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Mi historia personal

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Yo soy un hombre muy simple, sin casi ningún tipo de educación formal y no cuento con una herencia que me permita solventar mis gastos, así que me defino como un trabajador, lisa y llanamente.

No obstante, soy muy afortunado. Realmente sé que soy increíblemente afortunado.

Era un niño pequeño cuando fui acogido por mi querida abuela paterna, doña Dominga, inmediatamente después de que mis padres atravesasen por un muy amargo divorcio tras la muerte, en trágicas circunstancias, de mi hermano Ricardo que solo tenía dos años de edad.

El corto tiempo durante el cual tuve la bendición de vivir con mi abuela resultaría esencial para la formación de mi carácter.

El haber estado cerca de ella me permitió aprender las bases de la disciplina y la determinación ante las dificultades de la vida, aprendiéndolas de alguien que, aunque tenía muchas razones para quejarse, nunca lo hacía.

Pero ese periodo idílico de mi vida solo duró unos tres o cuatro años.

En cuanto mi padre volvió a casarse, me llevó a vivir con él y me alejó de mi tibio refugio y, no mucho después, la situación se tornó difícil, ya que mi relación con su nueva esposa estaba lejos de ser ideal y acabé por irme a vivir a la calle por bastante tiempo, robando para conseguir comida y durmiendo a la intemperie.

Aunque mi estadía en la calle fue dura y fui abusado sexualmente a la edad de nueve años, estuve expuesto al crimen, a las drogas y a otras cosas por el estilo, tuve la suerte de poder alejarme de todo eso. Y las profundas cicatrices de mi difícil infancia están de a poco siendo curadas por el amor incondicional de mi familia.

A veces, recordando esos años dolorosos me doy cuenta de que siempre tuve la sensación de estar buscando a alguien, aunque en ese momento no sabía quién era ese alguien.

El sentimiento de que iba a conocer a un ser que cambiaría las reglas del juego para bien estuvo siempre conmigo, pero la esquiva persona con la que estaba destinado a encontrarme todavía no aparecía en mi horizonte.

Luego del período duro durante el cual estuve viviendo en las calles de Montevideo, mi papá me envió a Buenos Aires, la capital de Argentina, donde mi mamá vivía con su nuevo esposo e hijos.

Al principio, como todo era nuevo y me sentía muy afortunado de tener un hogar por primera vez en mucho tiempo, disfruté de una cama tibia donde poder dormir seguro, pero la novedad de haber cambiado de país no alivió el dolor que experimenté con la separación de mi abuela, la muerte de mi hermano pequeño y el desprendimiento del ambiente al que estaba habituado desde que nací.

Pero finalmente, tras una larga búsqueda, un bendito día encontré a Cristina, cuando yo tenía quince años y ella trece, y sentí que mi buena fortuna se había sellado para siempre.

«Envejece a mi lado», me propuso Cristina una vez. Y aquí estamos, envejeciendo y apoyándonos el uno en el otro cuando todo se ensombrece y parece no tener sentido.

Cuando lo miramos desde la distancia, nos damos cuenta de que todo esto estaba destinado a ocurrir y, aunque nuestra vida ha estado llena de dificultades, ha sido un maravilloso camino que hemos transitado juntos.

A pesar de las complicaciones que hemos encontrado, nuestro amor jamás disminuyó, ni siquiera cuando pasamos por situaciones realmente difíciles, en especial cuando nuestra hijita Mercedes enfermó de gravedad y luego falleció cuando solo tenía cuatro años de edad.

Mucho tiempo después, fuimos capaces de entender que todo el dolor por el que atravesamos fue un “mal necesario” que tuvimos que enfrentar para poder hacer hoy lo que hacemos. Mientras tanto, ese sentimiento peculiar de aún no ser capaz de hallar ese ser especial que sentía que debía encontrar jamás me abandonó.

Mis encuentros con Seres Celestiales comenzaron a ocurrir a una edad temprana y, por fortuna, siguen ocurriendo.

Siempre tuve una tendencia natural hacia la vida serena, lo cual me ayudó a evitar el uso de drogas y otros tipos de tentaciones, y un oportuno encuentro con el Señor Krishna, cuando yo tenía unos diecisiete años, me mostró el camino que debería seguir por el resto de mi vida e introdujo la meditación y el yoga a mi existencia.

Ese fue un nuevo comienzo para mí porque me dio a conocer el mundo mágico de los Ángeles y de otras Presencias Celestiales.

Pero, aun así, yo continuaba buscando a alguien que no podía encontrar, aunque sentía claramente su presencia.

Cristina y yo nos íbamos conociendo de a poco y a la vez comenzamos a explorar la existencia de un mundo oculto al que la mayoría de las personas consideraba como una fantasía, pero para nosotros era muy real.

Diez años después de habernos conocido, nos casamos y vinimos a vivir a Australia, que era, al menos eso creíamos nosotros en ese momento, el lugar desde donde podríamos hacer planes para nuestro futuro, algún día, en algún lugar de Europa.

Nuestro hermoso hijito Nicolás nació en 1991, y su llegada, poco después del fallecimiento del papá de Cristina, nos dio la fortaleza que necesitábamos para seguir, ya que en ese tiempo encontramos muchas dificultades en nuestra vida diaria.

A lo que me refiero es a que tratamos de encajar en un mundo que no tenía sentido para nosotros, pero seguimos intentándolo hasta el punto en el que fue claro que el mundo y nosotros no estábamos en armonía.

Nuestra hijita Mercedes nació en 1994 y en ese momento sentimos que un círculo cósmico se había cerrado, y que todo estaría bien.

Cristina y yo no recibimos una educación religiosa como tal. No obstante, sabíamos, en lo más profundo de nuestros corazones, que Dios era real, aunque para nosotros Él era un hombre muy viejo de larga barba blanca que está sentado en su trono en el Cielo, mientras observa y juzga muy severamente cada uno de nuestros movimientos.

Y entonces, un día, la sociedad nos mostró uno de sus lados oscuros y Mercedes, a la temprana edad de tres meses, recibió una vacuna que la enfermó, y me refiero a algo que culminaría costándole la vida.

Nosotros no estábamos a favor de la vacunación ni de ningún otro tipo de tratamiento médico, pero vivíamos en una cultura que establecía que si no te vacunabas cuando los expertos en salud te decían que lo hicieras, eras una amenaza para la sociedad y tu vida podía complicarse.

Por lo tanto, aceptamos vacunarla.

El orden social establece que hagas lo que debes hacer sin cuestionarlo, pagues tus impuestos y te mantengas en silencio. Con el tiempo, esa misma sociedad, conducida por las clases dirigentes y respaldada por un grupo de políticos sin integridad moral y por otros servidores obedientes, se ocupará de tu bienestar.

Pero a veces las cosas no son así.

Ocurre que la civilización moderna basa su sabiduría en algo que alguien ha concluido tras haber leído muchos libros, libros que fueron escritos por alguien que cree saber, sea lo que sea, porque también lo leyó en un libro.

Pero la vida no es así.

En Australia, cuando llevas a tu hijo al hospital, los doctores te dirán que eres tú quien lo conoce mejor que nadie porque eres su padre o su madre y eso te hace sentir seguro, fuera de peligro, porque ahora estás en buenas manos. Esa sería, esencialmente, la promesa que te hace la sociedad.

No obstante, si las cosas se complican y tu hijo se enferma porque uno de los doctores ha cometido un «pequeño error», automáticamente, y como por arte de magia, todo cambia, y de la nada dejas de ser el papá de la criatura y te conviertes en un carpintero ignorante, y tu hijo habrá enfermado porque no respondió al tratamiento médico, lisa y llanamente.

Así que, cualquiera que sea la «dolencia» a la que nos estemos refiriendo, esta pasa a ser culpa del niño por no haber hecho lo que se le dijo que debía hacer.

Bien, eso fue lo que nos ocurrió, y yo soy el carpintero ignorante de la historia.

Los hospitales y la medicina en general son muy importantes y Australia, a lo largo de los años, se ha convertido en una parte significativa de esa realidad.

Los médicos a los que me estoy refiriendo son, sin duda alguna, buenos profesionales, y logran ayudar a mucha gente, pero son humanos y no deberíamos tildarlos de sobrehumanos solo porque asistieron a la facultad de medicina, porque son capaces de pronunciar palabras difíciles y porque tienen la extraña habilidad de escribir recetas ilegibles. Ellos pueden cometer errores como cualquier otro, y eso es lo que hacen, aunque sea de vez en cuando.

En nuestro caso, el error que cometieron fue uno grande, y los facultativos envueltos no supieron manejar su error garrafal con la dignidad que este merecía.

Cristina y yo pasamos por momentos muy difíciles al ver a nuestra hijita entrar en coma más de una vez, pero al mismo tiempo, incluso cuando no pudimos verlo con claridad en ese entonces, estábamos recibiendo la gran oportunidad de aprender unas importantes lecciones de vida, y ahora podemos ver que los médicos y sus errores nos llevaron directamente a los Pies de Loto del Gran Avatar.

Aunque fue un período confuso y muy doloroso, viéndolo desde la distancia, nos sentimos agradecidos. Al mismo tiempo, nunca perdimos la sensación de que alguien, en alguna parte, estaba haciendo todo esto, y lo estaba haciendo para nuestro beneficio. Porque, a través de todo este dolor y esta confusión, yo aún buscaba a ese ser especial y, aunque no lograba hallarlo, sentía su presencia a cada paso.

Mercedes, con su breve y complicada vida, fue quien nos llevó a la India para finalmente conocer en persona a ese Ser excepcional que habíamos esperado encontrar, quién sabe por cuánto tiempo.

Tan pronto como la desesperación nos llenó de miedo porque las respuestas que obteníamos del sistema en el que aún confiábamos no satisfacían nuestras necesidades, fuimos capaces de darnos cuenta de que las verdaderas respuestas estaban dentro nuestro, escondidas tras el sutil velo de nuestros egos. Sin embargo, adentrarse en uno mismo puede ser comparado con caminar hacia lo desconocido, hacia un abismo, y eso es algo que siempre nos han dicho que nunca deberíamos hacer.

Al mismo tiempo, mis meditaciones me daban la seguridad de que, si dejábamos ir nuestros temores, seríamos capaces de encontrar las respuestas que buscábamos.

Comencé a tener sueños maravillosos en los que recibía profundas enseñanzas que, poco a poco, comenzaron a ayudarme a deshacerme de algunos miedos que estaban muy arraigados en mí. Lentamente, empecé a comprender que, si no dejaba de lado esos miedos, no iba a conseguir ver la Luz. Todo este proceso tardó varios años en establecerse, pero al menos yo empezaba a quitar de mis ojos el velo de la ilusión.

En cuanto me liberara de tanta angustia inconsciente, la nueva información podría encontrar su lugar dentro de mi mente consciente y, junto con Cristina, podríamos empezar a investigar una verdad aparentemente nueva.

Años después supe que aquello que pensé que era una nueva realidad no era nueva para nada. Las antiguas enseñanzas de los Grandes Maestros aún siguen vigentes.

El hecho de que nuestras mentes hubiesen estado llenas de tanta impureza por mucho tiempo era lo que causaba la confusión y nuestro estado no nos permitía ver la Luz que era nuestra verdadera naturaleza.

Sé que esto que describo les ha ocurrido a muchas personas, y esa es una de las razones por las que escribo sobre ello.

Nuestro principal objetivo al vivir de esta forma es ir al rescate de aquellas almas que puedan estar sintiendo algo similar a lo que sentimos en ese entonces, quienes quizá no sepan qué hacer, como nosotros no supimos.

Al principio, tratar de abrir nuestros corazones a algo que parecía traspasar los límites que la sociedad le había impuesto a gente sencilla como nosotros, fue una tarea difícil. Pero tan pronto como decidimos dar un salto hacia lo desconocido, empezamos a recibir ayuda de muchas fuentes diferentes, comenzando con el propio Sri Sathya Sai Baba.

Y es así cómo iniciamos nuestro recorrido.

En un comienzo, el camino a seguir puede ser aterrador, pero una vez que comprendamos que nunca vamos a estar solos, todo será mucho más fácil.

Para demostrar un poco a lo que me refiero, a continuación, narraré algunas historias “reales” y sueños que he tenido a lo largo de los años. Lo que revelaré primero es un sueño que mi Amado Gurú me regaló hace poco tiempo. Yo he sido bendecido con docenas de sueños, pero este es uno de los más importantes que he tenido. En él, mi Swami, Sri Sathya Sai Baba, apareció como siempre lo hace durante nuestros encuentros, joven, lleno de vida y tan hermoso que es imposible describirlo. Él dijo lo siguiente:

«HOY HABLAREMOS SOBRE LA FE.

»¿SABES? LA VERDADERA FE NO ES ALGO QUE DEBERÍA USARSE PARA ENGAÑAR A LOS DEMÁS.

»NO ES UN MANTO QUE EL HOMBRE PUEDE LUCIR PARA OCULTAR SUS PROPIOS DEFECTOS.

»LA FE ES EL COMIENZO Y EL FINAL DE LA SAGRADA RELACIÓN ENTRE EL HOMBRE, EN SU PAPEL DE PEREGRINO, Y SU CREADOR.

»A LO LARGO DE TODAS TUS ENCARNACIONES ME HAS DEMOSTRADO UNA FE MUY FIRME, PERO HOY, SIENDO UN DÍA MUY ESPECIAL, QUIERO QUE ME REVELES TU VERDADERA FE, LA FE INQUEBRANTABLE. LA CLASE DE FE QUE OBLIGARÍA A DIOS A CAMBIAR SU DIVINA RESOLUCIÓN.

»SI ERES CAPAZ DE DEMOSTRAR ESA CLASE DE FE, TE DARÉ LA LLAVE QUE ABRE TODAS LAS PUERTAS DE TODOS LOS COFRES QUE CONTIENEN TODOS LOS TESOROS DEL UNIVERSO.

»CON ESTA LLAVE, TÚ TENDRÁS ACCESO ILIMITADO A MI GRACIA, Y ESO TE PERMITIRÁ COMPLETAR TU MISIÓN ANTES DE DESENCARNAR POR ÚLTIMA VEZ».

En ese instante, detrás de mi amado Maestro, aparecieron unas montañas enormes y magníficas. Eran de una inmensidad que ningún hombre podría concebir.

«QUIERO QUE ME ENCUENTRES AL OTRO LADO DE ESTA MONTAÑA, Y ENTONCES TE DARÉ LA LLAVE», dijo Él.

«Pero, Divino Gurú, la montaña es inmensa. Me llevará meses escalar algo tan grande», respondí.

«NO QUIERO QUE LA ESCALES, SINO QUE VUELES SOBRE ELLA. TÚ SABES CÓMO VOLAR; HACERLO SOLO TE TOMARÁ UNOS MINUTOS. ESPERARÉ POR TI AL OTRO LADO».

Y al decir eso, desapareció.

Como Él me dijo que yo era capaz de volar, y que yo sabía cómo hacerlo, supe que podría hacerlo, y lo hice. Pero, tan pronto como estuve al otro lado de la montaña, pude ver que Él no me daría la llave. La mirada traviesa en Su Divino Rostro lo decía claramente.

«Entrégame mi llave, por favor, mi Señor», le imploré.

«NO, HE CAMBIADO DE PARECER. ESPERARÉ POR TI EN EL OTRO LADO DE LA MONTAÑA, Y ALLÍ TE LA DARÉ».

«Venerado Maestro, no quiero volar otra vez, el esfuerzo fue extenuante, y la decepción muy dolorosa. Por favor, entrégame mi llave».

«ES VERDAD. ESTOS SON LOS IMPONENTES HIMALAYAS Y SÉ QUE ESTÁS CANSADO, PERO AHORA QUIERO QUE DESINTEGRES MOLECULARMENTE TU CUERPO FÍSICO Y PASES A TRAVÉS DE LA MONTAÑA. EN ALGUNAS DE TUS VIDAS PASADAS, FUISTE UN GRAN ALQUIMISTA, POR LO TANTO, ESTO NO DEBERÍA DARTE MUCHO TRABAJO. ESPERARÉ POR TI AL OTRO LADO Y TE DARÉ TU LLAVE».

Eso fue lo que hice. Desde el momento en que Él dijo que podía hacerlo, esa fue mi realidad y fui capaz de seguir Su Comando Divino sin problema. Pero entonces, cuando llegué al otro lado y vi Su pícara sonrisa, supe que no me daría la llave.

«Entregamela, por favor, Venerado».

«ESTÁ BIEN, TE LA DARÉ, PERO ANTES QUIERO QUE ME DEMUESTRES TU FE».

«Pero es que ya lo he hecho. Me estás engañando».

«NO. LO QUE ACABAS DE HACER FUE DEMOSTRAR TU MAESTRÍA. FELICITACIONES, ERES UN MAESTRO. PERO CUALQUIER HOMBRE PUEDE APRENDER A VOLAR O A CONTROLAR LOS ELEMENTOS. NO HAY VERDADERO MÉRITO EN NADA DE ESO.

»LO QUE QUIERO ES QUE TÚ ME MUESTRES LA CLASE DE FE QUE MUEVE MONTAÑAS Y ESO, BUENO, ESO NO ES FÁCIL DE HACER.

»PERO SI ERES CAPAZ DE HACERLO, RECIBIRÁS TU LLAVE CÓSMICA, ALGO POR LO QUE MILLONES DE GENERACIONES DE HOMBRES Y MUJERES HAN ENCARNADO INCONTABLES VECES PARA CONSEGUIR.

»ESTÁS A PUNTO DE ALCANZAR LA GLORIA QUE LLENARÍA DE ENVIDIA A LOS DIOSES DEL MÁS ALTO CIELO, PERO ANTES DEBES MOSTRARME TU FE.

»PÍDELE A LA MONTAÑA QUE SE MUEVA PARA QUE PUEDAS CRUZAR EL TERRENO HACIA EL OTRO LADO EN DONDE ESTARÉ ESPERÁNDOTE. Y ESTA VEZ, TE ENTREGARÉ TU LLAVE».

Cinco veces intenté convencer a la montaña de que se moviera para que me permitiese alcanzar la Gloria Divina. Y cinco veces fallé.

Ocurre que las grandes montañas no comprenden razones egoístas. Son obstinadas y muy robustas y poderosas. No sienten temor y ningún pretexto tonto las haría moverse.

Así pues, con desesperación, decidí hablar de nuevo con mi Padre Celestial, pero esta vez me dirigí al aspecto de la Madre Cósmica, La Encarnación Misma de la Compasión.

Le dije: «Divina Madre, he fallado en mi intento por mover la montaña con mi fe. No tengo la confianza suficiente y eso me hiere muy profundamente. Con toda humildad, apelo a tu Amor y a Tu Compasión Infinitos. Por favor, dime en qué he fallado».

«AMADO HIJO MIO, HAS FALLADO PORQUE QUISISTE MOVER LA MONTAÑA TÚ MISMO, Y ESO NINGÚN HOMBRE PUEDE HACERLO.

»PÍDELE AMABLEMENTE QUE SE MUEVA Y ELLA LO HARÁ POR TI.

»HAS ATRAVESADO POR MILLONES DE ENCARNACIONES; MILLONES DE NACIMIENTOS, VIDAS, MUERTES Y RENACIMIENTOS. Y TODO ESE INMENSO ESFUERZO HA SIDO TU PREPARACIÓN PARA ESTE SAGRADO MOMENTO.

»TÚ SABES QUÉ HACER. PIENSA, MEDITA, RECUERDA, Y SABRÁS QUÉ HACER».

Una vez más, había recibido la Orden Divina de hacer algo y sabía que la Madre Cósmica no desperdicia palabra alguna. Entonces supe, en lo más profundo de mi corazón, que esta era mi gran oportunidad. En ese momento entendí qué debía hacer.

Regresé al pie de la montaña y le dije:

«Gracias, hermana, por haberte corrido para que yo pudiera llegar al otro lado del terreno donde mi Divino Creador esperaba para darme aquello por lo que he encarnado miles de veces».

Y la colosal montaña se movió.

Tiempos Divinos

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