Читать книгу El fin del autoodio - Virginia Gawel - Страница 10

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Vivimos en una era impensable hace apenas 30 años. Nos comunicamos a una velocidad que reduce el mundo a una pequeña casa donde habitamos todos juntos: todo lo que hay que hacer es caminar dos pasos digitales para estar en contacto con quien sea en donde sea. Esto conlleva una democratización muy bienvenida de recursos culturales; hoy, cualquiera de nosotros puede tener en la palma de su mano más información, entretenimiento y alimento espiritual de la que un rey de hace quinientos años podía soñar con juntar en toda su vida. ¿Por qué tenemos, sin embargo, esta inquietud, esta comezón continua, la sensación de que algo falta?

Hacemos, vemos y decimos en un solo día lo que hasta hace poco nos llevaba un mes. Atrapados en el hacer, el ser se nos escapa entre los dedos. La imagen se hizo nuestro verdadero amo y la servimos religiosamente, un culto de pixeles donde validar nuestra identidad tambaleante, como si la aprobación de los demás fuera el suero que nos mantiene con vida.

Escapamos de nosotros mismos con la urgencia de quien huye del juez más salvaje, y la sensación de “no dar la nota” está siempre un paso más adelante. Algo nos dice que no somos lo suficiente, y encontramos prueba de ello a cada paso. Como un corredor que quisiera ganarle al tiempo en su propio, implacable juego, yendo cada vez más rápido para atravesar la frontera entre lo acotado y lo infinito, nos convertimos en un ladrón que huye con un magro botín sin saber que él mismo está hecho del material más precioso que existe.

La infancia, cuando es vivida en un entorno de amor, es un lugar lleno de magia, donde ninguna cosa es apenas “una cosa”, donde el significado muta y se multiplica al ritmo del juego y la imaginación. Estamos, todavía, en el Jardín, una tierra de anchos senderos del cual la palabra limitante aún no nos ha expulsado. Ese sentido de posibilidad, de camino abierto, de disponer de un océano de tiempo para sentir y dejarse acontecer sin límites es un buen sextante para reencontrar nuestra estrella guía.

Nuestra idea de que solo la perfección nos hará merecedores de la valoración de los otros es una estafa emocional a la que accedimos por no poder reconocernos como seres únicos e irrepetibles, facetas de una joya tan intangible como hermosa y omnipresente.

En El fin del autoodio, Virginia expone con mirada exhaustiva y sabia las numerosas maneras que encontramos de traicionar la fe en nosotros mismos, y pone a nuestra disposición valiosas herramientas para despejar esas nieblas.

Decir nuestra voz, amar y expresar nuestra singularidad, ofrendar nuestras vocaciones y habilidades (que se suelen dar en combinaciones únicas en cada persona, dotándonos de capacidades muy particulares de interrelacionar las visiones aparentemente más dispares) no son solo aportes esenciales a la comunidad y al tiempo que nos toca vivir, sino el ejercicio de ahondar en nosotros mismos, de devolvernos, después del duro viaje heroico de “ganar el mundo”, a nuestra verdadera casa, ese país sin bandera, bordes ni papeles, el lugar de donde venimos y adonde vamos, de donde jamás, en realidad, nos hemos ido.

Pedro Aznar, Mar de las Pampas, diciembre de 2019

El fin del autoodio

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