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PRÓLOGO
ОглавлениеCuando empecé a dar clases en la Universidad Autónoma de Barcelona, el libro de Alasdair MacIntyre, Breve historia de la ética, me fue de una ayuda impagable. Encontré en él el guión que una neófita como yo necesitaba para explicar de la forma más fundamentada y segura la materia que tenía entre manos. Escrito con la capacidad de síntesis y la claridad característica de los filósofos anglosajones, era, además, el manual más al alcance de los alumnos de los cursos elementales. Sigo pensando que el enfoque histórico es el más pertinente y el más pedagógico para introducir a alguien en la filosofía. No hay, a mi juicio, mejor manera de enseñar a reflexionar sobre la moral que tratar de comprender lo que hicieron los pensadores que investigaron antes sobre la materia y escribieron largamente sobre ella.
Fueron estas razones las que me impulsaron a acoger con ilusión la sugerencia de Joaquim Palau, director de RBA y antiguo alumno de mis clases, de que escribiera un texto similar al de MacIntyre, que él recordaba con simpatía. Ya jubilada de la obligación de enseñar, he abordado este libro como una especie de recapitulación de los más de cuarenta años transcurridos como profesora de ética. Ojalá este texto pueda tener la utilidad que el citado libro de MacIntyre tuvo para mí y ha tenido para mis alumnos, y sea, como me ocurrió también a mí, un incentivo para una inmersión más personal y extensa en los textos de los filósofos que aquí se mencionan sólo de paso.
Al escribirlo, sin embargo, no he pensado sólo en los profesores y en los estudiantes universitarios. En unos tiempos tan turbulentos y desorientados como los que vivimos, que obligan a referirse a la ética sobre todo para lamentar su ausencia, una introducción al tema como la que se ofrece aquí puede ayudar a entender mejor de qué hablamos cuando aludimos al deber moral, la responsabilidad, los valores o la justicia. Son conceptos comúnmente utilizados desde el supuesto de que son de sobra conocidos por todos y no hace falta profundizar en ellos. No obstante, su significado es complejo y cuenta con una larga historia cuyo conocimiento contribuye a una comprensión más rigurosa y menos frívola de los mismos. He procurado contar la historia de la forma más clara y sencilla que me ha sido posible con el fin de hacerla accesible a cualquier lector interesado por el origen y el desarrollo de la ética.
¿Ética o moral? Es una duda frecuentemente suscitada en los foros más o menos académicos en que se habla del tema. Aunque ambos conceptos suelen usarse, y se han usado a lo largo de los siglos, casi siempre como sinónimos, tal vez sea útil aclarar desde el principio si existe o no alguna diferencia sustancial entre uno y otro. ¿Es lo mismo referirse a la ética que a la moral? Desde la filosofía actual, en principio no lo es. Tiende a reservarse el término «ética» para aludir a la reflexión filosófica sobre la moral, siendo la «moral», por lo tanto, el objeto de esa reflexión. Lo que los filósofos hacen cuando se preguntan por problemas relativos al bien, al deber, a la virtud o al vicio es ética, y no moral, aunque es cierto que luego la mayoría de los textos filosóficos no se atienen a esa diferencia y utilizan «ética» y «moral» en el mismo sentido. Esa distinción, sin embargo, es la que autoriza a decir que un libro como éste es una historia de la ética, no una historia de la moral, pues no se habla en él de las distintas formas de moralidad —no se habla de las mores, costumbres, formas de vida o de las varias doctrinas morales— que se hayan producido a lo largo de la historia, sino del pensamiento filosófico sobre la moral. Es «filosofía de la moral».
Es un tópico decir que la filosofía no ha dejado de hacerse las mismas preguntas desde el origen de los tiempos; añadiendo, para salvar los muebles, que en realidad la función más primigenia de la filosofía no es otra que preguntar, y preguntar bien, más que dar respuestas. Seguramente es cierto que preguntar es un arte que se aprende ejercitándolo, que debe tener en cuenta el sentido y los usos del lenguaje, así como la especial manera de inquirir que desde siempre ha constituido el filosofar. A diferencia de otras ciencias humanas, la filosofía es inasequible al desaliento en la capacidad de interrogarse sobre esto y lo otro y de poner en cuestión lo que se ha dado por bueno y parece solventado. Entre esas preguntas están las referidas a la moral. Diría que hoy más que nunca las preguntas sobre la moral son las más propiamente filosóficas, una vez que la filosofía ha ido perdiendo los diversos ámbitos de conocimiento que le pertenecieron en otros tiempos y que han pasado a manos de las ciencias sociales y empíricas.
La humanidad ha distinguido siempre entre el bien y el mal. En los poemas homéricos, el mejor es el héroe, carácter ejemplar por su valor o valentía, la virtud primera y más importante, y que no ha dejado de serlo, aunque su significado haya cambiado. Si bien hoy se aprecia el coraje como valor moral, no es el coraje del guerrero, sino el de la persona que se atreve a actuar en circunstancias difíciles y que no duda en responder de sus actos. Así, el pensamiento moral se ha ido deteniendo en el análisis de los conceptos más básicos, en su evolución y en el planteamiento de las preguntas, que no ha dejado de suscitar la distinción entre el bien y el mal. ¿Cuál es el fundamento de dicha distinción? ¿Podemos llegar a tener unos criterios ciertos que nos sirvan para fijar las obligaciones morales? ¿Tales criterios son universales o hay, por el contrario, tantas morales como épocas y culturas? Si la moral se nos presenta como un deber o una prescripción, contraria de entrada a las inclinaciones y los deseos, ¿quién tiene autoridad para imponer esos deberes? ¿Por qué hay que ser moral? ¿Qué es lo específico del deber moral? Las preguntas no han cambiado mucho, pero sí la forma de plantearlas y de darles respuesta.
El comportamiento moral ha sido objeto de preocupación para los filósofos por lo menos por dos razones. Ha preocupado el destino de la persona, sus fines en esta vida, su razón de ser o, como suele decirse, el sentido que tiene vivir. ¿Qué es vivir bien? ¿En qué consiste una vida buena? La segunda preocupación fundamental ha sido la convivencia. ¿Cómo regular la vida en común preservando al mismo tiempo la autonomía de cada individuo? Esta última cuestión vincula muy directamente la ética a la política, hasta el punto de que, como se podrá ver a lo largo de este libro, es difícil separar la una de la otra en la mayoría de las teorías filosóficas. Desde los diálogos platónicos, una de las categorías éticas más discutidas ha sido la justicia. Pero discurrir sobre la justicia, ¿es sólo una cuestión ética o es también política? Si entendemos, como lo entendió Kant o lo entendieron los teóricos del contrato social, que una de las fuentes del derecho es la moral, y que es desde la moral desde donde debe fundamentarse y corregirse el derecho positivo, ¿no es inevitable vincular la ética a la política?
La preocupación por una vida buena o por la mejor forma de vivir, en cambio, acerca la ética a la educación moral. Enseñar ética, si por tal entendemos tratar de comprender a los filósofos, no es educar moralmente. Sin embargo, es posible que la historia de la filosofía moral ayude a abordar muchas de las dudas que asaltan al educador. Dudas o confusiones procedentes, en algunas ocasiones, de la estrecha identificación entre la moral y una confesión religiosa concreta. Todos los filósofos han vivido esa identificación y han luchado por trascenderla y entender el porqué de la moral desde la razón, más allá del soporte de la fe en un Dios. El esfuerzo por explicar racionalmente la distinción entre el bien y el mal forma parte del progreso de la mente humana y del progreso moral mismo. Sin perseverar en ese esfuerzo no se llega a entender que la reflexión sobre la moral sea, a su vez, una reflexión sobre la mejor forma de convivir para los seres humanos en sociedades ideológica y culturalmente diversas.
La filosofía moral no es ella misma moralizante, pero tampoco es neutral, como no puede serlo ninguna de las ciencias que estudian el comportamiento humano. Cada filósofo, al hacer filosofía, prosigue la historia interna de su propia disciplina y se debe al mismo tiempo a la historia externa, al contexto social, cultural y político en el que se encuentra y del que nunca puede sustraerse del todo por mucho que busque alcanzar esa máxima abstracción en que se mueve la filosofía. Por otra parte, hay rasgos de la vida personal que llevan al autor de algo en principio tan aséptico como una historia de la ética a seleccionar y poner más énfasis en unos filósofos y en unos aspectos del pensamiento que en otros. Es imposible leer el pasado sin prejuicios. Y menos, el pasado de la ética. Cada cual tiene filósofos de su devoción y una singular querencia hacia textos que le han sido especialmente claves a la hora de entender un concepto o un argumento, o a la hora de tener que explicar a un pensador. Reescribir la historia de la ética es repensarla desde el presente, a la luz de los problemas y de las circunstancias específicas que hoy nos agobian. Esa quizá sea la labor más interesante que la filosofía puede aportar a nuestro tiempo convulso y confuso, escaso de ideas y poco proclive a demorarse en el pensamiento.
Entiendo la historia de la ética como un work in progress, una obra que va progresando a medida que descubre matices y razones nuevas y se fija en las insuficiencias de afirmaciones anteriores. Dicho de un modo más asertivo: la historia de la ética es la historia de un progreso moral. Es cierto que la historia de la humanidad no produce esa impresión. La acumulación de guerras, destrucción y violencia que la han jalonado siempre, más bien parece mostrarnos que las costumbres se pervierten en lugar de mejorar. Aun así, no creo disparatada la afirmación de que el punto de vista moral ha ido progresando con su desarrollo teórico. Dos rasgos cada vez más sobresalientes lo indican: la conciencia creciente de la autonomía de la persona como un valor irrenunciable y la extensión de la dignidad a todos los hombres y no sólo a un selecto grupo de privilegiados. Igualdad y libertad son los dos valores básicos del constitucionalismo político, la base también de los derechos fundamentales. Al pensamiento ético se debe el haber ido articulando razones cada vez más poderosas y reconocidas para instaurarlas como valores irrenunciables. Somos indudablemente más libres y más iguales que cuando Aristóteles o Kant enunciaron sus teorías morales. Lo que no significa que las mujeres y los hombres de hoy sean mejores que los del pasado. Ni que no haya que seguir recordando que la realidad refleja mal ese progreso y que existen constantes y justificados temores de retroceso hacia opresiones y discriminaciones que creíamos ya obsoletas. Frente a la tozudez de los hechos, sólo cabe subrayar el valor de una teoría ética viva. Mientras existan principios y razones bien formulados desde los que criticar las tropelías morales y los atropellos contra los derechos humanos, tendremos un asidero al que agarrarnos para seguir luchando por el progreso de la civilización. Espero que el lector de este libro vea confirmada esa teoría.
VICTORIA CAMPS,
septiembre de 2012