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DORMIMOS PARA GANAR SALUD

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Las explicaciones anteriores han servido para asentar la idea de que la razón última de por qué dormimos no está del todo clara. Posiblemente no haya una razón única, sino un conjunto de ellas, entre las que habría que contar —como hemos visto— el mantenimiento de la vida.

Por otra parte, el sueño tiene gran influjo sobre todos los sistemas del cuerpo. Unas veces ese influjo es directo, y en otras ocasiones es un efecto «dominó» provocado por los vaivenes hormonales que tienen lugar cuando dormimos poco, mal o cuando no pegamos ojo en toda la noche. Porque ya te adelantamos que las hormonas tienden a enloquecer (en mayor o menor medida) tras varias noches de insomnio o de sueño por etapas.

A expensas de lo que las investigaciones futuras nos descubran, hasta el momento se sabe que el dormir cumple una serie de objetivos biológicos, entre los que se encuentran los siguientes:

• Tiene una función restauradora y reparadora. Ese ahorro de energía que tiene lugar durante el sueño sirve para reparar tejidos del organismo que, aunque no tengamos una evidencia clínica (un síntoma o una sospecha) de que se ha deteriorado, sí puede haber sufrido con alguna de las actividades diarias. Al dormir, como decimos, se repara y eso impide que se produzca una lesión seria. Pero sin que se haya originado una lesión o un principio de ella, también se da esa reparación tisular. Los tejidos de la piel, sin ir más lejos. Podríamos decir que estar despiertos —de hecho, estar vivos— nos oxida. Es inherente a la vida: con cada respiración el oxígeno inicia un proceso de deterioro celular debido a que se generan unos compuestos llamados «radicales libres» (moléculas que oxidan las células). Es un proceso inevitable (hay quien dice que no envejecemos sino que nos oxidamos) pero que se puede ralentizar. Y lograr un buen descanso nocturno —por la melatonina que se genera— es una de las maneras de conseguirlo.

• Tareas de limpieza. Sabido es también que el cerebro utiliza el sueño para eliminar materiales de desecho que se van acumulando en demasía. Algunas teorías innovadoras aseguran que, si no se eliminaran, esas toxinas acabarían por envenenar y alterar las neuronas, lo que impediría una correcta comunicación entre ellas. Y a ello contribuye el recién descubierto (solo hace unas pocas décadas que se conoce) sistema glifático o vía glifática. El nombre le viene porque son las células gliales las encargadas de propiciarlo. Es algo así como el entramado linfático (que transporta un líquido llamado «linfa» por todo el organismo recogiendo, en su camino, sustancias inservibles), pero que actúa únicamente en el cerebro. Allí hay una serie de conductos linfáticos que circulan paralelos a los vasos sanguíneos que bañan el cerebro y se encargan —entre otras cosas— de ir recogiendo toxinas. Y eso ocurre básicamente mientras dormimos.

Dentro de este apartado dedicado a la «limpieza cerebral nocturna» no podemos dejar de aportar otro dato interesante: aunque faltan más estudios que lo confirmen, parece ser que esas tareas de saneamiento neuronal se llevan a cabo mejor si dormimos de lado. Cuando descansamos boca arriba (posición supina) o boca abajo (decúbito prono) la eliminación de desechos del cerebro no es tan eficaz. Curioso, ¿no? Al parecer el espacio entre neuronas se hace algo más grande (dicho de forma sencilla) cuando adoptamos la postura lateral, lo que favorece el transporte de fluidos y, con él, esa eliminación de sustancias metabólicas innecesarias (sobre todo una denominada A-beta).

• Función de aprendizaje. La mayoría de los estudiantes se alegrarían si se confirmara el hecho de que se puede aprender mientras estamos dormidos, pero este extremo aún no ha sido confirmado. De hecho, gran parte de los experimentos en ese sentido han dado un resultado negativo: de poco sirve grabarse las lecciones y escucharlas durante el sueño. La mejor garantía de sacarse los estudios sigue siendo clavar codos estando bien despierto. Sin embargo, hace ya tiempo que se conoce la relación que existe entre la consolidación de recuerdos y de aprendizaje y la calidad del sueño. Si logramos descansar bien y las horas necesarias, nuestro cerebro (ya limpio gracias a la función de «aseo» que describía antes) podrá almacenar con más facilidad los datos que considere necesarios.

• Tener un sistema inmunológico fuerte. El sueño, o mejor dicho el buen sueño, ayuda a mantener en un estado óptimo nuestro sistema inmunitario. No es una sospecha; es una constatación. Todas las investigaciones al respecto han demostrado que un insomnio mantenido en el tiempo afecta a la producción de glóbulos blancos. Uno de los estudios más curiosos, realizado entre un grupo de gemelos monocigóticos (es decir, aquellos que son idénticos porque comparten la misma carga genética puesto que parten de un único óvulo y un único espermatozoide) demostró que el hermano que dormía lo necesario mantenía un nivel de defensas correcto y el que era privado de horas de sueño (y no cumplía con la recomendación de dormir, al menos, 7 horas) sufría una depresión de su sistema defensivo y tenía una mayor tendencia a sufrir infecciones.

• Mantener la temperatura corporal. Otra de las funciones del sueño es ayudarnos a regular nuestra temperatura. A lo largo del día, con la actividad cotidiana, el cuerpo soporta más grados; pero en el momento en que iniciamos el sueño descienden. Y ese descenso coincide también con una menor actividad orgánica (los órganos vitales siguen trabajando pero a un ritmo menor). Curiosamente, es 2 horas antes de despertar (o alrededor de las cinco de la mañana) cuando se produce la bajada de temperatura más acusada (que vuelve a subir al despabilarnos). Como veremos un poco más adelante, algunas personas tienen alterado ese termostato interno y no logran reducir la temperatura corporal. La consecuencia es que su sueño es menos reparador y tienen mayores probabilidades de sufrir insomnio. En ocasiones, tomar una ducha con agua tibia (no caliente) una hora y media o dos antes de ir a dormir puede ayudar a reactivar ese regulador biológico y a mejorar el descanso.

• Que nuestro cerebro no se deteriore. En ello cobra especial importancia la fase de sueño REM (de la que hablaré un poco más adelante), de sueño profundo. Parece ser que una buena higiene del sueño —y el completar todas sus fases y, por lo tanto, lograr un descanso reparador— podría ayudar, incluso, a reducir el riesgo de demencia. Aunque faltan muchos estudios que lo corroboren, de momento sí se ha visto que existe una relación entre el insomnio y la mayor acumulación de desechos en el cerebro, algo que también se relaciona con el alzhéimer.

• Fabricar hormonas. La del crecimiento (o GH), por ejemplo. Nuestro organismo solo puede elaborarla mientras dormimos. Y es necesaria no solo para asegurar un correcto crecimiento en la etapa infantil, sino también para una serie de procesos fisiológicos a otras edades (aunque a partir de la quinta década de la vida ya no la producimos porque necesitamos mucha menos cantidad). Pero si el déficit de esta sustancia es acusado, no podremos absorber bien los aminoácidos presentes en los alimentos, ni producir todos los glóbulos rojos necesarios para mantener el equilibrio orgánico. Por otro lado, también generamos vasopresina, una sustancia hormonal que tiene como función mantener el agua en el organismo. Es una de las razones por las que, por lo general, no nos despertamos por tener sed. Los niveles de las hormonas sexuales (estrógenos y progesterona) y la adenosina (que interviene en la regulación de los ciclos de sueño y vigilia) también aumentan durante el sueño. Puesto que no las necesita en ese momento, el organismo reduce la producción de cortisol (la hormona que nos hace estar alerta) y la hormona estimulante de la glándula tiroides.

Combatir el insomnio

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