Читать книгу Redes peligrosas - Vik Arrieta - Страница 5
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Lucila apoyó sus dedos inquietos sobre el blanco teclado de su laptop. Había sido su regalo para los quince años, mucho más económico y productivo que una costosa fiesta que, por otra parte, ya no estaba de moda. Para Lucila, estar en la última moda era un asunto obligado, por lo que no dudó en proponer a sus padres el feliz negocio. Ella tendría una herramienta para estudiar mejor en el colegio, sus papás tendrían con qué mantenerla ocupada dentro de casa. “Con los tiempos que corren, siempre es mejor estar dentro de casa que vagueando en el shopping”, solía decir su mamá. Lucila creía que el verdadero peligro se encontraba en el uso indiscriminado de la extensión de la tarjeta de crédito de su papá.
Más allá de los argumentos, realmente su computadora la ayudaba a estudiar mejor. No era fácil ser adolescente y encima tener que aprobar exámenes de Física y Matemática. ¡Tan lejos estaban sus proyectos personales de esas aburridas materias, de esa gente tan aburrida! Cada vez que miraba a su profesora de Física, una solterona llamada Vilma, Lucila se perdía en la desprolijidad de su permanente mal cortada, en la desidia de su cutis sin maquillar, en la desesperación de esas uñas con el esmalte comido. ¿Se suponía que los docentes eran un modelo a seguir? Vilma pertenecía mejor a una serie cómica de TV, y más que un modelo, su imagen era una advertencia.
Cada vez que Lucila encendía su laptop, sentía que esta la saludaba. Era una hermosa conexión, Lucila se sentía comprendida por su amiga electrónica y, sin duda, la laptop debía saberse protegida por su dueña. Le había pegado un skin –un poco para protegerla de rayones y otro poco para darle su “toque personal”– y le había comprado una funda. Era linda hasta cuando “dormía”, descansando en el medio de su escritorio. Aprendió mucho de ella: por ejemplo, a usar algunos programas básicos de edición de fotografía –sus padres también habían comprado una cámara digital “para toda la familia” que Lucila rápidamente acaparó–, el programa de correo electrónico y el de presentaciones. Pero sobre todo, navegaba. Y googleaba. Googleaba todo, cada duda que tenía su laptop se la respondía. Ya no necesitaba preguntarle nada a nadie: ni cómo llegar a un lugar, ni cómo encontrar una fiesta nueva para cada sábado, ni cómo crackear un celular. Lucila era un referente entre sus amigas, la que más sabía de todo. Incluso sobre el estado de situación de todos los romances entre compañeros de su colegio.
—Me dijeron que Natacha, la de 4to C, estuvo con Pipo, el chico de 5to A que tiene esa bandita… –sugería durante un pijama party.
—¡Mentiiiraaa! –respondía el resto a coro.
—Pipo está buenísimo –avanzaba otra.
—¿¿Te parece?? –increpaban dos.
—¿Se habrán cuidado? –demostraba preocupación Clarita, que siempre pensaba en bebés y sostenía que su único fin en la vida era ser madre.
—Con lo tonta que es Natacha, lo dudo… –se mofaba Anita, porque con Natacha nunca había tenido mucha onda.
—Bueno, ni que fuera tan difícil… –arrancaba Lucila, y procedía a explayarse en sus conocimientos adquiridos sobre anticonceptivos. Sus amigas seguían cada detalle con mucha atención, absorbiendo su conocimiento como esponjas, hasta que alguna interrumpía, cámara digital en mano, para realizar un photo shooting al estilo de las modelos profesionales. Los pijamas eran reemplazados por remeras de diseño, jeans chupines de colores, minifaldas, zapatos de taco y mucho maquillaje. En general, la que ponía la casa sufría un deterioro notable de su placard, pero conforme iban sucediendo los encuentros, las chicas aprendieron a prepararse para la sesión trayendo ropa de sus casas. Luego, todo era cuestión de probarse, cambiarse y volver a probar.
Naturalmente, esta adaptación casera de The Next Top Model, requería un punto de exposición de las fotos de carácter comunitario. No solamente para compartir las fotos entre ellas, sino –y con mayor importancia– para demostrarle a las otras chicas del colegio que ellas eran un grupo unido y divertido. Y en tercer lugar, para que los chicos del colegio las vieran hermosas, con su ropa divina y perfectamente maquilladas. Como decía Anita, “con una topetitud total”. Una página de Facebook había sido la decisión unánime, y Lucila sería la encargada de mantenerla actualizada. No todas tenían cuenta propia (algunas porque sus papás no les permitían tenerla) y de esta forma todas podían acceder fácilmente. Además, ella era la única que tenía una computadora para ella sola, y sabía cómo subir las fotos. Aprovechaba además para editar cada una con un texto que hiciera alusión a lo que cada una vestía, como si fuera un blog de moda pero con un poco más de humor. Durante la hora de Computación, todas podían loggearse, ver las nuevas fotos y sobretodo, comentarlas, etiquetarse y mostrárselas a sus compañeros. Se divertían.
Sin embargo, la responsabilidad de Lucila no era menor: tenía que descartar todas las caras extrañas y corregir el acné de alguna cara que fuera perfecta en su forma pero no en su textura. Se ayudaba con la lupa y se metía poro a poro a resolver la situación. Generalmente, comenzaba esta tarea el domingo justo después del almuerzo familiar y terminaba a eso de las 7 de la tarde, cuando las subía al Facebook. Todo este tiempo, sus padres la imaginaban estudiando. Bien por ellos.
Ese domingo, Lucila había terminado relativamente temprano. El shooting de la noche anterior había sido muy bueno y las fotos ganadoras se destacaron rápidamente.
Además, por esta vez solo tuvo que ajustarlas en peso, tamaño y nitidez; porque con la ayuda de una base que Clarita le había sacado a su mamá, los granitos brillaban pero por su ausencia. Satisfecha con su trabajo, se dedicó a leer los comentarios de sus amigos. El álbum ya tenía más de 20 “Me gusta” y recién lo había terminado de subir. Eso era un muy buen promedio. En general, sus álbumes llegaban a 80 y pico de “Me gusta”. Anita siempre decía: “Para ser famoso, hoy hay dos caminos: bailar por un sueño o juntar amigos en tu Facebook”. Y les relataba a continuación alguna de las historias de éxito de chicos que habían conseguido trabajo de relacionista público para muchas marcas conocidas, solamente mostrando la cantidad de amigos en su cuenta de Facebook o Twitter. Bien, por ahora, estas campañas fotográficas les estaban dando resultado.
—¿¿¿Quéee??? –fue su reacción automática, y se sobresaltó de su propia voz.
Había visto posts extraños. Sabía que había palabras clave, que había códigos internos. Pero el último mensaje no pertenecía a ningún usuario conocido. Su ícono era una cruz blanca y nunca lo había visto antes. Hizo click en el nombre del usuario para acceder al perfil. Enorme fue su sorpresa cuando encontró en la portada una foto de Clarita. La misma foto que ella había subido a la página el domingo anterior.
—Ahh, ¡pero esto es cualquiera! –se indignó. ¿¿Cómo se le ocurría a Clarita cortarse sola así??
Rápidamente discó los ocho números de la casa de Anita. Aguardó el tono mientras repiqueteaba los dedos sobre el teclado.
—Hola –por suerte era la voz de Anita, porque Lucila se sentía a punto de estallar.
—Boluda no sabés lo que pasó –arrancó como una tromba.
—¡Epa! ¿Qué pasa, nena? ¿Estás medio alteradita? –el sarcasmo natural de Anita alimentaba el fuego de su enojo.
—Decime vos qué te parece: ¿sabías que Clarita se armó una página de Facebook?
Silencio.
—Lu, yo tengo Facebook, vos tenés Facebook... no te entiendo.
—No me entendés, se armó una página “de incógnito” –continuó Lucila casi sin respirar–, y nos puso a todas un mensaje en el grupo, re volado, como que al final nos vamos a pasar todas a su página o no sé.¿Está enojada conmigo? ¿Te dijo algo? Porque yo no sé nada, pero siempre subí fotos con las que todas estuvieron de acuerdo y la verdad es que es un laburo importante, ¿viste? No se hace solo. ¿Sabés la cantidad de granos feos que le tuve que tapar? ¡¡¡Y haciendo zoom!!! ¿¿¿Vos viste un grano de Clarita con zoom???
—Baja un cambio Lu –dijo Anita, acompañando la expresión con un suspiro de cansancio–. ¿Vos estás segura de que es Clari?
—A ver, nena, ¡entrá vos a la página y decime! Es la foto de ella, que nos sacamos juntas. Es obvio que la flaca está enojada por algo y se quiso cortar sola. Pero me revienta que no venga de frente, ¿viste? No da hacerse la misteriosa. A menos que esté tramando algo y… no sé, ¿vos no sabés nada, posta?
—No, Lu, la verdad es que me parece muy extraño todo esto. Ahora estoy yendo a la compu a verlo… Martín, ¿me dejás un toque? –la voz de Anita se perdía lejos del teléfono–. Mamáaaaaaaaaaa… decile a Martín que me deje un toque la compuuuuu… dale pesado, son dos minutos. ¡DOS! Ya va Lu, ¿eh? –volvía nuevamente el sonido claro al auricular–. Me estoy logueando. No sé porqué Clarita haría algo así, no es muy ella. A ver…
Silencio. Sonido de teclas. Silencio. Clic. Clic.
Silencio.
—Es rarísimo esto –volvió Anita, aunque con la certeza de que su amiga Lucila no estaba alucinando.
—¿Viste? –Lucila suspiró, ahora se sentía menos furiosa y más angustiada–. ¿Y si está armando algo con Piru y con Vicky? ¿Y nos están dejando afuera?
—Mirá, no tengo idea. Pero por lo pronto, hagamos esto: esperamos hasta el jueves, hasta la clase de Computación. Siempre entramos a la página en Computación. Entonces hacemos de cuenta que no sabíamos nada y nos metemos por el mensaje y salta todo. ¿Qué te parece? Las confrontamos de una. Mientras tanto, hacemos de cuenta que no pasa nada, total, nadie nos vino a encarar todavía, ¿no?
Anita solía tener buenos planes frente a este tipo de problemas. Lucila se sintió reconfortada de tenerla de su lado. Las dos cortaron el teléfono jurando que no se iba a notar ni la más mínima sospecha de su parte.
Lucila se fue a dormir inquieta, pero al menos sabía qué hacer al día siguiente.