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Capítulo 2. No vemos las cosas como son

Qué fácil es responsabilizar de nuestro estado emocional a lo que esté pasando, sin darnos cuenta de que también, en parte, no vemos las cosas como son. Creemos que son los acontecimientos, situaciones o personas las que nos hacen sentir de tal o cual manera. Que frecuente es oír: “Estoy mal por lo que el otro dijo, hizo o no hizo”, “Estoy contento porque pasó esto o lo otro”. Cuando en realidad también es lo que uno piensa respecto a algo lo que nos hace sentirnos bien o mal.

Un niño se ataja como si fueran a pegarle, por ejemplo, cuando la maestra acerca la mano a su hombro. La acción de la maestra la ve no como es, sino de acuerdo con lo que él experimentó en su casa cuando le pegaron. Pero no sería raro que incluso al ser adulto lleve consigo esa experiencia que le haga juzgar a cualquier autoridad como abusiva, ya que fueron abusivos con él cuando niño. Así el simple hecho de que la policía le pida al conducir sus credenciales, lo podría poner tenso como si fuera a sufrir un maltrato. El maltrato que existió de niño cuando la autoridad de su padre era mal ejercida, haría que perciba así la autoridad en el presente.

Tal vez no nos hayan pegado de niños. Pero sí, aprendimos a mirar el mundo de determinada manera, de acuerdo con lo que experimentamos de niños. A veces no por algo que nos hicieron, sino por algo que nos faltó. No nos dieron todo lo que necesitábamos, esas carencias hoy pueden teñir nuestra mirada. Creemos que vemos las cosas como son. Pero nuestra percepción fue marcada por la experiencia.

Esto también tiene consecuencias positivas, las experiencias nos pueden capacitar. Una mujer, por ejemplo, toleraba en la oficina sin problemas las voces y el ruido de los escritorios vecinos mientras que otros se enojaban pidiendo silencio. Pero ella lo toleraba porque siendo la segunda de seis hermanos, el ruido presente, aunque distinto, también lo juzgaba como algo normal de cualquier ambiente, ya que en el ambiente familiar era frecuente.

En estos casos vemos como detrás de una experiencia actual, hay un aprendizaje previo que nos hace ver una situación de distintas maneras. Muchos de nuestros pensamientos, vienen de aprendizajes que experimentamos de niños. El niño, cuando su padre levantaba la mano, aprendió a prepararse para el golpe. Ese aprendizaje le sirvió para protegerse, aunque luego le hizo ver posibles golpes donde no los había. Y en el caso de la mujer, el aprendizaje le generó una capacidad. La experiencia del ruido en su niñez la hizo formar un pensamiento sobre éste, que la capacitó para tolerarlo mejor.

Nuestra manera de percibir es tan particular como nosotros mismos. No tenemos una mirada pura, sino que depende directamente de lo que aprendimos por nuestras experiencias. Nuestras experiencias determinaron lo que hoy pensamos. Y la forma en que pensamos sobre algo, hace que nuestras emociones respondan de acuerdo a cómo lo juzgamos. No es la intención escribir sobre psicología, pero sí que podamos entender que muchas veces no vemos las cosas como son.

En la oración contemplativa, aceptamos la realidad. Y parte de esta realidad, es nuestro mundo emocional distorsionado. No es fácil aceptar que nuestra mirada está distorsionada. Pero, ciertamente, cuando vemos el amor de Dios y que todo es fruto de esta belleza, cuando sentimos la paz de que nada escapa a este orden y poder, entonces descubrimos que cuando no vemos esto, no vemos las cosas como son. Cada vez que nuestras emociones toman el mando de nuestra vida, distorsionan lo que creemos ver.

Debemos dejar de culpar el afuera para responsabilizarnos de que no vemos las cosas como son. Cuando nos responsabilizamos, comienza un cambio en nosotros. Dejamos de culpar, de juzgar y estamos listos para experimentar una paradoja. Si no podemos cambiar eso que nos molesta, sí podemos cambiar nosotros. Y cuando cambiamos nosotros, eso que nos molesta también cambia.

No negamos que acontecen situaciones objetivamente dolorosas, que no dependen solamente de cómo las miramos. Nuestra sensación térmica depende de la temperatura que hay. El fuego nos puede quemar y el agua nos puede ahogar. Pero también es bastante común, que nos sintamos incendiados cuando no lo estamos, o ahogados en un vaso de agua. Porque, aunque seamos capaces de sentir lo que la realidad manifiesta, la vemos con nuestros ojos. Y nuestros ojos aprendieron con dolor tantas lecciones que hoy tienen una viga de la que somos responsables. A veces, nuestros ojos nos mienten. Quien descubre esto, podrá encontrar un camino hacia la paz.

Por qué te aferras a lo que te hace daño

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