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II. Inicios Ciudad Crystal, 2013 Luego de tres años del suceso, hasta ahora, con diecisiete años, Eizenach no había vuelto a encontrarse con ninguna criatura sobrenatural o, por lo menos, eso creía ella, quien tras enterarse de aquel submundo lo había transformado en su nueva obsesión. Alexia, consciente de aquel hecho había intentado aplacar su curiosidad entregándole libros y contándole aquellas historias como si de mitos y leyendas se tratara, no obstante, todo su esfuerzo había sido en vano. Eizenach, tras llegar a la conclusión de que ese bosque en medio de la nada no le daría lo que quería, decidió mudarse, ya fuera con Alexia o sin ella, después de todo, estaba segura de que la mujer la seguiría en su actual capricho.

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Y tal cual suponía, Alexia la siguió hasta Crystal, una de las ciudades más antiguas del planeta, repleta de historias, enormes rascacielos y más gente de la que podría llegar a conocer en toda una vida humana. Aquella ciudad era perfecta, si allí no encontraba algún sobrenatural, se daría por vencida.

Tras llegar, Eizenach no tardó en hacerse popular, sus rasgos únicos y su peculiar belleza llamaron la atención de muchos productores. Su voz, en conjunto con su hermoso rostro, no tardaron en ser codiciados por las grandes disqueras de aquella gran ciudad.

Alexia, sin embargo, sabía que apenas pisara la ciudad tendría que prepararse para lo peor, Crystal era conocida por ser una ciudad peligrosa, decadente y llena de las más grotescas criaturas: vampiros tan antiguos como ella, brujos poderosos, bestias de toda clase; además, del infinito bosque que bordeaba completamente la ciudad, refugio de más licántropos de los que deseaba matar de ser necesario. Aquella monstruosa ciudad era gobernada por el caos y Eizenach probablemente terminaría siendo partícipe de todo eso. Crystal actuaba como un virus, capaz de arrastrar a las personas a sus más oscuros pasajes y consumirlos de la noche a la mañana; aquella ciudad estaba enferma, no podía dejar que Eizenach se enfrentara a todo aquello completamente sola, por supuesto que no, y más temprano que tarde la inevitable petición llegaría.

Eizenach se encontraba observando la ciudad apoyada en el borde del enorme balcón a veintitantos pisos de altura, desde aquella privilegiada posición no hacía más que cuestionarse si lo que quería estaba bien; sin embargo, desde su llegada a Crystal, las cosas se habían vuelto más claras y el encanto de la vida eterna no hacía más que llamarla como si de una sirena se tratara. Alexia, a unos metros de ella, se encontraba sentada en un enorme sofá de cuero con un libro entre las manos; sin embargo, podía oír cómo el corazón de la chica latía a mil por hora, cómo su respiración parecía estar entrecortada y la sangre corría llena de adrenalina por su cuerpo. Dio una mirada de reojo, Eizenach continuaba en silencio hasta que de pronto se volteó, clavando su felina mirada sobre la ajena. Alexia bajó el libro, al mismo tiempo que se cruzaba de piernas, la expresión de su rostro y la fuerza de aquellos latidos le indicaban que nada bueno saldría de esa boca.

—¿Qué sucede?

Eizenach recorrió el enorme pent-house con su vista, el sofá donde se encontraba Alexia, los enormes estantes repletos de libros al final de la habitación, el comedor a unos metros de distancia, las escaleras de vidrio detrás de la imponente mujer y una serie de muebles decorativos, todo tan diferente a su mansión en Alemania, sin embargo, le gustaba; aquella ciudad le parecía fascinante, ¿cómo esperaba disfrutar todas aquellas cosas si la vida humana pasaba en un abrir y cerrar de ojos? La pelirroja enarcó una ceja, esperaba una respuesta.

—Eizenach, algo te inquieta ¿no es así?

—Sí —declaró con fuerza en sus palabras al mismo tiempo que dejaba escapar un pesado suspiro, Alexia guardó silencio—. Quiero ser inmortal, un vampiro igual que tú.

—¿Con qué fin?

—Con el fin de estar contigo. Yo seguiré envejeciendo y eventualmente, moriré algún día, en cambio tú, no lo harás nunca. —Su voz se había vuelto melancólica, todo rastro de seguridad antes mostrado, se había esfumado de repente.

—No es algo tan fácil de decidir. No puedo solo convertirte de la noche a la mañana, estamos en una ciudad, lo que lo hace más peligroso, además, las autoridades deben estar de acuerdo.

Eizenach se acercó con molestia hasta su tutora, reduciendo las distancias de forma incómoda para cualquiera en la posición de Alexia.

—¿Qué autoridades…? Como sea, no me interesa. Quiero ser un vampiro y lo seré.

Pero Alexia, aun sabiendo que aquello no terminaría bien, se alejó un poco manteniendo su frío semblante, sabía que terminarían en una discusión sin sentido, eso era seguro, la conocía perfectamente y tenía muy claro que no se daría por vencida ni aceptaría un no por respuesta; si quería evadir la petición tendría que jugar sus cartas con delicadeza.

—No lo haré, Eizenach.

Eizenach, que estaba preparada para aquella respuesta, respondió con ironía:

—Supongo, entonces, que tendré que buscar a un vampiro que quiera hacerlo. Estoy segura de que puedo llamar la atención de algún vampiro que viva en esta ciudad, después de todo, me has enseñado a reconocerlos… —terminó en tono triunfal; sin embargo, Alexia estaba esperando una respuesta de ese tipo.

—Suerte con eso, Eizenach. Aun si lo encuentras, ¿qué te hace creer que lo permitiré? No tienes idea de cómo es el proceso. Y dudo que estés dispuesta a correr el riesgo de que el vampiro simplemente te mate.

Eizenach esbozó una burlona sonrisa, su corazón se calmó y la sangre parecía fluir con calma por su cuerpo. Alexia agudizó su mirada, aquello no podía ser bueno, tanta calma ante una negativa de su parte.

—Qué lástima que esa sea tu respuesta… entonces tendré que aceptar la propuesta de Dorian.

—¿Quién es ese? —preguntó Alexia, notoriamente molesta.

—Un productor.

—¿Y qué propuesta es esa?

—¿Quieres saber?

Eizenach también conocía a Alexia lo suficiente como para ponerla en una situación difícil y no dudó en jugar con su mejor arma.

—Eizenach Von Einzbern, ¿qué has estado haciendo?

La menor la miraba segura de sus actos, había leído todo lo que debía leer, también investigado todo lo necesario y ya en esa ciudad solo faltaba poner a prueba todo ese conocimiento que la misma Alexia se había encargado de pulir en ella. Eizenach era una estratega, después de todo, probablemente tarde o temprano habría cazado a uno de su estirpe.

—Dorian es un vampiro que curiosamente “atrapé”. No lo tengo en una habitación amarrado con cadenas, si es lo que imaginas, pero hice un estudio de la historia de la ciudad, te sorprendería la cantidad de cosas que puedes encontrar en internet, especialmente fotografías de gente del pasado que camina entre nosotros en pleno siglo XX. Curioso, ¿no? —su voz aterciopelada atravesaba los oídos de la mayor—. Por todo lo que me has dicho, dudo que Dorian, el coqueto productor, quiera ser expuesto por la bestia inmortal que es, lo cual me deja en una posición de bastante poder sobre él: mi silencio a cambio de la vida eterna.

Alexia se sintió totalmente incompetente al ver cómo una niña de apenas diecisiete años le había puesto una soga al cuello, a ella, que tenía más años de los que podía recordar. Cerró sus ojos por unos segundos, frotando una arruga en su frente que se formaba cada vez que la menor ganaba una de sus discusiones.

—¿Y? ¿Qué dices? ¿Lo harás?

No deseaba hacerlo, ser un vampiro era una condena, no un premio, pero al parecer Eizenach no lo veía de esa manera.

—¡Qué inmadura eres!, no es como si fuera un juego, ¿sabes?

—No seas dramática, no veo que te quejes por serlo.

Alexia se mordió el labio inferior. Temía que el día en que Eizenach se lo pidiera llegase, pero no tenía opción. La conocía y sabía perfectamente que, si no lo hacía ella, acudiría a alguien más.

—Tú ganas, lo haré.

—¡Genial! ¿Cuándo lo harás?

—Cuando quieras.

—¿Puede ser ahora?

La pelirroja asintió. En el fondo de su muerto corazón sabía que al hacerlo estaba condenando a la única persona que era valiosa para ella. Veía a Eizenach no como a alguien bajo su tutela, sino de una forma mucho más importante. No era una mortal ordinaria y lo sabía, pero, aun así, una insana tranquilidad la embargó por completo.

—¿Qué tengo que hacer? —preguntó Eizenach.

—Solo quédate en silencio y no te muevas mucho. Tendrás que aguantar los mareos y evitar caer inconsciente, de lo contrario, morirás. —Había un dejo de amenaza en su voz.

—Está bien.

Eizenach le miraba contenta, sin embargo, Alexia no estaba segura de cómo hacerlo. La última vez que se había dignado convertir a un mortal, era un hombre, y tras un juego de seducción, típico de ella, lo transformó; no obstante, ese hombre vivió muy poco, Alexia había pasado por alto la afición del hombre por los menores, y ese fue motivo suficiente para que lo matara, lo que ahora parecía una broma de mal gusto viendo su actual situación.

—¿Qué esperas? —insistió la joven.

Alexia solo la miraba, observaba la hermosura de Eizenach imaginando lo increíblemente aún más hermosa que se volvería tras convertirla, pero no dejaba de pensar en cómo lo haría ni en cómo debería tratarla.

—Alexia, ¿qué sucede?

—Nada, es solo que… no estoy segura de cómo hacerlo contigo.

—¿A qué te refieres?

—La forma habitual de hacerlo es bajo algún tipo de circunstancias.

—¿Y cuáles serían esas circunstancias?

—He creado solo una progenie, a un hombre, y terminé matándolo al poco tiempo.

—¿Por qué?

—Cosas que pasan, supongo.

—¿Cómo lo transformaste a él?

—Lo seduje durante una fiesta. No fue muy inteligente de mi parte, a decir verdad, supongo que me sentía un poco sola en ese momento.

—¿Y qué tiene eso?

—Que no puedo tratarte de la misma forma, la situación no es la misma ni las circunstancias son siquiera similares… es completamente diferente.

Eizenach la miró interesada y, para sorpresa de Alexia, posó sus labios sobre su mejilla, rozándola con la punta de la nariz en una ligera caricia.

—Esto ayudará ¿no…? —susurró en tono provocativo.

Alexia saboreó el aroma de la chica y solo se dejó llevar. Pese al temperamento de la muchacha y su indomable forma de ser, terminó por desearla, después de todo, esa era su naturaleza: desear la belleza. Recorrió su cuello con una pasión cautelosa, ser mordido era algo muy significativo para el humano que iba a ser transformado y aquella experiencia dependía del vampiro que lo hiciera. Alexia no quería que la transición de Eizenach fuera dolorosa o recordada como un evento traumático, por lo que fue sumamente sutil en todos y cada uno de sus movimientos.

Eizenach sentía cierta extrañeza de estar en aquella situación con la que había sido tantos años su tutora, sin embargo, no le era molesto ni desagradable, después de todo, era Alexia. En tanto, la pelirroja había empezado a dejar de lado las caricias para comenzar a hincar sus colmillos en la tierna piel de la joven. Poco a poco sus dientes se fueron hundiendo en el cuello y cuando estuvo lo suficientemente dentro de su garganta comenzó a succionar, primero lento y luego con más euforia. El cuerpo de la joven se movía al compás de cada succión y dejó de hacerlo cuando ya casi no quedaba sangre en su cuerpo. Antes de que cayera inconsciente, Alexia retiró sus colmillos del cuello, se acercó a su boca para morder su labio inferior y en un extraño beso le proporcionó su propia vitae. Eizenach se estremeció por completo, sintió que volvía a la vida y una tremenda sensación de felicidad la envolvió. Sentía que su cuerpo le pertenecía por completo a Alexia y experimentó un placer similar al que le proporcionaría un amante, pero aquella sensación se desvaneció cuando un hambre descontrolada se apoderó de ella. Alexia extendió uno de sus brazos y le permitió beber de su sangre, sabía que eso le daría las fuerzas suficientes para resistir la transformación y saciar su apetito.

—Gracias —dijo la muchacha cuando se separaron y ya estaba satisfecha. Parecía volver a ser la misma de antes.

Alexia la miró con cierta melancolía, la joven había bebido sangre suficiente como para que se unieran en un vínculo casi obligatorio. Una culpa innecesaria la invadió y, en un movido impulso, la llevó a tomar una de las muñecas de Eizenach y clavar en ella sus colmillos. Cuando se separó de ella la sangre adornaba sus labios y la piel de su joven pupila volvía a regenerarse.

—¿Por qué hiciste eso? —Cuestionó repasando toda la información que Alexia había puesto a su alcance por años y, sin embargo, ni la transformación ni ese hecho eran parte de sus conocimientos previos.

—Para igualar un poco las cosas.

—¿Cómo así?

—Verás, beber del vampiro que te transforma te liga de forma obligatoria a este, aunque siempre va a depender de la cantidad de sangre que hayas bebido. Ahora, si sigues bebiendo la sangre del mismo vampiro, el vínculo se hace mucho más fuerte, es similar a lo que se experimenta al estar enamorado; es una de las cualidades de la sangre. También es la forma más usual y sencilla que tiene un creador de ejercer su autoridad y voluntad sobre su estirpe.

—¿Su qué?

—Su estirpe, su chiquillo, su creación. Su linaje, por así decirlo.

—Entiendo, como me alimenté de ti, ahora te pertenezco, ¿no es así?

—Algo así, por ello bebí de ti también, para igualar un poco la situación.

—¿Y eso en qué iguala la situación?

—En que ninguna puede ejercer su voluntad absoluta sobre la otra; es decir, si te pido algo podrías reusarte, yo no podría utilizar nuestro vínculo para obligarte. ¿Contenta?

—¡Sí!

—Como ya bien sabes, no podrás salir de día ni ingerir comida humana; de hacerlo gastarás energías extra y esta pérdida energética te provocará un dolor de cabeza terrible y muchos malestares, como cuando algo te cae mal.

—¡¿Qué?!

—¿Qué?

—¿Y el helado…?

—Es comida humana y, Eizenach… ya no eres humana, estás lejos de volver a serlo. Y, de todos modos, ¿qué edad se supone que tienes? ¿Doce?

Eizenach corrió a uno de los mini congeladores que había en el departamento, lo abrió, tomó un helado, rompió el envase y lo probó. Tras unos segundos, miró a Alexia con aire de desaprobación.

—¡Alexia, eso fue cruel! ¡Sí puedo comerlo y sabe tan rico como siempre!

La pelirroja la observó extrañada, seguramente después estaría muriéndose de dolor o algo parecido. Estaba pensando en eso cuando reparó en que Eizenach corría hacia la ventana y se asomaba peligrosamente.

—¡No hagas eso! —advirtió, preocupada.

—¿Hacer qué?

La muchacha estaba recibiendo directamente los rayos del sol sin sentir el menor dolor ni arder en llamas, como la gran mayoría de los vampiros.

—¿Tú…? ¿Qué es lo que eres? ¡Pudiste haber muerto! ¿Cómo es que no te pasó nada?

Alexia no podía salir de su asombro. Aquello era absurdo, los vampiros no salían de día y se quemaban con el sol, incluso para ella estar bajo los rayos directos del sol se volvía una lucha contra la muerte definitiva.

—¿Cómo que qué soy?

—¡Los vampiros no salen de día ni comen comida humana!

—¿Y qué hay con eso?

—¡Que lo estás haciendo!

—Pues… genial, ¿no? Si tú puedes aguantar los rayos del sol, supongo que yo también.

Alexia pensó durante unos minutos. Eizenach, más bien su forma vampírica, era como la de las profecías del libro de Nod, una mezcla entre vampiro y… abominaciones de aquella época muerta.

—Eizenach, ¿realmente no lo entiendes?

En el fondo lo entendía, pero no le importaba. Se dejó caer en el sofá con el helado en la mano.

—Está bien así.

—Pero... es algo que deja mucho para pensar, es decir…

—Es mejor, ¿no? —la interrumpió de repente, poniéndose de pie, dando un brinco sobre sí misma y esbozando una sonrisa de gato despreocupado—. Tengo los poderes de un vampiro, pero no he perdido mis cualidades como humana; en otras palabras, soy mejor que un vampiro común. Soy un súper vampiro, ¡mua ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha! —soltó una fingida risa maquiavélica.

Alexia entendía lo que pasaba y no quiso seguir dándole vueltas al asunto. Se volteó para salir de la habitación, cuando de pronto se vio de bruces en el piso.

—¿Qué demonios…?

—¡Eres la mejor! —exclamó Eizenach sobre ella, técnicamente la había tacleado contra el suelo—. Lo siento, descontrol de fuerza.

—¡Auch! Ok, ok, pero quítate de encima.

—Lo siento, lo siento. Y, por cierto, tengo que saberlo, ¿alguna regla? ¿Norma o algo que tenga que saber que no estuviera en tus montones de libros?

—Son ciertas normas que… ¿podrías primero quitarte de encima?

—Claro, lo siento —dijo, incorporándose y permitiendo que Alexia lo hiciera también.

Alexia reconocía en su mirada el mismo interés que hacía años había mostrado aquella noche en la que sus caminos se cruzaron.

—Dentro de estas normas o reglas, la más importante en una ciudad es…

—No revelar que se es un vampiro. Si eso ocurre, te arriesgas a que te maten otros, por traición. Eso lo recuerdo, dime algo nuevo, ¿sí? —Su tono era ahora más arrogante que lo usual.

—Si no me escuchas, no te diré nada más.

—Está bien.

—Los territorios, las ciudades, mejor dicho, están divididas en regiones. En cada una domina un grupo de vampiros que tienen control sobre lo que ocurre en ellas, y dentro de las regiones están las zonas, que vendrían perteneciendo a los vampiros que tengan sus guaridas allí. Por lo tanto, si un extraño ingresa a tu zona, tienes derecho a matarlo sin que sea visto como traición; sin embargo, tampoco sería bueno matar a todos los que lo hicieran o llamarías la atención de los grupos jerárquicos, que no suelen pasar por alto matanzas de los suyos.

—Entonces, en realidad no puedo matar a nadie… Bueno, de todos modos, no porque ahora sea un monstruo, como tú dices, tengo que portarme como uno —dijo mirando hacia arriba hasta casi poner los ojos en blanco para molestar a Alexia.

—La creación de otros vampiros está prohibida sin la autorización previa de un príncipe o autoridad en la zona. Si no fuera así, las ciudades colapsarían.

—¿Príncipe? ¿Qué príncipe?

—¿Qué, acaso no escuchaste nada?... Como sea, el príncipe es un título que recibe un vampiro en la ciudad; por lo general, es alguien viejo o con gran experiencia. No es la gran cosa realmente.

—Quiero ser príncipe.

El juego había comenzado. Alexia sabía que aquel día no acabaría bien en ningún sentido.

—¿Para qué? Serlo no significa nada; nadie siente real respeto por el príncipe, además, te acabas de convertir, no podrías matar al príncipe actual.

—No lo quiero matar, quiero su puesto.

—Pero para poder tenerlo, debes matarlo, declarar una guerra.

—Entonces lo haré. Entrenaré o algo; ser príncipe suena genial y, además, dijiste que solo él puede hacer ciertas cosas… suena mejor que estar respetando reglas estúpidas.

—Olvídate de eso, conseguirás que te maten.

—¿Algo más que deba saber? Digo, de tus normas.

—La responsabilidad sobre tu creación es una obligación, las idioteces que hagas recaerán sobre mí; soy tu creadora, lo que es equivalente a un padre y su hijo ante las autoridades.

—¿Como si fueras mi madre? ¡Dios, no!

—Mira, en términos simples, es como si fuese tu dueña.

—Eso no suena tan aterrador como que seas mi madre.

—De acuerdo, puedes verlo de ese modo… Ah, también es una regla que, al llegar a cualquier ciudad, te presentes con el vampiro príncipe y expongas tus motivos para estar en el lugar. A ninguno de nosotros nos gusta no saber lo que ocurre en nuestros dominios, y el príncipe es técnicamente el dueño de la ciudad. también ha habido algunas reinas, por así decirlo, pero se trata de vampiros déspotas, es en realidad un tema muy problemático.

—¿A quién le importa? Al fin y al cabo, podrías matarlos a todos, ¿no es así?

—Eizenach, las cosas no se solucionan así; se supone que nadie sabe de mi existencia y, quienes lo saben, lo mantienen en secreto por su propia seguridad.

—Pero podrías matarlos y ya… eres aterradora cuando estás enfadada.

—No puedo llegar y matar a otros vampiros, solo el príncipe puede autorizar que se maten a otros y, por lo general, son fanáticos de las reglas; exigen juicios y todas esas idioteces.

—Más motivos para serlo, lo decidí: seré príncipe.

—Siempre actuarás de ese modo, ¿no?

—Ya deberías conocerme, de no ser así, no sería yo, ¡ja, ja, ja!

La muchacha la miró sonriente; en el fondo, esa actitud le encantaba.

—Ok, entonces sorpréndeme, ¿cómo se supone que lo harías?

—Easy, girl, con tu ayuda.

—¿Y si no te la doy?

—Lo harás.

—¡Ja, ja, ja! ¿Qué te hace creer eso? ¿Por qué estás tan segura de que lo haré?

—Mmmh, simple, tú me qui-e-res.

Alexia hizo un gesto burlón. No era que no la quisiese, pero la seguridad en la mirada de la chiquilla frente a ella, le había recordado por qué prefería ser una amargada sin corazón.

—Finalmente se te cayó un perno, ¿no?

—Entonces… ¿no me quieres? Me has mentido toda mi vida…

—Eizenach, claro que te quiero, pero eso… bueno, no significa realmente nada… es decir…

—¡Ja, ja, ja!, siempre te pones tan nerviosa, so cute.

—Ve a quemarte al sol, mocosa.

—Está bien —respondió Eizenach, sin dejar de reír.

—Si te sigues burlando, olvida que te ayudaré.

—¿Ves que lo harás?

—Sí, sí, pero otro día.

—¡Qué!, ¿cuándo?

—Mmmh… dentro de un mes.

—¿Por qué tanto? ¡No es justo!

—¿Que no es justo? ¡Eizenach, ¿qué está pasando por tu cabeza?... no puedes llegar y matar al príncipe de una ciudad, no tiene sentido, ¡esperaremos un mes y punto!

—Pero…

—Además, tengo que enseñarte a usar tus habilidades, tus técnicas, tu fuerza y cómo funciona este mundo.

—Pero…

—Es solo un mes. Te prometo que, cuando pase, te ayudaré a matar al príncipe, y no solo eso, sino que tendrás el poder absoluto de la ciudad; serás un príncipe temido.

—¡¿En serio?!

—Sí, pero en un mes.

—¡Hecho!

Sueño de Medianoche

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