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II

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LA HISTORIA DEL REY MONO


MONO ESTABA TAN CONTENTO con su nuevo nombre que se puso a dar de brincos enfrente del patriarca e hizo una reverencia para expresar su gratitud. Entonces Subodhi les ordenó a sus discípulos que llevaran a Mono a los cuartos de afuera y le enseñaran a regar y a sacudir, a saber responder cuando le hablaran, cómo entrar, salir y caminar. Luego se inclinó ante sus compañeros y salió al corredor, donde se preparó un sitio para dormir. Temprano a la mañana siguiente, practicó junto con los demás el modo correcto de hablar y comportarse, estudió las escrituras, discutió la doctrina, practicó la escritura y encendió incienso. Así pasó día tras día, dedicando su tiempo libre a barrer el piso, desmalezar el jardín, cultivar flores, ocuparse de los árboles, conseguir leña y encender el fuego, sacar agua y acarrearla en cubetas. Se le daba todo lo que necesitaba. Y así vio pasar el tiempo desde la cueva por seis o siete años. Un buen día el patriarca, sentado en su trono, convocó a todos sus discípulos y comenzó un discurso sobre la gran manera. Mono estaba tan fascinado por lo que escuchaba que se pellizcó las orejas y se frotó los cachetes; su frente florecía y sus ojos reían. No podía evitar que sus manos bailaran y sus pies patearan el suelo. De pronto el patriarca lo vio y gritó:

—¿De qué te sirve estar aquí si, en lugar de escuchar mi clase, brincas y bailas como loco?

—Te escucho con todas mis fuerzas —dijo Mono—, pero decías cosas tan maravillosas que no pude reprimir mi alegría. Por eso, que yo sepa, he estado saltando y brincando. No te enojes conmigo.

—¿Entonces reconoces la profundidad de mis palabras? —preguntó el patriarca—. Dime, ¿cuánto tiempo has estado en la escuela?

—Puede parecer un poco tonto —dijo Mono—, pero en realidad no sé cuánto tiempo. Sólo recuerdo que, cuando me mandaron por leña, subí la montaña detrás de la cueva y encontré ahí una pendiente totalmente cubierta de durazneros. Siete veces me he empachado con esos duraznos.

—Se llama la colina de la Brillante Flor de Durazno —dijo el patriarca—. Si has comido ahí siete veces, supongo que has estado aquí siete años. ¿Qué clase de sabiduría esperas ahora obtener de mí?

—Eso te lo dejo a ti —dijo Mono—. Cualquier clase de sabiduría. Para mí toda es una misma.

—Hay trescientas sesenta escuelas de sabiduría —dijo el patriarca—, y todas conducen a la autorrealización. ¿Qué escuela deseas estudiar?

—La que consideres mejor —dijo Mono—. Soy todo oídos.

—Muy bien; ¿qué te parece el arte? —sugirió el patriarca—. ¿Te gustaría que te enseñara eso?

—¿Ésa qué clase de sabiduría es?

—Con el arte podrías llamar a las hadas y montar el ave fénix, adivinar con las varillas de milenrama y saber cómo evitar el desastre y buscar fortuna.

—Pero ¿viviré para siempre? —preguntó Mono.

—Claro que no —aclaró el patriarca.

—Entonces no me sirve de nada.

—¿Y qué te parecería la filosofía natural? —preguntó el patriarca.

—¿Eso de qué se trata?

—Son las enseñanzas de Confucio, de Buda y de Lao Tsé, de los dualistas y Mo Tzu y los doctores de la medicina; leer las escrituras, rezar, aprender a tener expertos y sabios a tu entera disposición.

—Pero ¿viviré para siempre? —preguntó Mono.

—Si eso es en lo que piensas —dijo el patriarca–, me temo que la filosofía no te servirá más que un puntal en la pared.

—Maestro: yo soy un hombre común y corriente y no entiendo ese tipo de discursos. ¿A qué te refieres con un puntal en la pared?

—Cuando un grupo de hombres construye un cuarto —le explicó el patriarca— y quiere que se mantenga firme, pone un pilar que apuntale las paredes. Sin embargo, un buen día el techo se cae y el pilar se viene abajo.

—Eso no suena a una larga vida —dijo Mono—. ¡No voy a aprender filosofía!

—¿Y qué me dices del quietismo? —preguntó el patriarca.

—¿Eso en qué consiste? —preguntó Mono.

—Poca comida, inactividad, meditación, restricciones en las palabras y las acciones, yoga prostrado o de pie —le explicó el patriarca.

—Pero ¿viviré para siempre? —preguntó Mono.

—Los resultados del quietismo no sirven más que la arcilla cruda en el horno.

—Qué mala memoria tienes —dijo Mono—. ¿No te acabo de decir que no entiendo esa palabrería? ¿A qué te refieres con arcilla cruda en el horno?

—Los ladrillos y las tejas pueden estar esperando, listas y formadas, en el horno, pero si aún no se cuecen, llegará un día en que caigan fuertes lluvias y arrasen con ellas.

—Eso no suena muy prometedor para el futuro —dijo Mono—. Creo que descartaré el quietismo.

—Puedes probar con ejercicios —propuso el patriarca.

—¿A qué te refieres? —preguntó Mono.

—A diferentes formas de actividad, como los ejercicios llamados “Juntar el yin y reparar el yang”, “Tensar el arco y accionar la catapulta”, “Frotar el ombligo para pasar aire”. Están también las prácticas alquímicas, como la “Explosión mágica”, “Quemar los carrizos y encender el trípode”, “Potenciar el minio”, “Derretir la piedra de otoño” y “Beber leche de la novia”.

—¿Y éstos me van a hacer vivir para siempre? —preguntó Mono.

—Desear eso —dijo el patriarca— sería como tratar de pescar a la luna para sacarla del agua.

—¡Y dale! —exclamó Mono—. ¿A qué te refieres con sacar a la luna del agua, si se puede saber?

—Cuando la luna está en el cielo, se refleja en el agua. Parece la luna real, pero si tratas de agarrarla te das cuenta de que es una mera ilusión.

—Eso no suena bien —dijo Mono—. No aprenderé ejercicios.

—¡Vamos! —gritó el patriarca; bajó de la plataforma, agarró la nudillera y, apuntando a Mono, dijo—: ¡Simio desgraciado! No quieres aprender esto, no quieres aprender eso otro. Me gustaría saber qué es lo que sí quieres —y al decirlo golpeó al mono en la cabeza tres veces.

Luego unió las manos atrás de la espalda y se fue al cuarto interior dando grandes zancadas, despidió a su público y cerró la puerta con llave tras él. Todos los discípulos se indignaron con Mono.

—¡Simio infame! —le gritaron—, ¿crees que ésa es la manera de comportarse? El maestro ofrece enseñarte y, en lugar de aceptar agradecido, te pones a discutir con él. Ahora está ofendidísimo y quién sabe cuándo volverá.

Todos se notaban muy enojados y le lanzaban cualquier clase de improperios; sin embargo, Mono no estaba disgustado en lo más mínimo y simplemente respondió con una amplia sonrisa. La verdad es que él entendía el lenguaje de las señales secretas: por eso no había seguido el pleito ni intentado discutir. Sabía que el maestro, al golpearlo tres veces, estaba dándole una cita en la tercera guardia y que salir con las manos juntas en la espalda significaba que Mono debía buscarlo en los aposentos interiores. Que cerrara la puerta con llave significaba que debía dirigirse a la puerta trasera para que recibiera instrucciones.

El resto del día retozó con los otros discípulos enfrente de la cueva, aguardando impaciente que llegara la noche. En cuanto empezó a oscurecer, fue, igual que los demás, a su sitio para dormir. Cerró los ojos y respiró a un ritmo suave y regular para fingir que dormía. En las montañas no hay un vigilante que haga guardia o anuncie la hora, así que todo lo que podía hacer Mono era contar sus aspiraciones y espiraciones. Cuando calculó que ya debía de ser la hora de la rata —de las once de la noche a la una de la mañana—, se levantó muy silencioso, se puso la ropa, abrió la puerta con delicadeza, dejó a sus compañeros y se dirigió a la puerta trasera. En efecto, estaba entreabierta. “Con toda seguridad el maestro piensa darme instrucciones”, dijo Mono para sus adentros, así que entró con sigilo y fue directo a la cama del maestro. Al encontrarlo hecho bolita y acostado con la cara a la pared, Mono no se atrevió a despertarlo y se arrodilló a un lado. En ese momento el patriarca se despertó, estiró las piernas y murmuró para sus adentros:

¡Difícil, muy difícil!

El camino es un gran secreto.

¡Nunca manipules el elíxir de oro como si fuera un simple

[juguete!

Aquel que confía las oscuras verdades a oídos indignos

inútilmente mueve mandíbula y lengua hasta que se le seca

[la boca.

—Maestro, llevo un buen rato aquí arrodillado —dijo Mono cuando vio que el patriarca estaba despierto.

—¡Mono desgraciado! —dijo Subodhi, que al reconocer esa voz quitó las cobijas y se incorporó—. ¿Por qué no estás en tu propia habitación, en vez de venir a la mía por atrás?

—Hoy en la clase me ordenaste que viniera en la tercera guardia por la puerta trasera a recibir instrucciones. Por eso me aventuré y vine directo a tu cama.

El patriarca estaba encantado. Pensó: “Este sujeto en verdad ha de ser, como él dice, un producto natural del cielo y la Tierra. De otro modo nunca habría entendido mis señales secretas”.

—Estamos solos —dijo Mono—, nadie puede oírnos. Apiádate de mí y enséñame el camino de la larga vida. Nunca olvidaré tu favor.

—Muestras disposición —dijo el patriarca—. Entendiste mis señales secretas. Acércate y escucha con atención. Te voy a revelar el secreto de la larga vida.

Mono golpeó la cabeza contra el piso en señal de gratitud, se limpió los oídos y escuchó atentamente, arrodillado junto a la cama. Entonces el patriarca recitó:

Para administrar y cuidar los poderes vitales, esto y nada

[más que esto

es la suma y el total de todo lo mágico, secreto y profano.

Todo está comprendido en estos tres: espíritu, aliento y alma;

vigílalos muy de cerca, tápalos bien, evita cualquier fuga.

Guárdalos dentro del marco;

eso es todo lo que puede aprenderse y todo lo que puede

[enseñarse.

Me gustaría que marcaras a la tortuga y la víbora, fundidas

[en un abrazo.

Fundidos en un abrazo, los poderes vitales son fuertes;

incluso en medio de intensas llamas puede plantarse el

[Loto de Oro

y los cinco elementos pueden combinarse y transponerse

[para darles un nuevo uso.

Cuando eso esté hecho, sé aquello que desees, buda o inmortal.

Con esas palabras la constitución de Mono quedó sacudida hasta lo más hondo. Se las aprendió de memoria, agradeció al patriarca con humildad y volvió a salir por la puerta trasera.

Una tenue luz empezaba a iluminar el cielo del este. Volvió sobre sus pasos, abrió la puerta sin hacer ruido y regresó a su sitio de dormir para deliberadamente hacer ruido con las sábanas.

—¡Levántense! —gritó—. Ya hay luz en el cielo.

Los otros discípulos estaban profundamente dormidos y no tenían idea de que Mono había recibido iluminación.

El tiempo se fue volando y tres años después el patriarca volvió a treparse a su enjoyado asiento y sermoneó a sus vasallos ahí reunidos. El asunto fueron las parábolas y los problemas escolásticos de la secta zen, y el tema, el tegumento de las apariencias externas. De repente se calló y preguntó:

—¿Dónde está el discípulo Consciente de la Vacuidad?

—¡Aquí! —respondió Mono, arrodillándose ante él.

—¿Qué has estado estudiando todo este tiempo? —inquirió el patriarca.

—Últimamente mi naturaleza espiritual ha estado en ascenso y mis fuentes fundamentales de poder se fortalecen poco a poco —dijo Mono.

—En ese caso —dijo el patriarca—, todo lo que necesitas aprender es cómo conjurar las tres calamidades.

—Debe de haber un error —dijo Mono, consternado—. Entendí que los secretos que he aprendido me harían vivir para siempre y me protegerían del fuego, del agua y de toda clase de enfermedad. ¿A qué tres calamidades te refieres ahora?

—Lo que has aprendido conservará tu apariencia juvenil y alargará tu vida —respondió el patriarca—, pero al cabo de quinientos años el cielo mandará un relámpago que acabará contigo, a menos que tengas la sagacidad de evitarlo. Después de otros quinientos años el cielo mandará un fuego que te devorará. Es un fuego de una clase peculiar. No es fuego común ni fuego celestial, sino que surge desde dentro y consume las tripas, reduciendo toda la complexión a cenizas, con lo cual tus mil años de perfección habrán sido en vano. Pero incluso si logras escapar a esto, en otros quinientos años un fuerte viento te soplará. No el viento del este, el del sur, el del oeste ni el del norte; no el viento de las flores, de los sauces, de los pinos o los bambúes. Es uno que sopla desde abajo, entra en los intestinos, pasa por el diafragma y sale por las nueve aperturas. Derrite la carne y el hueso, de modo que todo el cuerpo se disuelve. Tienes que poder evitar estas tres calamidades.

Cuando Mono oyó eso, los pelos se le pusieron de punta y, postrándose, dijo:

—Te lo ruego: apiádate de mí y enséñame cómo evitar estas calamidades. Nunca olvidaré tu favor.

—Eso no sería difícil —dijo el patriarca— de no ser por tus peculiaridades.

—Tengo una cabeza redonda levantada hacia el cielo y unos pies cuadrados que pisan la Tierra —dijo Mono—. Tengo nueve aperturas, cuatro extremidades, cinco órganos internos superiores y cinco inferiores, igual que otras personas.

—Eres como otros hombres en casi todos los aspectos —dijo el patriarca—, aunque tienes mucho menos cachete.

En efecto, los monos tienen las mejillas hundidas y la boca puntiaguda.

Mono se sintió el rostro con la mano y, riendo, dijo:

—Maestro, tengo mis defectos, pero no te olvides de mis virtudes. Tengo mis abazones, algo de lo que los seres humanos normales carecen; debería tomárseme en cuenta.

—Eso es cierto —dijo el patriarca—. Hay dos métodos de escape. ¿Cuál quisieras aprender? Está el truco “del cucharón celestial”, que supone treinta y seis clases de transformación, y el truco “de la conclusión terrenal”, que supone setenta y dos clases de transformaciones.

—Setenta y dos parece un mejor valor —dijo Mono.

—Entonces ven acá y te enseñaré la fórmula.

Y le susurró una fórmula mágica a Mono en el oído. Ese mono era inusualmente veloz para asimilar las cosas. De inmediato empezó a practicar la fórmula y, con un poco de autodisciplina, logró dominar por completo las setenta y dos transformaciones. Un día que el maestro y sus discípulos se hallaban frente a la cueva admirando la vista vespertina, el patriarca dijo:

—Mono, ¿cómo va ese asunto?

—Gracias a tu bondad, lo he logrado de maravilla. Además de las transformaciones, ahora sé volar.

—Veamos cómo lo haces —dijo el patriarca.

Mono juntó los pies, dio un salto como de veinte metros y, tras montar las nubes unos minutos, cayó frente al patriarca. Esa vez no voló más de tres leguas.

—Maestro —dijo—, ¿verdad que eso que hice fue volar en una nube?

—Yo estaría más inclinado a llamarlo gatear en una nube —dijo el patriarca, riendo—. Hay un viejo dicho: “Un inmortal camina por la mañana hacia el mar del Norte y esa misma tarde llega a Ts’ang-wu”. Tomarse tanto tiempo como tú para avanzar tan sólo una o dos leguas a duras penas cuenta siquiera como gatear en una nube.

—¿Qué significa ese dicho del mar del Norte y Ts’ang-wu? —preguntó Mono.

—Un verdadero volador de nubes puede partir temprano por la mañana del mar del Norte, atravesar el mar del Este, el mar del Oeste y el mar del Sur, y aterrizar en Ts’ang-wu. Ts’ang-wu significa Ling-ling en el mar del Norte. Recorrer los cuatro mares en un día, ¡eso es lo que se llama volar en las nubes!

—Suena muy difícil —dijo Mono.

—No hay en el mundo nada difícil —dijo el patriarca—, son sólo nuestros propios pensamientos los que hacen que lo parezca.

—Maestro —dijo Mono, postrándose—, tú puedes hacer conmigo un buen trabajo. Ya que estás en eso, me harías un gran favor si me enseñaras el arte de volar en las nubes. Nunca olvidaré lo que te debo.

—Cuando los inmortales vuelan en las nubes —dijo el patriarca—, se sientan con las piernas cruzadas y se elevan desde esa posición. Tú no estás haciendo nada por el estilo. Acabo de verte juntar los pies y brincar. En verdad tengo que aprovechar esta oportunidad de enseñarte cómo hacerlo adecuadamente. Aprenderás el “trapecio de nubes”.

Entonces le enseñó la fórmula mágica y dijo así:

—Haz el pase, recita el encantamiento, aprieta los puños, y un brinco te transportará de cabeza ciento ocho mil leguas.

Al escuchar esto, los otros discípulos soltaron risitas ahogadas y dijeron:

—El mono tiene suerte. Si se aprende este truco, podrá hacer mandados, entregar cartas y llevar circulares. De un modo u otro, siempre encontrará cómo ganarse la vida.

Ya era tarde. El maestro y los discípulos fueron a sus aposentos, pero Mono pasó la noche practicando el “trapecio de nubes”; al amanecer ya lo dominaba a la perfección y podía pasear por el espacio a donde quisiera.

Un día de verano, los discípulos llevaban un rato estudiando sus tareas a la sombra de un pino cuando uno dijo:

—Rey Mono, ¿qué pudiste haber hecho en una encarnación anterior para merecer que el maestro te susurrara el otro día al oído la fórmula secreta para evitar las tres calamidades? ¿Ya dominas esas transformaciones?

—A decir verdad —respondió Mono—, aunque por supuesto estoy muy agradecido con el maestro por sus instrucciones, yo también he estado trabajando arduamente día y noche por mi cuenta y ahora ya puedo hacerlas todas.

Uno de los discípulos comentó:

—¿No sería ésta una gran oportunidad de hacernos una pequeña demostración?

Cuando Mono oyó esto, quiso hacer alarde de sus poderes.

—Denme mi asignatura —les solicitó—. ¿En qué necesito convertirme?

—¿Qué te parecería un pino? —respondieron.

Hizo un pase mágico, recitó un encantamiento, se sacudió y se convirtió en pino.

Los discípulos estallaron en aplausos.

—¡Bravo, Rey Mono, bravo! —gritaron. Había tanto barullo que el patriarca salió corriendo, seguido de sus ayudantes.

—¿Quién está haciendo este ruido? —preguntó.

Enseguida los discípulos se controlaron, alisaron sus ropas y dócilmente dieron un paso al frente. Mono adoptó su forma verdadera, se reunió con los demás y dijo:

—Reverendo maestro, estamos estudiando nuestras lecciones aquí afuera. Le aseguro que no había ningún ruido en particular.

—Todos estaban desgañitándose —dijo, enojado, el patriarca—. De ninguna manera sonaba a gente estudiando. Quiero saber qué hacían aquí, gritando y riendo.

Alguien dijo:

—La verdad es que Mono nos mostraba una transformación, sólo para divertirnos. Le dijimos que se convirtiera en pino y lo hizo tan bien que todos le aplaudimos. Eso fue el ruido que oíste. Espero que nos perdones.

—¡Váyanse todos de aquí! —gritó el patriarca—. Y tú, Mono, ven para acá. ¿Qué hacías? ¿Jugar con tus poderes espirituales para convertirte en… qué era? ¿Un pino? ¿Crees que mis enseñanzas eran para que tú pudieras lucirte con otras personas? Si vieras a alguien más convertirse en árbol, ¿no le preguntarías de inmediato cómo lo hizo? Si otros te ven haciéndolo, ¿no es seguro que te van a preguntar? Si temes rehusarte, revelarás el secreto, y si te rehúsas, es muy probable que te traten con rudeza. Estás poniéndote en un grave peligro.

—Lo siento muchísimo —dijo Mono.

—No te castigaré —dijo el patriarca—, pero no puedes quedarte aquí.

Mono rompió a llorar.

—¿Y a dónde iré? —preguntó.

—De regreso al lugar de donde vienes, supongo —dijo el patriarca.

—¿De regreso a la cueva de la Cortina de Agua en Ao-lai, quieres decir?

—¡Sí! —respondió el patriarca—, vuelve tan rápido como puedas si en algo aprecias tu vida. En todo caso, algo es seguro: no puedes quedarte aquí.

—Permítaseme señalar que llevo veinte años fuera de casa y que me dará una gran alegría volver a ver a mis monos súbditos, pero no puedo aceptar irme de aquí hasta que haya correspondido a tus favores.

—No deseo que me correspondas —dijo el patriarca—. Lo único que pido es que, si te metes en problemas, no me involucres ni digas mi nombre.

Mono se dio cuenta de que no tenía caso discutir. Le hizo una reverencia al patriarca y se despidió de sus compañeros.

—Vayas a donde vayas —dijo el patriarca—, estoy convencido de que acabarás mal, así que recuerda: cuando te metas en problemas, te prohíbo terminantemente que digas que eres mi discípulo. Si tan siquiera insinúas algo así, te desollaré vivo, romperé todos tus huesos y desterraré tu alma al sitio de la Novena Oscuridad, donde permanecerá durante diez mil siglos.

—De ninguna manera me aventuraré a decir una sola palabra sobre ti —prometió Mono—. Diré que todo lo descubrí yo solo.

Y con estas palabras se despidió, se dio la media vuelta y,haciendo el pase mágico, montó en su trapecio de nubes, directo al mar del Este. En poco tiempo llegó a la montaña de Flores y Fruta. Hizo descender su nube y, cuando empezaba a andar, oyó un sonido de grullas llamando y monos gritando.

—¡Pequeños —exclamó—, he vuelto!

Enseguida, de cada ranura del acantilado, de arbustos y árboles saltaron monos chicos y grandes, gritando:

—¡Viva nuestro rey! —después se apretujaron en torno a Mono para rendirle pleitesía.

—¡Gran Rey! —decían—, eres muy distraído. ¿Por qué te fuiste tanto tiempo y nos abandonaste, anhelando tu retorno como un hombre hambriento anhela agua y comida? Desde hace algún tiempo un demonio nos ha estado maltratando. Se apoderó de nuestra cueva, aunque luchamos desesperadamente, y nos robó nuestras posesiones y se llevó a muchos de nuestros niños, así que ahora tenemos que vigilar todo el tiempo y no dormimos de noche ni de día. Es una suerte que hayas venido ahora, pues si hubieras esperado otro año o dos nos habrías encontrado, a nosotros y lo de alrededor, en manos de otros.

—¿Qué demonio puede atreverse a cometer esos crímenes? —gritó Mono—. Cuéntenmelo y yo los vengaré.

—Le dicen el Demonio de los Estragos, su majestad, y vive hacia el norte —respondieron.

—¿Qué tan lejos? —preguntó Mono.

—Viene en forma de nube y se va como neblina, lluvia o viento, tormenta o relámpago. No sabemos qué tan lejos viva.

—Bueno, no se preocupen —dijo Mono—; ustedes sigan jugando mientras yo voy a buscarlo.

¡Querido Rey Mono! Dio un brinco al cielo en dirección al norte y pronto vio frente a él una montaña alta y muy escarpada. Mientras admiraba el paisaje, de pronto distinguió voces. Descendió por la cuesta y encontró una cueva, frente a la cual varios diablillos brincaban y bailaban. Cuando vieron a Mono, salieron corriendo.

—¡Alto ahí! —gritó éste—. Traigo un mensaje que ustedes deben difundir. Digan que el maestro de la cueva de la Cortina de Agua está aquí. El Demonio de los Estragos, o como se llame, que vive aquí, ha estado maltratando a mis pequeños y he venido con la intención de que resolvamos juntos el problema.

Corrieron hacia la cueva y gritaron:

—¡Gran Rey!, algo terrible ha sucedido.

—¿Qué pasa? —preguntó el demonio.

—Afuera de la cueva hay una criatura con cabeza de mono que dice ser el dueño de la cueva de la Cortina de Agua. Dice que has estado maltratando a su gente y que viene con la intención de resolver contigo el problema.

—Jajá —se rio el demonio—. Muchas veces he oído a esos monos decir que su rey se había ido para aprender religión. Eso significa que volvió. ¿Cómo es y qué armas lleva?

—No porta ninguna arma —dijeron—. Está con la cabeza descubierta, lleva un traje rojo con un fajín amarillo y zapatos negros: no está vestido ni de monje ni de seglar ni tampoco como taoísta. Espera con las manos vacías afuera de la verja.

—Tráiganme mi guarnición —gritó el demonio; los diablillos enseguida fueron a buscar sus armas; el demonio se puso el casco y el peto, tomó su espada y, saliendo con los diablillos a la verja, gritó en voz alta—: ¿Dónde está el dueño de la cueva de la Cortina de Agua?

—¿De qué sirve tener ojos tan grandes si no puedes ver a este viejo mono? —preguntó Mono.

En cuanto lo vio, el demonio soltó una carcajada.

—Tú mides menos de treinta centímetros y no llegas a los treinta años. No tienes un arma en la mano. ¿Cómo te atreves a pavonearte y hablar de saldar cuentas conmigo?

—Maldito demonio —dijo Mono—; por lo visto, es verdad que careces de ojos. Dices que soy pequeño y no ves que puedo hacerme tan alto como quiera. Dices que estoy desarmado, sin saber que estas dos manos podrían arrastrar la luna desde los confines del cielo. ¡Mantente firme y cómete el puño de este viejo mono!

Al decir eso brincó por los aires y dirigió un puñetazo a la cara del demonio. Éste lo esquivó con la mano.

—Tú tan chaparro y yo tan alto —dijo el demonio—. Tú con tus puños y yo con mi espada. ¡No! Si te matara con la espada, me vería ridículo. Voy a desecharla y usaré mis puños descubiertos.

—Muy bien —dijo Mono—. Ahora, amigo, ¡empieza!

El demonio relajó la guardia y dio un golpe. Mono se enfrentó a él y los dos aporreaban y pateaban, golpe a golpe. Un golpe dado lejos no es tan firme y seguro como uno cercano. Mono pinchó al demonio en las costillas, le aporreó el pecho y le dio tal paliza que finalmente el demonio se apartó, recogió su gran espada plana y acometió hacia la cabeza de Mono, pero éste ágilmente se hizo a un lado y el golpe falló. Al ver que el demonio se ponía cada vez más violento, Mono decidió emplear el método llamado “cuerpo afuera del cuerpo”. Se arrancó un puñado de pelos, los hizo pedacitos con los dientes y los escupió al aire, gritando:

—¡Cambien!

Los fragmentos de pelo cambiaron y se convirtieron en cientos de monitos que se apretujaron formando una muchedumbre. Porque debes saber que, cuando alguien se convierte en un inmortal, puede proyectar su alma, cambiar de forma y realizar toda clase de milagros. Desde su iluminación, Mono podía transformar cada uno de los ochenta y cuatro mil pelos de su cuerpo exactamente en lo que él quisiera. Los monitos que había creado eran tan ágiles que ninguna espada podía tocarlos o herirlos. Mira cómo saltan adelante y atrás, se aglomeran en torno al demonio, unos abrazándose, unos jalando, otros picándole el pecho o apiñándose en sus piernas. Lo pateaban y golpeaban, le aporreaban los ojos, le pellizcaban la nariz y seguían en eso cuando Mono se deslizó entre ellos y le arrebató la espada al demonio. Luego, abriéndose paso entre la multitud de monitos, levantó la espada y la bajó con tan tremenda fuerza sobre el cráneo del demonio que se lo partió en dos. Entonces corrió junto con los monitos a la cueva y entre todos acabaron rápidamente con los diablillos, grandes y chicos. Luego Mono dijo un encantamiento con el que los monitos se transformaron de nuevo en pelos. A éstos volvió a ponerlos ahí de donde habían venido, pero todavía quedaban algunos monitos: los que el demonio se había llevado de la cueva de la Cortina de Agua.

—¿Cómo llegaron aquí? —les preguntó.

Había como treinta o cuarenta y todos dijeron con los ojos anegados en lágrimas:

—Cuando su majestad se fue para convertirse en inmortal, esta criatura nos molestó durante dos años. Al final nos llevó a todos y se robó cuanto había en la cueva y los platos y las tazas de piedra.

—Reúnan lo que nos pertenece y tráiganlo con ustedes —dijo Mono.

Los monos prendieron fuego a la cueva y quemaron lo que había en su interior.

—¡Ahora, síganme! —ordenó Mono.

—Cuando nos trajeron aquí —dijeron ellos—, sólo sentimos un fuerte viento que soplaba a toda prisa junto a nosotros y nos arrastró como remolino hasta este sitio. No sabíamos a dónde íbamos. ¿Y ahora cómo vamos a encontrar el camino de regreso a casa?

—Él los trajo aquí por arte de magia —dijo Mono—, pero ¿qué importa? Ahora yo conozco toda esa clase de cosas y, si él pudo, yo también puedo. Cierren los ojos, todos ustedes, y no tengan miedo.

Entonces recitó un encantamiento que produjo un viento fortísimo. De repente se detuvo y Mono gritó:

—¡Ya pueden abrir los ojos!

Los monos vieron que estaban parados en tierra firme, muy cerca de su casa. Con gran alegría, siguieron el sendero conocido que llevaba a la puerta de su cueva. Ellos y los monos que se habían quedado se amontonaron para entrar en la cueva y se formaron según sus rangos y edades; también rindieron homenaje a su rey y prepararon un gran banquete de bienvenida. Cuando preguntaron cómo había logrado someter al demonio y rescatar a los monos, les contó la historia, que fue recibida con una salva de aplausos y vítores.

—No imaginábamos —dijeron— que cuando su majestad nos dejó aprendería semejantes artes.

—Después de partir —dijo Mono—, atravesé muchos océanos hasta la tierra de Yambuduipa, donde aprendí costumbres humanas y a usar ropa y zapatos. Erré impaciente como nube por ocho o nueve años, pero por ningún lado encontraba la iluminación. Por fin, después de atravesar un océano más, tuve la suerte de conocer a un viejo patriarca que me enseñó el secreto de la vida eterna.

—¡Qué golpe de suerte tan increíble! —dijeron los monos, felicitándolo.

—Pequeños —dijo Mono—, les tengo otra buena noticia. Su rey tiene un nombre en la religión. Me llamo Consciente de la Vacuidad.

Todos aplaudieron ruidosamente y enseguida fueron a tomar vino de dátil y vino de uva y guirnaldas de flores y fruta, que le ofrecieron a Mono. Todo mundo estaba de muy buen humor. Si no sabes cuál fue el resultado y cómo le fue a Mono de regreso en su viejo hogar, debes escuchar lo que se relata en el siguiente capítulo.

Rey Mono

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