

Si bien comprendía la necesidad que movía a su amante por alimentarse de ella, estaba consciente de que tenía obligaciones por cumplir. Se suponía que debía estar grabando hacía más de una hora y la pelirroja no tenía intenciones de dejarla ir. Con cautela, se alejó de ella.

—Lo siento, tengo que bajar. Volveré pronto.

—¿Lo prometes?

—Sí, sabes que sí.

—De acuerdo.

Eizenach salió del baño, se vistió rápidamente, se despidió de Alexia con un beso en la mejilla y salió al pasillo para subir al ascensor. Una vez allí, se encontró con otro de la estirpe.

—Hola, Jaime —saludó.

—Hola.

—¿Sueles trabajar de día siempre?

—No.

—¿Y? ¿Cómo estás?

Jaime era un hombre de unos cuarenta y cinco años, pertenecía a un clan de vampiros de confianza. Alexia lo había contratado para que la ayudara a mantener seguro el edificio. Su carácter era mezquino y hablaba muy poco. Eizenach lo molestaba cada vez que podía, pero no lograba hacerlo enojar; a diferencia de ella, él sí tenía paciencia, aunque de vez en cuando contestaba de manera algo hostil.

—Bien.

—Ahh... y mmmh... ¿A qué hora duermes?

—En dos horas más.

—Entonces, ¿por qué estás trabajando?

—Porque sí.

—Mmmh...

—...

—¿Jaime...?

—¿Qué?

—Nada.

—...

El ascensor se detuvo, la puerta se abrió y Eizenach se despidió de Jaime al tiempo que salía casi corriendo. Se encontraba en el piso dos de aquel gran edificio, un edificio que le pertenecía y pese a los veinticinco pisos que poseía, lo continuaba considerando pequeño.

Un hombre alto, de cabello rubio y rasgos muy atractivos, se acercó con prisa.

—¡Eiz, amor! —le dijo el rubio en tono afeminado—, ¿dónde estabas? ¡Ya hace más de una hora que el encargado te llamó!

—Lo sé, estaba con Alexia. —Rio, coqueta.

—¡Ay, amor! ¡Te entiendo!, ¡pero trata de que tu noviecita no te monopolice!

—Lo intentaré.

—¡Vamos, vamos, que el tiempo es dinero, mi amor!, ¡ja, ja, ja!

El hombre comenzó a moverse graciosamente mientras Eizenach le seguía, divertida.

Sueño de Medianoche

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