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IV. Mi bestia Cuando Eizenach abandonó la habitación, Alexia, preocupada, no quiso quedarse de brazos cruzados, así que la siguió desde lejos. Como era de esperarse, la chica se dedicó a vagar por las calles que parecían más peligrosas, al menos a los ojos de su creadora, añadiéndole a esto la hora y lo poco desapercibida que pasaba. Era casi imposible pedir que no llamara la atención de más de un ebrio o un delincuente.

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—¡Hey, preciosura! ¿No crees que es peligroso caminar sola a estas horas? ¡Ja, ja, ja!, ¿por qué no vienes a divertirte conmigo? —rio de nuevo.

La joven ignoró por completo al sujeto y siguió caminando. Molesto por la actitud de Eizenach, el desconocido se acercó a ella y la tomó con violencia de uno de sus hombros.

—¡Escúchame! ¡Vendrás conmigo, mocosa!

Alexia se preparó para salir en su defensa, sin embargo, dejó sus intenciones a un lado cuando vio la aterradora mirada con la que Eizenach increpó al individuo.

—¿Cómo me llamaste? —preguntó, con aparente calma.

—¡Cállate, mocosa insolente!

El hombre le dio una bofetada. Ella no era así, nunca habría dejado que un desconocido le hablara y mucho menos hubiera permitido que la golpearan. La ira que Alexia sentía era mayor que su voluntad, deseaba matarlo, pero si Eizenach la veía y se daba cuenta de que la había estado siguiendo, no se lo perdonaría jamás.

—¡Escucha, perra! ¡Vendrás conmigo!

—Suéltame o juro que…

Pero no alcanzó a terminar lo que estaba diciendo; el sujeto la interrumpió con un grito desgarrador. Su cuerpo comenzó a cambiar de forma, soltó a la joven sin dejar de retroceder y retorcerse. Alexia no comprendía por qué estaba sucediendo aquello, estaba presenciando un arte horroroso que ella misma se había negado a utilizar en más de una ocasión: la manipulación de la carne, una habilidad macabra que jamás enseñaría a Eizenach. Los huesos del hombre comenzaron a romper la piel para salir de su cuerpo, su rostro empezó a transformarse y pronto quedó reducido a una masa nauseabunda de materia orgánica. Desde la oscuridad, una risa comenzó a acercarse hasta dejar ver a su dueño: un joven de no más de diecinueve años de aspecto refinado y poseedor de una belleza peculiar. Se acercó a Eizenach, se inclinó para tomar su mano derecha y depositó un beso sobre ella.

—Buenas noches, señorita.

—Buenas noches…

—Lo siento, dónde están mis modales. Mi nombre es Yagoslav Szantovich.

—Un gusto…

—No, no, no, el gusto es mío por estar frente a tanta hermosura.

—Eh, gracias… supongo.

—No hay de qué. Mas me sentiría honrado de saber el nombre de aquella hermosa joven que me ha robado el corazón.

—Eizenach Von Einzbern.

—¡Qué nombre más hermoso! ¿Alemán? Me atreveré a decir…

—Está en lo correcto, señor Szantovich.

—Por favor, no me llame Señor, tráteme de Yagoslav, o solo Yago.

El joven parecía educado, no presentaba mayor riesgo para Eizenach, pero la escena de hacía unos minutos no dejaba a Alexia bajar la guardia, pero se limitó a mirar. Sabía que aquello no era bueno, pero confiaba en Eizenach y, aun estando enojada, sabía que no iba a cometer alguna estupidez; mucho menos pasar por alto lo que había presenciado.

—Qué noche más hermosa para salir a caminar.

—Ciertamente.

—Mas su hermosura es opacada con tan bella señorita caminando bajo la luz de la luna.

—Gracias.

—Permita a esta alma inquieta acompañarla mientras camina.

—No…

—Por favor, yo insisto.

Eizenach sabía que no era buena idea tratarlo mal, pues algo le decía que estaba en presencia de alguien de la estirpe. La escena de hacía un rato solo pudo haberla causado él, lo que demostraba lo peligroso que era.

—Está bien, mira, agradezco los halagos y todo eso, pero lo que acaba de suceder no era necesario.

—Un caballero jamás debe pasar por alto esa clase de cosas.

—Gracias… en serio lo agradezco, pero prefiero caminar sola.

Esto último pareció molestar al joven.

—Hermosa señorita, caminar sola a estas horas es peligroso…

—Sé cuidarme sola, no es necesaria su escolta.

—¿Sabe cuidarse?

—Así es.

—Qué decepción.

—¿Qué cosa?

—Que tenga que hacerlo por las malas. Cazar es tan... aburrido, de este modo.

Eizenach estaba preparada para una situación así, de manera que vio la oportunidad de practicar sus recién adquiridas habilidades.

—Ok, te daré una oportunidad: puedes irte por las buenas o puedes hacerlo por las malas.

—Por favor, señorita, no me subestime, no tiene la menor idea de a lo que se enfrenta.

—Para nada, no sea usted quien me subestime.

—Señorita, ante su actitud me veo obligado a revelarle mi identidad; bueno, después de todo, no habrá más noches para usted.

—¡Ja, ja, ja, ja! Oye, es entretenido lo de la formalidad un rato, pero ya no me parece gracioso.

—Soy lo que, para ustedes los mortales, es un mito, un cuento de horror: soy un vampiro y es por eso que de esta noche no pasará, hermosa señorita. ―El joven soltó una carcajada y, alardeando de su poder, la miró interesado.

Alexia, en tanto, apretaba sus puños de ira al no poder hacer nada para matarlo. Por su parte, Eizenach había hecho un sondeo del perímetro, además, el vampiro ignoraba que ella lo era también, de manera que pacientemente ejerció su encanto sobre él hasta que lo hizo caer por completo bajo su efecto.

—Por lo visto, no seré yo quien muera el día de hoy.

—¡Por supuesto que no! Usted no debería hablar de muerte, mucho menos de la suya.

—¡Ja, ja, ja, ja, puede ser, puede ser… ¿Quieres caminar un rato?

Eizenach llevó a Yagoslav a un lugar un poco más solitario, pues según sus cálculos, aquel efecto no duraría demasiado, no tenía cómo saberlo, pues nunca lo había empleado antes.

—¿Sabes?, es de muy mala educación alardear frente a una noble, lástima que no tendrás una oportunidad para refinar tus modales.

—¡Ja, ja, ja! Señorita, ya basta de juegos, es hora de que esta noche se apague para usted.

—Adelante...

El joven se dispuso a atacar a Eizenach alterando uno de sus brazos, pero ella sabía lo que intentaba hacer, había presenciado cómo convirtió a un hombre en un despojo humano y no lo dejaría tocarla. El brazo de Yagoslav se extendió alcanzando dos metros, pero antes de que pudiera alcanzarla un par de tentáculos emergieron desde las sombras y lo detuvieron.

—¡Qué rayos!

—Subestimarme ha sido tu peor elección.

—¡¿Qué?!

A diferencia de él, Eizenach no solía alardear, o al menos no más de la cuenta. Desde el piso, bajo los pies del joven salieron dos tentáculos más, que lo atraparon por las piernas.

—Así que eres…

—Vampiro, ¡oops!, lástima que no vivirás para contarlo.

—Espera, ¡podemos conversar!

—Mmmh, no, gracias.

—Espera, por favor, lleguemos a un acuerdo.

Eizenach alzó una ceja y lo miró burlona, examinándolo de pies a cabeza.

—Te escucho.

—Hagamos un trato: me dejas con vida a cambio de algo.

—¿Qué cosa?

—No lo sé…

Eizenach hizo que uno de los tentáculos comenzara a apretarle el cuello.

—¡Espera... espera! Una habilidad.

—¿Cómo dices? —Dejó de apretarlo.

—Te enseñaré mi habilidad.

—¿A cambio de tu vida?

—Sí, te puedo enseñar la escultura de la carne.

—¿El arte que presencié hace un rato y que estabas por practicar conmigo?

El aludido guardó silencio, nada de lo que dijera sería tomado en cuenta por Eizenach.

—¿Te refieres a eso? Tick tock, tick tock. —Volvió a apretarlo.

—¡Sí… eso mismo...!

—Pues, mmmh… déjame pensarlo… No, no me interesa; si quiero aprender a usar esa habilidad, se lo pediré a alguien más.

—¡Espera! No puedes matar a uno de los tuyos. Ambos… ambos somos vampiros y estamos del mismo lado. Eres un solitario y yo también, ya sabes… no estaría bien que me mataras.

—¡Ja, ja, ja! Ok... estás medio loquito, no sé de qué demonios hablas. No soy ningún solitario ni nada parecido.

—¡¿Qué?! Pero esa habilidad… ¡es imposible!

—¿Imposible? —Rio—. Qué divertido, lo imposible será que salgas vivo de aquí.

—¡¿Quién es el traidor que te ha enseñado el arte de las sombras?!

—Eso no te compete.

Los tentáculos formados por las sombras comenzaron a presionar las extremidades de Yagoslav, quien dio un espantoso grito; Eizenach lo miró tranquila.

—Buena noches, señor Yagoslav Szantovich. —Alzó su mano en señal de despedida.

—¡Espera! ¡No!

Un terrible alarido escapó de la garganta del que antes fuera victimario para convertirse ahora en la desdichada víctima, ambos brazos le fueron arrancados. Alexia ya no soportaba ver a su dulce Eizenach en ese estado, por lo que decidió intervenir. Desde donde estaba, hizo uso de algo que pensó que jamás iba a utilizar: el vínculo de sangre que las unía.

—Así que aquí estabas — dijo Alexia, ya cerca de la joven. La muchacha se volteó y se encontró con el rostro enojado de su creadora.

—¿Qué haces aquí? —preguntó la muchacha.

—Te vine a buscar. Es peligroso que salgas sin compañía.

—Puedo cuidarme perfectamente sola, como puedes ver.

Las sombras que habían aparecido alrededor de Eizenach, comenzaron a desvanecerse por completo, al igual que aquellas que mantenían prisionero al otro vampiro.

—Vamos a casa.

—Pero…

—Eizenach, ha sido suficiente.

Una vez liberado, Yagoslav intentó correr, no obstante, Alexia lo detuvo y, utilizando su propia fuerza, lo elevó sobre su cabeza.

—Ahora te irás de aquí y no dirás nada a nadie sobre lo ocurrido esta noche. Si llegas a hacerlo, te cazaré y te mataré.

—¡Está bien!

—Bien. ¡Ahora largo!

El sujeto desapareció en la oscuridad.

—Nos vamos —ordenó Alexia.

Su tono autoritario resonaba en la cabeza de Eizenach. Alexia estaba utilizando el poder del vínculo sanguíneo para obligar a su progenie a cumplir órdenes, a pesar de que pensó que nunca iba a hacerlo; después de todo, aquella soberbia rebelde era lo que más le gustaba de Eizenach.

—¿Y bien? —insistió.

Pero para su propia debilidad, había olvidado que ella misma había otorgado a Eizenach autoridad sobre ella, por lo que la muchacha no desaprovechó la oportunidad de hacer uso de su poder.

—¿Y bien qué? ¡Me seguías! ¿Es que ahora no puedo andar sola?

—¿Qué quieres decir?

—Lo que estás escuchando, ¡me estabas siguiendo!

Estaba perdida. Eizenach le haría una escena, la llamaría acosadora y probablemente armaría un escándalo.

—No es verdad, estaba…

—¡Siguiéndome, Alexia!, ¡no soy estúpida!

—No es lo que trato de decir, y baja la voz, por favor.

—Si no estabas siguiéndome, ¿entonces qué hacías?

—Yo… Salí a caminar.

—¿Detrás mío?

—¡No!

Alexia odiaba cuando eso pasaba, sabía que Eizenach no era una idiota, aunque por ser una chica linda lo pareciera. La joven dejó escapar un largo suspiro y comenzó a caminar.

—¿A dónde vas?

—A casa.

Alexia dio un paso adelante y se ubicó frente a ella en un intento por reafirmar su autoridad. Se quedó mirándola, desafiante.

—¿Sabes?, aún es temprano como para volver a casa, es decir, para un vampiro…

—¿Qué estás insinuando?

—Ya ha pasado un mes…

El rostro de la menor se iluminó, aquello solo podía significar una cosa.

—¡¿Iremos ahora?!

—Puede ser, si es que quieres.

—¡Sí!

—Entonces, ¿qué dices? ¿Vamos?

Sueño de Medianoche

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