Читать книгу 17 Instantes de una Primavera - Yulián Semiónov - Страница 9

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15-II-1945 (20 h 30 min)

(Del expediente del miembro del NSDAP desde 1938, Obersturmbannführer SS Holtoff, Sección IV de la Dirección de Seguridad: «Ario genuino. El carácter se acerca al nórdico, fuerte. Mantiene buenas relaciones con los compañeros. Buenos índices en el trabajo. Deportista. Implacable con los enemigos del Reich. Soltero. No ha tenido relaciones comprometedoras. Fue condecorado con órdenes del Führer y felicitado por el Reichsführer SS…»)

Stirlitz había decidido terminar hoy más temprano, para trasladarse de Printz-Albrechtstrasse a Nauen. Allí, en el bosque, en la bifurcación de los caminos, se encontraba el pequeño restaurante de Paul y, lo mismo que uno o cinco años atrás, el hijo de Paul, Thomas el Cojo, conseguía milagrosamente la carne de puerco y ofrecía a sus habituales clientes el verdadero Eisbein10 con col o, en el peor de los casos, conejo fresco con remolacha encurtida.

Cuando cesaban los bombardeos, era como si la guerra no existiera. Igual que antes, se oía en el tocadiscos la voz grave de Bruno Warnke, cantando: ¡Oh, qué maravilloso era estar allí, en Mogelsee…!

Pero Stirlitz no había logrado aún salir. Entró Holtoff y dijo:

—Estoy confundido por completo. O mi detenido está psíquicamente enfermo, o tenemos que mandárselo a ustedes, a los de espionaje, porque habla igual que esos cerdos ingleses por radio.

Stirlitz fue al despacho de Holtoff y estuvo sentado allí hasta las siete, escuchando los histéricos gritos de un astrónomo detenido dos días antes en Wansee. Distribuía octavillas escritas por él mismo. El texto difería en cada caso. Holtoff alargó a Stirlitz una carpeta. Stirlitz empezó a revisar las hojas arrancadas de una libreta escolar: «¡Alemanes, abrid los ojos! ¡Nuestros locos líderes nos llevan al desastre! ¡El mundo nos maldice! ¡Poned fin a la guerra, rendíos!» Eran de este tenor en su mayor parte. Las había más cortas: «¡Nos dirigen maniáticos! ¡NO a Hitlerl ¡SI a la paz!»

Y ahora, sentado en un taburete atornillado al piso, el astrónomo gritaba por enésima vez:

— ¡No puedo más! ¡No puedo, no puedo! ¡Quiero vivir, simplemente vivir! ¿Entiende usted esto? ¡En la monarquía, en el capitalismo, en el bolchevismo! ¡No puedo más! ¡Me ahogan su ceguera, estupidez y locura!

—¿Quién te ordenaba escribir las proclamas? —Metódicamente, en voz baja, Holtoff repetía—: Esa porquería no se te puede haber ocurrido a ti. ¿Quién te transmitía los textos? Tu mano era dirigida por una voluntad ajena, enemiga ¿verdad? ¿Con qué enemigos te has puesto en contacto, dónde y cuándo?

—¡Nunca me he puesto en contacto con nadie! ¡Tengo miedo de hablar hasta conmigo mismo! ¡Tengo miedo de todo! —gritaba el astrónomo—. ¿Acaso ustedes no tienen ojos? ¿Acaso no entienden que todo está perdido? ¡Estamos perdidos! ¿Acaso no entienden que cada nueva víctima es ya un vandalismo? ¡Ustedes repetían constantemente que vivían en nombre de la nación! ¡Váyanse entonces! ¡Ayuden al resto de la nación! ¡Están condenando a morir niños desgraciados! ¡Son fanáticos, fanáticos ávidos que conquistaron el poder! ¡Están bien alimentados, fuman cigarros caros y beben café! ¡Déjennos vivir como personas y no como esclavos enmudecidos! —De pronto, el astrónomo quedó inmóvil, se secó el sudor de la frente y concluyó en voz baja—: O, mejor, mátenme aquí rápidamente. Es preferible volverse loco a comprender nuestra impotencia, y la estupidez de una nación a la que ustedes han convertido en un cobarde rebaño…

—Espere —dijo Stirlitz—. Un grito no es un argumento. ¿Tiene algunas propuestas concretas?

—¿Cómo? —preguntó el astrónomo, asustado.

La voz tranquila de Stirlitz, su manera de hablar sin prisa y sonriendo ligeramente, causaron en el astrónomo una impresión contraria: en la cárcel se había acostumbrado a los gritos y a los puñetazos en la cara. Uno se acostumbra con rapidez y pierde la costumbre lentamente.

—Yo le pregunto: ¿Cuáles son sus propuestas concretas? ¿Cómo debemos salvar a los niños, mujeres y ancianos? ¿Qué propone usted? Siempre es más fácil criticar y renegar. Mucho más difícil resulta proponer un programa razonable de acción.

—Rechazo la astrología —tras quedar pensativo durante largo rato, el astrónomo continuó lentamente—, pero admiro la astronomía. Me quitaron la cátedra en Kiel…

—¿Por eso eres tan rencoroso, perro? —gritó Holtoff.

—Espere —dijo Stirlitz, frunciendo el ceño con irritación—. No hay que gritar… Continúe, por favor…

—Vivimos en el año del Sol intranquilo. Las explosiones de las protuberancias, la transmisión de una energía solar excesiva influye en los cuerpos celestes, y los planetas y estrellas influyen, a su vez, en nuestra pequeña Humanidad…

—Por lo que veo —le interrumpió Stirlitz—, usted ha elaborado algún horóscopo. ¿Por eso está tan nervioso?

—Un horóscopo es un fenómeno intuitivo, tal vez hasta genial, pero no convincente. No, me baso en una hipótesis corriente y nada genial que intenté presentar: las relaciones recíprocas de cada habitante de la Tierra con el cielo y el sol… Esta correlación me permite evaluar con mayor exactitud y sensatez lo que está ocurriendo en mi patria…

—Me gustaría que tratásemos el tema más detalladamente —dijo Stirlitz—. Creo que ahora mi compañero le permitirá volver a su celda para que descanse un par de días. Después, reanudaremos nuestra conversación.

Cuando se llevaron al astrónomo, Stirlitz dijo:

—Hasta cierto punto es irresponsable de sus actos ¿no lo ves? Todos los científicos, escritores y artistas son irresponsables a su modo. Hay que tratarlos de manera distinta, porque viven una vida propia inventada por ellos. Manda a este tonto a nuestro hospital para que lo examinen. Tenemos demasiado trabajo serio como para perder tiempo con charlatanes irresponsables aunque, tal vez, de talento. Si hubiera paz, lo mandaríamos a un campo de concentración. Allí podrían reeducarlo y luego sería útil al Reich y a la nación trabajando en un instituto o en una cátedra. Pero ahora…

—Habla como un verdadero inglés de la radio londinense… O como un maldito socialdemócrata ligado a Moscú.

—Los hombres inventaron la radio para escucharla. Bueno, él la ha escuchado demasiado. No, esto no es serio. A nosotros, la inteligencia, no nos interesa. Sería bueno verlo dentro de varios días, simplemente para tantearlo y saber si es un científico de verdad o sólo un loco. Si es un científico serio, veremos a Müller, o a Kaltenbrunner, para pedirles que le den buenas raciones de comida y lo manden a las montañas donde ahora está la flor y nata de nuestra ciencia. Que trabaje allí. En seguida dejará de hablar, cuando no haya bombardeos, sino mucho pan con mantequilla y tenga su casita cómoda en las montañas, en un bosque de pinos… ¿No cree?

Holtoff sonrió.

—Con una casita en las montañas, mucho pan con mantequilla y ni un solo bombardeo, nadie protestaría.

Stirlitz miró a Holtoff con atención, hasta que éste no pudo soportar su mirada y comenzó a cambiar apresuradamente los papeles de su mesa de un lugar otro. Después dirigió a su subordinado una sonrisa franca y amistosa…

«Documento taquigráfico de una reunión con el Führer:

»Estaban presentes Keitel, Jodl, Havel, enviado del Ministerio de Relaciones Exteriores, Reichsleiter Bormann, Obergruppenführer SS Fegelein, representante del Cuartel General del Reichsführer SS, el ministro de industria Speer, también el almirante Foss, el capitán de corbeta Ludde-Neurat, el almirante Von Putkammer, ayudantes y taquígrafas.

»Bormann: ¿Quién anda por ahí todo el tiempo? ¡Molesta! Silencio por favor, señores militares.

»Putkammer: Pedí al coronel Von Belof que me diera datos acerca de la situación de la Lutfwaffe en Italia.

»Bormann: No se trata de esto. Todos hablan al mismo tiempo y hacen un ruido constante y fastidioso.

»Hitler: A mí no me molesta. Señor general, en el mapa aún no se han marcado los cambios recientes en Curlandia.

»Jodl: Mi Führer, usted no se ha fijado; aquí están las correcciones de la mañana de hoy.

»Hitler: El mapa tiene letras demasiado pequeñas. Gracias, ahora veo.

»Keitel: El general Guderian insiste de nuevo en evacuar nuestras divisiones de Curlandia.

»Hitler: Es un plan insensato. Ahora las tropas del general Rendulitsch que se quedaron en la retaguardia de los rusos, a cuatrocientos kilómetros de Leningrado, atraen de cuarenta a setenta divisiones rusas. Si retiramos nuestras tropas de allí, cambiará en seguida la correlación de fuerzas alrededor de Berlín y no a favor nuestro, como cree Guderian. En caso de retirar nuestras tropas de Curlandia, por cada división alemana en Berlín tendremos por lo menos tres divisiones rusas.

»Borman: Hay que ser un político sensato, señor mariscal de campo…

»Keitel: Soy militar y no político.

»Bormann: En este siglo de guerra total son nociones inseparables.

»Hitler: Para evacuar las tropas que se encuentran ahora en Curlandia, necesitamos por lo menos seis meses, teniendo en cuenta las experiencias de la operación en Libau. Es ridículo. Tenemos horas, precisamente horas para conquistar la victoria, basándonos en hechos reales y no en invenciones quiméricas. Todo el que pueda ver, analizar y sacar conclusiones debe responderse una sola pregunta: “¿es posible una victoria cercana?” No pido que la respuesta sea ciega y categórica. No me convence una fe ciega; busco una fe que vea. Jamás el mundo ha conocido una unión tan paradójica y contradictoria como la coalición de los aliados. Las ideas raras, las aspiraciones, elementos y caracteres diferentes sólo pueden coexistir sin perjuicio en una situación sin salida. Me refiero a un campo de concentración donde, como se dice, viven perfectamente en una barraca, por ejemplo, nuncios papales, ateos comunistas y radicales franceses junto a conservadores británicos. Una situación sin salida engendra unión. Es una unión de desesperados, una unión sin esperanzas y sin objetivos. Mientras que los objetivos de Rusia, Inglaterra y América son diametralmente opuestos, nuestro objetivo está claro para todos nosotros. Mientras ellos se mueven dirigidos por las diferencias de sus aspiraciones ideológicas, a nosotros nos mueve una sola aspiración, a la que hemos subordinado nuestra vida. Mientras que las contradicciones de ellos aumentarán cada día más, nuestra unidad tiene ahora, como nunca antes, aquella solidez por la que luché durante muchos años en esta campaña difícil y grande. Sería utópico ayudar a destruir la alianza de nuestros enemigos por vías diplomáticas o por otras. Utópico en el mejor caso, si no es logrando que manifiesten pánico y pierdan toda perspectiva. Solamente asestándoles golpes militares, demostrando la fortaleza de nuestro espíritu y nuestro poderío inagotable, aceleraremos el término de esta coalición, que se derrumbará con el estampido de nuestros cañones victoriosos. Nada impresiona tanto a las democracias occidentales como la demostración de fuerza. Nada disipa tanto la embriaguez de Stalin como la confusión de occidente por un lado y nuestros golpes por el otro. Tengan en cuenta que ahora Stalin tiene que hacer la guerra no en los bosques de Briansk o en los campos de Ucrania. Ahora tiene sus tropas en los territorios de Polonia, Rumania, Hungría. Al establecer contacto directo con “la no patria”, los rusos ya están debilitados y, hasta cierto punto, desmoralizados. Pero mi máxima atención no está dirigida actualmente a los rusos ni a los americanos. ¡Dirijo mi mirada a los alemanes! ¡Sólo nuestra nación puede y debe alcanzar la victoria! En estos momentos todo el país se ha convertido en un campamento militar. Todo el país: hablo de Alemania, Austria, Noruega, parte de Hungría e Italia, un territorio considerable de los protectorados de Bohemia y Moravia, Dinamarca y parte de Holanda. Este es el corazón de la civilización europea. Es la concentración del poderío material y espiritual. En nuestras manos ha recaído el material de la victoria. De nosotros, los militares, depende ahora en qué medida y con qué rapidez se utilice este material en nombre de nuestra victoria. Créanme: después de los primeros golpes demoledores de nuestros ejércitos, la coalición de los aliados se derrumbará. Los intereses egoístas de cada uno de ellos prevalecerán sobre el análisis estratégico del problema. Propongo lo siguiente para acercar la hora de nuestra victoria: que el VI ejército de tanques SS comience la contraofensiva en Budapest, protegiendo de esta manera la seguridad del baluarte sur del nacionalsocialismo de Austria y Hungría, por un lado, y preparando la salida a los flancos rusos por el otro. Recuerden que precisamente allí, en el sur, en Nagykanitza, tenemos setenta mil toneladas de petróleo. El petróleo es la sangre que corre por las arterias de la guerra. Prefiero entregar Berlín que perder este petróleo que me garantiza la inexpugnabilidad de Austria y su unidad con la agrupación italiana de millones de hombres de Kesselring. Continúo: el grupo de ejércitos Vístula, reuniendo las reservas, llevará a cabo una contraofensiva determinante en los flancos rusos utilizando para esto el campo de operaciones de Pomerania. Al romper la defensa de los rusos, las tropas del Reichsführer SS llegarán a su retaguardia y tomarán la iniciativa. Apoyados por la agrupación de Stettin, cortarán en dos el frente de los rusos. Para Stalin el problema del transporte de las reservas es un problema grave. Las distancias están en contra suya y a favor nuestro. Siete líneas de defensa que protegen a Berlín —y prácticamente lo hacen inaccesible— nos permiten alterar los cánones del arte militar y transportar al occidente un grupo considerable de tropas desde el sur y desde el norte. Tendremos una reserva de tiempo. Stalin necesitará dos o tres meses para reagrupar las reservas, nosotros necesitaremos cinco días para trasladar los ejércitos. Las distancias en Alemania nos permiten hacerlo, desafiando las tradiciones de la estrategia.

»Jodl: De todas maneras, sería deseable coordinar este problema con las tradiciones de la estrategia…

»Hitler: ¿Qué quiere decir con eso, Jodl?

»Jodl: Creo que todo esto es muy sabio y perspicaz, pero me permito expresar mi desacuerdo sólo en lo siguiente: que no deben coordinarse los detalles de este plan con las tradiciones de la ciencia militar.

»Hitler: No se trata de detalles, sino del conjunto. Al fin y al cabo, los problemas particulares siempre pueden resolverse en los estados mayores por grupos limitados de especialistas. Los militares tienen más de cuatro millones de personas organizadas en un poderoso puño de resistencia. La tarea consiste en convertir ese poderoso puño de resistencia en el golpe demoledor de la victoria. Estamos ahora en las fronteras de agosto de 1938. Nuestra industria militar produce cuatro veces más armamentos que en 1939. Nuestro ejército es dos veces mayor que en 1939. Nuestro odio es terrible y la voluntad de vencer inmensa. Les pregunto: ¿Acaso no ganaremos la paz a través de la guerra? ¿Acaso el éxito militar no engendra el éxito político? Les ruego que me preparen para mañana proposiciones concretas, señor mariscal de campo.

»Keitel: Sí, mi Füher. Prepararemos el plan general y, si usted lo aprueba, comenzaremos a precisar todos los detalles».

Al llegar al estado mayor de Himmler, el Obergruppenführer SS Fegelein, cuñado de Hitler, le informó sobre la reunión en el Bunker.

—Cualquier solución política del problema —dijo— está rechazada categóricamente por el Führer.

—¿Cómo aceptaron su plan los militares? —preguntó Himmler.

—Con ironía. Aunque parezca raro, precisamente los militares han llegado ahora a la firme convicción de que el resultado de la guerra no puede decidirse por más caminos que los políticos.

—¿Capitulación? —preguntó Himmler pensativo.

—¿Por qué necesariamente capitulación? Negociaciones…

10 Patas de cerdo. N. del T.

17 Instantes de una Primavera

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