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2. ÍCONOS EXTRAVAGANTES EL BARROQUISMO DE CATITA

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La galería de personajes compuestos por Niní Marshall (1903-1996) para la radio y el cine argentino denotaron una compulsión por la exuberancia que se manifestó en el fervor por el uso de lazos, moños y festones, tailleurs barrocos y trajes maximalistas. Sus atuendos ornamentados con cintas de pasamanerías y bordados con flores primorosas demandaron docenas de metros de tela para su elaboración. Las tipologías indumentarias urdidas por Niní se corporizaron en vestidos camiseros, delantales domésticos o mantones de Manila, y ensalzaron el uso de las carteras que pendían de sus muñecas, el ritual de los guantes y los zapatos con plataformas y taco ancho.

A diferencia de otras artistas de su generación, Marina Esther Traveso –verdadero nombre de la actriz– fue la diseñadora de sus propios trajes, y entre sus atiborradas creaciones urdió los estilos de Cándida y de Catita, dos arquetipos que permanecieron cual clásicos atemporales, omnipresentes en diversas colecciones y películas que derivaron de sus creaciones radiales.

Cándida comenzó a tomar forma en marzo de 1937, inspirada en los gestos indumentarios de Francisca Peré, una empleada doméstica gallega que trabajó para la familia de Niní en la casa de su infancia y que honraba el uso de delantales de cocina superpuestos y pañuelos blancos en la cabeza. El estilismo para Cándida había comenzado a sugerirse como consecuencia de un pedido explícito de los oyentes de Radio El Mundo, y se rigió por los tonos de la gráfica del “Jabón Verde” que auspiciaba el programa: inicialmente consistió en una falda oscura con estampas de círculos que emulaban pompas, a la que Niní superpuso un delantal con grandes bolsillos, medias a rayas y zapatos blancos. Con el transcurso del tiempo, Marshall acentuó el uso de los delantales.

Catita irrumpió en 1938, y desde sus ropas la actriz plasmó una caricatura a partir de las compradoras de la tienda departamental La Piedad (1) y de las cholulas que iban a la salida de las audiciones radiales a pedir autógrafos a su cómplice, el actor Juan Carlos Thorry. Tal como explicó Marshall en sus memorias:

Catita necesitaba ropa muy especial acorde al personaje, nada podía ser simple. Ella se destacaba, llevaba todo lo que se usaba pero exagerado, como lo requería una auténtica caricatura. Fue en la tienda La Piedad donde hallé las telas con motivos extravagantes que necesitaba: tafetas, estampados, grandes colores brillantes. Diseñé los modelos, dibujé los bordados en canutillos y lentejuelas. El sombrero también debía ser acorde, y compré cintas, pájaros, flores, y se los agregué; la idea era exagerar el gesto de las chicas que se echaban encima todo lo que tenían. (Marshall y D’Anna, 1985)

Sus primeros atisbos caricaturescos se vislumbraron en el film Mujeres que trabajan (Manuel Romero, 1938). El éxito radial de Niní Marshall no pasó inadvertido para Romero, por eso la incorporó como Catita al numeroso reparto del film. En la película, dos estilos indumentarios opuestos convergen cuando las trabajadoras de la tienda de Ramos Generales Stanley SRL y un grupo de noctámbulos de la clase alta porteña coinciden en una lechería a la hora del desayuno. Las vendedoras llevaban camisas blancas con mangas holgadas, moños y tiradores que componían sus uniformes, mientras que las mujeres de la burguesía vestían trajes de noche al abrigo de tapados de piel.

En un gesto sarcástico, una de ellas se burla de los atuendos de las dependientas y osa darles dinero y una joya: “Tomen, chicas, cómprense vestidos, lo que quieran, o tomen esta pulsera”. Por una ironía del destino, la chica rica protagonizada por Mecha Ortiz tras perder su fortuna debe refugiarse en la pensión habitada por las vendedoras. Cuando Catita la reconoce, exclama: “Miren, es la pituca de la lechería”.

Para indagar en los artificios de Catita, alcanza con remitirse a la trilogía que conformaron los films Divorcio en Montevideo (Manuel Romero, 1939), Casamiento en Buenos Aires (1940) y Luna de miel en Río (1940).


Figura 5. Póster de la película Cándida, la mujer del año (Enrique Santos Discépolo, 1943). A diferencia de otras artistas de su generación, Niní Marshall fue la diseñadora de sus propios trajes. De sus atiborradas creaciones, surgieron los estilos Cándida y Catita, dos personajes arquetípicos que permanecieron, cual clásicos atemporales y omnipresentes, en diversas colecciones y películas, que derivaron de sus intervenciones radiales. Cándida comenzó a tomar forma en marzo de 1937 y se inspiró en los gestos indumentarios de Francisca Peré, una empleada doméstica gallega que trabajó en la casa de su infancia y que honraba el uso de delantales de cocina superpuestos y pañuelos blancos en la cabeza. Cortesía Museo del Cine Pablo C. Ducrós Hicken.

Los fotogramas de los films de Manuel Romero protagonizados por Marshall documentan su exclusivo uso de una estola de zorro dispuesta sobre el hombro, chaquetas a cuadros en pied de poul o vichy y moños en todas sus formas y tamaños, que al tiempo que ascienden del cuello a la cabeza descienden hacia las caderas. Marshall veneró las boinas, los sombreros y los turbantes como indumento capilar, y las flores de tela como ornamentos y bijouterie. “Conseguí un zorro de cuarto pelo –ni medio era– y lo consideré el aminículo indispensable, aun para que ‘rabeen sus vecinas’” (ibid.).

Otro gesto que ilustra su gusto por los excesos se advierte en la prueba de vestuario de su traje de novia, durante la cual rogó que la cola del vestido tuviera diez metros de largo “porque me gusta bien coludo”.

Marshall fue proclive al uso de disfraces:

Desde muy pequeña me gustaba disfrazarme. Andaba en mi casa con sombreros, vestidos, zapatos o disfraces auténticos, pues todos los años me hacían un traje distinto para carnaval, casi siempre de española. Una noche, vestida de madrileña, recorría el corso de Avenida de Mayo, sentada sobre un coche descubierto con el mantón de Manila sobre los hombros, tirando serpentinas, de tal forma que los flecos caían sobre la capota. De pronto sentí sobre mi espalda un extraño calor, y vi el caballo del coche que nos seguía comiendo los flecos de mi mantón. (ibid.: 47)

Las apropiaciones de la ópera y de hitos de la historia universal según Marshall determinaron los films Carmen (Luis César Amadori, 1943) y Madame Sans-Gêne (1945), con los vestuarios a medida de Ramón Both Vélez. Carmen es la historia de una empleada de una tienda de ropa teatral que, en su ensoñación, deviene la heroína de la ópera homónima de Georges Bizet, mientras que en Madame Sans-Gêne representa a la lavandera de París que supo lavar y planchar la ropa de Napoleón Bonaparte y luego se casó con un sargento devenido duque. En uno y otro film, el acervo de la Sastrería Machado estuvo omnipresente en las ropas de época del elenco, y en su local de la calle Viamonte se filmaron algunas escenas.

Fue allí donde Marshall vistió, como excepción a sus caseros ready-made, los atuendos hechos a medida por el experto Ramón Both Vélez. La vestimenta para situaciones fuera del escenario de Marshall se amplificó en los artículos de las revistas de espectáculos.

Niní estaba en un palco con la toca de flores de la que es fan incondicional y un saquito corto y suelto que parecía de armiño, se ve que lo tenía del año pasado. ¿Qué piensa usted de Niní Marshall cuando se viste? ¿Qué empeño tiene en llevar telas brillantes? Al último banquete de la Sono Film fue con un modelo lleno de brillo. Niní no tiene quien la guíe acertadamente en la elección de sus vestidos y es una lástima, se pone todos los detalles que no le convienen. (“No soy chismosa pero”, Mundo Argentino, septiembre de 1943)

Décadas después, en 1998, la estética de Niní Marshall fue homenajeada por el diseñador Sergio de Loof en un fashion show realizado en la Fundación Banco Patricios en Buenos Aires. El desfile consistió en un rescate y reciclaje de batones, vestidos camiseros, sacos a rayas, carteras de mimbre, ramilletes de flores, sombreros variopintos, guantes y estolas de piel provenientes tanto del Cottolengo Don Orione situado en Pompeya como de la colección privada De Loof, que el diseñador por entonces acostumbraba atesorar dentro de bolsas negras de consorcio dispuestas debajo de su cama. En conjunto, la colección Catita signé De Loof ensambló siluetas, morfologías, texturas y colores para recrear a Catita, Cándida y Giovanina Regadeira en una pasarela que tuvo, como única puesta, los retratos de Marshall en blanco y negro a modo de instalación.

Decía De Loof:

Investigué sobre la moda de los personajes de Niní Marshall y presenté el proyecto en la Fundación. Fue apasionante conocer su vestuario. Era antiesnob, una mamarracha contenta, una obrera elegante. Se permitía combinar todo con todo, lo nuevo con lo viejo, los tonos oscuros con los claros. Era ropa feliz y me identifico con ella. (“Niní Marshall y yo”, suplemento “Moda y belleza”, La Nación, 1998)

Y agregaba:

Los productores del espectáculo querían que lo hiciera con modelos conocidas, pero siempre prefiero que desfilen mis amigas artistas. Esta vez me incliné por mujeres que no superaran el metro sesenta de altura y tendieran al punk, con personalidades fuertes y rebeldes semejantes a las de Niní. Elegí a una acróbata, una camarera, la diseñadora Prisl, la fotógrafa Josefa Correa, la pintora Gaby Sennes y la encargada del guardarropa de una discoteca. De todos los personajes de Niní Marshall, Catita es mi preferida porque dice lo que todos callamos. Es muy de confitería, viaja muy elegante en colectivo para ir a comer triples en la confitería La Ideal. (“El elogio del Cottolengo”, suplemento “Las 12”, Página/12, mayo de 1998)

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