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Cinco

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Los hijos de Margarita y Mariano fueron naciendo aquí y allá debido a los sucesivos destinos del joven juez, de forma que se puede seguir su carrera profesional en las anotaciones de su Libro de Familia. En Arrecife de Lanzarote nació mi madre en diciembre de 1908.

Aunque fuera canaria solo por designio del Ministerio de Gracia y Justicia y viviera allí poco tiempo, añoraría siempre su isla; aseguraba que un día volvería a Canarias, que iría a Arrecife y buscaría su casa natal, que se pasearía por la playa, montaría en un camello y subiría a un volcán. Incluso, afirmaba con una sonrisa limpia, «freiré un huevo en el suelo».

De pequeña yo confundía las Canarias con las Baleares, lo que le provocaba un gran enfado y, con resignado empeño, se daba a explicarme que su isla natal estaba abajo, abajo, muy cerquita de África. Yo sospechaba que estaba equivocada porque en mi mapa escolar veía claramente las islas Canarias en un rectángulo, pegadas junto a Portugal y Andalucía, y desde luego África no aparecía por ningún sitio, pero no se lo decía para no soliviantarla más.

Los Rodrigo —la madre enferma, la abuela siempre ocupada— iban de ciudad en ciudad sin hacer mudanza: compraban lo imprescindible en cada lugar para malvenderlo todo al marchar y empezar de nuevo en el siguiente destino del padre: nuevas las sillas, las mesas, las camas. El arpa de Margarita habría quedado perdida mucho tiempo atrás, muchos hijos antes.

Mayo del cuarenta y cinco

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