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A. La sociedad del conocimiento

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La expresión “sociedad del conocimiento” es uno de esos términos que se reproducen y utilizan continuamente en textos legislativos y académicos, pero sobre los que no existe un concepto claro que permita partir de unas bases sólidas cuando se trata de abordar su análisis. Se ha afirmado que, en términos generales: “dicha expresión quiere decir, nada más y nada menos, que el saber y el conocimiento son los parámetros que gobiernan y condicionan la estructura y composición de la sociedad actual y son, también, las mercancías e instrumentos determinantes del bienestar y progreso de los pueblos”27. Y el conocimiento se basa por un lado en investigación, desarrollo e innovación (I+D+I) y por otro en la enseñanza, tema sobre el que gravitan las páginas que conforman esta obra. Si nos centramos en ésta, es obvio que, de la calidad del sistema educativo, especialmente del universitario, dependerá el progreso social28.

Pero, ni el saber ni el conocimiento son exclusivos de nuestro tiempo. ¿Por qué aparece entonces tan recientemente su uso como uno de los adjetivos de la sociedad actual? Evidentemente por su centralidad y por el hecho de que sus límites son de una movilidad extrema. El conocimiento avanza a un ritmo tal que estresa a sujetos y objetos, pero que a la vez magnifica las posibilidades del progreso y, si es bien utilizado, redunda en crecimiento y bienestar social. También obliga a las personas trabajadoras a preocuparse por el aprendizaje a lo largo de toda la vida, so pena de ser excluidas del mercado de trabajo y, por ende, de la sociedad. La sociedad se adjetiva también como “sociedad del aprendizaje”.

STIGLITZ, quien fuera Premio Nobel de Economía en 2001, en un libro escrito junto con GREENWALD y titulado La creación de una sociedad del aprendizaje29, explica a lo largo de sus páginas la trascendencia del aprendizaje para la mejora de las condiciones de vida. En las primeras páginas del libro se constata cómo en las últimas décadas los economistas habían puesto la atención en el avance de la economía hacía la denominada economía del conocimiento y de la innovación, pero se había prestado poca atención a cómo afectaba tal deriva al funcionamiento de la economía y a la sociedad.

En Holanda, un grupo de expertos presentó en 2013 un informe que partía de los trabajos de STIGLITZ y GREENWALD y en el que se concluía la necesidad de trabajar hacia una economía del conocimiento que propicie crecimiento y productividad, una vez superada la época en la que el principal problema era el desempleo30. De la lectura del informe se deduce también la necesidad de reformar las instituciones educativas y las estructuras de investigación, y entre otras propuestas se alude a la necesidad de propiciar una cooperación más estrecha entre las instituciones educativas y el mercado laboral con el fin de mejorar la interacción entre el trabajo y el aprendizaje.

En España, ONTIVEROS se ha referido a la economía del conocimiento en los siguientes términos:

“Estamos en la economía del conocimiento. Cuando analizamos dónde se genera valor, advertimos que ya no sólo es en ‘los’ servicios, sino en determinados servicios: aquellos que son intensivos en habilidades y en conocimiento. Que hoy se pueda acceder gratis o a muy bajo coste a ciertas informaciones e investigaciones es el mayor potencial transformador no sólo económico, sino político y social, de la sociedad del conocimiento. Históricamente, se ha mantenido esclavizadas a las personas y a los países porque se administraba y dosificaba no sólo la cultura, sino el conocimiento mismo. No sólo el qué había que hacer, sino el cómo y el cuándo había que hacerlo. El conocimiento es la pieza esencial. Los clásicos hablaban de la tierra, el trabajo y el capital como los factores básicos de la economía. Hoy es el trabajo y dentro de él, el conocimiento. Antes el conocimiento estaba estratificado en clases sociales. Ahora, no, porque se difunde de manera fácil y a bajo precio. No somos conscientes del potencial transformador que hay en todo esto. Por ejemplo, los países que sí han captado este aspecto no invierten tanto en titulaciones como en habilidades multidisciplinares y politécnicas, y se han preocupado de crear un microclima particular para que surjan iniciativas empresariales, sistemas de capital riesgo. En definitiva, para que prospere la innovación”31 (ONTIVEROS BAEZA, 2001).

En algunos países incluso se han aprobado normas al respecto. Así, Argentina ha aprobado recientemente la Ley 27.506, Régimen de Promoción de la economía del conocimiento. Esta norma crea el denominado “Régimen de Promoción de la Economía del Conocimiento”, aplicable en todo el territorio de la República Argentina y cuyo objetivo es la promoción de actividades económicas “que apliquen el uso del conocimiento y la digitalización de la información apoyado en los avances de la ciencia y de las tecnologías, a la obtención de bienes, prestación de servicios y/o mejoras de procesos, con los alcances y limitaciones establecidos en la presente ley y las normas reglamentarias que en su consecuencia se dicten”. En concreto, tiene como objeto la creación, diseño, desarrollo, producción e implementación o adaptación de productos y servicios y su documentación técnica asociada, tanto en su aspecto básico como aplicado, incluyendo el que se elabore para ser incorporado a procesadores y/u otros dispositivos tecnológicos, en relación con los siguientes ámbitos:

A) Software y servicios informáticos y digitales,

B) Producción y postproducción audiovisual, incluidos los de formato digital;

C) Biotecnología, bioeconomía, biología, bioquímica, microbiología, bioinformática, biología molecular, neurotecnología e ingeniería genética, geoingeniería y sus ensayos y análisis;

D) Servicios geológicos y de prospección y servicios relacionados con la electrónica y las comunicaciones;

E) Servicios profesionales, únicamente en la medida que sean de exportación;

F) Nanotecnología y nanociencia;

G) Industria aeroespacial y satelital, tecnologías espaciales;

H) Ingeniería para la industria nuclear;

I) Fabricación, puesta a punto, mantenimiento e introducción de bienes y servicios orientados a soluciones de automatización en la producción que incluyan ciclos de retroalimentación de procesos físicos a digitales y viceversa, estando en todo momento, exclusivamente caracterizado por el uso de tecnologías de la industria 4.0, tales como inteligencia artificial, robótica e internet industrial, internet de las cosas, sensores, manufactura aditiva, realidad aumentada y virtual.

Para MAZZUCATO, la economía del conocimiento ha sido impulsada por los gobiernos. Cuando en su libro El Estado emprendedor. Mitos del sector público frente al privado justifica la trascendencia de la función del Estado en la economía, se refiere, además de a la innovación (tema en el que se centra), al papel del mismo como garante de los derechos básicos para todos los ciudadanos. Es decir, el Estado no sólo contribuye a la economía a través de su papel de agente activo en materia de innovación, sino también proveyendo recursos para que toda la ciudadanía tenga acceso a sanidad pública, educación, infraestructuras, un sistema legal adecuado, etc. (MAZZUCATO, 2014).

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