Читать книгу Calle de sentido único - Walter Benjamin - Страница 8
N.º 113
ОглавлениеLas horas que contienen la forma
han transcurrido en la casa del sueño.
subterráneo
Hemos olvidado hace tiempo el ritual que presidió el levantamiento de la casa de nuestra vida. Sin embargo, cuando la asaltan y las bombas enemigas caen sobre ella, ¡qué escuálidas, estrambóticas antiguallas dejan éstas al descubierto entre sus cimientos! ¡Cuánto no quedó enterrado y sacrificado entre fórmulas mágicas! ¡Qué truculento gabinete de rarezas aparece allá abajo, donde los pozos más profundos están reservados a lo más cotidiano! En una noche de desesperación me vi en sueños renovando impetuosamente la amistad y la fraternidad con el primer compañero de mi época de colegial, a quien llevaba décadas sin ver y del que apenas me había acordado en todo ese tiempo. Pero al despertar lo vi claro: aquello que la desesperación había sacado a la luz como una descarga explosiva era el cadáver de ese hombre, que estaba emparedado allí y que tenía la función de impedir que quien allí habitara se le asemejase en algo.
vestíbulo
Visita a la casa de Goethe. No recuerdo haber observado las estancias en mi sueño. Era una sucesión de pasillos encalados como los de una escuela. Dos turistas británicas ya mayores y un guardián son los figurantes del sueño. El guardián nos invita a registrarnos en el libro de visitantes, abierto sobre un atril contiguo a la ventana, al final de un pasillo. Cuando me acerco y lo hojeo, veo mi nombre ya consignado en una tosca y abultada letra infantil.
comedor
En un sueño me vi en el estudio de Goethe. No guardaba ningún parecido con el de Weimar. Era, sobre todo, minúsculo y no tenía más que una ventana. A la pared opuesta se adosaba, por la parte estrecha, el escritorio. Sentado a él, el poeta, de provecta edad, estaba escribiendo. Yo estaba a un lado cuando interrumpió su tarea para regalarme un pequeño jarro, una vasija antigua. La hice girar entre mis manos. En la estancia hacía un calor abrasador. Goethe se puso en pie y me acompañó a un cuarto aledaño, donde habían dispuesto una larga mesa para mi familia. Pero ésta parecía calculada para muchas más personas de las que la formaban. Sin duda, habían incluido también a los ancestros. Me acomodé en el extremo derecho, junto a Goethe. Cuando el banquete hubo terminado, el poeta se levantó trabajosamente, y yo, con un ademán, solicité permiso para ofrecerle sostén. Al tocar su codo, me eché a llorar de emoción.