Читать книгу Mayo del cuarenta y cinco - Boti García Rodrigo - Страница 19

Diez

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Mi padre no se llevaba nada bien con la familia de mi madre. Todo lo que le olía a Rodrigo le incomodaba, le inferiorizaba un poco: «Son tan pretenciosos, tan estirados, siempre presumiendo de glorias pasadas, de palco en el Liceo, de parientes con muchos galones en la bocamanga y de amistades empingorotadas. Son unos pelmas, unas antiguallas, siempre con tanto ringorrango y tanto floripondio».

La familia Rodrigo —sobre todo, la abuela— no vio con buenos ojos que un empleadillo de correos pretendiera a su nieta querida, «que hay que ver la de estupendos pretendientes que ha tenido mi nieta, con lo guapa y lo rubia que es, chicos finos con buenas carreras y de buenísimas familias de toda la vida». Pero a partir de aquella calurosa noche de verbena de la víspera de San Pedro y San Pablo, se acabaron los estupendos pretendientes, chicos finos con buenas carreras y de buenísimas familias de toda la vida.

Después de aquella calurosa noche de verbena, empezaron a verse, a salir, se hicieron novios; un día él le dijo que iban a casarse pero que antes iba a terminar una carrera, así que le dijo que le esperara. Y ella le esperó.

Le esperó y le esperaba todas las tardes en la puerta de la Escuela de Aparejadores; él por la mañana trabajaba en correos —Correos— y por la tarde sacaba con mucho esfuerzo y mucho sueño la carrera.

Los domingos se iban al cine Monumental o al Retiro a montar en barca o a la Gran Vía a pasear o a merendar chocolate en San Ginés por cinco pesetas. «Con un par de duros en el bolsillo, uno se comía el mundo». A peseta camiseta.

Mayo del cuarenta y cinco

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