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Prólogo Boti, la valerosa chiquilla de siempre

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Sorprende, y para bien, que Boti García Rodrigo, nuestra querida Boti, haya elegido para retratarse a sí misma, llegada ya a su madurez vital y política, una narración de su niñez desde incluso antes de nacer —los recuerdos tienen esa asombrosa flexibilidad— hasta sus trece años. Ella sabe que un hombre y una mujer son fundamentalmente su infancia, y a evocar a aquella chiquilla vivaracha, cariñosa, a veces asustada y siempre resuelta y tenaz dedica este texto ajustado, vivaz y delicado que desprende el irresistible encanto de una risueña lealtad a lo que ella siempre ha sido: un modelo de compromiso y solidaridad.

La actual directora general de Diversidad Sexual y Derechos LGTBI en el Ministerio de Igualdad sigue siendo, después de una vida colmada de lucha y conquistas en favor del colectivo LGTBI, aquella chiquilla de expresión traviesa, casi pícara, bajo la que cualquiera puede adivinar un carácter poderoso y una capacidad fuera de lo común para aunar e impulsar voluntades y organizar escaramuzas de combate. Ha sido una vida entera dedicada a exigir la dignidad y el respeto para ella misma y para otros y otras durante tanto tiempo acusados de vagos y maleantes y de peligros sociales, y perseguidos y castigados por ello. Pero nada ha desdibujado en lo más mínimo a la niña que fue.

Boti no necesita en ningún momento recargar las tintas para hacerse admirar y respetar. Para hacerse querer. La narración de esa infancia madrileña, llena de colorido y colmada de afectos, de esos años de colegio y vacaciones —qué bien está contado el hallazgo del mar—, con tantos indicios sutiles sobre el descubrimiento de su identidad —esa fascinación por las corbatas, incluida la del uniforme de su colegio de monjas— y el primer gran atrevimiento de su vida —decir a un tío paterno, que vivía huyendo siempre que podía de aquella España atroz, que él y ella eran iguales— bastan y sobran para componer una fotografía exacta y palpitante de la mujer que es hoy.

El relato está estructurado en capítulos muy breves que, pese a su naturalidad y aparente ligereza, envuelven no pocos momentos de desconcierto, inquietud, miedo y emoción. También de felicidad. Algunos episodios están enhebrados de principio a fin por una ironía bienhumorada y peleona. Abundan los detalles que iluminan las profundas verdades y los hondos compromisos de esta mujer menuda que, aún hoy, parece estar controlando todo el tiempo las ganas de ser bulliciosa, incluso pizpireta, porque lo primero es lo primero: lograr y mantener la reparación, el consuelo y la absoluta igualdad en derechos de tantos hombres y mujeres que tanto han llorado por ser como son, por amar como aman.

En cualquier caso, no es posible soslayar la dimensión política de un relato así, de una infancia contada de esta manera. Esta biografía empieza cuando en nuestro país se ha impuesto ya la hostilidad de los vencedores de la Guerra Civil. Esta infancia se ha construido en un marco asfixiante para las libertades que propician que fragüe un país más sano, más equilibrado, más alegre y, también, más divertido. Lo que nuestra Boti, la Boti de todos, ha conseguido, lo que sigue logrando cada día, ahora desde responsabilidades de gestión política, no ha sido solo proporcionar seguridad, orgullo y valor a miles de hombres y mujeres que desde niños tuvieron que sufrir, esconderse o exiliarse por su diferencia afectiva y sexual, sino contribuir como pocas a dar consistencia y carta de naturaleza a una sociedad más limpia, más cálida y más justa, más políticamente decente. Y Boti tiene el buen gusto de no ponerse como ejemplo de nada, no necesita abrirse en canal, no necesita exhibir el dolor y el vértigo incrustados en sus años más jóvenes de un modo más o menos evidente. Le basta con contarnos el tiempo, el entorno familiar y social que le tocó vivir, con esa honestidad tan transparente que siempre sobrevuela el candor y que siempre ha sido en ella marca de la casa. Ella nunca va a presumir de nada, salvo en todo caso de escribir y de narrarse a sí misma tanta delicadeza y calidez, y nosotros, que le debemos tanto, bien haremos en leer su historia y compartirla como el gesto más fraternal de agradecimiento.

Eduardo Mendicutti

Sanlúcar de Barrameda, octubre de 2020

Mayo del cuarenta y cinco

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