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Virgilio y la Eneida. Génesis de la obra

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La Eneida es, en una apreciación unánime de los conocedores de la literatura latina antigua, la cima de dicha literatura, el más inequívoco producto del clasicismo romano, fruto no sólo de la plenitud y colmo de un proceso histórico, sino también, simultáneamente, de la madurez 1 espiritual y creativa de su autor. Virgilio la gestó, además, tras un laborioso esfuerzo, testimoniado por él mismo (cf. infra carta de respuesta a Augusto transmitida por Macrobio), en el que se dejó la vida 2 ; pero valía la pena: si las muchas fatigas del héroe Eneas tuvieron su recompensa y justificación en la fundación de la nación romana (cf. En . I 33: Tantae molis erat Romanam condere gentem) , así también los estudios, desvelos y la propia muerte de Virgilio en medio del trabajo no se perdieron infecundos sino que fueron simiente de una obra que ha suscitado hasta hoy la adhesión de múltiples generaciones.

¿Cómo fue la génesis y el proceso creativo de la Eneida? Las noticias de biógrafos y escoliastas dan alguna luz sobre esta interesante cuestión. Sabemos, ya para empezar, que comenzó a escribirse en el año 29 a. C., si es que no miente la tradición biográfica que habla de once años dedicados por el poeta a la elaboración de la epopeya 3 (y parece, en efecto, que el profético discurso de Júpiter a Venus sobre la grandeza de sus descendientes en En . I 257-296 está escrito al hilo de los sucesos del año 29: ceremonia triunfal de Octavio y clausura de las puertas del templo de Jano). Más o menos al mismo tiempo, por tanto —o sólo un poco después—, que Horacio ponía las primeras piedras de aquel monumentum aere perennius que serían sus Odas . Feliz sincronía, porque también las Odas , obra cumbre y colofón de la carrera artística de su autor, marcada con la cierta señal del clasicismo, han sido espejo en el que se han mirado las generaciones subsiguientes; ambas obras nacen con la pretensión (así al menos parcialmente en las Odas) del engrandecimiento de la nación romana, ambas quieren renovar los antiguos géneros griegos de la épica y la lírica, ambas son, con respecto a sus modelos griegos, vehículo de un nuevo espíritu y de una más moderna concepción del hombre. Como si, recogiendo la herencia del pasado, abrieran la puerta de un mundo nuevo. En cualquier caso, tanto la Eneida como las Odas brotan al calor de unos acontecimientos muy determinados: la victoria de Octavio en Accio (2 de septiembre del año 31) y el nuevo rumbo de la historia que ella supuso. El sobrino-nieto de César, constituido en único señor del Imperio, se disponía a llevar a cabo su labor de restauración en medio de un clima de paz.

Así pues, cuarenta años contaba Virgilio, y una ya sólida y reconocida experiencia como poeta, cuando comenzó a componer esta que sería su última obra. En ella trabajó hasta el día de su muerte en septiembre del año 19 a. C., dejándola, no obstante, inacabada o al menos huérfana de una última revisión o lima. A juicio de su autor —como testimonia la Vita Donatiana (líneas 123-126 Brummer)— le habrían hecho falta tres años más para rematarla a su gusto.

El interés del príncipe por la epopeya queda reflejado en varias anécdotas de que nos informan las Vitae . En primer lugar, Servio (líneas 23-26 Brummer), al igual que hablaba, para las Bucólicas y las Geórgicas , de Polión y Mecenas como promotores, indica que la Eneida le fue sugerida a Virgilio por el propio Augusto (que todavía, hasta el año 27, carecía de ese título). En segundo lugar, informa Donato (líneas 104-107 Brummer) de cómo el caudillo de Roma, cuando se encontraba en plena campaña de las guerras cántabras, deseoso de conocer los progresos del poema, escribió al poeta pidiéndole que le enviara una parte, un resumen, cualquier cosa que le permitiera hacerse una idea del producto definitivo; y esta petición la hacía verosímilmente, como apunta Vidal, desde Tarragona, donde tenía su cuartel general 4 . En tercer lugar, al príncipe, en compañía de varios miembros de su familia, le fueron recitados por el propio Virgilio los libros II , IV y VI (Donato, líneas 108-112). Y por último, fue el propio Augusto quien salvó la Eneida de las llamas, en un gesto tan piadoso como impío, de generosidad y egoísmo simultáneo (pues la salvó para nuestro deleite y para su gloria), y evitó así que se cumpliera la severa y drástica decisión última de Virgilio con respecto a su obra (Donato, Vita Vergilii , líneas 141-160 Brummer, entre otras fuentes, de las que luego hablaremos).

Pero adentrémonos en el proceso de gestación, en los planes previos, en la que, en suma, podríamos llamar «prehistoria» de la Eneida . Con anterioridad al año 29 en que verosímilmente comenzó a esbozarla, ya le rondaba al Mantuano por la cabeza la idea de componer una epopeya de asunto romano. Podríamos ver un primer estadio de esos planes en los intentos anteriores a las Bucólicas a que se refiere Donato (Vita Vergilii , líneas 66-67 Brummer), si es que su informe tiene una base histórica, intentos presuntamente frustrados (la aspereza del argumento le habría incomodado) que lo desviaron de su empresa y lo encaminaron al poema pastoril; esta noticia, sin embargo, no parece sino el resultado de la interpretación alegórica de los versos primeros de la sexta bucólica, aquellos en los que el poeta contaba cómo el dios Apolo le había hecho desistir de su cantar sobre reyes y combates y lo había orientado hacia un tipo de poesía más humilde, pasaje que no es sino una clara versión del tópico de la recusatio , con origen en el prólogo de los Aitia calimaqueos, y que no ha de comportar necesariamente una fundamentación biográfica. En la misma línea y abundando en esa vocación épica primeriza está el comentario serviano a los aludidos versos; aventura el escoliasta todo un haz de posibilidades para aclarar la que él cree alusión biográfica: «Se refiere —dice— o bien a la Eneida o bien a la Historia de los reyes albanos , obra que, una vez comenzada, abandonó abrumado ante la aspereza de los nombres. Otros dicen que había empezado a escribir sobre Escila…, otros dicen que se trata de una obra sobre las guerras civiles, otros que se refiere a la tragedia de Tiestes…». No obstante, una cierta proclividad a la épica sí es dado ver en piezas bucólicas como la IV y la VI, que ensanchan el molde del poema pastoril propiamente dicho. Totalmente segura es ya la alusión, bajo el velo metafórico del templo de mármol, al proyecto inicial de una epopeya sobre Octavio y su ascendencia mítica, incluido Eneas (Assaraci proles) , que se halla en el proemio (VV . 12-36) del libro III de las Geórgicas:

Primus ego in patriam mecum, modo vita supersit ,

Aonio rediens deducam vertice Musas ;

primus Idumaeas referam tibi, Mantua, palmas ,

et viridi in campo templum de marmore ponam

propter aquam, tardis ingens ubi flexibus errat

Mincius et tenera praetexit harundine ripas .

In medio mihi Caesar erit templumque tenebit

…Stabunt et Parii lapides, spirantia signa ,

Assaraci proles demissaeque ab Iove gentis

nomina, Trosque parens et Troiae Cyntius auctor 5 .

Así pues, parece que en un primer momento Virgilio no concibió su epopeya como la gesta de Eneas, sino más bien como la gesta de Octavio, precedida y aderezada, eso sí, con etiologías míticas y legendarios antecedentes. Si medimos la distancia entre este proyecto inicial y la realización final, nos percatamos del giro radical que operó Virgilio, guiado por un seguro y eficaz instinto poético: entre esos dos polos que ya se evidencian en la imagen del templo, la historia contemporánea y el mito, el poeta ponía inicialmente su énfasis en la primera, pero luego la realidad de su epopeya nos muestra cómo, en lugar de centrarse en la historia y contemplar el mito retrospectivamente o como ornato preliminar (a la manera de Nevio y Ennio), decidió centrarse en el mito y desde el mito apuntar doblemente a la historia, mediante el simbolismo Eneas-Octavio y por medio de relatos prolépticos, en una consciente proyección 6 . No obstante, en un detalle significativo sí que se mantuvo fiel a su inicial proyecto y es en esa presencia de Octavio en el centro de la obra (in medio mihi Caesar erit templumque tenebit) , pues es verdad que en el centro aproximado de la Eneida (VI 791-807) y en el curso de la profecía de Anquises está la mención elogiosa, aunque discreta, de Augusto César y de su obra política y militar: «Éste es el hombre, éste es el que tantas veces escuchas que se te promete: Augusto César, hijo de un dios, que inaugurará de nuevo los siglos de oro en que antaño, en el Lacio, reinó Saturno por aquellos campos; y ampliará sus dominios hasta los garamantes y los indos…»

Este propósito panegírico de Octavio no lo perdió la Eneida , a pesar del cambio operado por el poeta en su plan inicial y a pesar de realizarse no de manera directa sino a partir de sus antepasados, y ello es reconocido ya por los comentaristas antiguos. Servio en los prolegómenos a sus escolios sobre la Eneida así lo expresa: «La intención de Virgilio es ésta: imitar a Homero y alabar a Augusto a partir de sus antepasados; pues es hijo de Atia, que nació de Julia, la hermana de César; y Julio César, a su vez, procede de Julo, el hijo de Eneas». Y ya antes Donato (líneas 77-78 Brummer) lo señalaba: «Poema en el que —y ésta era su máxima meta— se debían contener al mismo tiempo los orígenes de Roma y los de Augusto». Por tanto, si era verdad, como Servio asegura, que fue el príncipe en persona quien sugirió a Virgilio la idea de escribir la obra, y es verdad que el propósito fundamental del poema épico era el engrandecimiento de su figura, se entiende mejor aquella anécdota de la biografía donatiana (líneas 104-107 Brummer) a la que antes sumariamente nos referíamos y que constituye uno de los hitos en la historia de la obra: «Augusto —pues casualmente estaba fuera en la campaña contra los cántabros— le pedía con cartas suplicantes e incluso jocosamente amenazadoras que, ‘acerca de la Eneida ,’ tal y como es el tenor de sus propias palabras, ‘le enviara el primer esbozo del poema o una parte cualquiera’». A estos jocosos requerimientos de Augusto desde España, que datan del año 26 ó 25, se nos ha conservado en las Saturnales (I 24, 11) de Macrobio una seria respuesta de Virgilio, preñada de interés para nuestro propósito, que niega tener todavía nada dispuesto para la recitación y afirma, en cambio, su dedicación intensa a los trabajos de estudio (búsqueda, selección, lectura y análisis de fuentes, sin duda) 7 previos a su actividad creadora propiamente dicha; se trata, por otra parte, el único texto en prosa que se nos conserva de Virgilio; hélo aquí: Ego vero frequentes a te litteras accipio… De Aenea quidem meo, si mehercle iam dignum auribus haberem tuis, libenter mitterem, sed tanta inchoata res est ut paene vitio mentis tantum opus ingressus mihi videar, cum praesertim, ut scis, alia quoque studia ad id opus multoque potiora impertiar 8 . Véase, por cierto, cómo tanto en la carta de Augusto, según expresión literal suya (ut ipsius verba sunt) , como en la respuesta de Virgilio, se hace referencia, bien al título de la epopeya tal como hoy lo conocemos, bien a la leyenda de Eneas como argumento de la epopeya, lo cual quiere decir por añadidura que ya no era Octavio, sino su antepasado mítico, el hilo conductor, y es precisamente el nombre de su héroe protagonista el que Virgilio usa sinecdóquicamente para referirse a su obra. Conviene asimismo reparar, entre otros pormenores, en el ut scis , que, según atinadamente apunta Grimal 9 , nos da a entender cómo Octavio, antes de marcharse a Hispania, había hablado con el poeta sobre los proyectos de epopeya y estaba más o menos informado de ellos. Por otra parte, tales studia preliminares a la versificación son uno de los datos con los que contamos para definir el proceso creativo de Virgilio como la suma y alianza de trabajo y genio, de técnica e inspiración, de esos dos elementos sobre cuyo carácter básico para la gestación del poema han discutido a menudo los teóricos de la poesía 10 . Es como si Virgilio, «quel savio gentil che tutto seppe» 11 , hubiera hecho realidad aquel precepto de Horacio: Scribendi recte sapere est et principium et fons (Arte Poét . 309); o como si Horacio hubiera pensado en Virgilio al escribir (Arte Poét . 409-410): Ego nec studium sine divite vena / nec rude quid prosit video ingenium . Lo explica de manera rotunda el padre Espinosa-Polit en su magistral libro sobre el poeta 12 :

Virgilio no escatimó trabajo alguno en esta doble cooperación (de inspiración y trabajo). Ante todo, a la poética labor de la producción del verso, hizo preceder un esfuerzo ingente de preparación multiforme; de suerte que se cumple a la letra en su poesía la advertencia juiciosa del P. de Mondadon: ‘No hay que atribuirlo fácilmente todo al paso del astro, al don gratuito, como si el poeta sólo tuviese que dejar que las cosas se hiciesen de por sí. La inspiración irrumpe inesperada, sorprende, arrebata, arrastra; pero el imperioso torrente supone la secreta reserva, las ondas lentamente acumuladas. El acierto exquisito del tono, la libre espontaneidad, la soltura graciosa, la abundancia fácil son el premio de una larga labor, parte oculta y oscura, parte muy definida y consciente’.

Esa «larga labor», esas «ondas lentamente acumuladas» que facilitan el «imperioso torrente», ese costoso trabajo preliminar —obligado, por otra parte, para una obra como la Eneida , que hundía sus raíces en la historia de Roma y de Italia— es el que Virgilio había ido desarrollando casi a lo largo de cinco años, desde el 29, en que presumiblemente comenzó a trabajar en la Eneida , hasta el 26 ó 25 en que seguramente hemos de datar la respuesta negativa al requerimiento de Augusto. Todavía en esas fechas, repetimos, no tenía nada que pudiera dignamente ser leído o recitado. De manera que, si los biógrafos dicen que la Eneida se escribió en once años, podemos precisar aún más la historia de su escritura, según la carta de Virgilio, dividiendo estos once años en dos períodos: uno de estudio y acopio de materiales, que duraría aproximadamente cinco años, y otro de creación o composición propiamente dicha, que duraría aproximadamente seis, hasta el día de su muerte, y que se hubiera prolongado por otros tres más.

Con alguna posterioridad hemos de datar, necesariamente (pues si en la carta a Augusto decía Virgilio no tener aún nada listo para ser recitado, ahora sí que se evidencia la publicación oral de alguna parte del poema), el testimonio de Propercio (II 34, 61-64) acerca de la Eneida , que se refiere ya a algunas de sus líneas argumentales, al menos a la combinación de mito e historia, y a que en ella se hablaba tanto de Augusto y de su victoria en Accio, como de Eneas y de sus combates (arma) antes de fundar las murallas de Lavinio 13 :

Actia Vergilium custodis litora Phoebi ,

Caesaris et fortis dicere posse ratis ,

qui nunc Aeneae Troiani suscitat arma

iactaque Lavinis moenia litoribus 14 .

Propercio sabía ya con toda claridad cómo Virgilio se había decantado por el tema mítico, sin apartarse por eso de su propósito ensalzador del princeps . Porque de la lectura de estos versos se desprende una constatación, a saber: las palabras arma y Lavinis… litoribus parecen ser un eco preciso del comienzo de la Eneida (I 1-3: Arma… Laviniaque… litora) 15 , lo cual quiere decir que Propercio conocía ese pasaje del primer libro —a resultas acaso de una lectura del manuscrito o de haberlo escuchado en alguna recitación habida en el seno del círculo de Mecenas—; y eso a su vez significaría un estar al tanto de los planes de Virgilio y sería prueba de que, si bien Virgilio para el año 26 no tenía aún nada firme que ofrecer a los oídos de Augusto, sí que tenía, un poco más tarde, tal vez un año después, algo que presentar, y lo había presentado, al juicio de sus amigos y colegas literarios, entre los que se contaba Propercio. Incluso se suele aceptar —E. Paratore 16 y G. D’Anna 17 han defendido con empeño esta hipótesis— que Propercio manifestaba también en los versos 61-62 su conocimiento del final del libro VIII , es decir, del pasaje en el que se describe el escudo de Eneas y en el que se habla elogiosamente de Octavio como vencedor en la batalla de Accio (concretamente los vv. 675-680 y 704-706), y se obtienen de ahí deducciones acerca del proceso de composición de la epopeya: el libro VIII sería uno de los primeros en ser escritos. Pero esto, aunque posible, choca con otras fidedignas noticias antiguas, que parecen apuntar a la prioridad de gestación de los seis libros primeros; y puesto que la victoria de Accio fue el acontecimiento motor del encumbramiento de Octavio no tiene nada de particular la alusión a ella como hecho emblemático 18 . Lo conocido por Propercio, en cualquier caso, le fue suficiente para emitir un veredicto rotundo (vv. 65-66 de la misma elegía):

Cedite Romani scriptores, cedite Grai!

Nescio quid maius nascitur Iliade 19 .

Ese nescio quid implica el conocimiento aún muy limitado que tenía Propercio de la naciente epopeya; no podía ser de otra manera, puesto que no era sino proyecto en ciernes; y el nascitur nos da la clave y la medida del estadio en que se encontraba la obra: estaba naciendo.

Sólo después del año 23 Virgilio estuvo en condiciones de recitar públicamente en la corte, ante el príncipe y varios miembros de su familia, tres libros de la primera parte de su obra: el segundo, cuarto y sexto, según el informe de Donato (líneas 108-112 Brummer). Servio, por su parte, ofrece una discordante noticia al hablar del tercer libro en lugar del segundo, «pero es difícil pensar —como dice Vidal 20 — que el tercer libro, el menos elaborado de todos los de la Eneida , estuviera en aquella selección hecha por Virgilio en honor del César». Dice así la Vita donatiana: «No obstante, al cabo de mucho tiempo y cuando ya por fin tuvo terminado el argumento, declamó para él (para Augusto) tres libros completos, el segundo, cuarto y sexto; y este último con una gran conmoción para Octavia, quien, hallándose presente en la declamación, al llegar a aquellos versos que hablaban de su hijo: ‘Tú serás Marcelo’, cuentan que se desmayó y sólo a duras penas logró reanimarse». Puesto que Marcelo murió en el otoño del 23, parece lógico pensar que esta declamación tuviera lugar no mucho después de su muerte, a la vista del vehemente sentimiento que la mención del hijo fallecido produjo en la madre: acaso a comienzos del año 22 21 . En este momento, pues, sólo tres años antes de que la muerte alcanzara a Virgilio, lo que, según nuestras noticias, había de la Eneida era esto: tres libros completos, el II, IV y VI —aquellos, curiosamente, que han sido más leídos a lo largo de los siglos—, el encabezamiento, al menos, del primero y quizás terminado ese mismo libro (aunque según la hipótesis de G. D’Anna 22 ese prólogo iría en un principio encabezando el libro VII , que en el plan inicial estaba destinado a ser el primero 23 , y que, según sus deducciones, habría sido compuesto, junto con los otros de la segunda parte, con anterioridad a los de la primera) y el argumento general íntegramente planeado.

Esos tres años largos, últimos de su vida, los dedicó el poeta a levantar el resto de la epopeya. Hemos de imaginárnoslo construyendo poco a poco su edificio de versos en la fértil soledad de su retiro napolitano o siciliano —pues Donato (líneas 43-44 Brummer) notifica sus preferencias por residir en Campania y en Sicilia— y acudiendo de cuando en cuando a Roma, para encontrarse con sus colegas y en especial con Mecenas (precisamente tenía una casa en el Esquilino, cerca de los jardines de Mecenas), con el fin de comunicar sus adelantos y rendir cuentas de un trabajo que tanta expectación despertaba. De modo que, como suele ser frecuente, el origen de su poesía está en relación directa con un alejamiento del «mundanal ruido», y con un frecuentar la «escondida senda»; ya Tácito en el Diálogo de los oradores (cap. 13) hizo constar, sin embargo, cómo este alejamiento de Roma no le privó ni de la familiaridad con Augusto ni de la fama entre el pueblo.

Sobre el cómo de su labor creadora tenemos el sabroso informe de Donato (líneas 83-89), que cuenta detalles tan capitales para nosotros como la redacción en prosa 24 de la epopeya previa a su versificación, así como su división en doce libros ya en el boceto, la composición desordenada, por bloques y obedeciendo al impulso del gusto momentáneo, y el uso de tibicines o «contrafuertes» 25 siempre que el poeta encontraba un escollo en el despliegue de su discurso: «La Eneida , previamente redactada en prosa y dividida en 12 libros, determinó componerla parte por parte, obedeciendo a su capricho y sin seguir en ello ningún orden. Y para que nada hiciera retrasar su inspiración, dejó algunas partes sin acabar, otras las sujetó, por así decirlo, con palabras de escaso peso, que, en son de broma, decía interponerlas a modo de ‘puntales’ para sostener el edificio hasta que vinieran las sólidas columnas». Nótese el uso de términos propios del ámbito de la arquitectura, que han de sumarse a la imagen primitiva de la obra como templo de mármol, ilustradores de cómo en la mente del poeta su obra se asimilaba a un complejo edificio en el que «los diferentes desarrollos se correspondían y se sostenían los unos a los otros, como las claves de una bóveda» 26 . Seguramente su método de trabajo no difería del que, según el biógrafo (líneas 78-82 Brummer), empleaba al componer las Geórgicas: escribía por las mañanas, obedeciendo al arrebato de la inspiración, grandes tiradas de versos, que luego, a lo largo del día, reducía a unos pocos, comparando el propio poeta este modo de hacer con el parto de la osa, que tras haber parido a sus crías les daba su forma definitiva lamiéndolas 27 . De modo que, en esta noticia, vemos otra vez con nitidez la feliz alianza de técnica e inspiración, casi —diríamos— con preponderancia de la técnica y del racional designio: pues en ese proceso de construcción poética, con una redacción previa en prosa, una fabricación espontánea de versos en largas series y una final labor depuradora y correctora se evidencian tres fases en las que sólo hay lugar para la inspiración en la segunda. La última fase se identifica con ese labor limae preconizado por Horacio 28 , en la que el poeta se convierte en crítico de sí mismo. De modo que, en realidad, sólo muy pocos versos sobrevivían al cabo del día de aquellos que habían nacido en el inicial torrente mañanero. Y eso no sólo lo sabemos por palabras de Quintiliano, X 3, 8, que se remite al testimonio fidedigno de Vario («Vario es testigo de que Virgilio componía poquísimos versos al día») 29 , sino que se comprueba al cotejar el tiempo que tardó en la composición de la Eneida y el número total de versos de que consta la obra: si hemos establecido que sólo fueron seis los años que dedicó a la escritura definitiva, y el poema consta en total de 9.896 versos, entonces resulta que habría escrito por día, como promedio, la reducidísima cifra de cuatro versos y medio. Y aún así, todavía anduvo lejos de aquel proverbial Cinna —al que él alaba en Ég . IX 35—, que trabajó y ejerció la autocrítica sobre su poema Zmyrna , de no mucho más de quinientos versos —hemos de suponer—, a lo largo de nueve años 30 .

Ejercía la autocrítica y además, como es perfectamente esperable, buscaba la opinión de los otros en casos de alguna duda personal; así nos lo dice la Vita de Donato (líneas 112-114): «Declamó delante de muchos, aunque no con frecuencia y especialmente aquellos pasajes de los que tenía dudas, para probar más la opinión de la gente». Por cierto que gozaba de fama como buen declamador, hasta el punto de que se cuentan, al respecto, manifestaciones de sana envidia de poetas contemporáneos como Julio Montano (Vita donatiana, líneas 96-99 Brummer) 31 .

Una anécdota más de su biografía (Donato, líneas 114-122 Brummer) da noticia de la ocasional composición improvisada en el curso de un recital: el liberto Eros, su secretario y copista (librarius) , refería cómo una vez el poeta, mientras declamaba, completó, súbitamente inspirado, dos versos seguidos que estaban sin acabar, de forma que donde no tenía escrito más que Misenum Aeoliden , añadió: quo non praestantior alter (En . VI 164), y en el siguiente, donde no constaba más que Aere ciere viros . enardecido por la misma inspiración, escribió completándolo: Martemque accendere cantu , y al punto mandó al propio Eros que ambos se escribieran en el volumen.

Tal fue el proceso de elaboración hasta que en el año 19, queriendo conocer personalmente los lugares que eran patria y escenario del paso de su héroe, con el fin de mejorar materialmente su obra 32 (especialmente, sin duda, el libro III , el que da más indicios de inacabamiento), emprendió viaje hacia Grecia y Asia del que no volvería sino gravemente enfermo para morir en Brindis a los pocos días de desembarcar. Y fue entonces cuando, sintiéndose morir, pidió insistentemente las cajas que contenían los volúmenes manuscritos de su Eneida con intención de quemarlos; nadie se las trajo y entonces él ordenó en su testamento que se quemara la obra «como cosa falta de enmienda e inacabada». Esto consta en varias fuentes de razonable fiabilidad: así en Plinio (N. H . VII 4), en la Vita de Donato (Donatus auctus , según la ed. de Brummer, que da el texto como una interpolación del códice Bodleyano 61, del siglo xv, inserta tras el anno de la línea 123), en Gelio (N. A . XVII 10, 7), en Macrobio (Sat . I 24, 6) y en los tres dísticos de Sulpicio el Cartaginés (Anth. Lat . 653, hexástico semejante al que cita la Vita de Donato, líneas 142-148 Brummer, y al tetrástico que cita la Vita de Probo, líneas 35-38 Brummer, atribuyéndolo a Servio Varo), de manera que no parece haber ninguna razón de peso, a pesar de la cautelosa hipercrítica, para negar historicidad a tal noticia 33 .

La versión del Donato reducido (líneas 149-155) diverge del testimonio múltiple que acabamos de señalar; cuenta, en efecto, que Virgilio había hablado con Vario antes de emprender su viaje encargándole que, si algo le ocurría (si quid sibi accidisset , es decir, si moría), quemara la Eneida , y que Vario se había negado rotundamente a ello; así que, cuando volvió de su viaje y se encontró gravemente enfermo, pidió él mismo los manuscritos para quemarlos, pero nadie se los trajo; y en su testamento no dijo ya nada sobre el asunto, sino que a sus dos amigos, Vario y Tuca, les dejó en herencia sus escritos con el encargo de que no publicaran nada que él no hubiera dado a conocer previamente. El llamado Donatus auctus cuenta esto mismo (además, como he dicho, de la orden de quemar la Eneida en el testamento), pero tras haber precisado que Vario y Tuca, a la vista de su última voluntad testamentaria, le hicieron ver que Augusto no consentiría su cumplimiento.

A propósito de las razones que tuviera Virgilio para quemar la Eneida , las fuentes biográficas no dudan: no estaba satisfecho totalmente del estado en que quedaba 34 . Es posible que hubiera motivos incluso más hondos. García Calvo ha supuesto, citando como paralelo el testamento de Kafka, no sólo insatisfacción ante la propia obra inacabada, sino desesperanza en general acerca de la literatura 35 . Vidal, señalando a su vez en este punto el comportamiento idéntico de Broch con respecto a su magna novela La muerte de Virgilio , aventura la posibilidad de que el descontento de Virgilio lo fuera ante una obra que, pretendiendo ser respuesta a los eternos interrogantes del hombre, alcanzaba sólo a ser una perfecta construcción poética 36 . «Ma chi potra mai —como dice Rostagni— indovinare le vere ragioni della incontentabilità virgiliana?» 37 .

Los fieles albaceas publicaron enseguida la obra procediendo con gran respeto y dejando incluso los versos inacabados, tal y como hoy los podemos ver. Sólo —dice Donato (líneas 160-169)— cambiaron entre sí el orden de los libros segundo y tercero y suprimieron los cuatro versos iniciales en que Virgilio se presentaba y aludía a sus obras anteriores (Ille ego qui quondam…); esto último repite Servio (Vita , líneas 30-64 Brummer) y añade que también apartaron del texto la escena de Helena y Eneas en el libro II (VV . 566-588 de nuestras ediciones). Y en el poema quedaron marcadas, en consecuencia, huellas múltiples de su falta de revisión final 38 .

Eneida

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