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La invención de la Eneida. Fuentes y modelos

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En el contenido de la Eneida interviene el mito —es decir, la leyenda 39 de Eneas propiamente dicha, tradicional, transmitida en numerosas fuentes griegas y romanas, literarias e iconográficas, algunas de ellas de considerable antigüedad, y viva al parecer en el folklore, como dice Dionisio de Halicarnaso (I 49)— y la ficción 40 , correctora del mito —es decir, los elementos no tradicionales sino añadidos por el mismo Virgilio, imaginados por él, a partir por lo general de los modelos épicos, para llenar vacíos en la leyenda y para dar viveza al relato—. Como ingredientes más secundarios, ocupa su lugar la historia —el reflejo de la realidad ciertamente acaecida— y la filosofía —a saber, la particular cosmovisión del poeta, su reflexión sobre el hombre y las cosas, el reflejo de su espíritu—.

Acabamos de hablar de «fuentes» de la leyenda y de «modelos épicos». Y no es en balde tal distinción, que ya convenientemente hacen, por ejemplo, K. Büchner 41 y G. D’Anna 42 , sino que será de gran utilidad para entender el proceso de gestación de la Eneida . Fuentes legendarias y modelos épicos colaboran, de distinta manera, en la escritura de la obra virgiliana: son —por utilizar una etiqueta de penúltima hora 43 — «intertextos» que o bien ofrecen su contenido, o bien proyectan su esqueleto formal sobre la materia legendaria, modificándola o ampliándola.

Es la legendaria prehistoria de Roma la materia principal con la que el vate de Mantua construye su epopeya, a saber, la saga de Eneas, el troyano hijo de Anquises, que a raíz de la destrucción de su ciudad por los griegos huyó por mar y después de numerosas peripecias llegó a Italia y, tras una guerra con los indígenas, se estableció en el Lacio 44 . A esto responde el título de Aeneis 45 . Tal relato, que era consabido y tradicional en Roma, constaba además, con una gran variedad de versiones y de una forma diseminada (es decir, no todos los elementos de la leyenda están en todas las obras a que seguidamente nos referiremos), en fuentes literarias griegas y latinas, poéticas y prosaicas, de las que Virgilio se hubo de servir: la Ilíada , el Himno homérico V, dedicado a Afrodita, Hesíodo, Estesícoro, Helanico, Sófocles, Licofrón, Nevio, Ennio, Catón y demás analistas, Varrón, y algunos otros nombres de segunda fila 46 .

No hay ninguna variante a la que, ya en las fuentes más antiguas, se da como genealogía de Eneas: hijo de Venus y Anquises, nieto, por tanto, por parte mortal, de Capis, biznieto de Asáraco, tataranieto de Tros, y descendiente de Erictonio, de Dárdano, y en último lugar de Júpiter, que fue padre de Dárdano por la atlántide Electra. Así consta en varios pasajes homéricos (Il . 11 820; V 247 y 313; XX 208, en este último con toda precisión sobre los ascendientes), en la Teogonía hesiódica, 1008 ss., y de un modo especial en el Himno homérico a Afrodita , donde se cuenta el amor que la diosa concibió por el mortal Anquises, pastor de vacas en el monte Ida, y la feliz consumación de ese amor en la cabaña pastoril (VV . 155-165). Y después de la unión, dice el poeta hímnico que la diosa despertó al pastor y le profetizó —como suele ser tópico en la mitología y en el folklore con ocasión del nacimiento de un niño— acerca del hijo que nacería de ambos, con unas palabras que a ningún lector de la Biblia y los Evangelios resultarán completamente ajenas:

Anquises, el más glorioso de los hombres mortales, ten ánimo y nada temas en tu corazón en demasía. Pues no hay temor de que vayas a sufrir mal alguno, al menos de parte mía ni de los demás Bienaventurados, pues en verdad eres amado de los dioses. Tendrás un hijo que reinará entre los troyanos y les nacerán hijos a sus hijos sin cesar. Su nombre será Eneas, porque terrible es la aflicción que me posee por haber venido a caer en el lecho de un varón mortal (VV . 192-199) 47 .

He aquí anunciado el destino de Eneas, cuyo cumplimiento plasmará Virgilio 48 y del que también había ya constancia en Homero 49 . En efecto, en Ilíada XX 307-308, el dios Posidón, dispuesto a salvar a Eneas de los golpes de Aquiles, aduce como razón lo dispuesto por el hado:

Pues el Cronión ya ha aborrecido de la estirpe de Príamo, y ahora la pujanza de Eneas será soberana de los troyanos, igual que los hijos de sus hijos que en el futuro nazcan 50 .

Palabras de las que Virgilio se hace eco, no sólo presentándolas cumplidas, sino además textualmente en la profecía de Apolo en Delos, según los versos 97-98 del libro III :

hic domus Aeneae cunctis dominabitur oris

et nati natorum et qui nascentur ab illis 51 .

En cuanto al viaje de Eneas, el primero en testimoniar su partida de Troya, y además ya con dirección a Italia, es Estesícoro 52 en su Iliupersis allá a principios del siglo VI a. C., según se deduce de la llamada Tabula Iliaca Capitolina (datable entorno al 15 a. C.), sobre la cual se representa a Eneas en el Sigeo, presto para embarcar, en compañía de su padre Anquises, que lleva las imágenes de los dioses en un pequeño templete, su hijo Ascanio y el trompetero Miseno, estando la escena glosada con las siguientes palabras en griego: «Eneas con los suyos cuando se embarcó para Hesperia» y añadiéndose «según la Iliupersis de Estesícoro».

Sobre las diferentes escalas y peripecias comprendidas en el viaje hasta llegar al Lacio y asentarse en el país, existía una gran variedad de versiones que Virgilio hubo de examinar a fondo, realizar entre ellas una no fácil labor de criba y selección y, en definitiva, como sintetiza P. Grimal 53 , «ordenar el desorden». Tito Livio, que se había referido a ese viaje de Eneas en su libro I (publicado con los cuatro siguientes muy probablemente entre el 27 y el 25 a. C. 54 , años en que Virgilio desarrollaba su labor de inventio o búsqueda de fuentes para su argumento), esquematizaba demasiado la tradición anterior y reducía a sólo dos las escalas previas a su llegada al Lacio: Macedonia y Sicilia; su resumen, sin duda, fue conocido por Virgilio y decía así (I 1):

Un primer punto comúnmente aceptado es que, después de la conquista de Troya, hubo una cruel persecución contra la generalidad de los troyanos. Sólo a dos, Eneas y Anténor, en virtud de un antiguo pacto de hospitalidad y por haberse mostrado siempre partidarios de la paz y de la devolución de Helena, ahorraron los Aqueos la rigurosa aplicación de las leyes de la guerra… (a continuación se cuenta la historia de Anténor)… A Eneas mismo el desastre lo convirtió en fugitivo, pero el destino le conducía a iniciar mayores empresas. Primero llegó a Macedonia; desde allí, fue arrastrado a Sicilia, buscando un asentamiento; desde Sicilia, con su escuadra, alcanzó el territorio Laurente. Troya es también el nombre de este lugar. Desembarcados allí los Troyanos que, al término de una emigración casi inacabable, no conservaban más que las armas y las naves, empezaron a saquear el país… 55 .

En este breve informe consta otra vez la misión especial que aguardaba a Eneas; y, como luego en el v. 2 de la Eneida (fato profugus) , el destino y el destierro del héroe se dan la mano (profugum sed ad maiora rerum initia ducentibus fatis) .

Al contrario, el relato de Dionisio de Halicarnaso 56 sobre el itinerario de Eneas, publicado con doce años de posterioridad a la muerte de Virgilio, era mucho más prolijo y testigo de la enmarañada tradición (I 47 ss.), con la que también Virgilio había tenido que enfrentarse:

Pero acerca de la llegada de Eneas a Italia, ya que algunos historiadores la han ignorado y otros lo han contado de diferente forma, quiero tratar y no de pasada, sino habiendo comparado las historias de los griegos y los romanos de más garantía. Los relatos sobre él son los siguientes… 57

Y a continuación cuenta que Eneas en la toma de Troya se refugió primero en la fortaleza de Pérgamo, con un grupo de resistentes, y luego escapó con gran número de gente al Ida «llevando sobre las mejores carretas a su padre, a los dioses ancestrales, a su mujer, a sus hijos…», que se le unieron fugitivos de ciudades vecinas de la Tróade y que los griegos, no obstante, dispuestos a someter los alrededores de Troya, hicieron un pacto con él permitiéndole huir si entregaba sus plazas fuertes; así lo hizo Eneas dejando a su hijo Ascanio con una parte de sus tropas en la región de la Dascilítide; éste es, según Dionisio, «el relato más fiable sobre la huida del héroe y en el que se basó para sus Troica Helanico» (FGH 4F31), y, tras haber sentado la que él cree mejor versión, ofrece una lista de relatos de menor garantía («pero que cada lector juzgue como le parezca», añade en I 48, 1), entre los cuales pone en primer lugar el testimonio de Sófocles en su Laocoonte , quien había presentado a Eneas huyendo al monte Ida, antes de que la ciudad fuera tomada, con su padre Anquises sobre los hombros y siguiendo las advertencias de éste, quien había pronosticado la destrucción de la ciudad, aleccionado a su vez por Afrodita; sigue luego con la versión, denigratoria para el héroe virgiliano, de Menécrates de Janto, que testimoniaba cómo «Eneas entregó la ciudad a los aqueos por enemistad hacia Alejandro, y que por este beneficio los aqueos le permitieron salvar a su familia» (I 48, 3). En medio de este haz de variantes, dice el historiador griego: «Hay quienes cuentan su salida de forma más fabulosa» (1 48, 4), donde es posible que señale a Virgilio, al que nunca nombra explícitamente, bien que debía conocer su obra 58 . Sigue haciendo constar cómo unos tales Cefalón de Gergis y Hegesipo relatan que Eneas llegó a Tracia y allí murió; que otro tal Arieto y Agatilo testimoniaban la estancia del héroe en Arcadia. Y por fin nos ofrece un itinerario de múltiples estaciones (I 49, 4-1 53, 3), fundado en las huellas monumentales y arqueológicas que denunciaban el paso de los troyanos (nombres de ciudades relacionadas con Eneas, templos a Afrodita, etc.): Palene en Tracia, isla de Delos, Citera, promontorio Cinecio en el Peloponeso, Arcadia, Zacinto, Léucade, Accio, Ambracia, Butroto en el Epiro, Dodona, Yapigia en el sur de Italia, Sicilia, puerto Palinuro ya en la costa oeste italiana, isla de Leucosia, cabo Miseno, isla de Prócita, promontorio de Cayeta y, finalmente, Laurento, donde construyeron un fortín llamado Troya. Más adelante (I 72, 2) añade Dionisio el testimonio de Helanico, según el cual fueron Eneas y Ulises conjuntamente los que fundaron Roma (FGH 4F84).

Antes de que aflorara literariamente la tradición —por primera vez en Fabio Píctor— sobre los reyes de Alba, cadena intermedia entre Eneas y el fundador de Roma, hubo una mayor vinculación, por mayor proximidad cronológica, entre el prófugo troyano y los orígenes de la Urbe. Una serie de historiadores griegos (Alcimo, Cefalón, Demágoras, Agatilo, etc.) hablaban de Eneas o de alguno de sus hijos como tales fundadores 59 , y el mismo Salustio, en el cap. 6 de su monografía sobre Catilina, refiere esta versión.

Entre el escueto relato de Livio y el sumamente prolijo de Dionisio se sitúa, como puede verse, la narración poética de Virgilio, que hubo de conocer todos esos testimonios citados por el griego, rechazar unos, elegir otros, reducir lo múltiple y desarrollar lo simple, según un proceder no estrictamente historiográfico ni mucho menos. Rechazó, naturalmente, como contraria a su propósito, la versión de Eneas traidor, y no sólo dejándola de lado sino haciendo que su héroe la desmintiera con juramento (En . II 431-434):

Iliaci cineres et flamma extrema meorum ,

testor, in occasu vestro nec tela nec ullas

vitavisse vices, Danaum et, si fata fuissent

ut caderem, meruisse manu 60 .

Y desechó también la versión de Helanico 61 , según la cual Eneas fundó Roma en alianza con Ulises; no sólo porque a lo largo de la tradición analística se había ya establecido entre la llegada de Eneas y la fundación de Roma, en atención a una más coherente cronología, todo un período intermedio llenado con la lista variable de los reyes de Alba 62 , sino además, porque el héroe troyano no podía compartir su protagonismo, y menos, evidentemente, con un personaje en el que Virgilio, siguiendo precedentes de la lírica arcaica y la tragedia griega, veía sobre todo valores negativos 63 .

Como también más sencilla que la de Dionisio, pero remontándose a algunas otras fuentes de las que Virgilio tuvo que ser conocedor, es la relación sobre el peregrinar de Eneas que se lee en la ya tardía Origo gentis Romanae , atribuida a Aurelio Víctor, obra en la que al mismo tiempo se denuncia la presencia de Virgilio. Dice así (cap. 9 ss.):

Eran los tiempos en que, después de Fauno, reinaba en Italia Latino, hijo suyo. Eneas, una vez entregado llio a los aqueos por Anténor y otros príncipes, como saliera de noche llevando por delante de él a los dioses Penates, en sus hombros a su padre Anquises y agarrando de la mano a su hijo pequeño, fue reconocido al amanecer por los enemigos; mas por el hecho de ir cargado con tan gran fardo de piedad no sólo no fue molestado por ninguno de ellos, sino que incluso le fue concedido por el rey Agamenón marchar adonde quisiera, y se dirigió a! monte Ida; y allí, tras construir unas naves, emprendió el camino de Italia por consejo de un oráculo en compañía de muchos de uno y otro sexo, según cuenta Alejandro Efesio en el primer libro de su Guerra Mársica . Pero en cambio Lutacio informa de que no sólo Anténor fue traidor a su patria, sino también el propio Eneas; habiéndole concedido el rey Agamenón marcharse adonde quisiera y llevarse sobre los hombros lo que considerara de mayor importancia, cuenta que ninguna otra cosa se llevó él sino los dioses Penates, a su padre y a sus dos hijos pequeños, según dicen algunos, o uno, como quieren otros, que se llamaba Julo y después Ascanio; sigue diciendo que los príncipes de los aqueos, conmovidos por su piedad, le permitieron que volviera a su casa y que se llevara consigo todo lo que quisiera; y así, partiendo de Troya con sus riquezas y muchos compañeros de uno y otro sexo, tras recorrer el ancho mar y pasar por diversas comarcas llegó a Italia, pero antes había ido a parar a Tracia y fundado Aeno, llamándola a partir de su propio nombre; después, conocida la traición de Poliméstor a raíz de la muerte de Polidoro, partió de allí y llegó a la isla de Delos, donde se unió en matrimonio a Lavinia, hija de Anio, sacerdote de Apolo, por cuyo nombre recibieron el suyo las playas Lavinias; una vez que recorrió muchos mares y arribó al promontorio de Italia que está en el campo de Bayas, cerca del lago Averno, sepultó allí al timonel Miseno, que había muerto de enfermedad; de cuyo nombre la ciudad de Miseno recibió el suyo, como también escribe César en el libro primero de sus Pontificales , que, no obstante, dice que este Miseno no era el timonel, sino el trompetero; por lo cual, no arbitrariamente, Marón, siguiendo una y otra versión, dijo lo siguiente:

Pero el pío Eneas un sepulcro de enorme mole

le levanta y pone sobre él sus armas, remo y trompeta .

Aunque, siguiendo a Homero, algunos aseguran que el uso de la trompeta les era desconocido todavía en aquellos tiempos a los troyanos.

Añaden además ciertos autores que Eneas enterró en aquella playa a la madre de un tal Euxino, compañero suyo, agotada por la edad, en las cercanías de un lago que hay entre Miseno y el Averno, y que por eso el lugar recibió su nombre; y al enterarse de que allí mismo la Sibila profetizaba el futuro a los mortales en una ciudad que se llamaba Cimbarionis, fueron a ella para informarse del estado de su fortuna, y el destino que intentaba conocer le prohibió sepultar en Italia a su parienta Prócita, unida a él por consanguineidad, a la que había dejado sana y salva; y cuando volvió a la flota y la encontró muerta, la enterró en una isla cercana, que hasta hoy tiene ese nombre, según escriben Vulcacio y Acilio Pisón; partiendo de allí, llegó al lugar que ahora se llama puerto de Cayeta por el nombre de su nodriza, a la que, habiéndola perdido, allí mismo sepultó; pero César y Sempronio dicen que «Cayeta» era un apodo, no su nombre, que se lo habían puesto porque por consejo y sugerencia suya las matronas troyanas, cansadas de la larga navegación, incendiaron allí mismo la flota, siendo griega esta designación ἀπò τοῦ καίειν («a partir de la acción de quemar»), pues καίειν significa «incendian); desde allí arribó, junto con su padre Anquises y su hijo, a la comarca de Italia que fue llamada Laurente por el arbusto de esa clase, en los tiempos en que Latino reinaba allí, y desembarcando de las restantes naves de los suyos, se acomodaron en la playa y una vez que se comieron lo que tenían de provisiones, devoraron incluso la torta de las «mesas» de harina que, siendo sagradas, llevaban consigo…

He ahí los nombres de otros autores, no citados por Dionisio ni por Livio, que Virgilio hubo de considerar para elaborar su argumento: Alejandro Efesio (escritor griego que parece haber sido contemporáneo de Cicerón 64 ), Lutacio Cátulo (el famoso poeta preneotérico, también historiador), César en sus Pontificales (no César el dictador, según parece, sino un familiar suyo, Lucio Julio César, cónsul en el 64), Vulcacio Sedígito (erudito, conocido como critico literario y poeta, contemporáneo de Lutacio Cátulo y Porcio Lícino), Acilio Pisón (identificable con el analista C. Acilio, que escribió en griego su obra en la huella de Fabio Píctor y Cincio Alimento, seguramente el mismo senador que en el año 155 hizo de intérprete para la curia de la famosa embajada de los tres filósofos griegos Carnéades, Critolao y Diógenes) y Sempronio Tuditano (cónsul vencedor de los histrios en el 129, autor también de obras histórico-jurídicas) 65 . Respecto al detalle de la quema de las naves por las mujeres troyanas, que constaba en esa noticia de los Pontificales y en Sempronio Tuditano, atribuyendo la iniciativa a Cayeta y situándolo en el litoral de este nombre, y acerca del cual hay alguna otra variante, es claro que Virgilio operó un cambio sobre el dato tradicional: lo adelantó a la escala siciliana 66 .

En cuanto a la tempestad que sufren los troyanos al partir de Sicilia (En . I 81-156), estaba ya testimoniada en el poema épico de Nevio, como nos informa Macrobio (Sat . VI 2, 31), e igualmente la posterior queja de Venus a Júpiter y las palabras del dios supremo consolándola con la esperanza de lo porvenir. Ningún otro texto anterior, que nosotros sepamos, la contiene. Ésta es, pues, la fuente, aunque en la elaboración del pasaje son manifiestos los añadidos y es seguro que se ha tenido en cuenta también el modelo homérico de Od . V 291-425 (que, por otra parte, también sirvió sin duda de modelo a Nevio para su correspondiente tempestad) 67 .

Ciertas innovaciones operadas por Virgilio con respecto a la versión tradicional del viaje (aunque siempre cabrá la duda de si realmente lo son o más bien se deben a fuentes y tradiciones que no han llegado a nosotros) parecen tener su fundamento precisamente en los modelos épicos. Así, el episodio de las Harpías y la escala en las islas Estrófades (III 209 ss.) no tiene otra justificación que un deseo de imitar a Apolonio de Rodas (Argon . II 218 ss.). El paso de Eneas y los suyos por la costa de los Ciclopes obedece al deseo de vincularse con el itinerario de Ulises. Acerca del encuentro con Aqueménides, nos parece ingeniosa y convincente la propuesta de Setaioli 68 , quien considera que este compañero del itacense no es sino una transmutación (como lo sería también, según él, la figura de Sinón) del propio Ulises, no ya el homérico, sino especialmente aquel que, según Helanico, fundó Roma junto con Eneas: Virgilio, al hacer que su héroe recogiera a este griego perdido y lo llevara consigo hasta el Lacio (aunque el poeta ya no vuelve a hablar de él para nada), estaría reflejando de modo indirecto la versión de aquella fundación conjunta, greco-troyana, de Roma.

Otra importante innovación virgiliana, presente a fines del libro III , es la tan temprana muerte de Anquises en Drépano (Sicilia), que hasta ese momento había compartido con su hijo el caudillaje de la expedición; según la versión vulgata que constaba en Nevio y Ennio, Anquises llegaba vivo hasta el Lacio en compañía de Eneas. ¿Por qué el poeta lo ha eliminado tan pronto? Ésta es una cuestión que ya se plantearon los antiguos comentaristas, y Servio (ad Aen . Ill 711) la respondía diciendo que, de ese modo, el padre no tuvo que presenciar ni andar entrometido en los poco honrosos amores de su hijo Eneas con Dido; o lo que es lo mismo: Anquises en la aventura cartaginesa habría desempeñado muy mal papel, Virgilio no habría sabido qué comportamiento darle 69 . Pero esta respuesta no parece la más adecuada. Más razonable es, en mi opinión, la suposición de E. Flores 70 : sólo con la muerte del pater Anquises, Eneas se pudo convertir en el guía único de los suyos, en el pater Eneas; obrando de esta manera Virgilio obedecía a un designio literario de engrandecimiento y singularidad de su héroe. Concerniente a Anquises hay otro caso de transmutación virgiliana de los datos tradicionales con un evidente propósito literario: la capacidad profética o adivinatoria que las fuentes previrgilianas atribuían al padre de Eneas (Nevio, fr. 13a Morel, y Ennio, Ann . I, fr. 14 Vahlen) no aparece en Virgilio por ninguna parte, e incluso el Anquises virgiliano se equivoca al interpretar la voluntad de los dioses (así en el caso de la estancia en Creta, que en un primer momento creyó meta definitiva: En . III 102-117); entiendo que con tal desvío ha querido el poeta concentrar en el Anquises muerto dicha capacidad reveladora del destino, de la que previamente había despojado al Anquises vivo; de lo cual depende otro dato más, innovado por el autor de la Eneida: adivinación y ceguera son dos elementos que van generalmente asociados en las leyendas clásicas, y el Anquises adivino de la tradición, según testimonia Servio (ad Aen . I 617-618), está privado de la vista, como castigo de Júpiter por haberse gloriado de sus amores con Venus 71 ; en Virgilio, aun con mención de un castigo de Júpiter (En . II 647 ss.), Anquises goza, al revés, de una vista estupenda (p. ej. en II 732-733: genitorque per umbram / prospiciens) , no por otra razón posiblemente sino como secuela de esta eliminación de su capacidad adivinatoria.

La principal divergencia de Virgilio con respecto al itinerario más tradicional radica en el episodio de Dido y en la escala cartaginesa de Eneas después de la tempestad y el naufragio. Aunque, a pesar de la afirmación de Macrobio a que luego aludiremos, no podemos negar por completo a este episodio su carácter tradicional. No es en absoluto seguro que Virgilio motu proprio y sin apoyo en fuentes anteriores lo inventara. Como tampoco lo es que ya constara en el Bellum Poenicum de Nevio 72 , donde (fr. 23 Morel) alguien (sin que conste el sujeto) pregunta a otro alguien (tampoco es seguro que sea el mismo Eneas) «cariñosa y sabiamente de qué manera Eneas abandonó Troya» (blande et docte percontat Aenea quo pacto / Troiam urbem liquerit…); la persona que inquiere bien podría, en efecto, ser Dido, por paralelismo con la Eneida , máxime si se tiene en cuenta que Nevio sí hablaba de la reina cartaginesa, por lo menos (cf. fr. 6 Morel) para afirmar que, al igual que su hermana Ana, ella era hija de Belo, alusión que muy probablemente se insertaba en un excurso sobre Cartago, completamente natural en una obra sobre la guerra púnica; y hasta incluso, de ser así, podría haber dado lugar con su pregunta a un relato retrospectivo de Eneas acerca de la toma de Troya, semejante al que tenemos en el libro II de la Eneida , que hasta le hubiera podido servir de fuente a Virgilio; pero nada se puede afirmar con seguridad, y pudiera tratarse también de cualquier otro personaje de los muchos con los que se tropezó Eneas en su ruta. Sí que parece, no obstante, que por los años en que Virgilio comenzó a escribir la Eneida , el tema de los amores de Dido y Eneas era de cierta actualidad, como deduce Ruiz de Elvira del examen de los datos 73 . Pues consta en Varrón, según testimonio de Servio en ad. Aen . IV 682 y V 4, que de Eneas se había enamorado no Dido, sino su hermana Ana, y que por amor a él se había suicidado en la pira; eso supone, según este autor, por lo menos una estancia de Eneas en Cartago y una sincronía con Dido 74 , y además, según esta versión alternativa se explicarían aquellas enigmáticas palabras de Dido a su hermana (IV 420-423) en las que, tal vez cediendo Virgilio a esa peculiar costumbre suya de aludir a la versión desechada, una vez que previamente ha seguido otra distinta, se dice aquello de «pues sólo a ti respetaba aquel traidor, e incluso te confiaba sus íntimos sentimientos, sólo tú conocías el mejor modo y momento de abordarlo». Pero además, en apoyo de esa actualidad del tema allá por el año 30 y 29 a. C., hay que referirse a la obra de un escritor griego afincado en Roma, Lucio Ateyo Pretextato, titulada An amaverit Didun Aeneas , citada por Carisio (Art. gram . I 127 Keil), y probablemente publicada en Roma pocos años antes de que Virgilio comenzara a trabajar en su epopeya 75 .

No obstante todo lo cual Macrobio en sus Saturnales (V 17, 4-5) dictamina, o mejor dicho, hace decir a uno de los contertulios que, siguiendo la ficción de un diálogo, intervienen en su obra, que Virgilio en lo referente a Dido y Eneas imitó de manera puntual los amores de Jasón y Medea según Apolonio y que llevó a cabo su imitación con tal elegancia que la narración de Dido apasionada, «que todo el mundo conocía como falsa» (quam falsam novit universitas) , pasó como verdadera a través de los siglos y de tal manera fue creída que no hay tema más usado por artistas, comediantes y tapiceros. ¿Qué ocurre aquí? ¿Cómo es que hay datos que nos orientan a una presencia de Eneas en Cartago en fuentes romanas previrgilianas, y encontrado con esos datos el testimonio de Macrobio que nos asegura la falsedad de esa narración? No hay otro modo de interpretar esta aparente contradicción, creo yo, sino pensar que Macrobio concede autenticidad a la versión contraria, y llama falsa a ésta a pesar de que ya constara en otras fuentes anteriores a la Eneida . Macrobio cuenta posteriormente cómo la versión más histórica y auténtica sobre Dido, aquella que —según sabemos, pero Macrobio no lo dice— estaba ya, más de dos siglos antes de Virgilio, en el historiador Timeo (FGH 566F82) 76 , era la de que Dido se mantuvo siempre casta y fiel a la memoria de su primer esposo y se suicidó para no acceder a las insistentes demandas de matrimonio por parte del rey de los libios, sin que haya en el fragmento referencia ninguna a Eneas; dicha versión aparece más tarde (sin polémica ninguna con la otra versión, que ni menciona) en el resumen que hizo Justino de las Historias Filípicas de Pompeyo Trogo, contemporáneo de Virgilio, cuya obra no se ha conservado, y a lo largo de toda la Antigüedad, e incluso más adelante 77 , hay ecos literarios de la polémica entablada entre las dos versiones.

De todo ello deducimos que, si bien Virgilio contó acaso con el fundamento de otras fuentes para llevar a Eneas a Cartago y ante Dido, también es cierto que la leyenda más universalmente aceptada se vio en su obra modificada por el influjo modélico de un episodio —ajeno en cuanto a su materia— de la obra de Apolonio; detalles como el de la cueva en que Jasón y Medea celebran su boda y consuman su matrimonio (Argon . Ill 1128 ss.) se mantienen en el texto virgiliano: en efecto, también los amantes de Cartago se unen por primera vez en una cueva (En . IV 165-172). Pero el pasaje de Apolonio no es el único «intertexto» que colabora a la creación del supremo libro IV de Virgilio, y la afirmación de Macrobio en el sentido de que librum Aeneidos suae quartum totum paene formaverit ad Didonem vel Aenean amatoriam incontinentiam Medeae circa Iasonem transferendo es absolutamente hiperbólica. La tragedia de Dido es, como viene a decir A. La Penna 78 , la parte de la Eneida en la que mejor puede comprobarse el uso que hace Virgilio de sus vastas lecturas poéticas. Pues efectivamente en la prosopopeya y relato de la pasión de la reina subyace también la Ariadna abandonada del poema 64 de Catulo 79 , la Medea y la Fedra de Eurípides, la Circe y la Calipso de la Odisea , y hasta incluso, en algún momento, Penélope, la Hipsípila y el Eetes del propio Apolonio, y el Áyax y la Deyanira de Sófocles 80 ; las palabras de Dido pidiendo que surja un vengador de entre los suyos (IV 625 ss.) son proyección de Esquilo, Agam . 1279 ss. 81 ; el abandono de Medea por Jasón, más o menos en paralelo con el de Dido por Eneas, constaba en la Medea de Eurípides (no en Apolonio, como se sabe), y en general el influjo de la tragedia ática atañe no sólo a motivos concretos sino a la general estructura del pasaje 82 . El milagro artístico virgiliano reside en que una tal pluralidad genética del personaje no merma, ni mucho menos, su coherencia psicológica y su unidad.

En cuanto al relato virgiliano de la caída de Troya en el libro II , no se sabe con claridad qué fuentes utilizó. Podría haberse inspirado en la Iliupersis de Arctino de Mileto, en la Pequeña Ilíada de Lesques de Mitilene, en la Iliupersis de Estesícoro, en el Sinón de Sófocles, en las numerosas alusiones a la caída de la ciudad en muchas tragedias de Eurípides, en las dos piezas que con el título de Equos Troianus escribieron, al parecer, Livio Andronico y Nevio, en el probable relato inicial del Bellum Poenicum sobre ese tema —como ya adelantábamos—, en la Helena de Teodectes y el Deiphobus de Accio, que presentaban la traición de Helena y la muerte de Deífobo; pero de la mayoría de esas obras, casi todas perdidas o fragmentarias, no sabemos a ciencia cierta el contenido y no es posible hacer deducciones fiables. Sí parece inadmisible la noticia de Macrobio (Sat . V 2, 4-5) sobre la deuda en este punto de Virgilio con un tal Pisandro, porque de entre los varios autores griegos con ese nombre el único que escribió sobre tema troyano, Pisandro de Laranda, es del siglo III después de Cristo, de modo que ha de tratarse de una confusión de Macrobio. En opinión de Heinze 83 , no obstante, habría que suponer la existencia de una perdida Iliupersis en la que se inspiraría no sólo Virgilio, sino también este Pisandro de Laranda, Quinto de Esmima, Trifiodoro, Dictis y Dares, es decir, Virgilio y todos aquellos autores griegos posteriores a él que guardan paralelismo con su relato, negándose a admitir sobre ellos el crítico alemán la influencia de Virgilio.

A propósito de la muerte de Príamo el texto virgiliano nos ofrece una paradoja que sólo tiene su explicación (y ya es así explicada por Servio, ad Aen . II 506) en esa sorprendente costumbre del poeta, a la que ya hemos hecho referencia a propósito de Dido y Ana, y es la siguiente: en relación con determinados hechos míticos, Virgilio se inclina por una determinada versión y la desarrolla, pero, en un deseo de integración —hemos de suponer—, alude de soslayo a otra diferente, con evidente incongruencia narrativa. Y eso es lo que ocurre aquí: Príamo muere atravesado por la espada de Pirro dentro de su palacio, al lado de un altar (II 550-553), y sin embargo el cadáver aparece inmediatamente después (v. 557) a la orilla del mar, decapitado, sin que de ello se dé ninguna razón; y es que Virgilio siguió primeramente la versión más divulgada sobre la muerte del anciano rey, y luego aludió por añadidura a una tradición diversa que constaba en Pacuvio, como dice Servio, según la cual Pirro lo mataba en el promontorio Sigeo, ante la tumba de su padre Aquiles 84 .

El rasgo más definitorio de Eneas, su piedad, aunque resaltada de modo especial por Virgilio, tiene también su fundamento en la tradición legendaria 85 . Ya en la Ilíada (XX 297-299) Posidón dice que Eneas no merece padecer dolores porque siempre obsequia a los dioses con agradables presentes. Hemos visto también cómo en el Laocoonte de Sófocles se le presentaba en la piadosa actitud de transportar a su padre inválido sobre los hombros, y es esta imagen la más frecuentemente representada en fuentes cerámicas 86 y artísticas en general. Vasos y ánforas, de procedencia etrusca, de figuras rojas y de figuras negras, un escarabeo igualmente etrusco de hacia el 490 a. C. (en cuyo grabado figura efectivamente Eneas llevando a Anquises, y éste a su vez una cista), estatuillas de terracota provenientes de Veyos, desde el siglo VI y V son pruebas inequívocas del conocimiento de la leyenda en Etruria, y del ensalzamiento de la faceta piadosa de Eneas. De la piedad de Eneas y de que salvó a su padre habla igualmente Jenofonte en Cineg . I 15. Con igual o mayor explicitud, en la Alejandra (vv. 1261-1270) de Licofrón (de fines del IV o principios del III ) consta un dato que ilustra también su piedad hacia los dioses y no sólo hacia su padre (cierto es, sin embargo, que dicho dato conlleva un menoscabo de sus funciones como esposo y padre), a saber, que Eneas prefirió salvar las imágenes de los dioses y a su padre, antes que sus tesoros, e incluso que a su esposa y a su hijo.

La catábasis de Eneas en el libro VI tiene como principal fundamento la equiparación del héroe con el Ulises homérico; su visita a los muertos según el libro XI de la Odisea ha servido sin duda como estímulo inicial para que Virgilio incluyera en el viaje de su héroe una experiencia similar. No hay constancia en fuentes anteriores de que Eneas hubiera bajado al infierno y hubiera recibido allí revelaciones proféticas. Lo más parecido a eso es el sueño del héroe, en el que se le revelaba todo su futuro, que constaba en los Anales de Fabio Píctor, según testimonio de Cicerón en De div . I 43 87 . Es en esta tradición romana, tanto como en el ciceroniano Sueño de Escipión , donde, a juicio de Perret 88 , habría que buscar la verdadera correspondencia del libro VI de la Eneida . De todos modos, en su concepción escatológica y su bien organizada visión del más allá sí que hay que contar también con influjos de Píndaro, Platón, Posidonio y las doctrinas órficas, aspecto este último en el que ha hecho hincapié Setaioli 89 .

Según las frecuentes citas de Servio en su comentario, parece ser que Varrón trataba con gran detalle todo lo relativo al viaje y llegada de Eneas al Lacio. Un dato, entre muchos, que me parece de particular interés es la puntualización serviana (ad Aen . I 382) de que Eneas, según Varrón en el libro segundo de sus Antiquitates rerum divinarum , fue guiado constantemente en su navegación hasta Italia por la estrella de Venus o Lucífero, a la que veía incluso de día, y que al llegar al territorio laurente desapareció y no volvió a verla más; el interés del dato estriba para nosotros, aparte del reconocimiento en él de un motivo folklórico presente asimismo en el relato de los Magos (Mt. 2, 1-12), también en su conexión con varios pasajes de la Eneida: en primer lugar con la expresión matre dea monstrante viam de En . I 382, que indudablemente queda así explicada y a ese propósito recurre Servio al testimonio; en segundo lugar con aquel otro pasaje del libro II (vv. 692-698) en el que una estrella fugaz, dejando larga estela de luz y ocultándose en el Ida, signantemque vias , decide por fin al recalcitrante Anquises a acompañar a su hijo en la huida, pues adivina en el signo la voluntad de los dioses; y en tercer lugar con los versos finales (801-804) del libro II , en los que se cuenta cómo Eneas, viendo brillar el Lucífero sobre las cumbres del Ida, emprende el camino de las montañas. Otros varios detalles de la leyenda en Varrón, como la casi segura conexión en este autor de Eneas con Cartago —asunto del que ya hemos hablado— nos permite suponer con Nettleship 90 el importante papel como fuente para la Eneida que representaron las Antiquitates .

Por lo que se refiere a la guerra, cuyo desarrollo comprende la casi totalidad de la segunda parte de la Eneida , constaba ya en sus detalles principales en los Orígenes de Catón —según informa Servio, ad Aen . I 267, IV 620 y VI 760—, aunque con versión diferente a la que ofrece Virgilio. Y, siguiendo la versión catoniana, tanto Dionisio de Halicarnaso como Livio, y con herencia de este último (con algún elemento también virgiliano) la Origo gentis Romanae , cuentan en síntesis cómo, tras una primera alianza de Latino con los troyanos, Turno, rey rútulo, se enfrentó contra ellos, airado por habérsele arrebatado su prometida Lavinia; en un primer combate pereció Latino, aunque fueron vencidos los rútulos; y en un segundo combate, en el que los rútulos se habían aliado ya con los etruscos, murieron juntamente Eneas y Turno, quedando Ascanio como caudillo troyano, quien posteriormente mataría a Mecencio, rey etrusco aliado de los rútulos. El relato de Livio, aparte de más escueto, difiere del de Virgilio no sólo por seguir el anterior esquema de los hechos sino también por haber adelantado la boda entre Eneas y Lavinia. Y el de Dionisio, por nombrar a Turno como Tirreno. Que Amata se suicidara como en Virgilio, pero después de la muerte de Latino y no de Turno, como en Virgilio, constaba en el analista Pisón, según testimonia el autor de la Origo (13, 8). En suma, la casi totalidad de los sucesos de la segunda parte de la Eneida o al menos su hilo conductor se remonta también a la analística romana, bien que las fuentes más explícitas, recogiendo la vieja memoria, Livio y Dionisio de Halicarnaso, sean contemporáneas al mismo Virgilio. Es notoria la mutación introducida por el poeta sobre el relato tradicional de los hechos: Eneas va consiguiendo —según Virgilio— imponerse paulatinamente sobre etruscos y rútulos, mata a Mecencio él mismo, y posteriormente a Turno, quedando vivo Latino y habiéndose mantenido casi al margen de la guerra Ascanio. No conocemos ninguna fuente que le hubiera podido servir de precedente para esta versión, y es muy plausible la hipótesis de Heinze 91 , según la cual Virgilio habría operado una concentración de los acontecimientos en veinte días aproximadamente para reproducir en cierto modo la situación de la Ilíada , hipótesis mantenida por G. D’Anna 92 .

Puede decirse que Virgilio se ha encontrado en esta segunda parte de su epopeya con el problema contrario al que afronta en la primera: allí tuvo que unificar tradiciones múltiples, simplificar la multiplicidad de lugares de paso; aquí —aparte de esa concentración o reducción cronológica de que habla Heinze, y coexistiendo con ella— ha tenido que operar una diversificación en el escueto relato de la tradición catoniana con injerencia de figuras y episodios ajenos a la versión conocida 93 .

Además, el hecho de que sea Eneas el que da muerte a Mecencio, y no Ascanio, como en la versión conocida, nos habla a favor de un deseo del poeta de acaparar hazañas para su héroe restando protagonismo a otros personajes; el hecho está en la misma línea de la eliminación de Anquises antes de llegar al Lacio, operada novedosamente por Virgilio, con el fin de constituir a Eneas como caudillo único de la expedición.

A la vista del escueto material tradicional con el que Virgilio contaba para desarrollar en la segunda parte, parece seguro que también hubo de inventar episodios forjándolos según los modelos épicos o, en general, míticos. Viose empujado, en suma, a incorporar la ficción a la mitología. Eso es claro en el episodio de Niso y Euríalo, cuya nocturna salida del campamento troyano está modelada sobre la similar de Ulises y Diomedes en el libro X de la Ilíada 94 . Esto es lo que suele comúnmente aducirse, con razón, a propósito de la génesis del episodio, y que también hay reminiscencias de la embajada enviada a Aquiles en el libro IX del mismo poema homérico. Yo añadiría que tenemos aquí probablemente contaminación de otro elemento homérico más: la proverbial amistad de Aquiles y Patroclo, mostrada a lo largo de toda la Ilíada , se ha proyectado en la amistad que vincula en la Eneida a los dos expedicionarios.

Con respecto al episodio, también del libro IX , relativo a los dos hermanos Pándaro y Bitias, Macrobio, por boca de Furio Albino, uno de los personajes de su obra (Sat . VI 2, 32), informa que está creado a ejemplo de otro de los Anales de Ennio, en el libro decimoquinto, en el que se presentaba a dos soldados histrios que, en medio de un asedio, irrumpieron fuera de la puerta e hicieron una matanza entre los enemigos que los asediaban: valga esto como muestra de la esporádica influencia en la Eneida del viejo poeta, influencia que atañe, sin embargo, más a la expresión, al léxico y a las fórmulas que propiamente a los temas 95 . Pero, en relación con ese mismo episodio, otro contertulio de las Saturnales , Evángelo, interesado en detectar grecismos en el texto virgiliano, destacaba (V 11, 29) el influjo de Homero (Il . XII 127 ss.), episodio en el que se habla de los gigantescos lápitas Polipetes y Leonteo, semejantes a encinas y situados como guardianes de las puertas. Se trata, pues, de una contaminatio homérico-enniana.

En cuanto al emotivo personaje de Camila, la belicosa doncella de la nación volsca, hay también suficientes razones para suponer que fue producto de la ficción, modelada sobre prototipos míticos griegos (Harpálice, Pentesilea, Atalanta), más que procedente de una tradición mítica romana, vinculada o no a la leyenda de Eneas 96 .

Como vamos entreviendo, la injerencia de los poemas homéricos modifica notablemente el material tradicional sobre Eneas. La Odisea es, en palabras de G. D’Ippolito 97 , el «intertexto» principal de la Eneida . Su influjo modélico se deja sentir sobre todo en la primera parte: tempestad, divinidad perseguidora del héroe, puerto de Cartago descrito paralelamente a como se describe el puerto de Ítaca, nube que envuelve a Eneas hasta llegar a Dido como nube que envuelve a Ulises hasta llegar al palacio de Alcínoo, hospitalidad y banquete, relato retrospectivo en la sobremesa, catábasis, etc. Pero también en los seis últimos libros, la parte considerada «iliádica»: la visita de Eneas a Evandro y la hospitalidad del viejo rey (libro VIII ) tiene ecos de la visita de Telémaco a Néstor (libro III de la Odisea) , el monólogo de Juno, que vuelve de lejos, al ver al odiado troyano (En . VII 293-322), es paralelo al de Posidón en Od . V 286-290, e incluso se han hallado semejanzas prosopográficas entre Mecencio y Polifemo 98 . Que, por otra parte, los libros VII -XII tratan de ser, en líneas generales, una «Ilíada romana», está casi dicho textualmente en la profecía de la Sibila a Eneas (VI 88-94):

Non Simois tibi nec Xanthus nec Dorica castra

defuerint; alius Latio iam partus Achilles ,

natus et ipse dea; nec Teucris addita Iuno

usquam aberit, cum tu supplex in rebus egenis

quas gentis Italum aut quas non oraveris urbes!

causa mali tanti coniunx iterum hospita Teucris

externique iterum thalami 99

y, en efecto, son muchos y conocidos los lugares paralelos: catálogo de tropas, descripción del escudo del héroe, expedición nocturna al campo enemigo, triángulo Aquiles-Patroclo-Héctor como triángulo Eneas-Palante-Turno, duelo entre los dos héroes, ruptura de los pactos, etc., pero, como en el caso de la Odisea , tampoco el influjo de la Ilíada se circunscribe a la segunda parte de la epopeya: los juegos fúnebres en honor de Anquises del libro V de la Eneida derivan, como es bien sabido, de los celebrados en honor de Patroclo muerto en el libro XXIII de la Ilíada 100 . La deuda con Homero atañe no sólo al plan general y a temas concretos, sino a recursos estilísticos y procedimientos inherentes al género, tales como comparaciones, epítetos y fórmulas. La cuestión de los préstamos homéricos es, sin duda, el campo en que más se ha ejercitado la crítica de la Eneida , desde la Antigüedad (destacando la figura de Macrobio, que trata de este tema con toda prolijidad en el libro V de sus Saturnales) hasta el siglo xx, en que Knauer lo ha expuesto y discutido en una feliz y culminante síntesis 101 . Ni que decir tiene que esta relación con el padre de la poesía está en equilibrio con una innegable originalidad y personalidad creadora. Virgilio introduce en el mundo de la épica una visión más moderna, más espiritual, como a continuación precisaremos. Hacemos nuestras a este propósito las palabras de E. Valgiglio 102 , en el sentido de que dicha confrontación es más útil para detectar las diferencias entre ambos que para catalogar sus semejanzas, y de paso para subrayar lo distinto del espíritu romano y el griego, y la consiguiente originalidad de Roma.

Lo novedoso, en efecto, es sobre todo el nuevo hálito de la Eneida , el ser vehículo de la expresión de una nueva heroicidad, de un mayor intimismo, de una valoración distinta de lo humano. La consideración de un Virgilio pre-cristiano se ha apoyado frecuentemente no sólo en el misterioso anuncio en la cuarta bucólica del nacimiento de un niño, presuntamente Cristo según exégesis tardoantiguas y medievales, sino también en el nuevo carácter y heroísmo de Eneas, vecino ya en muchos sentidos del santo cristiano. T. Haecker, subrayando la superación, en Eneas, del heroísmo homérico, lo ponía en parangón con Abraham, que en igual medida fue ciegamente obediente a un mandato divino, en virtud del cual tuvo que salir de su patria y buscar una tierra prometida y que, también como Eneas, fue objeto de promesas en relación con su posteridad 103 . Eliot, a su vez, lo compara con Job 104 . J. Perret subraya acertadamente cómo el héroe homérico vive el instante, abocado a la inmediata espontaneidad y a colmar sus iniciativas, mientras que Eneas es un héroe cargado de pasado (Troya) y de futuro (Roma) pero vacío de presente, que practica un estoicismo hondamente arraigado en su religiosidad 105 . Rostagni está de acuerdo en su ir más allá del heroísmo homérico y pone de manifiesto cómo su grandeza reside en la subordinación de sus intereses particulares a los generales de la comunidad y del estado: «eroe dunque ben diverso da ogni tipo tradizionale e convenzionale di eroicità; d’una grandezza non appariscente, ma interiore» 106 , o dicho de una manera más redonda y precisa:

Sobre el campo ensangrentado de la vida y de la historia el cantor de Eneas hace resplandecer una luz que es la luz del verdadero heroísmo: la violencia dominada por la idealidad de la meta, santificada por el espíritu de sacrificio, casi coronada por la dignidad moral del sufrir y del inmolarse por un fin más alto 107 .

Para Rostagni, en suma, la modernidad de la Eneida reside no sólo en la práctica de los principios estéticos de los neotéricos y alejandrinos, sino en esta canalización de corrientes de una nueva espiritualidad que preanuncian el cristianismo 108 . Y más o menos en la misma línea I. Lana resume las conclusiones de su excelente estudio La poesia di Virgilio 109 : lo más visible para el lector del poema épico es su significado político, que no es otro sino la celebración de Roma y su destino, así como de la estirpe divina de Augusto, pero junto a este significado político hay otro, más de la esfera privada, «la vivencia del hombre que, a través de la renuncia y la expoliación de sí y mediante la aceptación de las leyes de los dioses, piensa realizarse a sí mismo». Y parece claro, en verdad, que Virgilio quiso dar a su epopeya una densidad de significado mayor del aparente, no sólo apuntando simbólicamente hacia la realidad histórica de Roma desde el ámbito del mito, sino aún más allá, tratando de responder a los interrogantes más hondos sobre la condición humana, sobre todo lo cual ilumina el libro famoso de Pöschl 110 .

Eneida

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