Читать книгу 17 Instantes de una Primavera - Yulián Semiónov - Страница 13

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15-II-1945 (23 h 54 min)

Stirlitz bajó al garaje. El bombardeo proseguía, pero sólo en algún lugar de Zossen. Por lo menos así le parecía. Abrió las puertas, se sentó al volante y puso en marcha el motor. El potente motor de su «Horch» gruñó de modo uniforme y sonoro. Stirlitz salió del garaje, cerró las puertas y arrancó nuevamente con fuerza. Se permitía arrancar así el coche cuando estaba solo, por la noche, durante los bombardeos. Los choferes alemanes eran muy ordenados. Sólo un extranjero era capaz de arrancar así el vehículo: un eslavo o un norteamericano.

«Vamos, motorcito», dijo en ruso, después de haber encendido la radio. Transmitían música popular. Durante los bombardeos se transmitían siempre canciones alegres. Se había hecho un hábito. Cuando los golpes en el frente eran terribles o caían bombas del cielo, la radio transmitía programas alegres y cómicos. «Vamos, motorcito. Rápido para que las bombas no nos cojan. Las bombas caen más a menudo sobre un objetivo inmóvil, y la probabilidad del impacto disminuye si el objetivo se mueve. Iremos a cincuenta kilómetros, de modo que la probabilidad del impacto disminuirá exactamente cincuenta veces…»

Le gustaba correr en su automóvil. Cuando tenía que cumplir una tarea y no sabía cómo hacerlo montaba en su «Horch» y durante horas viajaba por las carreteras alrededor de Berlín. Al principio simplemente miraba hacia delante, apretando con toda su fuerza el acelerador. La velocidad lo obligaba a estar atento y tenía que sentirse fundido con la máquina. Así la cabeza se liberaba de ideas pequeñas y grandes, que se excluían o completaban. La velocidad es auxiliar de la razón. Ofrece la posibilidad de una abstracción total. Después, cuando la carrera arriesgada y tempestuosa terminaba en algún sitio cerca de una pequeña taberna —el coñac se vendía sin los cupones de racionamiento en los días más difíciles de la guerra— podía sentarse en una mesita junto a una ventana y escuchar el rumor agitado del bosque, tomar un yacoby doble y comenzar a pensar, sin prisa, todo lo que debía decidir. Después de haber corrido a la máxima velocidad, los pensamientos discurrían lentamente. El riesgo vivido ayudaba a serenar el razonamiento. Por lo menos así le ocurría a Stirlitz.

Sus radiofonistas —Erwin y Katy— vivían en Kopenick, a orillas del Spree. Ya estaban durmiendo. Últimamente se acostaban muy temprano porque Katy esperaba un niño.

—Tienes muy buen aspecto —dijo Stirlitz—. Perteneces a ese raro tipo de mujeres a quienes el embarazo vuelve irresistibles.

—El embarazo embellece a cualquier mujer —contestó Katy—. Lo que pasa es que no has tenido posibilidad de verlo por ti mismo…

—No he tenido la posibilidad —sonrió Stirlitz—. Lo dijiste bien.

—¿Quieres café con leche? —preguntó Katy.

—¿Dónde habéis conseguido la leche? Se me olvidó traerla… ¡Diablos…!

—Cambié un traje —contestó Erwin—. Ella necesita tomar por lo menos un poco de leche. La comida se ha convertido en un problema grave para las mujeres embarazadas.

Stirlitz acarició la mejilla de Katy y preguntó:

—¿Nos tocarás algo?

Katy se sentó al piano y escogió la música. Seleccionó a Bach. Stirlitz se acercó a la ventana y preguntó a Erwin en voz baja:

—¿Revisaste si no te han puesto algo en el hueco de la ventilación?

—Sí, lo he revisado. Creo que no hay nada ¿Por qué?

—Por nada. Simplemente para asegurarme.

—¿Han inventado alguna porquería nueva tus hermanos del SD?

—El diablo lo sabrá. Seguramente. Lo que más gusta a la Humanidad son los secretos ajenos.

—Y bien —dijo Erwin— ¿Qué pasa?

—Hum… —dijo Stirlitz y meneó la cabeza—. ¿Sabes? —empezó a decir lentamente—. Me han encomendado una misión… Tengo que averiguar cuál de los Bonzas13 trata de entrar en negociaciones por separado con Occidente… Se trata, nada menos, que de los jefes hitlerianos ¿Qué te parece la tarea? Por lo que veo, allí creen que si no he fracasado en estos veinte años es porque soy omnipotente. En este caso no estaría mal que me convirtiese en el vice de Himmler. O tratar de llegar a ser el Führer ¡Heil Stirlitz! ¿Qué te parece? Me he convertido en un misántropo ¿no lo crees?

—A ti te sienta —contestó Erwin.

—¿Cómo piensas parir, pequeña? —preguntó Stirlitz, cuando Katy dejó de tocar.

—Creo que todavía no han inventado un método nuevo —contestó ella.

—Anteayer hablé con un partero… No quiero asustaros, muchachos.

Se acercó a Katy.

—Toca, pequeña, toca. No quiero asustaros, aunque yo mismo me he asustado bastante. El viejo médico me dijo que durante el parto se puede determinar el origen de cualquier mujer.

—No entiendo —dijo Erwin.

Katy interrumpió la música.

—Toca, pequeña, toca —insistió Stirlitz— y no te asustes. Escucha primero y después pensaremos cómo salir de este embrollo ¿Sabes? Las mujeres gritan cuando dan a luz.

—Gracias —sonrió Katy—, pensé que cantaban canciones.

Stirlitz meneó la cabeza y suspiró.

—¿Sabes, pequeña? Gritan en su idioma materno. En el dialecto del lugar donde nacieron. Quiere decir que tú gritarás «mamita» en tu bellísimo lenguaje de Riazán…

Katy continuó tocando, pero Stirlitz vio que sus ojos se habían llenado súbitamente de lágrimas.

—¿Qué haremos entonces? —preguntó Erwin.

—¿Quieren marcharse a Suecia? Creo que podría lograrlo.

—¿Y te quedarás sin el último enlace? —preguntó Katy.

—Aquí estaré yo —dijo Erwin.

Stirlitz meneó la cabeza negativamente.

—No te dejarán ir sola. Con él, sí. Es inválido de guerra y necesita curarse en un sanatorio, existe una invitación de los familiares alemanes en Estocolmo… No te dejarían ir sola… El tío de Erwin figura como un nazi sueco, pero no el tuyo…

—Nos quedaremos aquí —dijo Katy—. No importa. Gritaré en alemán.

—Puedes agregar algunos juramentos en ruso, pero obligatoriamente con acento berlinés —bromeó Stirlitz—. Dejaremos la solución de este asunto para mañana. Lo pensaremos sin prisa y sin emociones heroicas. Vamos, Erwin, tenemos que trabajar. Tomaremos la decisión de acuerdo con lo que me contesten mañana.

Cinco minutos después, ambos salieron de la casa. Erwin llevaba en la mano una maleta donde estaba el aparato de radio. Se alejaron 15 km hacia Ransdorf y allí, adentrándose en el bosque, Stirlitz apagó el motor. Continuaba aún el bombardeo. Erwin consulto el reloj y dijo:

—¿ Comenzamos ?

—Comencemos —contestó Stirlitz.

«De Justas a Alex:

»Sigo convencido de que ningún político serio de Occidente iniciaría negociaciones con la SS o el SD. Sin embargo, como me han encomendado esta misión, empiezo a realizarla.

»Creo que podría cumplirla si me autorizan a comunicar a Himmler parte de los datos que he obtenido de usted. Contando con el apoyo de él, podría comenzar a observar directamente a los que usted cree que tantean los canales de las posibles conversaciones. Mi “denuncia” a Himmler —los detalles los organizaré aquí sin consultar con ustedes— me ayudará a informarlos sobre todas las novedades, tanto las que confirmen su hipótesis como las que las refuten. No veo otra salida en estos momentos. En caso de apobación, ruego me lo transmitan vía Erwin.

»Justas».

—Está al borde del fracaso —dijo el jefe del centro cuando el cifrado llegó a Moscú—. Si acude directamente a Himmler, fracasará en seguida y nada lo salvará. Suponiendo incluso que Himmler decida jugar con él. Aunque es improbable. Stirlitz no es la clase de persona con la que el Reichsführer de la SS jugaría. Transmitan mañana por la mañana la prohibición inmediata y categórica.

Isaiev no podía saber lo que ya sabía el centro, porque los datos reunidos en los últimos meses les daban la clave para entender al hombre cuyo apellido era Himmler.

13 Máximos dirigentes del Reich. N. del T.

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