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PAULINA SINGERMAN, VENDEDORA DE TIENDA

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Los personajes de Paulina Singerman (1911-1984) profesaron devoción por la moda: desde una fashionista que hizo gimnasia, que fatigó coreografías de lucha libre vestida con una capa de plumas y abusó de los trajes largos, los sombreros y los fascinators, hasta la rica heredera que decidió hacerse pasar por una vendedora en la tienda departamental de su padre. La secuencia de títulos del film Caprichosa y millonaria (Enrique Santos Discépolo, 1940) anunciaban los peinados de Chez Antoine, las ropas de la sastrería Manuel Regueira, el uso del maquillaje de la casa Forno. Tal como reflejó la fotografía para difusión del film entre la prensa, la protagonista tenía una comitiva dedicada a embellecer sus bucles ensortijados y también el maquillaje, la manicure y la pedicura. Durante una prueba con la modista, su despotismo para con su equipo de costureras la incitó a desgarrar un vestido de volados. “Vivo rodeada de imbéciles, nadie me entiende. No tengo qué ponerme”, sollozó reclinada sobre un placard atiborrado de prendas.

Otra de sus arbitrariedades en la trama consiste en la celebración del cumpleaños de su perro danés con un cóctel y una orquesta en el jardín de su mansión, al que los invitados debían asistir junto a sus mascotas. Y se acrecentó con la exigencia al grupo de exconvictos, a quienes, junto con su tía, dictó clases de gimnasia en un salón de su casa: debían ejercitar vestidos con los leotardos de lana emblemáticos de los bailarines de ballet y un blazer.

En La rubia del camino (Manuel Romero, 1938), Singerman representó a Betty, otra rubia millonaria que huye de una fiesta en un hotel del sur argentino donde se celebraría su compromiso. La novia furtiva iba vestida con un traje de fiesta y una chaqueta corta de pailletes, y es socorrida en la ruta por un cantor de tangos y camionero interpretado por el actor Fernando Borel.

En el transcurso del viaje, el atuendo de fiesta es reemplazado por un modesto traje a cuadros que le había prestado la empleada de una pulpería, mientras que su conductor accidental viste una camisa y un pantalón de trabajo. El argumento tiene remembranzas de la screwball comedy Lo que sucedió aquella noche (Frank Capra, 1934), protagonizada por Claudette Colbert y Clark Gable, que trataba del romance entre una rica heredera fugitiva y un periodista que se conocen en un ómnibus, en particular por la recreación de una escena que replicó el momento en que Colbert y Gable duermen juntos en una habitación con dos camas, separados por una frazada que oficiaba de biombo. Asiduo espectador del cine de Hollywood, en su road movie Romero no disimula las influencias del film de Capra (Insaurralde, 1994: 22), cuyo vestuario había sido realizado por Travis Banton.


Figura 6. En honor al título Caprichosa y millonaria (Enrique Santos Discépolo, 1940), Paulina Singerman manifestó su despotismo con sus costureras. “Nadie me entiende, no tengo qué ponerme”, esgrimió entre sollozos desde su habitación atiborrada de prendas en el piso. Cortesía Museo del Cine Pablo C. Ducrós Hicken.


Figura 7. El ritual de belleza de Caprichosa y millonaria, tal como se difundió entre la prensa. Paulina Singerman tuvo una comitiva dedicada a embellecer sus bucles, el maquillaje, las manos y los pies. Cortesía Museo del Cine Pablo C. Ducrós Hicken.

Pero en el transcurso del camino, además de las variaciones en la apariencia, se originan cambios en la voluble personalidad de Betty: rescata un perro rutero, ayuda a dar a luz a una parturienta y a cambiar una rueda del camión y finalmente deviene novia del camionero comisionista y cantor. Al llegar a la capital y a la aristocrática casa de sus padres, precisa: “Les presento a Julián, mi novio”, mientras que la madre inquiere: “¿Qué hacés con un vestido viejo y un perro sucio?”.

En el contexto urbano, Betty no vacila en llevar a su nuevo prometido al sastre, iniciarlo en las rutinas de las peluquerías y barberías citadinas y pasearlo por reuniones mundanas, en las que sus amigas murmuraban: “El nuevo novio se parece a Tarzán”. El romance se consolida cuando regresan a la vida bucólica y ella renuncia a los tesoros de su armario y, en cambio, se calza el viejo vestido a cuadros proveniente de un fondo de placard ajeno.

Los contrastes de mundos y de clases y el uso de nombres de fantasía para despistar acerca de su linaje también se extendieron al film Isabelita (Manuel Romero, 1940). En la secuencia inicial de la película, durante el transcurso de una despedida de soltera, Paulina, encarnando a Alcira, lleva un tocado de seda que emula las orejas de Minnie Mouse, y esgrime proclamas feministas. Vestidas con trajes de noche, las amigas beben varias rondas de tragos Manhattan que les prepara el barman del bar de un hotel. Pero al regresar a su casa, lejos de la efervescencia de la vida mundana y ante la proximidad de su compromiso con un hombre al que no ama, manifiesta a su mucama y confidente que se siente desolada y desea morir. “Tráigame una pistola, cianuro, veneno para hormigas o una gillette.

La asistente le informa que esa noche tiene un compromiso con amigos y “la niña” le ruega que la deje acompañarla: “Me vestiré sencillamente, présteme uno de sus trapitos”, le manifiesta, y acto seguido cambia el largo vestido blanco de satén que lleva puesto por un traje sastre negro, una camisa blanca con un lazo y un sombrero en punta. Es en esa fiesta, sin la fanfarria de un hotel cinco estrellas, en la que empleada y empleadora simulan ser amigas y colegas, donde Alcira conoce al compositor de tangos personificado por Juan Carlos Thorry. El músico se vale de un nombre ficticio –Isabelita– y de la apariencia de la muchacha para componer un vals que alude a la moda: “A las seis de la tarde bien vestida / pasa Isabelita por la calle Florida”.


Figura 8. Paulina Singerman emula a una diva de teléfono blanco, con su respectiva capa de piel y una bata de entre casa. Cortesía Museo del Cine Pablo C. Ducrós Hicken.

En Elvira Fernández, vendedora de tienda (1942), Paulina personificó a otra hija de millonario que, al regreso de un largo viaje por Estados Unidos, decide poner en práctica sus nuevas ideas progresistas y se camufla como una vendedora de los “Grandes Establecimientos Durand”, la tienda de su padre.


Figura 9. En Elvira Fernández, vendedora de tienda (Manuel Romero, 1942), el personaje de Singerman decidió poner en práctica las ideas progresistas que trajo de un viaje a Estados Unidos y se camufló como una vendedora de la tienda departamental de su padre. El póster del film documentó su rol de dependienta con un traje de falda y chaleco rojo, ensamblado con una camisa blanca con jabot. Cortesía Museo del Cine Pablo C. Ducrós Hicken.

En pos de impedir el despido de un grupo de trabajadores, y para desafiar las cláusulas que el arcaico departamento de recursos humanos había dispuesto al personal, la mujer cambia su filiación Elvira Durand por Elvira Fernández.

A escondidas de su padre, la heredera de los Esta­blecimientos Durand se viste como vendedora y se suma a un complot urdido por los trabajadores. Mientras que en la sedería algunos empleados ponían en duda la calidad de ciertas telas, el sabotaje de ventas encuadrado en la figura de “trabajo a reglamento” se extiende a la sección de moldes y a la de sombreros. Ante la mirada atenta de los demás dependientes, Elvira se rehúsa a vender un tapado de zorro azul a una clienta y simula escandalizarse ante el precio del abrigo anhelado por otra clienta. El póster del film documentó su rol de dependienta con un traje de falda y un chaleco rojo, ensamblado con una camisa blanca con jabot.


Figura 10. En la fotografía de Elvira Fernández, vendedora de tienda, los uniformes de las dependientas replicaron el logo de los Grandes Establecimientos Durand. Cortesía Museo del Cine Pablo C. Ducrós Hicken.

Elvira Fernández se involucra en la militancia por los derechos de los trabajadores con tal devoción que su compromiso llega a los titulares de los periódicos. Su nombre aparece en pancartas y hasta se compone una marcha en su honor, que rezaba:

Valiente muchachita porteña.

Como ella hay millares sufriendo la crueldad

y la indiferencia de la gran ciudad...

Gentil y elegante, valerosa y modesta,

heroica en la lucha por la dura existencia.

Elvira Fernández, muchacha porteña,

que vive y trabaja y que sufre y que sueña.

El discurso de Elvira Fernández, vendedora de tienda resulta anticipatorio de los utilizados en los films propagandísticos del peronismo, que solían tener origen en las órdenes del subsecretario de Prensa y Difusión, Raúl Apold. Tan lejos llega su coincidencia que, a cinco años de la Revolución Libertadora, cierto burócrata, ignorando que databa de 1941, intentó impedir su exhibición por televisión (Insaurralde, 1994: 26).

Los artificios indumentarios de Singerman no se limitaron a la pantalla de cine. “Paulina Singerman, la mujer que sabe vestir”, proclamó en marzo de 1941 la revista Sintonía. Pero el artículo, de autor desconocido, cuestionaba sus costumbres:

Paulina Singerman tiene desde hace mucho tiempo la fama de ser una de las actrices mejor vestidas de Buenos Aires. No es nada nuevo, pues es el tema que sirve de motivo central a esta nota, pero sí es nuevo que Paulina, una de nuestras elegantes indiscutibles, confiese con toda naturalidad que “no está segura de vestir bien”. ¿Cómo es eso? ¿No está segura de vestir bien la estrella que en Caprichosa y millonaria hizo palidecer a las más exigentes de las mannequins vivas? (Sintonía, marzo de 1941)

Singerman se defendió:

El arte de vestir es algo que no puede poseerse nunca por completo. Cada día se descubre un detalle en que antes no se había reparado, y una modalidad que en la víspera parecía exquisita resulta al día siguiente de mal gusto. Las modas evolucionan, y la inteligencia de la mujer elegante consiste en saber adaptarse a ese proceso a veces precipitado de los distintos estilos que se oponen unos a otros y plantean triunfos o fracasos. Cuando una moda que no nos gusta se impone es que andábamos equivocadas. Hay un gusto más sabio que el nuestro y es el gusto de la época.

Tanto Niní Marshall como Paulina Singerman se valieron de los vestuarios rimbombantes y del tono de comedia para portarlos como mensaje. El desfile de personajes de Niní rescató los trajes emblemáticos de la clase trabajadora y los modismos de los inmigrantes llegados a la Argentina. Paulina Singerman, en cambio, adscribió al prêt-à-porter, los vestidos de alta costura, para parodiar los modismos de la clase alta y las divas de teléfono blanco.

1- Situada en la calle Bartolomé Mitre 1102, fue fundada en 1870 y dispuso de espacios de venta de ropa para señoras, hombres, niños y para el hogar. Entre esas secciones se comercializó sedería, lanas, confección fina, confección de punto, lencería, fajas, perfumes. Junto con los trajes a medida, se vendían juguetes y menaje, mediante un sistema de créditos y liquidaciones que provocaban que las clientas hicieran cola de varias cuadras alrededor.

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