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Capítulo 4. Los amigos

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La aparición de Petia en la clínica, y al mismo tiempo en su vida, fue por todo lo alto. Si bien apenas se conocían. Una vez se vieron en Grodno, donde Petia —que era clavado al famoso cantante Viktor Tsoi—, trabajaba como interiorista, y aquel buen día él fue a visitar a su mejor amigo, Sergey, a quien conoció en el servicio militar. Petia era entonces un apuesto joven rebosante de un humor maravilloso, que podía imitar sonidos que la voz humana no podía reproducir. Por ejemplo, el sonido de las ruedas del tren teniendo como fondo la voz de un conductor ofreciendo té a los pasajeros, o el traqueteo de una sierra radial cortando en pedazos un trozo de metal.

Y un buen día, la puerta del ascensor de la clínica, por alguna razón, se entreabre, y hete aquí que asoma la cabeza de Petia, espetándole a una enfermera, anonadada por la sorpresa, sentada debajo de un cartel que rezaba “RECEPCIÓN”, algo extraño para un ruso:

– ¡Llame urgentemente a los bomberos para que presten asistencia de emergencia al presidente de Karakalpakia, que está atrapado en este maldito ascensor, y no se olvide de la orquesta tocando una marcha de bienvenida y una alfombra roja puesta a sus pies!

Luego bromeó un rato con la chica, que casi no se había recuperado del susto, regaló a todo el personal médico manzanas traídas de Bielorrusia, y explicó solemnemente a todos que se trataban de productos realmente naturales, sin abonos químicos, y les ordenó recordar la palabra bielorrusa prismaki, que quiere decir delicatesen. Lo cierto es que Petia era ruso, aunque había nacido en Uzbekistán, y probablemente se parecía a su padre uzbeko, a quien nunca había visto ni conocido. La madre de Petia dejó su casa de forma repentina, se mudó a Bielorrusia y dejó a su hijo en un internado para niños superdotados que mostraban habilidades especiales para la música y las bellas artes. Así pues, era un joven medio uzbeko, con talento y divertido. En resumen: una mezcla explosiva.

Petia ejerció una influencia sobre él realmente sorprendente. Él no estaba acostumbrado a tener amigos, se reía con sus bromas inimitables; le enseñó Moscú, irreconocible después de tantos años, donde ahora vivía y trabajaba; le llevó a la Galería Tretyakovskaya y a muchos sitios más. Petia fue el primero en tratarlo como una persona normal, y no hipócritamente como un pobre discapacitado. Apreció el gesto y empezó a llamar a Petia como “mi padre moscovita”.

Por cierto, esto es lo que su mejor amigo Sergey, mencionado anteriormente, escribió sobre este atípico personaje.

Petia y el color blanco

De todos es conocido el amor de Petia por el color blanco. Amor que se remonta a su primera infancia. Hay una famosa foto colectiva de nuestra clase, donde todos usan sombreros de invierno negros, de piel de conejo, excepto Petia, que lo llevaba blanco.

A nuestras madres les gustaba mucho Petia porque venía de visita con una camisa blanca como la nieve y halagaba descaradamente todo aquello que a las mujeres siempre les gustaba. Además, mantenía siempre el cuello de la camisa impoluto, reflejando su origen oriental; Petia nunca sudaba, a diferencia de nosotros, habitantes de las latitudes medias.

Petia aparentó ser muy joven durante muchos años. Una vez le enviamos a la tienda a por vodka. Iba vestido como se suele ir en verano, con pantalones cortos blancos y una camisa blanca de manga corta. “Chaval, enséñame el DNI, tú no tienes dieciocho años”, le espetó la vendedora. Hay que recordar que en aquel momento nuestro héroe tenía ya 27 años. La vendedora, por cierto, no era mucho mayor, solo que pesaba el doble. Petia era, podríamos decir, bastante esmirriado.

Petia y el sonido

Petia tiene un oído finísimo para la música. Esto es un hecho científico confirmado por el famoso músico Valeri Tkachuk. Petia puede cantar todo, desde La Danza del Sable de Khachaturian hasta canciones de Céline Dion de la película Titanic. Por cierto, lloró cuando vio por primera vez esa película.

Al mismo tiempo, Petia no emite notas como músico, sino como artista, con todos los tonos de timbre, dibuja sonidos. Petia es el mejor imitador de sonidos del mundo. Es harto difícil describir su imitaciones del aterrizaje de un avión, del ruido de los vasos en los portavasos en el vagón de un tren, de la apertura de las puertas de la plataforma del vagón. Hay toda una serie de sonidos grabados desde la parada del trolebús que se encontraba debajo de nuestro dormitorio de la residencia. La habitación n.º 21 estaba en el segundo piso, mientras que la tienda de comestibles n.º 20 estaba ubicada en el primer piso. El 0 de la cifra 20 estaba ligeramente torcido y Petia se ponía a veces sobre él, arrastrándose por la ventana y realizando su rally característico “Intento de suicidio”. Desde la ventana de la habitación se podía escuchar “siguiente parada: Kalinina”, br-br, las puertas del trolebús cerrándose, el camión MAZ acercándose desde lejos y el chirrido de sus frenos en la intersección más cercana.

Pero lo mejor de todo era que Petia, por ejemplo, podía recrear los sonidos de las máquinas de carpintería, sierras circulares y máquinas de cepillado. El botón de apagado de esa máquina, como es sabido, está al nivel de la rodilla, porque las manos del carpintero están ocupadas. ¡Cuál no sería la sorpresa del carpintero de la universidad, apellidado Shpak, cuando golpeaba sin cesar con la rodilla el botón de apagado y la máquina seguía funcionando! No es difícil imaginar que el bueno de Petia rondaba por allí cerca y reproducía el sonido de la máquina en funcionamiento.

El muchacho. Novela documental

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