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ОглавлениеINTRODUCCIÓN GENERAL *
1. Panorama histórico del s. IV a. C.
El siglo IV es una época de transición y de profundas transformaciones, en la que llega a su culminación la crisis de la polis clásica y se ponen las bases de un nuevo orden representado por las monarquías helenísticas.
La primera mitad de este siglo asistió a la lucha por la hegemonía del mundo griego entre las tres principales polis, Esparta, Atenas y Tebas.
La principal beneficiaria de la derrota de Atenas en 404 a. C., que puso fin a la Guerra del Peloponeso, fue Esparta. Pero ésta, en vez de garantizar la autonomía de las polis —muchas de ellas antiguas aliadas— ejerció sobre éstas un férreo control 1 , aún más severo que el practicado por Atenas sobre los miembros de la Liga de Delos, apoyado por Persia, que se convirtió en árbitro de los asuntos griegos 2 . Esta situación provocó el odio y el rechazo hacia Esparta en toda Grecia, por lo que comenzaron pronto los intentos por zafarse de su yugo. El primer episodio de esta rebelión fue la conocida como Guerra de Corinto (395-387 a. C.), que vino a demostrar las dificultades de Esparta para mantener su supremacía 3 .
Atenas, por su parte, se esforzó por recuperar su papel dirigente en la Hélade. Así, tras la restauración de la democracia, consiguió levantar de nuevo su imperio marítimo con la creación de la Segunda Liga Délica (377 a. C.), que llegó a contar con casi setenta miembros, asociados ahora en condiciones de absoluta igualdad para defender su autonomía frente a Esparta 4 .
Tebas fue, sin duda, la polis que más hizo por oponerse al dominio espartano, pues a partir de 379 consiguió la expulsión de la guarnición lacedemonia que ocupaba la acrópolis de la ciudad (la llamada Cadmea), restauró la democracia y reconstruyó la confederación beocia. Los progresos tebanos provocaron la reacción violenta de Esparta. La victoria tebana en Leuctra (371 a. C.) significó el declive definitivo de Esparta y el comienzo de un breve período de hegemonía de Tebas que culminó con la victoria de Mantinea (362) sobre las fuerzas coaligadas de Esparta y Atenas. No obstante, a partir de este momento, la debilidad del mundo griego es manifiesta y ello será aprovechado por una nueva potencia que surgía en el norte, Macedonia.
Bajo la jefatura de Filipo II (359-336 a. C.) Macedonia, un país considerado «bárbaro» pero con una fuerte impronta cultural griega, pasó a convertirse en el árbitro de la Hélade. Filipo basó su poder en un reino fuertemente centralizado, en el apoyo de la nobleza terrateniente (los hetaîroi ), en la superioridad de su ejército —la conocida falange macedónica armada con la lanza larga o sárisa, el empleo de la caballería y de máquinas de guerra para el asedio de ciudades— y en la plata procedente de las minas de Disoro y Pangeo. A todo ello hay que unir su propia habilidad como estadista y la debilidad y desunión que reinaban entre los Estados griegos.
La conquista por parte de Filipo de territorios aliados o pertenecientes a Atenas 5 y su intervención en la Guerra Sagrada (356-346), que le permitió entrar en la Anfictionía délfica, hizo ver a los atenienses y a los griegos en general que la amenaza del monarca macedonio era algo real e inmediato. En Atenas surgieron dos facciones enfrentadas, la antimacedonia, entre cuyas figuras se contaban los oradores Demóstenes, Hiperides y Licurgo, que proponía la guerra abierta con Filipo con intención de defender la libertad de los griegos y recuperar la hegemonía ateniense, y la promacedonia, con los oradores Esquines, Dinarco y Démades entre sus filas, que era favorable a un entendimiento. La facción antimacedonia triunfó y se hizo con las riendas del poder. En poco tiempo consiguió concienciar a sus conciudadanos y a la mayoría de los griegos del peligro que suponía Filipo, y unir en 340 a un gran número de Estados griegos en una gran alianza cuyo objetivo era oponerse al avance macedónico 6 .
El enfrentamiento final se produjo en Queronea (338 a. C.). La derrota de los griegos trajo consecuencias decisivas para el futuro de la Hélade. A Tebas se le impusieron duras condiciones de paz —disolución de la liga beocia, creación de un gobierno oligárquico promacedonio e instalación de una guarnición macedonia en la ciudad—; Atenas, en cambio, vio respetada su independencia, aunque se la obligó a disolver su confederación marítima; todos los Estados griegos, salvo Esparta, entraron en la llamada Liga de Corinto, una alianza de carácter político y militar, encabezada por Filipo, cuyo principal objetivo era organizar una expedición contra Persia. De esta manera Grecia entera quedaba unificada bajo la autoridad del rey macedonio —y con ello suprimida de facto la libertad de los griegos—, y, tras su muerte violenta en 336, su hijo Alejandro se encargó de llevar a la práctica sus planes. Así comenzó de hecho una nueva etapa en la historia de Grecia, la que conocemos como época helenística.
2. La oratoria griega en el s. IV
Como afirma G. Kennedy, la oratoria, es decir, la práctica de pronunciar discursos en público, es una de las más antiguas y más activas tradiciones de Grecia, sólo que no se tenía conciencia de ello 7 .
Sin embargo, cuando en realidad se empiezan a dar los primeros pasos para hacer de la oratoria un arte, será a finales del siglo v a. C., coincidiendo con el desarrollo de la democracia y con la aplicación en Atenas, a gran escala, del proceso democrático al procedimiento judicial tras la reforma de Efialtes (462 a. C.) 8 . En efecto, la aparición del sistema democrático en Atenas, después de las Guerras Médicas, y en la ciudad siciliana de Siracusa, una vez derribada la tiranía (467 a. C.), dio al ciudadano la posibilidad de participar activamente en la Asamblea, en la que utilizaba la palabra como arma política para hacer triunfar sus ideas. De otro lado, la reforma de Efialtes supuso no sólo que en cualquier proceso todo ciudadano debía intervenir personalmente ante los tribunales, sino que pasó a convertir a esos mismos ciudadanos en jueces con poder decisorio sobre la culpabilidad o inocencia del acusado, lo cual dio como resultado unos tribunales no profesionales. De estos dos factores, el que más contribuyó a la aparición y desarrollo de la oratoria fue, sin duda, la reforma de la práctica procesal en Atenas 9 .
Pero esta primera oratoria, fruto en gran medida de la espontaneidad y de las dotes naturales del orador, pronto hubo de ser sometida a ciertas reglas. Es decir, el desarrollo de la oratoria no puede concebirse sin el desarrollo casi simultáneo de la retórica, que también comenzó a gestarse en el siglo v 10 .
En el desarrollo de la retórica, el primer paso fue la elaboración de Artes (Téchnai), o tratados teóricos en los que se abordaban todos los aspectos relativos a la confección de un discurso 11 , Luego vino la creación de escuelas donde enseñarla. Ésta fue labor de los sofistas, quienes, a cambio de un precio a veces muy elevado, enseñaban al ciudadano todos los secretos del arte de la elocuencia. A pesar de las críticas recibidas, los sofistas fueron los primeros en establecer en Grecia lo más parecido a un programa de educación superior, basado en el dominio de la retórica, que luego ejerció notable influencia en las instituciones educativas que surgieron en el siglo IV .
Por tanto, en el siglo V se pusieron las bases para hacer de la oratoria un auténtico género literario; sin embargo, la culminación de este proceso se produjo un siglo después.
En primer lugar, la oratoria, como otros géneros literarios (la historia y el teatro por ejemplo), fue un fenómeno básicamente ateniense, sobre todo en el siglo IV . En efecto, de los oradores del canon 12 que vivieron o desarrollaron su actividad en este siglo, todos son o bien originarios de Atenas y el Ática (Isócrates, Demóstenes, Esquines, Licurgo e Hiperides), o bien metecos afincados en la ciudad (Lisias, Iseo y Dinarco).
De otro lado, al siglo IV correspondió el desarrollo pleno de los tres géneros de la oratoria clásica: el género deliberativo, el judicial y el epidíctico 13 . De ellos, el que alcanzó un auge mayor fue el género judicial o forense, y más en concreto la logografía. En esta época se populariza y se hace habitual la figura del logógrafo, que vende sus dotes oratorias.
Todos los oradores áticos del siglo IV comenzaron su carrera siendo logógrafos y viéndose empujados a ello, en algunos casos, por acuciantes problemas económicos: Isócrates, que fue un gran maestro de la elocuencia, se dedicó a componer discursos por encargo desde el 402 al 391, tras la ruina de su patrimonio familiar debida a la Guerra del Peloponeso; Demóstenes, el mejor representante de la oratoria deliberativa griega, se estrenó como orador judicial, tras un duro período de formación, planteando un pleito contra los administradores de su herencia, Áfobo, Demofonte y Terípides, que éstos habían dilapidado: en vista del éxito obtenido, consagró sus primeros esfuerzos a la logografía. Otros, aunque sin dejar de cultivar otros géneros, se dedicaron en particular a éste: es el caso de Lisias, el mejor representante de la oratoria judicial ática, o de Iseo, que llegó a especializarse en los casos de herencia, convirtiéndose de hecho en una especie de consejero legal en la materia. Por último, alguno hizo fortuna con esta profesión, como Dinarco, que durante los quince años en que los principales oradores atenienses estuvieron fuera de la vida pública, tras la muerte de Alejandro, llegó a amasar una considerable fortuna.
Por regla general, las obligaciones del logógrafo terminaban cuando entregaba el discurso a su cliente y éste le pagaba. Por ello, no debe extrañamos que los principales «redactores de discursos» atenienses sólo pronunciaran ellos mismos los discursos que escribían en casos muy contados: Lisias, al que la tradición atribuía más de cuatrocientos discursos, sólo pronunció personalmente su Contra Eratóstenes, sin duda porque estaba en juego la condena de los responsables de la muerte de su hermano Polemarco y la devolución del patrimonio familiar confiscado por los Treinta; Isócrates, que se sepa, nunca llegó a pronunciar un discurso en público por sus escasas cualidades físicas y su falta de valor.
En cambio, otras veces el logógrafo podía componer un discurso y tomar la palabra como synḗgoros, o abogado, para defender a un cliente o un amigo 14 , cosa que se dice que hizo Demóstenes en su Defensa de Formión, aunque hay dudas muy razonables al respecto, o Hiperides en su famosa defensa de la cortesana Friné, discurso muy admirado en la Antigüedad pero que no nos ha llegado. En otras ocasiones el logógrafo tomaba la palabra como katḗgoros, o acusador, como hizo Hiperides en su Contra Filípides, en una demanda por proposición ilegal contra un personaje del partido promacedonio, o en su Contra Demóstenes, discurso pronunciado contra su amigo y correligionario en relación con el caso de Hárpalo; discursos de acusación son casi todos los que compuso Licurgo, aunque de éstos sólo nos ha llegado uno, su Contra Leócrates.
Al ser discursos por encargo, es cierto que las obras de los logógrafos no reflejan habitualmente las opiniones políticas, morales o personales de sus autores. El orador compone en función de las circunstancias y de las características del caso y del cliente. Por ello estos discursos son para nosotros inestimables fuentes de información de aspectos diversos de la vida ateniense: los discursos de Lisias nos ayudan a conocer detalles de la vida privada y los de Iseo tienen gran interés histórico para conocer la ley de herencia ática y aspectos referidos a las relaciones en el ámbito familiar. No obstante, no todo es artificial en ellos, sino que hay pasajes que reflejan el alma del orador que los compuso 15 .
Además, no debemos olvidar que una cosa son los discursos escritos por el logógrafo y pronunciados por el cliente ante el tribunal, y otra muy distinta los discursos tal como nos han llegado. En este sentido, «tal como la conocemos, la oratoria ática se compone de obras artísticas conservadas por una tradición literaria» 16 .
Por último, una práctica habitual de la oratoria judicial ateniense es la de descalificar personalmente al adversario, práctica que tendrá su más viva manifestación en Iseo y Demóstenes 17 .
También el género deliberativo alcanzó su pleno desarrollo en el s. IV . La división de la sociedad ateniense entre los partidarios de luchar contra la influencia macedonia, y recuperar así el prestigio perdido como gran potencia, y los partidarios de un acuerdo, se reflejó en los oradores del canon. Además, la mayoría de los discursos de índole deliberativa conservados de esta época están relacionados con esta lucha. Los mejores representantes de este tipo de oratoria, Demóstenes y Esquines, fueron las cabezas visibles de antimacedonios y promacedonios respectivamente, y algunos de los mejores ejemplos de oratoria deliberativa fueron Sobre las simmorías, las cuatro Filípicas, Sobre la falsa embajada y Sobre la corona de Demóstenes y Sobre la embajada y Contra Ctesifonte de Esquines.
El orador del siglo IV no se dedicaba al género deliberativo de forma exclusiva. Generalmente comenzaba siendo logógrafo —es el caso de Demóstenes y Esquines, por ejemplo—, y sólo después saltaba a la arena política componiendo discursos que habrían de pronunciarse en la Asamblea.
De la oratoria epidíctica o «de aparato» el mejor representante durante el siglo IV fue Isócrates. Pero lo que hace de éste un orador epidíctico no es tanto el contenido de sus discursos, como el hecho de que sea el primer orador que crea sus obras para que circulen en forma escrita o para ser leídas en voz alta en pequeños grupos, después de haberlas sometido a un lento proceso de maduración y composición. Por lo demás, el discurso así elaborado sirve para demostrar las cualidades oratorias del escritor así como es vehículo de sus opiniones políticas, sociales o filosóficas 18 . De esta índole son obras como Contra los sofistas, un retrato preciso de la escuela de Isócrates, la Antídosis, una defensa de su vida y pensamiento, y el Panegírico, una defensa a ultranza del panhelenismo, comandado por Atenas, cuyo objetivo ha de ser la lucha contra los persas.
Al género epidíctico también pertenecen discursos destinados a ser pronunciados con ocasión de los funerales públicos en honor de los caídos en combate, los conocidos como epitáphioi, representados por el Epitafio de Demóstenes por los caídos en Queronea y, quizás el mejor de todos, el Epitafio de Hiperides por los muertos en la guerra lamiaca.
Finalmente, al género encomiástico, otro de los subgéneros de la oratoria epidíctica, pertenecen la Helena y el Busiris de Isócrates, en la mejor tradición de los sofistas.
De otro lado, en la historia de la oratoria, al siglo IV le cabe también el honor de haber convertido la retórica en la base de la enseñanza antigua, sobre todo de la enseñanza superior. En este terreno fueron decisivas las instituciones educativas que, siguiendo el ejemplo de los sofistas, proliferaron en la Atenas de entonces, destacando especialmente la escuela de Isócrates, la Academia platónica y el Liceo de Aristóteles. De todas ellas, la que dio a la retórica el papel preeminente que a partir de entonces tendría en la enseñanza hasta el período renacentista, fue la escuela de Isócrates.
Isócrates, además de orador, fue también un educador profesional que abrió escuela propia en Atenas, muy cerca del gimnasio del Liceo donde se establecerá Aristóteles. La suya no fue una institución cerrada, como la Academia, y en ella los alumnos, por unos mil dracmas, completaban un ciclo de estudios de unos tres o cuatro años 19 .
En su escuela, Isócrates convirtió a la retórica en la base de la enseñanza superior, mientras que Platón en su Fedro la desdeña, considerándola una mera aplicación de la dialéctica 20 . Frente a los sofistas, Isócrates critica la retórica formal, la de los manuales teóricos o téchnai, insistiendo en la importancia de la práctica y en la necesidad de poseer dotes innatas. Su enseñanza comenzaba dando una exposición sistemática de lo que él llamaba idéai, es decir, los principios fundamentales de la composición y la elocución. Luego el alumno pasaba inmediatamente a poner en práctica lo aprendido a partir de un tema dado. En este momento, el alumno era ayudado mediante el estudio y comentario de buenos modelos, sólo que en la mayoría de los casos esos modelos eran las propias obras del maestro 21 .
Del éxito de su método y de su escuela son buenas pruebas la fortuna que llegó a acumular y la nómina de sus discípulos, muchos de ellos hombres ilustres que triunfaron en el ejercicio de las funciones públicas, como Timoteo, el hijo de Conón, hombres de letras, como los historiadores Teopompo y Éforo, o algunos de los principales representantes de la oratoria ateniense, como Iseo, Hiperides y Licurgo 22 . De Demóstenes se cuenta que había querido asistir a las lecciones de Isócrates, pero que se lo impidió su pobreza 23 .
Los oradores del siglo IV aquí mencionados fueron convertidos pronto por los autores de tratados de retórica (Aristóteles, Teofrasto, etc.) en modelos indiscutibles dentro de su arte. De sus obras se extrajeron leyes generales, preceptos, esquemas y clasificaciones que sirvieron de ayuda a los escritores posteriores. Además, si tenemos en cuenta la importancia de la retórica en la educación antigua, algo ya mencionado, y que casi toda la cultura de entonces es retórica, podremos hacemos una idea de la importancia de la tradición cultural representada por estos autores. Por supuesto, su contribución a la creación de la prosa artística griega es algo reconocido por todos.