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Dos

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Entre los García no hubo esos dramas: sus vidas y sus muertes fueron de lo más corriente, vidas y muertes muy de andar por casa. En la familia de mi padre nunca se habló de alfonsinos ni de carlistas.

Los García eran gente del pueblo, empleados, comerciantes, trabajadores del Grao de Valencia, sin mayores trajines. «Mi casa estaba cerca del mar, pero enseguida, cuando murió mi hermano Julianín del garrotillo, vinimos a Madrid». Vinieron enseguida a Madrid y el mar quedó en un recuerdo, en una devoción por Valencia y su bullicio mediterráneo, por su luz, las fallas y el olor de la pólvora de las tracas, por la paella, que «como en Valencia, que sepas que no se hace en ningún sitio, que lo sepas». Que lo sepas.

El abuelo, con mucho pelo blanco repeinado hacia atrás, era un orgulloso funcionario de Correos, la abuela era bajita y muy castiza, sin altivo moño en la nuca y usaba palabras raras como apechugar, jícara, botica, miasmas, tirria, apencar y trinar; «se armó un Tiberio» o «eres más tonto que Pichote» eran expresiones muy de ella.

Vivían los García en un pueblo cerquita de Madrid que hoy es ya Madrid, pues el abuelo era el orgulloso administrador de la oficina de Correos de Carabanchel Alto —Correos con una enorme ce mayúscula—, y con mucho esfuerzo y más vocación todos sus hijos llegaron a obtener plaza en el Cuerpo de Correos. Mi padre explicaba siempre que, con diecisiete años, fue nombrado Cartero del Extrarradio de Carabanchel Alto con un sueldo anual de 750 pesetas. Tan feliz.

Los García sentían como algo suyo los matasellos, las sacas, el coche-correo, las carteras de los carteros, los variados, brillantes, artísticos, infinitos sellos de correos —de Correos—. Y, sobre todo, especialmente, sentían suyo el Palacio de Comunicaciones de Cibeles: «Es como una catedral, mira qué enormes las escaleras, qué grande y reluciente el hall principal; esto es la capilla; esto, el museo postal».

Mi padre me llevaba al Palacio de Cibeles y hablaba y no paraba. Me repitió mil veces que una carta llegó sin señas a su destino, solo con dibujos: «Fíjate, nena, un sobre sin señas, solo con signos, como un jeroglífico egipcio… Fíjate, y es que los del Cuerpo de Correos somos muy listos y no se pierde nunca ninguna carta, todas llegan a su destino, menudos somos los de Correos, el cuerpo más serio y sacrificado de la Administración».

Mayo del cuarenta y cinco

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